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DEPORTES | 16-12-2011 12:58

La fiebre de salir a correr

La legendaria carrera internacional vuelve a las calles porteñas. El nuevo "vicio" argentino.

El mito nació en 1924, en San Pablo. Se le ocurrió a un periodista brasileño, Cásper Líbero, millonario y fundador de dos diarios deportivos. Se anotaron 60 deportistas, se presentaron 48 y terminaron la carrera 37. Fue el 31 de diciembre, fecha que en el santoral implica el día de San Silvestre, el papa que estuvo al frente de la Iglesia Católica entre principios de 314 y, justamente, el 31 de diciembre de 315, el día de su muerte. Entre 1924 y 1988, la carrera de San Silvestre, cada vez más popular en Brasil y el mundo, empezaba a las 23.30. Arrancaba un año y terminaba al siguiente. El rito de correr por las calles en medio de las Fiestas ni siquiera se interrumpió en la Segunda Guerra Mundial.

Gloria y dolor

En aquellos años eran siete kilómetros pletóricos de contratiempos, incluida una cuesta arriba salvaje. Al principio solo podían correr los paulistas. Y los hombres. Más tarde se permitió al resto de brasileños. En 1945, a los extranjeros. Y en 1975, a las mujeres. En algún u otro momento participaron los mejores corredores del planeta: por ejemplo, en 1953, el checo Emil Zatopek, la Locomotora humana. Lo primero que hizo al llegar a San Pablo, lo cuenta el escritor francés Jean Echenoz en el libro Correr, fue tirar de la cadena del inodoro. Quería saber si era verdad que el agua, en el Hemisferio Sur, giraba en sentido contrario al del Norte. “Mi Dios, es cierto”, se fascinó. Lo segundo que hizo Zatopek antes de la San Silvestre fue comprarse un disco del himno brasileño: la Corrida empezaba con los últimos sones de la canción patria. El cuádruple medallista de oro de los Juegos Olímpicos 1948 y 1952 se lo aprendió de memoria. Corrió y arrasó. Según Correr, entre copas, medallas y premios se llevó 200 kilos de peso extra. Prometió volver al año siguiente. La cortina de hierro no lo dejó. Zatopek, castigado por el régimen comunista, terminaría como recolector de basura en las calles de Praga.

Tampoco Miguel Sánchez, atleta argentino que corrió tres veces en San Silvestre, pudo volver a San Pablo. La última vez del Correcaminos tucumano, como le decían sus compañeros de trabajo del Banco Provincia, fue entre el 31 de diciembre de 1977 y el 1º de enero de 1978. Al día siguiente, Miguel le mandó una postal a su familia y se fue a Punta del Este a participar en otra prueba. Regresó a su casa de Berazategui el 6 de enero. Seis militares lo secuestraron a punta de fusil a las 3 de la madrugada del 8. Desde entonces está desaparecido como otros 34 deportistas argentinos, según la recopilación que el periodista Gustavo Veiga publicó en la segunda edición de Deporte, Desaparecidos y Dictadura. El entrenador de Sánchez era el mítico Osvaldo Suárez, triple rey de la San Silvestre entre 1958 y 1960, único argentino ganador en San Pablo.

La Corrida de San Silvestre, que ahora en Brasil es de 15 kilómetros –y desde 1989 se hace en horas de la tarde–, se extendió al resto del mundo. Siempre el 31 de diciembre, también se corre en Madrid, Barcelona y Salamanca. En el 2010 llegó a Buenos Aires. La del próximo 31 de diciembre a las 16 será la segunda edición de Argentina, ahora auspiciada por esta revista: la San Silvestre de 8 kilómetros por el centro porteño (www.sansilvestrebuenosaires.com).

El desembarco no es casualidad. Desde hace cinco años, el running se convirtió en una silenciosa pasión argentina. Hay carreras por la memoria, como la de Miguel Sánchez. Por fines benéficos. Por empresas que impulsan una vida sana y al aire libre. Por marketing. Y por simple amor al atletismo. De 10 kilómetros, de ocho, de tres y de uno. Para hombres, mujeres y niños. Todos los fines de semana del año, entre mayo y diciembre, las calles de Buenos Aires se llenan de atletas amateurs: en el 2011, solo en Capital Federal, hubo 19 competencias.

Pasión semanal.

Los números son impresionantes. Desde que comenzó la temporada de carreras, casi no hubo sábado o domingo sin actividad en Palermo o Costanera. El calendario estuvo saturado: el 1º de mayo fue el maratón Fundación Nextel, de 10 y 3 kilómetros; el 8 de mayo, el maratón Ucema, de 8 y 3 km; el 15 de mayo, el maratón Accenture, de 10 y 3 km; el 22 de mayo, el 212 Urban Run Carolina Herrera, de 10 km; y el 25 de mayo, las tradicionales Fiestas Mayas, de 10 y 3. Así durante el resto del año, hasta que el 31 de diciembre llegará la San Silvestre, la madre de las carreras urbanas –mal llamadas maratones–, con comienzo y final en el corazón de la ciudad, el Obelisco, y un recorrido que pasará por la Casa Rosada, el Teatro Colón y el café Tortoni.

En el medio de tanta vorágine atlética, el 9 de octubre se corrió en Buenos Aires el único maratón verdadero, el de 42 kilómetros. Lo poco divulgado, sorpresivamente, es que el resplandor de las carreras amateurs de 10, ocho y hasta tres kilómetros es acompañado por un renacimiento del maratonismo profesional en la alta competencia.

Argentina tiene una historia mayúscula. Dos medallistas de oro en los míticos 42 kilómetros: el rosarino Juan Carlos Zabala en Los Angeles 1932 y Delfo Cabrera (De Armstrong, Santa Fe) en Londres 1948. Ese año, en la capital de Inglaterra, se dio un hecho fabuloso: tres argentinos en los primeros diez puestos. Pero entonces comenzó el declive. El último maratonista argentino en un Juego Olímpico fue Oscar Cortínez, en Sydney 2000. Y en mujeres, Sandra Torres, en Atenas 2004. En Pekín 2008 no hubo representantes. Esa sequía se cortará en Londres 2012: el maratonismo argentino está de vuelta.

Entre los hombres ya aseguró su presencia Miguel Bárzola, de Bragado, quien en el 2011 consiguió un tiempo de dos horas y 15 minutos exactos, justo el límite para ingresar dentro de las llamadas marcas A, que dan un pasaje directo a los Juegos Olímpicos. Y entre las mujeres hay tres atletas que este año consiguieron una marca B: la porteña Karina Córdoba, con un reciente récord de dos horas, 38 minutos, 30 segundos; la marplatense Marita Peralta, con dos horas, 38 minutos, 51 segundos; y Raquel Maraviglia, de Junín, con dos horas, 41 minutos. Una de ellas será la representante argentina en Londres 2012.

Todas ellas se entrenan 100 kilómetros semanales, con picos máximos de 190. Son la punta del iceberg de un fenómeno que crece a toda velocidad. A las corridas.

por Andrés Burgo

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