Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 12-01-2012 16:32

Detrás del falso positivo

La furia de Cristina por las torpezas de su entorno. La historia que sus médicos tienen prohibido contar.

Haber llegado puntualmente al Hospital Austral a la hora fijada para operarse, el 4 de enero, fue otra muestra de que "es una paciente ejemplar”, de acuerdo a como la describe en off the record a NOTICIAS uno de los médicos que la atendió. Fue siempre respetuosa de la voz médica, cuidadosa de su salud como jefa de Estado, “expresó sus dudas como lo hace cualquier paciente”. El mayor problema fue, tal y como surge de diversos testimonios recogidos por esta revista, la manera en que se comunicó la situación de Cristina Fernández a los medios, y qué decisiones tomó el médico encargado de la Unidad Médica Presidencial, Luis Buonomo.

El 22 de diciembre a la noche, el vocero Alfredo Scoccimarro anunció que, durante la realización de estudios de rutina, “se detectó la existencia de un carcinoma papilar en el lóbulo derecho de la glándula tiroides”. Lo que quedó fuera de ese comunicado fue una palabra, una sola palabra, fundamental a la hora de comprender lo que sucedió 18 días después: el cáncer que devino súbitamente en un no-cáncer.

“Compatible” es la palabra olvidada que desató luego el escándalo. “Citología compatible con carcinoma papilar de celulares foliculares”, rezaba textualmente el informe del estudio que habían hecho los especialistas del centro de estudios Diagnóstico Maipú. Un solo término que encerraba, aunque los voceros del Gobierno lo obviaron, algo que para cualquier enfermo es fundamental: la posibilidad de que la lesión hallada a partir de la realización de la biopsia aspirativa con aguja fina no fuera el tan temido cáncer.

¿Por qué no haber hecho una conferencia de prensa con los especialistas involucrados en el caso hasta ese momento? O, al menos, una en la que uno de ellos pudiera explicar qué involucraba el diagnóstico. De hecho, ni siquiera el mismo Buonomo se supo poner frente a los micrófonos para hablar en términos precisos, tal y como se esperaría de un médico de cabecera.

Con una rapidez que podía ser vista como síntoma de agilidad decisoria (o como indicador de una gravedad ocultada), ese mismo 22 de diciembre se anunciaba que la Presidenta sería operada el 4 de enero, con fiestas y feriados de Año Nuevo en medio de la cuenta regresiva. ¿Era necesario tanto apuro? ¿Se justificaba? Si alguien apela a la palabra cáncer, seguramente sí. Si alguien informa, correcta y específicamente, que el diagnóstico sugiere la existencia de un cáncer pero no lo confirma con un 100% de exactitud, las corridas no tenían sentido. Menos, cuando ese cáncer es de muy lento crecimiento y desarrollo, tal y como lo aclaran los más respetados especialistas locales y mundiales.

Aunque sea más fácil juzgar la realidad con el diario de mañana, lo cierto es que desde un principio hubo un grupo de especialistas que sabía que había que esperar para tener un diagnóstico definitivo. Siempre, la voz final de lo que sucede la tiene el estudio de tejidos que se hace luego de la operación, aclaraban algunos especialistas por lo bajo. Pero ni Buonomo ni Scoccimarro lo dijeron; jamás advirtieron que podía haber una sorpresa. Buena sin dudas, pero que apenas fue enunciada permitía plantearse interrogantes serios: ¿Era necesario operar a la Presidenta? ¿Podría haberse obviado la extracción completa de su tiroides?

La desinformación

En el Hospital Austral no están para nada contentos con cómo terminó lo que podría haber sido la mejor publicidad para una institución médica: atender (eficientemente) a un jefe de Estado. Los errores en la comunicación, las exageraciones, las idas y vueltas; y, finalmente, la rápida reacción de Presidencia por intentar orientar las culpas hacia el Centro de Diagnóstico Maipú y al Hospital Austral, generaron un malestar que incluso chocó de frente con las órdenes del Ejecutivo. Cuando se conoció que finalmente Cristina no padecía un tumor maligno, los encargados de la comunicación del Austral propusieron que se realizara una conferencia de prensa con la posibilidad de hacer preguntas, de la que participaran Luis Buonomo y Pedro Saco, el cirujano experto en cabeza y cuello que la operó, como máximos responsables de la intervención. La respuesta fue terminante: “A la comunicación la manejamos nosotros. Así fue cuando la Presidenta estaba internada y así seguirá siendo”.

