Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 29-12-2011 17:16

Detrás del shock

Cómo vivió el diagnóstico que puede comprometer a su gobierno. Navidad negra en el Sur y desahogo: “Quizás Él me está llamando”.

Cuando Cristina Fernández embarcó el jueves 22 para pasar la Navidad en Río Gallegos, ya conocía el diagnóstico, aunque no la fecha de su operación. Le habían hecho la punción que confirmaba el cáncer de tiroides. Y el propio médico presidencial Luis Buonomo había convocado de urgencia al oncólogo Pedro Saco que revisó los estudios previos: “Es cáncer, no hay que usar eufemismos”, sinceró las cosas de entrada con la Presidenta.

A las pocas horas de toparse con la novedad –alrededor de las nueve de la noche–, Cristina ya estaba instalada en la casa de su cuñada Alicia Kirchner: allí la esperaban su hijo Máximo y la nuera, Rocío García, y sus sobrinas Romina y Natalia Mercado con sus respectivos maridos. Ella llegó acompañada de Florencia y su perro. La idea era festejar el nacimiento de su sobrino nieto, Néstor Ricardo, hijo de Natalia. Aún conmocionada, Cristina no quiso ensombrecer el clima de la reunión.

Recién al día siguiente Alicia se enteró por boca de Cristina del mal diagnóstico. Estaba tranquila, convencida de que la vida le había puesto frente a otro desafío y que iba a tratar de superarlo, como siempre. Eso le dijo. El día anterior, en cambio, con sus amigos y asistentes Carlos Zannini y Héctor Icazuriaga, se había permitido ironizar amargamente: “¿Qué otras prueba me falta atravesar, ¿o será que Él me está llamando?”, se habría quebrado por un instante después del shock del diagnóstico.

El sábado 24, Máximo llegó a la casa de Río Gallegos, se bajó de su Honda Civic y, en menos de 10 minutos, salió de la residencia junto a Cristina, Florencia y Rocío. Según la crónica de la agencia independiente OPI Santa Cruz, Máximo, sorpresivamente, se dirigió a la Costanera local y recorrió todo su trayecto a baja velocidad durante más de una hora. Siete camionetas de la seguridad presidencial escoltaban al vehículo familiar. El jefe de la custodia, Diego Carbone, tuvo que pedir a los periodistas que evitaran el seguimiento. La apreciación del fotógrafo Francisco Muñoz al ver luego las imágenes del auto en la computadora fue bien descriptiva: “Cristina salió de la casa sin maquillaje, a cara lavada, pero todos estaban serios (no enojados)… como preocupados”, cuenta OPI en su portal. ¿Habrá sido el momento de la comunicación a sus hijos? Nadie confirma la versión, pero a la mañana del domingo 25, dos ministros del Ejecutivo se enteraron de las malas nuevas por medio de llamadas telefónicas desde Santa Cruz.

Cristina entendió de entrada que la noticia no se podía ocultar. A los cinco días de que le fuera confirmada a la Presidenta y comunicada al núcleo familiar –su cuñada Alicia, sus hijos Máximo y Florencia, su hermana Giselle y su madre Ofelia Wilhelm, en ese orden–, el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, redactó el comunicado que aprobó Cristina y leyó Alfredo Scoccimarro el martes 27. La puesta en escena fue perfecta desde el punto de vista comunicacional, un viraje brusco respecto de los ocultamientos y pistas falsas que matizaron las distintas dolencias de Néstor Kirchner. Esta vez, la noticia ni siquiera fue atenuada en su impacto dramático. La Presidenta debía operarse de un cáncer tiroideo y tomar una licencia de 20 días para el tratamiento radiactivo posterior. Nada menos.

Es decir: antes de asentarse el nuevo funcionamiento del Gobierno, y a menos de un mes de haber asumido, había que recurrir al esquema sucesorio previsto por la Constitución Nacional y convertir a Amado Boudou en presidente en ejercicio. La Presidenta lo asumió con llaneza y dio a entender que dejaría encargos a todos, además de suspender las vacaciones de los funcionarios que soñaban con tomarse la primera quincena de enero.

