Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 22-12-2011 20:54

Que comience la pelea

Moyano. El jefe de la CGT amenaza la gobernabilidad cristinista como último recurso para no terminar preso.

A juicio de sus partidarios, Cristina, la dueña orgullosa del 54 por ciento de los votos, encarnará por mucho tiempo más la voluntad nacional y popular. En base a esta hipótesis que para ellos no admite duda, quienes tienen el privilegio de integrar su reducido círculo áulico y sus seguidores creen que les ha llegado la hora para aprovechar plenamente el poder que el electorado le ha prestado para aplastar de una vez los focos de resistencia que todavía subsisten en el país. Eufóricos, con Cristina a la cabeza están avanzando en todos los frentes, invadiendo recintos, insultando a sus adversarios y provocando incidentes que hacen recordar los que presagiaron la tragedia de los años setenta. Quieren sacar la máxima ventaja del desconcierto que impera en las filas enemigas para asestarles un golpe de gracia que les deje fuera de combate para siempre. Así las cosas, todo hace prever que nos aguarda una etapa sumamente conflictiva.

Como no pudo ser de otra manera, el resto del país está mirando el espectáculo que el oficialismo se las ha arreglado para montar con alarma creciente. Hace ya dos meses, la mayoría votó por más de lo mismo, por la continuidad presuntamente garantizada por la presencia en el poder de una Presidenta comprometida con la armonía social.

Pocos votaron a favor de una lucha frenética en nombre de una ideología casera que nadie, con la eventual excepción de quienes la confeccionaron, entiende muy bien. Por cierto, aquella mayoría no quería que la Argentina se transformara en un campo de batalla. Tampoco manifestaba mucho interés en permitir que los muchachos entusiastas de La Cámpora ocuparan más “espacios” para que los contribuyentes se vieran obligados a subsidiar sus actividades nada productivas.

De los enemigos a batir, el más peligroso desde el punto de vista de los kirchneristas, y, si bien por motivos distintos, del país en su conjunto, es, claro está, el camionero Hugo Moyano. A primera vista el sindicalista, un hombre cuya imagen pública difícilmente podría ser más antipática, no tiene ninguna posibilidad de frenar a Cristina que, según las encuestas, cuenta con la viva aprobación de una proporción inverosímilmente alta de sus compatriotas, pero de proponérselo podría hacer del país un aquelarre al ordenar a los camioneros bloquear rutas clave por tiempo indeterminado y organizar manifestaciones motorizadas en los lugares habitualmente ocupados por los piqueteros de a pie. Por lo demás, otros sindicalistas, incluyendo a muchos que no lo quieren, estarían más que dispuestos a aprovechar lo que tomarían por una oportunidad para iniciar sus propias ofensivas a fin de recuperar el terreno perdido a causa de este monstruo insaciable que es la inflación. La verdad es que, presionados por las bases, no les quedaría más alternativa.

Como ha sucedido con cierta frecuencia desde la llegada al gobierno de los kirchneristas, Moyano está en la mira no solo por motivos personales, ideológicos, estéticos e históricos, sino también porque maneja dinero que los estrategas de Cristina quisieran ver depositado cuanto antes en la caja que necesitan mantener llena para continuar aumentando su poder. Está en juego una tajada sustancial de los aproximadamente 30.000 millones de pesos anuales que pasan por las obras sociales del sindicalismo.

Los allegados de Moyano tienen buenos motivos para estar convencidos de que Cristina, luego de tratar de conseguir dinero del complejo sojero gravándolo con aquellas retenciones móviles, apoderarse de los fondos jubilatorios privados y echar mano a las reservas del Banco Central, está decidida a privarlos de los fondos que creen suyos para entonces usarlos para, entre otras cosas, disciplinar a los demás sindicalistas, ayudando a los buenos y boicoteando a los malos como ha hecho con éxito evidente para asegurarse apoyo político y, si bien hasta ahora los resultados han sido un tanto decepcionantes, mediático. A partir de medidos del 2003, el método sencillo de “construir poder” así supuesto ha funcionado maravillosamente bien; los kirchneristas seguirán empleándolo para domesticar la corporación sindical para que en adelante se resignara a desempeñar el papel subalterno que le tiene reservado el relato oficial.

Desgraciadamente para Cristina, y para muchos otros, el inicio de la ofensiva contra Moyano y todo cuanto a ojos de los kirchneristas representa el camionero ha coincidido con un cambio preocupante de la coyuntura económica tanto nacional como internacional. Está por terminar la época de las vacas gordas; hay que prepararse para una de animales flacos, cuando no esqueléticos.

