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POLíTICA | 06-12-2011 14:51

Máximo control, mínimo carisma

Vigila a la tropa K con ayuda de la SIDE. Peleas con Boudou y seguimientos a Brito y Moyano. Por qué heredó la paranoia de su padre, pero no el liderazgo.

Máximo Kirchner (34) tiene una cuenta falsa de Twitter. No tiene foto en el perfil y el nombre del usuario no dice nada sobre su verdadera identidad. El hijo presidencial la usa para seguir todo lo que pasa en la red social y cada vez que algún militante de La Cámpora o bloguero K con el que tiene afinidad se cruza con algún periodista de la “corpo” o un político de la oposición, les manda mensajes alentadores y los felicita: “Estuviste bárbaro”.

Máximo alimenta con la cuenta de Twitter su nueva pasión por el fisgoneo. Al igual que su padre, que solía consumir todos los secretos que le acercaba la SIDE, ahora él ejerce su poder paranoico y devora los informes que le arma con esmero el secretario de Inteligencia, Héctor “Chango” Icazuriaga. El titular de la SIDE se convirtió en uno de los hombres de confianza de Máximo y en el principal asesor de La Cámpora, la agrupación de jóvenes K que fundó el hijo de Cristina Fernández y Néstor Kirchner, bautizada así en honor al presidente que gobernó durante 49 días el país en 1973 hasta que Juan Domingo Perón pudo volver a ser candidato presidencial. En los últimos actos de la juventud pingüina, Icazuriaga siempre dijo presente.

Hay un nuevo Máximo

El hijo presidencial abandonó su rol pasivo y se convirtió en el guardián de la Presidenta desde la muerte de su padre. La protege y está en permanente contacto con ella, se mete en los temas de gestión, veta a funcionarios, controla, opina sobre cómo conformar el Gabinete y cuáles son las mejores medidas a tomar. Además, se metió de lleno en la interna de La Cámpora, la agrupación que creó y que en un principio había abandonado a su suerte. Ahora llama a diario a todos sus integrantes y los alienta a que “vayan por más” y a “dar la vida por la Presidenta”. Pero aunque lucha por imponerse, todavía quedan vestigios de su otro yo. El hijo preferido de la Presidenta, como ella suele presentarlo en público, heredó la paranoia y obsesión de su padre, pero no su talento, su fuerza de voluntad y mucho menos su carisma. No le gusta exponerse ni hablar en público, casi nadie le conoce la voz y él no se anima a dar el salto a la escena política. Se siente cómodo en la trastienda.

El vigilante

Para estar más cerca de Cristina, por primera vez el hijo presidencial fijó como domicilio alternativo una propiedad en la Ciudad de Buenos Aires. Se trata de un departamento que pertenece a la familia Kirchner sobre Juncal y Uruguay, en Recoleta. A tiro de Olivos, Máximo asumió el rol de controlador de la gestión. Ella confía en él y los ministros le temen: saben que cuando el joven se enoja con algún funcionario o aliado, la víctima suele caer en desgracia. El último que sintió su ira fue el ministro de Economía y futuro vicepresidente, Amado Boudou. Máximo lo tiene en la mira y decidió hacerle sentir donde reside su poder. Cuando fue designado como vice, Boudou levantó el perfil y empezó a moverse dentro del Gobierno como si gozara de una influencia crucial sobre la Presidenta. Durante la campaña, organizó varias cenas con los intendentes del conurbano bonaerense en el quincho del Ministerio de Economía. En esos encuentros les dijo que él iba a ocupar el lugar que había dejado Néstor Kirchner y que desde ese momento debían consultarlo. Esos comentarios los repitió también ante empresarios con aires de superación. Nunca pensó que Máximo se enteraría.