Lo que viene

La dimensión política de una enfermedad presidencial suele poner a prueba cualquier esquema de poder. Sobre todo a uno convalidado hace dos meses por el 54% de los votos que le permite a Cristina gobernar prácticamente sin oposición y usarlo discrecionalmente en ajustar cuentas con sus enemigos reales o supuestos, actuales y futuros. Así es como empezaron a funcionar las cosas desde el 10 de diciembre y hasta había provocado el estupor en algunos de sus ministros. Julio De Vido, Débora Giorgi, Hernán Lorenzino y hasta el mismo Boudou, por ejemplo, se sorprendieron por el hiperactivismo de Cristina después de la asunción. Cada uno a su turno admitió ante sus circunstanciales interlocutores empresarios –y alguno que otro sindicalista antimoyanista– que la estrategia presidencial exacerbaba la propia fricción interna. Pero Cristina pedía hasta la obsesión que todo pasara por ella.

“Si se hace todo rápido porque se dispone de todo el poder, corremos el riesgo de dividirlo todo rápido antes de ejercerlo”, se atrevió a traducir uno de los principales referentes del Frente para la Victoria en Diputados. Pero ese temor interno, ante la proliferación de batallas de entrecasa –de Moyano con la Presidenta, de Echegaray contra Moyano, de los intelectuales de Carta Abierta entre sí, de los funcionarios de Economía contra Guillermo Moreno y de Moreno contra Débora Giorgi, del vicegobernador Gabriel Mariotto contra Daniel Scioli y de los intendentes contra La Cámpora– se agigantó ante el shock producido por la enfermedad presidencial.

La estrategia ordenada por la Presidenta de cercar agresivamente otros liderazgos internos como el de Hugo Moyano o Scioli –potenciales cuestionadores del unicato oficialista–, o la táctica de reposicionar al Grupo Clarín como el principal conspirador externo –a través de una escalada de presiones contra sus principales negocios–, se desarmó en el mismo instante en que los médicos detectaron el cáncer de tiroides en el cuello de Cristina.

“Es muy duro que un día te conviertan en reina y al siguiente ni sepas cuándo terminará tu mandato”, dramatizó un ministro perplejo ante la fragilidad del mando personalista que un día parece controlarlo todo y luego fragmenta su propia base de poder. Ese ministro, postergado en la última reorganización del Gabinete, no quiere pensar, por supuesto, en la alternativa de la acefalía: no simpatiza con Boudou ni con ninguno de sus amigos en el Gobierno.

Ajeno a las disputas entre fracciones internas, otro de los ministros “cristinistas”, vinculado al área educativa, se plantea, sin embargo, un escenario optimista: “La enfermedad de la Presidenta va a generar una corriente de simpatía y solidaridad en la población y eso mismo va a aliviar las tensiones internas –observa–. No es momento para que Moyano salga a la calle o para que Scioli y Mariotto ventilen sus diferencias”. De hecho, amortiguó el impacto de la millonaria compra por parte de Cristina de dos departamentos y ocho cocheras en un complejo de Puerto Madero por un valor de 14 millones de pesos.

El escenario alternativo a una Presidenta blindada es el que puede resultar del poder del quirófano. “Según los médicos, hay un 90% de posibilidades de que la operación y el tratamiento posterior sean exitosos y de que la Presidenta emerja intacta para gobernar a fin de enero –conjetura un economista ligado a La Cámpora–. El 10% es pequeño en la proyección, pero fatal en su posibilidad. ¿Quién puede creer en que este golpazo no dejará huellas en la Presidenta después de todo lo que le tocó soportar?”.

La pregunta es oportuna si se contabilizan los episodios traumáticos que afectaron a Cristina desde la muerte de Kirchner hace más de un año: en agosto pasado viajó de urgencia a Río Gallegos porque su nuera Rocío había perdido su embarazo de tres meses; en octubre, debió suspender sus actividades al enterarse de la muerte de Elvio Macchia, pareja y colaborador de su cuñada Alicia, la ministra de Desarrollo Social. El martes 20, según ella misma contó, se le cortó la respiración y casi se desvanece cuando le llevaron la noticia de que su colaborador Iván Heyn se había ahorcado en la habitación del hotel en medio de la Cumbre de Presidentes del Mercosur donde ella misma asumía la presidencia pro témpore.