Por razones pragmáticas, pues, a los kirchneristas les hubiera convenido postergar las hostilidades hasta nuevo aviso, ya que sin la colaboración de la CGT no les será del todo fácil hacer frente a los desafíos que les esperan. Aun cuando “el mundo” se comportara como corresponde, al Gobierno le sería forzoso apretar los cinturones ajenos porque se acerca la fecha de vencimiento del “modelo” que los Kirchner heredaron de Eduardo Duhalde, pero ocurre que la economía planetaria podría estar a punto de hundirse en una crisis prolongada; en tal caso, los cortes tendrían que ser aún más profundos y dolorosos.

Puede que la jefe del FMI, la francesa Catherine Lagarde, haya exagerado al dar a entender que el mundo corre peligro de caer en una gran depresión equiparable con la de los años treinta del siglo pasado, pero los presagios distan de ser alentadores. La Unión Europa está atrapada sin salida evidente en un esquema que es aún más rígido que el supuesto por la convertibilidad, los Estados Unidos crece con lentitud exasperante, Brasil enfrenta la posibilidad de una recesión y China podría estar por frenarse de golpe. Para hacer aún menos gratas las perspectivas, hay motivos para temer que el Oriente Medio esté en vísperas de una guerra en gran escala y la muerte del dictador estrafalario de Corea del Norte podría convulsionar al Oriente Extremo. No cabe duda de que el “viento de cola” que tanto ha beneficiado al país dejará de soplar con la fuerza de antes, lo que planteará problemas adicionales a un “modelo” que ya está en apuros. Tanto el Plan Austral como la Convertibilidad naufragaron debido no solo a la negligencia de gobiernos excesivamente proclives a anteponer lo político a lo económico sino también al deterioro abrupto de la situación internacional. ¿Tendrá mejor suerte “el modelo” de Cristina? Dadas las circunstancias, cierto escepticismo es legítimo.

Así, pues, el Gobierno no ha elegido un momento muy oportuno para librar una guerra contra la corporación sindical. Aun cuando, con la ayuda de jueces severos, lograra marginar a Moyano por un rato, acusándolo de enriquecerse a costa de los afiliados, tendría que vérselas con un ejército de camioneros enfurecidos y también con otros gremialistas que entenderían que, a menos que hicieran gala de obediencia debida, subordinándose por completo a la voluntad de la Presidenta y sus acompañantes, compartirían el mismo destino.

Por lo demás, los compañeros de la “rama sindical” del movimiento gobernante contarán con la simpatía, aunque no necesariamente con la ayuda inmediata, de muchos militantes peronistas, entre ellos los intendentes del conurbano bonaerense, que por motivos comprensibles son reacios a dar varios pasos al costado para que los desplacen los enfervorizados muchachos cristinistas. Por cierto, Moyano no es el único que se siente impresionado por la voracidad de quienes esperan verse beneficiados por la varita mágica presidencial que transforma todo en oro.

Las alternativas de la batalla entre Cristina y Moyano, mejor dicho, entre el poder político actual y el sindicalismo peronista, además del desenlace, dependerán en buena medida de cómo evolucione el para muchos misterioso carisma de la Presidenta. Si resulta que está a prueba de ajustes, de la inflación, de una ralentización del ritmo de crecimiento y de la crispación social que provocaría una ola de paros, sean estos extorsivos o legítimos según las pautas flexibles oficiales, al Gobierno le sería dado liquidar el poder acumulado a través de décadas por los hombres de la CGT. En cambio, si el carisma presidencial pronto comienza a esfumarse, los sindicalistas no tendrían demasiados motivos para preocuparse.

Aunque en principio no solo los kirchneristas sino también virtualmente todos los opositores quisieran ver desmantelado el sistema gremial corporativista que construyó el en aquel entonces coronel Juan Domingo Perón, estos preferirían que los encargados del desguace lo hicieran con el propósito de poner fin a lo que consideran una concentración peligrosa de poder, no con el de permitir a un gobierno que ya ha acumulado demasiado fortalecerse todavía más.

Así las cosas, muchos que según parece tienen aún menos en común con Moyano que Cristina se sentirán tentados a solidarizarse con una de las escasas personas que se ha animado a desafiarla, erigiéndose de tal modo en defensor inesperado del pluralismo en una sociedad gobernada por personajes tan intolerantes que ni siquiera procuran ocultar su voluntad de imponer el pensamiento único.

* PERIODISTA y analista político,

ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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