No fue lo único que irritó al hijo de la Presidenta. La saga de recitales junto a “La Mancha de Rolando” durante la campaña y el estilo frívolo y noventista que ostenta el ministro van a contramano de los valores que pregona el líder de La Cámpora. La excursión al programa “Sábado Bus” y la moto Harley Davidson con la que suele moverse por Puerto Madero tampoco encajan. Mucho menos la alocada fiesta de cumpleaños de Boudou en el estudio Del Cielito, con Andrés Calamaro como invitado estelar (ver página 45). Juan Cabandié, el legislador porteño e integrante de La Cámpora, también cayó en desgracia por acompañar a Boudou arriba del escenario tocando la guitarra. Fue el único que se mostró en los shows de proselitismo cool. El resto de la movilizada militancia juvenil K no dio su apoyo porque el hijo presidencial no lo permitió.

Esta semana, Boudou sufrió otro embate que lleva la marca de Máximo, según deslizan en La Cámpora. Cristina lo llamó en público “concheto de Puerto Madero” y luego le dijo que ella “lo había puesto” como vicepresidente. El joven Kirchner en privado suele decir que Boudou es superficial e intrascendente, y critica su origen ucedeísta y liberal.

El banquero Jorge Brito también sufre la estocada de Máximo. El hijo presidencial lo acusa de ser uno de los responsables de la corrida bancaria que llevó al Gobierno a tomar medidas para controlar la compra de dólares por el temor a una fuga de divisas. Además, también carga con el peso de mantener una muy buena relación con Boudou. Icazuriaga fue el encargado de pasarle la información que incriminaría a Brito. Y Guillermo Moreno, el secretario de Comercio, también se ocupó de contar a empresarios y funcionarios que Brito era parte de una corrida.

El secretario de Inteligencia pasó a formar parte del círculo de confianza de Máximo y es quien le acerca las planillas y cintas con escuchas. El hijo presidencial es adicto a la información, como lo era su padre, y se obsesiona con las andanzas de su propia tropa. Quiere saber todo lo que hacen los cabecillas de La Cámpora, Andrés “El Cuervo” Larroque, Juan Cabandié, José Ottavis, Eduardo “Wado” De Pedro y Mariano Recalde, entre otros. Se obsesiona por saber con quiénes hablan por teléfono o en privado, y sobre qué temas. Para eso le pide a la SIDE el cruce de celdas de los teléfonos celulares para saber la ubicación de los espiados. ¿Cómo funciona? Los teléfonos celulares envían una señal a la antena que tienen más cerca. Si dos personas están en el mismo lugar, se activan las mismas antenas. Así, Máximo y su amigo Icazuriaga logran inferir si dos personas estuvieron juntas en un mismo lugar.

Conocedor de los vericuetos de la Inteligencia, el jefe les bajó un mensaje a los soldados camporistas: “Las cosas importantes no las hablamos más por teléfono”. No fue la única orden. Cansado de algunas filtraciones en los medios, luego de las elecciones del 23 de octubre les exigió que no hablaran con nadie: “La orden fue silencio total”, dicen desde la agrupación. A Máximo le molestó que se supiera sobre algunas reuniones que Iván Heyn, al frente de la Corporación Puerto Madero, había tenido con representantes del sector energético. También lo ofuscan los encuentros de “Wado” De Pedro con empresarios. Ambos recibieron el reto del hijo K.

Mínimo

Máximo y sus amigos de La Cámpora están hasta en los detalles más pequeños. Como saben que todas las mañanas la Presidenta mira el noticiero de Canal 7 sin volumen mientras camina en la cinta, lo mandaron a “Carlitos” Figueroa –el notero de “Duro de Domar” y a cargo del área de contenidos del canal– a escribir los zócalos. Figueroa tiene la difícil tarea de prestar especial atención a todo lo que escribe para que Cristina se informe y disfrute de los contenidos guionados por La Cámpora.