Desde el Gobierno, se habían dado órdenes expresas de que no se filtrara desde ningún punto de vista quiénes eran los integrantes del equipo médico de Saco. La razón era muy sencilla: “Siempre es más fácil controlar que no hable una persona, que hacerlo con ocho”, resumían con sentido común. Lo cierto es que querían evitar lo que finalmente sucedió: que la opinión de algún miembro del equipo de Saco contradijera o, al menos, pusiera en duda, la certeza absoluta (aunque errada) que caracterizó a la comunicación K.

El miércoles 11, el hospital emitió un comunicado para relativizar la versión que afirmaba que la citóloga Melisa Lencioni había mostrado un matiz de desacuerdo con el diagnóstico inicial de carcinoma papilar, comentando que no aseguraría que se tratara de ese tipo de lesión (Ver Recuadro). Desde el propio Austral habían confirmado horas antes (y en estricto off the record, como casi todo lo que se supo en estos días), la existencia de esa diferencia de opiniones.

No obstante, el comunicado del Austral dice que “no había elementos suficientes surgidos del examen y de la revisión de los preparados de la biopsia citológica realizada a la Sra. Presidenta de la Nación que obligaran a modificar el diagnóstico inicial de carcinoma papilar ni la indicación de la cirugía programada”.

La mordaza gubernamental que se había aplicado hasta ahora se materializaba en la oficina del propio Saco. Esa misma tarde, dos miembros de la Unidad Médica Presidencial entraron al despacho que el prestigioso cirujano tiene en el hospital donde operó a Cristina y durante toda la tarde redactaron el comunicado que se envió por la noche a los medios. Se sabe: el relato siempre debe ser contado por los K.

Nervios políticos

A Cristina la desquiciaron dos párrafos de dos notas de Clarín del domingo 8. Ambas sugerían que la Presidenta había sido operada en vano. Para la viuda de Kirchner, se había traspasado un límite al especular en torno a su salud. “Entiende que lo hagan con temas económicos y políticos pero no les perdona que puedan hacerlo también con situaciones delicados como estas”, le dijo a NOTICIAS un hombre que se encarga de amplificar la mirada de la Presidenta. Furiosa por las repercusiones del sorpresivo cambio de diagnósticos, Cristina convocó esa misma mañana a la residencia de Olivos a Oscar Parrilli, Alfredo Scoccimarro, Luis Buonomo y Pedro Saco para dar a conocer el informe médico del Centro Maipú. “Están instalando algo que es mentira. Dicen que ocultamos información. Yo quiero hacer públicos los exámenes”, les dijo.

En el Gobierno, los funcionarios más cercanos a la Presidenta repiten que no hubo un error y que se hicieron todas las consultas que podían hacerse. Solo los que integran las segundas líneas admiten que, como en todos los casos, esta vez el kirchnerismo no tuvo en cuenta las segundas opiniones. Una de las versiones indica, por ejemplo, que luego de conocer los resultados de la biopsia hecha el 22 de diciembre, fuentes expertas cercanas al Gobierno le habrían sugerido al médico presidencial que pidiera un segundo análisis en medios especializados de los Estados Unidos. Algo que suena más que lógico. Algo que cualquier endocrinólogo admite como una actitud normal en una persona a la que se le diagnostica un cáncer. Y así, con un solo diagnóstico (hasta ese momento), se le anunció a la Argentina (y al mundo) que la Presidenta tenía un carcinoma.