Las internas.

La enfermedad y sus riesgos pone en suspenso el personalismo del poder. Porque detrás de la casi inédita concentración de poder, al menos desde la restauración democrática de 1983, el segundo hombre fuerte de la Presidenta es Moreno, que tiene bajo su control el INDEC, el Mercado Central, el mercado cambiario, la Sindicatura General de la Nación, la causa contra Papel Prensa, la Comisión Nacional de Valores, al ingeniero José Sbatella de la UIF y suficientes influencias como para aprobar o tachar los millonarios créditos subsidiados del Bicentenario. O sea, el gigantismo presidencialista no evita a los supersecretarios. De hecho, terminó reduciendo bruscamente el radio de acción del presunto ministro de Economía Hernán Lorenzino, en realidad secretario de Finanzas, y recortó su gestión a los temas financieros y de deuda. Pero a la vez el morenismo constituye una de las escasas bases de apoyo para la gestión sustituta de Boudou hasta el 24 de enero. Cristina suele maltratarlo y desjerarquizarlo en público, pero confía en su ambiciosa lealtad: se reconcilió con él después de que la llamara “la concheta de Tolosa” en una comunicación interceptada por la Secretaría de Inteligencia, y Cristina le devolviera la chicana con un obvio “concheto de Puerto Madero”. Ahora, la Presidenta es propietaria de dos departamentos en el mismo edificio de Boudou en ese barrio. Como se ve, el vice desató un elevado debate interno en el frente gobernante.

Más allá de alineamientos y facciones internistas, los hombres de Gobierno no ocultan un temor visceral por la falta de peso político del vice. El impacto fue, en las primeras horas, paralizante. Los ministros fueron informados de a uno el mismo día de la cadena nacional de Scoccimarro, incluido Boudou, el reemplazante. Casi nadie aceptó hablar en on, ni siquiera para transmitir la consternación ante la enfermedad presidencial. Cristina, el miércoles 28, comunicó que viajaría a Santa Cruz para celebrar la llegada del nuevo año y que regresaría el lunes 2 para prepararse hasta la intervención del 4. El país político y económico estará pendiente de la suerte presidencial. Ya se prepara una vigilia de oraciones con la intención de remedar el masivo seguimiento popular de la salud de Eva Perón en 1952. “Me toca afrontar estas pruebas y las tomo como lo que son, no es tan fácil abatir a una luchadora. Y lo voy a seguir siendo, no se preocupen”, arengó a sus asistentes más directos. Lució confiada, entera.

Pero cada sistema político tiene sus reglas: la monarquía incluye a sus sucesores predeterminados, pero la democracia presidencialista se pone a prueba con la concentración del poder en un solo liderazgo. Esa angustia colectiva estallará en enero. ¿El poder total no será en el fondo más frágil de lo pensado? En su época de esplendor, sin embargo, no perdona. Puede dar fe, por ejemplo, el intelectual prokirchnerista José Pablo Feinmann, quien tuvo el poco tacto de utilizar el adjetivo "chorros" para referirse a la pareja presidencial, no para denostarla por supuesto, sino para decir que no le resultaba fácil apoyarlos en su proyecto de transformación nacional y popular. Feinmann rogó en público todo tipo de aclaraciones y desmentidas que una filmación de sus dichos llevó al ridículo.

Como la confrontación se ha trasladado de hecho al interior del kirchnerismo, con sus respectivas extensiones peronistas, cristinistas y hasta camporistas, nadie quiere siquiera imaginar lo que sería perder el factor aglutinante que decide todo y controla más. Pero ese escenario es impensable: "Me quedo con una Cristina obsesiva y no con un caos de conducción", observa un funcionario de Economía cercano a Boudou.