Para que conozcan a la Presidenta, Máximo organiza visitas guiadas a la Quinta de Olivos. Fueron los principales militantes de La Cámpora y hasta llegó a improvisar un picadito como en los tiempos de Néstor Kirchner. El que también conoce bien Olivos es Santiago “Patucho” Álvarez, gerente de Noticias de Canal 7 y muy compinche de Máximo. Junto a Larroque, es el preferido del hijo presidencial. “El Cuervo”, reciente diputado electo, cumple con todos los requisitos del militante clásico: look desaliñado, discurso claro y directo, y poder territorial. Su base es Villa Lugano.

Pese a su influencia crucial en la Presidenta, Máximo no posee el carisma de sus padres. Encerrado en sí mismo, apático según sus detractores, teme y odia por igual a los medios, sobre todo al Grupo Clarín. Cultiva un perfil bajísimo, no contabiliza ni un discurso en público –y eso que lidera una agrupación que llenó gran parte de los casilleros del poder– y nunca dio una entrevista. Durante parte de la semana se resguarda en la ventosa Río Gallegos. La única vez que hizo una declaración a los medios fue con el periodista preferido del Gobierno, Horacio Verbitsky, tras la muerte de su padre. Máximo contó cuánto lo había afectado a Kirchner el asesinato de Mariano Ferreyra, el militante del Partido Obrero, a manos de una patota de la Unión Ferroviaria: “Al matar a ese pibe en Constitución también mataron a mi viejo. Estaba indignado. Todos esos tipos tienen que estar en cana”.

Por el caso Ferreyra, el jefe de Gabinete y senador electo Aníbal Fernández cayó en desgracia. Es un secreto a voces en el Gobierno que fue por impulso de Máximo que Cristina le recortó poder a Fernández. Al hijo K no le gustó su actuación como responsable de la Policía Federal en el crimen de Ferreyra. También le pasó factura por los desbordes y las muertes en las tomas del Parque Indoamericano. Cristina escuchó a su hijo y defenestró sin más a Aníbal, hasta entonces el hombre fuerte del Gobierno.

Hugo Moyano, el líder de la CGT, es otro que sufre los embates de Máximo. En la intimidad lo llama “Mínimo”, al igual que algunos camporistas descontentos con su conducción. Al camionero, el hijo presidencial nunca le perdonó la dura discusión telefónica que mantuvo con Kirchner la noche anterior a su muerte, en la que Moyano le recriminó al ex presidente que le hubiera vaciado una reunión del PJ para restarle poder. La vendetta llegó a la hora de armar las listas. Máximo vetó a los sindicalistas que proponía la CGT y en su lugar les dio espacio a los jóvenes. Además, machaca en la cabeza de Cristina para que lo mantenga congelado. A la Presidenta ya no hace falta convencerla: el quiebre de la relación entre el camionero y la Casa Rosada no parece tener retorno.

Más control

Máximo asusta a los camporistas con un rígido seguimiento de sus movimientos. A Ottavis lo retó porque el último fin de semana largo asistió a un casamiento algo ostentoso de un funcionario bonaerense. Además, le recriminó que hubiera constituido una sociedad junto a su novia, la camporista Mayra Mendoza, a la que nombró Mayjo SA, por Mayra y José. A pesar de todo, Máximo lo estima. Con una banca en la Legislatura de la provincia de Buenos Aires, Ottavis se encarga de mantener a raya al sciolismo y le cuenta todo lo que pasa en La Plata. A “Wado” De Pedro, el hijo presidencial lo chicanea por sus negocios agropecuarios en Mercedes, su lugar de origen.

Para que no se le escape nada de lo que sucede en La Cámpora, Máximo acaba de nombrar a un hombre de su confianza para que centralice toda la comunicación. Se trata de Hernán Reibel Maier, un patagónico que estudió periodismo en Córdoba. ¿De dónde cobra su sueldo Reibel Maier? De Aerolíneas Argentinas, la empresa estatal que controlan el camporista Recalde. Tiene oficinas en la sede central de la calle Bouchard, en el microcentro porteño, y desde allí también teje el cerco informativo alrededor de la agrupación juvenil. Desde que se erigió como vocero camporista, todos tienen que consultarlo antes de hablar con algún periodista. Sin su permiso, nadie dice ni una palabra. Lo cierto es que solo los medios oficialistas están permitidos en el manual del nuevo comisario político de Máximo.