Precisiones necesarias

En rigor de verdad, los expertos saben que la anatomía histopatológica es la única que tiene una certeza casi absoluta, y que había que esperar. “Siempre les decimos a los pacientes que la biopsia dio como resultado que tiene un carcinoma papilar pero que el diagnóstico definitivo va a estar dado por la anatomía histopatológica”, explica el endocrinólogo Marcos Abalovich, presidente de la Sociedad Latinoamericana de Tiroides. “Cada caso es diferente, cada paciente es él y su nódulo, por eso tenemos en cuenta elementos clínicos, antecedentes familiares, las conclusiones que nos brinda realizar una exhaustiva palpación clínica del nódulo”, agrega Abalovich, que adem´´as es jefe dela Sección Tiroides de la división endocrinología del Hospital Durand.

Los especialistas analizan, por ejemplo, si este último es muy duro, o muy grueso, si está creciendo con mucha rapidez. No se trata solo de efectuar una biopsia, sino de conocer y de tener en cuenta la historia clínica de la persona. Nadie evalúa solamente un aspecto. A menos, claro, que la persona que lleva el caso no sea un especialista. “La tiroides es muy traicionera”, dice al menos tres veces el especialista que atendió a la Presidenta y que conversó con NOTICIAS.

Lo cierto es que aun cuando los resultados de la biopsia aspirativa con aguja fina haya sido luego desmentido por el estudio histopatológico hecho tras la operación, ese falso positivo es esperable, muy poco probable pero factible. Los profesionales entrenados en tiroides lo saben, “y su deber es esperarlo”, agrega el especialista que atendió a Cristina.

El análisis de resultados que abarcaron a más de 18.000 biopsias de varios centros especializados en cáncer de los Estados Unidos revela que la PAAF (la sigla con la que se conoce a este tipo de biopsia) tiene un promedio de falsos negativos del 5%, y un 3% de falsos positivos. El MD Anderson por ejemplo (considerado uno de los tres mayores centros oncológicos a nivel mundial), reportó un 7% de falsos positivos (justamente, casos de adenoma folicular diagnosticados como carcinoma papilar, como en el caso de la Presidenta), y el programa nacional de bocio nodular de la Argentina arroja un 4,2% de falsos positivos. Los llamados falsos positivos son una realidad en todo el mundo, y tienen que ver con que el PAAF es un “excelente estudio”, aunque no infalible.

Un comunicado enviado a NOTICIAS por los voceros de Diagnóstico Maipú aclara que: “Diagnóstico Maipú es un centro ambulatorio que no trabaja con una comunidad cerrada, como podría ser una clínica, es decir que recibe al paciente en forma ambulatoria, realiza el diagnóstico y el paciente continúa su tratamiento con sus médicos. Por este motivo, resulta difícil o imposible mantener un registro riguroso de cuál fue el diagnóstico final obtenido luego de ser comprobado con los resultados histopatológicos. Lo que sí puede afirmar es que no ha tenido conocimiento hasta el momento de un falso positivo de tiroides”.

El comunicado fue enviado para aclarar la sensación que había provocado la difusión de declaraciones en el sentido de que era la primera vez que el centro tenía un diagnóstico de falso positivo. Había pasado ya una semana desde la operación de Cristina, y las aclaraciones de las aclaraciones seguían circulando. Si la comunicación hubiera sido clara desde un principio, tanto aclarar que oscurece no hubiera hecho falta.

Cuestiones técnicas

¿Qué miran los patólogos cuando están frente a una biopsia de aguja fina? Cómo es el núcleo de las células, qué forman y tamaño tienen las mismas, cómo se disponen. Pero además los especialistas observan el fondo, el lugar adonde están esas células, y ese

background es el que muchas veces es muy similar de lesión a lesión.

“La tiroides tiene por un lado lesiones benignas y por el otro tumores muy agresivos, más raros. Pero una gran parte incluye a una enorme cantidad de lesiones muy sutiles”, dice un patólogo experto en tiroides a NOTICIAS. En el análisis de este tipo de estudios hay mucho de subjetivo, mucho de la mirada de quien esté estudiando la muestra bajo el microscopio. “Es difícil que todos los participantes en un estudio de estas características se pongan de acuerdo, exceptuando la benignidad de una célula impoluta o la malignidad en casos muy agresivos y extremos”, agrega otro patólogo. Por eso se usa el término “compatible con” o “vinculado a”, cuando se observan alteraciones nucleares que se relacionan con un cáncer.

