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COSTUMBRES | 10-02-2012 13:29

El intelectual que volvió de la muerte

En su último libro, el polémico filósofo Michel Onfray, reivindica al autor de “El extranjero”. Por qué es modelo de corrección política.

Albert Camus resucitó el 4 de enero último. Ese milagro se produjo exactamente 51 años después de su muerte, ocurrida en plena gloria el 4 de enero de 1960, cuando el Facel Vega deportivo que conducía el editor Michel Gallimard se estrelló contra un árbol en una ruta perdida de la Borgoña.

El autor de ese prodigio fue el filósofo Michel Onfray. En un voluminoso estudio de 595 páginas, que salió a la venta el día del 51° aniversario de la muerte, el autor más controvertido de Francia consiguió la proeza de rescatar a Camus del osario de las injusticias para trasladarlo al panteón de los justos.

“L’ordre libertaire. La vie pilosohique d’Albert Camus” (“El orden libertario. La vida filosófica de Albert Camus”) es más que una biografía o un estudio sobre la obra de uno de los pensadores más coherentes que tuvo Francia en el siglo XX. El relato de su vida y de su carrera literaria quedó agotado con los dos excelentes estudios que le dedicaron Olivier Todd y Herbert R. Lottman. Ninguno de esos libros, sin embargo, había conseguido reparar la injusticia, el desprecio y el ostracismo infligido a Camus por Jean-Paul Sartre y sus herederos espirituales: “Filósofo de estudiantes secundarios”, llegó a decir peyorativamente Jean-Jacques Brochier, un insignificante autor existencialista, cuyo único mérito consistió en consagrar dos libros de agravios contra Camus.

Las obras.

Las novelas y los ensayos de Camus se mantienen desde hace medio siglo en la cúspide de la lista de best sellers. A pesar de ser aún discutido, estigmatizado y desdeñado por la “gauche caviar” (expresión que significa algo así como “izquierda burguesa” o “progre”) de Saint-Germain-des-Prés, Camus conserva intacta su popularidad en el público: “El hombre rebelde”, “Calígula” y “El mito de Sísifo” siguen siendo tres libros referenciales de ética política. “Bodas”, escrito cuando tenía 23 años, es uno de los mejores ejercicios de estilo del idioma francés. Por otra parte, en 1999, “El extranjero” ocupó el primer puesto de una selección realizada entre 6.000 lectores. Esa primera novela, publicada en 1942 cuando tenía 29 años, es el libro de bolsillo más vendido en Francia con 6,7 millones de ejemplares  —más que “El principito”—, seguido por “La peste” (4 millones) en tercera posición y un poco más lejos por “La caída” (1,7 millones). “El extranjero” es, por lo demás, uno de los libros de culto de los jóvenes franceses. También es uno de los autores más estudiado por los alumnos de literatura y de ciencias morales, el que más tesis universitarias suscita y el escritor francés del siglo XX más traducido en el mundo.

Pero esas proezas  –nada desdeñables–  no son los aspectos que interesan a Onfray. La cualidad realmente sobresaliente de Camus a lo largo de su vida fue su capacidad de posicionarse en el lugar correcto  —con los argumentos adecuados—  en sus citas clave con la Historia, sobre los grandes temas políticos del momento y sobre las cuestiones éticas esenciales. Onfray espera que, después de medio siglo de ostracismo, su libro ayude por fin a reconocerlo como uno de los mayores intelectuales franceses del siglo XX. Fuera de Francia, en todo caso, nunca perdió vigencia.

En todo momento, pero siempre por una razón desdichada, Camus aparece como un autor de referencia: “Reflexiones sobre la pena capital”, un texto austero escrito en 1957 en colaboración con Arthur Koestler, acaba de ser reeditado en Ucrania en pleno debate sobre el restablecimiento de la pena de muerte. A diferencia de otros adversarios de la sentencia capital, que siempre describieron la guillotina como una “injusticia impartida por la justicia”, Camus considera la ejecución como “una venganza de la sociedad”.