Boudou: Recelos de gabinete

Salvo la Presidenta, casi ninguno funcionario importante lo traga. De modo más o menos explícito, Carlos Zannini, Julio De Vido, Alberto Sileoni y Luis Barañao -cada uno con visiones peronistas diferentes- han descalificado en privado a Amado Boudou, más por una “cuestión de clase” que por sus improbables discrepancias ideológicas. Sin embargo, su atractivo ante la “juvenilia” kirchnerista parece que es infalible, según quedó demostrado en la campaña electoral: a eso apuesta Cristina Fernández. Sin embargo, uno de sus secretarios más cercanos se dedica desde el martes 27 a instruir a funcionarios del Senado y de la Secretaría General de la Presidencia para que establezcan un sistema de controles sobre los movimientos del Presidente sustituto. La orden es limitar su nivel de exposición durante los 20 días previstos y no perder de vista sus contactos y declaraciones políticas.

“Me están destrozando”, le confió el vice a uno de sus amigos nombrados por Hernán Lorenzino. Aludía a las disputas internas en las que siempre queda descolocado: en La Cámpora desconfían y en la CGT moyanista -que sostuvo su frustrada candidatura porteña- no lo aceptan por concheto. Él ha dicho que replicará a todos sus críticos con trabajo y disciplina y que se ganará el rol de principal interlocutor político del Frente para la Victoria en el Senado. Claro, nunca pensó que se enfrentaría al actual brete: “No solo no te dejo ir de vacaciones, sino que me vas a reemplazar cuando me tome 20 días de licencia por enfermedad -lo intimó la Presidenta-. Así que...preparáte!”. Confiesa que se asustó un poco y que se sintió abrumado. Ahora promete bajo perfil y sometimiento a la voluntad presidencial aún durante el tratamiento que seguirá a la intervención.

Pero en la casa de Gobierno tiemblan ante la sola posibilidad de que la estadía de Boudou se prolongue más allá de lo deseable. “Ahora hay que encomendarse al poder del quirófano”, rogó uno de los secretarios de Estado que más frecuenta a la Presidenta.

Puerto Madero: Pisos de CFK

La semana había comenzado con una noticia que dejaba mal parada a la Presidenta. El martes 27, el periodista Francisco Zoroza reveló en el diario Libre que Cristina Fernández compró un piso de 9 millones de pesos en Puerto Madero. Según consta en el Registro de la Propiedad Inmueble, la jefa de Estado adquirió una unidad de 400 metros cuadrados en el edificio Madero Center, uno de los más caros del emblemático “barrio de conchetos”, tal como la propia Cristina lo había definido a fines de noviembre. Lo hizo a través de la sociedad anónima Los Sauces, dedicada a los negocios inmobiliarios de la familia Kirchner, En ese mismo edificio, vive el vicepresidente Amado Boudou y el empresario patagónico Cristóbal López. En la zona el metro cuadrado cotiza  los 5.000 dólares. La Presidenta es dueña del 45% de las acciones de Los Sauces, el otro 45 pertenecía a su esposo y el 10 restante a su hijo Máximo.

Al día siguiente, Clarín publicó que la viuda de Kirchner además había adquirido otro departamento de 200 metros cuadrados y ocho cocheras de 35.000 dólares en el mismo edificio, lo que elevaría la inversión presidencial a más de 14 millones de pesos.

Durante el fin de semana de Navidad, el filosofo K José Pablo Feinman se había aventurado en un reportaje con La Nación con una frase inoportunamente premonitoria: “Es muy difícil adherir al gobierno de dos millonarios que te hablan de hambre”.

En su última declaración jurada ante la Oficina Anticorrupción, del 2010, la Presidenta declaró un patrimonio de 70.500.000 pesos y 27 propiedades.

En la agenda informativa, el anuncio del secretario de Medios, Alfredo Scoccimarro, sobre la intervención quirúrgica a la que deberá someterse la Presidenta el 4 de enero sepultó los datos más incómodos que surgieron sobre sus bienes desde que murió Néstor Kirchner.

por José Antonio Díaz

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