¿Operar o no?

“Para qué sirve este estudio”, preguntó la Presidenta cuando supo que tenía que hacérselo. “Para determinar si hay que operar o no”, le explicó el médico, que observaba cómo Cristina Fernández seguía trabajando inclusive en medio de su tratamiento. Y es que eso es para lo que sirven, primordialmente, estos estudios a los que ahora parte del entorno presidencial les echa la culpa: para saber si alguien va a ir al quirófano o no.

Como lo que se le descubrió a la Presidenta fue un Adenoma folicular, la indicación del Consenso de Bethesda del año 2007, indica que las lesiones que tengan al menos un grado IV (un tumor folicular) son operables, porque alcanzan una presunción del 30% de riesgo de malignidad. Aunque el margen de error del 2% no hubiera arrojado un diagnóstico inicial compatible con carcinoma, a CFK le habrían extraído su tiroides.

“Si, como reconocen ahora distintos especialistas, la biopsia dejaba un margen de un 2% de posibilidades de error –eso que eufemísticamente se denomina “falso positivo”– exactamente eso es lo que debería haberse comunicado a la paciente y a la población, puesto que para el sujeto en cuestión las posibilidades de caer de un lado o del otro de la estadística son siempre el 50% y el 50%”, reflexiona el filósofo Silvio Juan Maresca.

“O sea –concluye Maresca– que el problema no es de la medicina –disciplina empírica basada en conocimientos científicos que, sin embargo, jamás puede ir más allá de certezas probabilísticas– sino del discurso de los médicos, que suele deslizarse subrepticiamente hacia la enunciación de certezas de tipo metafísico-religioso.”

El que, finalmente, la extracción de la tiroides sea un hecho que ningún experto discute a la luz de los diagnósticos ahora conocidos, es algo que seguramente deja más tranquila a la Presidenta, a su familia, a cualquier argentino razonable que se alegra de que su presidenta no tenga cáncer. El problema es que, hasta ahora, los mensajes emitidos por los responsables de anunciar las novedades vinculadas con la salud presidencial no han sido siempre tranquilizadores.

Ignorado. Otro diagnóstico

Son pocos los que se atreven a cuestionar el discurso del Gobierno cuando, de algún modo, están involucrados con él. Y, menos aún, los que opinan diferente y logran trascender las gruesas paredes oficiales. La citóloga experta en anatomía patológica, Melisa Alejandra Lencioni, fue quien alzó la voz para expresar que ella no “hubiera sido tan terminante” a la hora de afirmar que la Presidenta padecía un cáncer en su tiroides. Si bien es cierto que ella coincidía en que la operación era necesaria, su opinión no habría sido tomada en cuenta. Lencioni es miembro del equipo médico de confianza de Pedro Saco, el cirujano que operó a Cristina el miércoles 4. Además, es jefa de Residencia del Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Posadas y tiene su propio laboratorio en Ramos Mejía. Si bien en off the record en el Hospital Austral confirmaban que la opinión de Lencioni era distinta de la del primer diagnóstico y que ella lo expresó el 29 de diciembre –dos días después de que Alfredo Scoccimarro anunciara públicamente que Cristina tenía un cáncer–, el miércoles 11 emitió un comunicado en el que, indirectamente, se desmiente la misma información que personal del hospital había confirmado de manera extraoficial.

Buonomo. Crisis personal y pública

En el 2004, Buonomo quería sacarle el útero a Cristina. Ella consultó con otros especialistas y finalmente terminamos extirpándole un pólipo benigno. Esto que pasó ahora no me sorprende para nada”, recuerda a NOTICIAS un médico que participó de aquella intervención y que hoy se encuentra enfrentado a Luis Buonomo, quien al cierre de esta edición, seguía estando al frente de la Unidad Médica Presidencial en medio de fuertes versiones que indicaban que Cristina, furiosa por el papelón, había pedido que diera un paso al costado.