En 1945 intervino para pedir la gracia de Robert Brasillach y Lucien Rebatet, condenados a muerte por colaboracionismo con el régimen nazi. Cuando Camus recibió el Nobel, una de las críticas más feroces fue formulada por Rebatet: “Este premio, que por lo general recompensa a un septuagenario, no es prematuro. Desde hace tiempo [se advierte] en Camus una arterioesclerosis de su estilo”, comentó.

A pesar de haber denunciado con tenacidad los escritos antisemitas de Louis-Ferdinand Celine, también intercedió para pedir la suspensión definitiva de su proceso: “La justicia política me repugna. El antisemitismo me repugna en grado idéntico. Es por eso que, una vez que Celine haya obtenido lo que quiere [el refugio político en Dinamarca], soy partidario de dejarlo tranquilo con sus demonios”.

Su idea de “una tierra para dos pueblos”, enunciada a propósito de la guerra en Argelia, fue utilizada como base de reflexión en esas zonas de los Balcanes  —como Bosnia, Kosovo o Montenegro—  donde religiones y pueblos diferentes comparten la tierra desde hace siglos.

En la época del imperio soviético, sus textos circulaban como “samizdat” (“copia clandestina”) en los países de Europa del Este. Durante años, el régimen checo lo consideró como el inspirador intelectual de la primavera de Praga, en 1968.

Aunque conocían el catecismo anti-marxista de Raymond Aron, los hombres sedientos de libertad detrás de la cortina de hierro preferían aferrarse a las reflexiones de Camus “porque era un hombre de origen humilde, que había conocido la miseria, actuado en la Resistencia, escrito sobre la violencia y el mal, denunciado los horrores del fascismo y del comunismo. Esos intelectuales [de Europa del Este] eran rebeldes que tenían miedo de la revolución. La denuncia de la sacralización de la violencia revolucionaria y de la Historia constituye, precisamente, el núcleo de la reflexión de Camus”, explica su mejor exégeta, el periodista Jean Daniel, fundador del semanario Le Nouvel Observateur.

Política

La legitimidad de Camus proviene  —precisamente—, de la certeza de sus posiciones políticas. En la época de los grandes debates de la guerra fría, un sarcasmo que utilizaban con frecuencia los existencialistas pretendía que era “preferible estar equivocado con Sartre que tener razón con Camus”. Pero esa ironía permite percibir, a la luz de la historia, la verdadera dimensión intelectual que tuvo como pensador durante ese ciclón de intolerancia ideológica que sopló sobre la historia mundial a partir de los años 30: Camus fue un pensador infalible, que jamás trastabilló intelectualmente ante los grandes acontecimientos que reclamaron una definición. A diferencia de su rival, Jean-Paul Sartre  —que se equivocaba siempre y era implacable con sus adversarios—, Camus se caracterizó por el humanismo de sus posiciones y la generosidad de sus actitudes, aun en momentos críticos de la historia. En un mundo absurdo, jamás permitió que la violencia pusiera en peligro la condición humana.

Después de haber condenado los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, Camus enfrentó por primera vez a la poderosa “orquesta roja” dirigida por Sartre y formada por los aliados de Moscú con sus violentas críticas de los “gulags” creados por Stalin para desterrar a sus adversarios.

Pacifista, anti-belicista y partidario de la no violencia, Camus escribió una de sus páginas más gloriosas cuando lanzó su advertencia sobre el peligro que representaba el arma nuclear.

El 8 de agosto de 1945, 48 horas después de la explosión de la primera bomba en Hiroshima, el diario Le Monde desplegó en primera página un título que demostraba su incapacidad para aprehender la importancia del acontecimiento: “Una revolución científica. Los norteamericanos lanzan su primera bomba atómica sobre Japón”. Ese mismo día, en un editorial de Combat, Camus escribió un análisis que, 56 años después, conserva toda su actualidad: “La civilización mecánica acaba de alcanzar el punto más elevado de salvajismo […] Ante las perspectivas aterradoras que se le abren a la humanidad, comprendemos que la paz es el único combate que vale la pena librar”.

A pesar de que la guerra fría exigía el alineamiento, Camus siempre rehusó optar por uno de los bloques ideológicos. