Friday 29 de March, 2024

TEATRO | 07-12-2011 18:40

Detrás de la puerta

“Más liviano que el aire”, de Federico Jeanmaire. Dirección y adaptación: Gabriela Izcovich. Con Betiana Blum y Juan Barberini. En el Regina, Santa Fe 1243.

Gabriela Izcovich hizo una lograda adaptación de la novela de Federico Jeanmaire que ganó el premio Clarín en el 2009, y también dirige con pericia la puesta en escena. La trama es sencilla y conmovedora: una anciana es asaltada por un joven delincuente en el momento de entrar en su casa, pero ya adentro y con toda astucia, ella logra encerrarlo en el baño. Esta es la situación básica sobre la que se va a desarrollar la historia; aunque no lo vemos, sabemos que el joven está furioso por el estruendo que se oye detrás de la puerta; se entiende que está rompiendo todo. Lejos de angustiarse, la anciana se ve radiante; esa inesperada presencia, aun encerrada en el baño, despierta zonas de su ser que tenía sumergidas. Por lo pronto es una compañía y un interlocutor, siempre a través de la puerta, aunque en este caso es un interlocutor marginal, provocador e irrespetuoso.

Sin embargo ella no se ofende, al contrario: quiere educarlo y reformarlo, en realidad quiere adoptarlo. No le ahorra su esquemática opinión sobre las clases trabajadoras y expresa con claridad su pretensión redentora, pero mientras tanto lo hambrea. Nunca vemos al joven delincuente (Juan Barberini) y por momentos cuesta entender lo que dice detrás de la puerta, pero es crucial su aporte al espectáculo por la gracia y la oportunidad de sus réplicas. La construcción que hace Betiana Blum de una nonagenaria es un poco extrema. Sus tonalidades al hablar, que se han vuelto muy características a lo largo de su carrera, resultan por momentos algo forzadas, así como el manejo de su cuerpo, especialmente a la hora de sentarse.

La historia es muy bella: la mujer, que ahora se llama Lita porque el chico la bautizó, recupera las ganas de vestirse y cocinar, sale de compras y tiene planes para su visitante. Se la ve alegre y conversadora; ahora que por fin tiene compañía se permite soñar y beber un licorcito; evoca los grandes momentos de su triste vida, pero por encima de todo rinde culto a su madre, a quien ama y admira, una mujer independiente que quería volar.

La escenografía de Alicia Leloutre es amable: tiene la calidez y la sobriedad propias de una vida solitaria como la de Lita, con un resto de estilo pero básicamente confortable. El vestuario en cambio resulta también algo forzado: los sombreritos pasados de moda y las enaguas involuntarias chocan un poco con el lenguaje perfectamente actual y realista del joven encerrado.

En suma, un bello espectáculo que invita a reflexionar en primer lugar sobre los viejos, seres de aspecto aparentemente insondable pero llenos de sorpresas; y también sobre la capacidad y la voluntad de hacer vínculos, incluso a través de las puertas, las edades y las clases sociales.

por Cecilia Absatz

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