No es la primera vez que la actuación de Buonomo es fuertemente cuestionada. NOTICIAS ya había revelado el malestar y el desacuerdo que otros médicos vinculados a los Kirchner evidenciaban cuando los primeros síntomas del ex presidente comenzaban a transformarse en el preámbulo de su muerte. Buonomo, médico cirujano y amigo de Néstor desde 1985, no fue capaz de controlar el espíritu rebelde, por momentos inconsciente, con el que Kirchner manejaba su salud. Sin embargo, quienes conocían de cerca el estilo del ex presidente, deslizan que fue justamente por su carácter “débil” y “manejable” que Buonomo fue el elegido para ocupar ese cargo.

A diferencia de su marido, Cristina es una “paciente ejemplar”, según uno de los profesionales que la trató y que accedió a hablar con NOTICIAS. Ella estaría muy enojada con la actuación de su médico personal y esta última falla habría sido la gota que rebasó el vaso. La Presidenta, aconsejada por el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, apuntó sus cañones a Buonomo y sus colaboradores.

La complicada situación profesional y política de Buonomo, que ahora vuelve a estar cuestionado, se da en medio de un duro momento personal: su mujer falleció hace un mes luego de luchar contra un tumor maligno que ya la había obligado a soportar una larguísima operación de más de 16 horas para extirparlo. En este contexto, Buonomo recibió el análisis que daba cuenta de un carcinoma papilar en la tiroides de la Presidenta e inmediatamente decidió operar. Todos los especialistas consultados por esta revista afirman –con la condición de no revelar su identidad– que el gran error de la Unidad Médica Presidencial fue apresurarse. “Este es un cáncer que crece muy despacio, no era necesario precipitarse con tanta desesperación. Había mucho tiempo para realizar más análisis”, afirma un prestigioso endocrinólogo. El mismo profesional que recordaba la operación del 2004 es menos delicado al expresarlo: “Buonomo es bueno para asistir en los partidos de fútbol pero no como médico presidencial. Hace rato que se tendría que haber ido”.

El gran papelón

Por Dario Sztajnszrajber (Docente de Filosofía en la UBA y FLACSO.)

Hablar de certeza y error como dos polos excluyentes hacen ingresar a la ciencia al circo de los posicionamientos binarios. Todo parece un gran partido de fútbol y se le exige al médico, pero también al verdulero o a la maestra que definan de manera taxativa: ¿es o no es inteligente mi hijo? ¿Está maduro o no está maduro el durazno? ¿Tiene o no tiene cáncer la Presidenta? Hace rato que perdimos el gusto por el fútbol porque solo exigimos el triunfo y condenamos la derrota, y hace rato que hicimos de los médicos los nuevos sacerdotes de la biopolítica moderna. Pero la vida no se define por penales y los médicos no tienen la fórmula de la inmortalidad. Solo se trata de salir del exitismo y por ello del derrotismo: no es un buen o un mal médico el que mejor se acerca a la realidad con un diagnóstico. No estamos en un programa de preguntas y respuestas. No es mejor científico el que encuentra una nueva verdad, porque seguramente esa verdad en pocos años se encuentre superada. La ciencia avanza refutando, pensaba Karl Popper, no se trata de acertar sino de ir descartando las hipótesis que no cierran. Y para eso hay que enunciar hipótesis y ponerlas a prueba. La vida es un hecho complejo, no se trata solo de un fenómeno biológico. Los médicos no son adivinos ni jueces, sino acompañantes. Hay técnica, pero también hay arte. Hay racionalidad, pero también hay amor. No se trata todo de aciertos o equivocaciones, sino de un vínculo que busca la tranquilidad y el mejor escenario para avanzar o no hacia una operación. Todo depende de lo que busquemos en la figura del médico y en lo que esperemos de nosotros mismos. La Presidenta estuvo tranquila. Creo que eso es lo único que vale.

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