La paranoia de Máximo y el férreo control interno sobre sus jefes juveniles tiene una explicación. El hijo presidencial no quiere que se haga público ningún escándalo de corrupción dentro de la agrupación y les pide a todos bajo perfil y austeridad. Pero Aerolíneas Argentinas ya le está empezando a dar dolores de cabeza. Los desmanejos de la empresa llegaron a los titulares de la prensa. Y para colmo, un militante de La Cámpora contratado por Aerolíneas acaba de denunciar que le pedían parte del sueldo para hacer caja.

En todo

Antes de viajar a Caracas, Cristina pasó por Río Gallegos y luego se instaló en El Calafate. En el Sur repasó los últimos cambios para el nuevo Gabinete. Máximo estuvo cerca de la Presidenta en los momentos de la decisión y se mantuvieron en constante comunicación. El hijo presidencial alienta un Gabinete hiperkirchnerista y leal. No quiere traiciones. Además pide lugar para la juventud. En este punto no la tiene fácil. La mala gestión en Aerolíneas Argentinas les cierra algunas puertas a sus amigos. Solo suenan Iván Heyn en reemplazo de Guillermo Moreno y Julián Álvarez, quien podría continuar en la Secretaría de Justicia o ser reemplazado por “Wado” De Pedro.

Un dato que refleja el crecimiento de Máximo es que por primera vez figura en los primeros puestos de la encuesta de los 100 más influyentes del país que todos los años publica NOTICIAS. Está en el lugar número 14 y La Cámpora figura en el 36 y debuta en la encuesta.

En el Sur, Máximo administra los negocios familiares desde la inmobiliaria Sanfelice, Sancho & Asociados. En esa tarea cuenta con la ayuda de Osvaldo Sanfelice, un histórico colaborador en la economía de los Kirchner y amigo del ex presidente. Es el único que puede tomar decisiones sin el consentimiento de Máximo. El hijo K tiene una casa en el sencillo barrio APAP de Río Gallegos, la misma que habitaron sus padres en los '70 y '80. Nunca sale antes de las 10 de la mañana, como pudo constatar NOTICIAS cuando estuvo en Río Gallegos, y siempre vuelve a almorzar a su casa.

Desde que murió el ex presidente viaja cada vez más seguido a Buenos Aires para estar cerca de la Presidenta. Lo hace acompañado de su novia, María Rocío García, quien se ganó la simpatía de su suegra y tiene voz de mando en la estructura familiar. Rocío es odontóloga y también milita en La Cámpora. Es hija de Héctor Marcelino “Chicho” García, quien fue gobernador interino en 1991 y mantenía en esos tiempos una relación difícil con Kirchner.

La pareja este año sufrió el dolor de perder un embarazo. Y ahora estarían buscando nuevamente tener familia. Cuando viajan a Buenos Aires suelen visitar a un ginecólogo que atiende en el barrio porteño de Recoleta. Los vecinos del edificio dicen que son muy atentos.

Además de ser el preferido de su madre, Máximo siempre hizo lo imposible para llamar su atención. Se lo contó en estas palabras la Presidenta a su biógrafa oficial Sandra Russo: “Era un chiquito que para presionarte, vomitaba. Era muy manipulador. Cuando se enojaba hacía fuerza con la panza, desde acá abajo, se ponía todo colorado y puajjj... le salía el chorro como una manguera. Hoy cuando pierde Racing se enoja mucho. Pero ahora dejó de romper controles remotos”.

Máximo es el guardián de Cristina y el heredero de la paranoia que distinguía al ex presidente. Su tarea es tener todo bajo control.

por Nicolás Diana

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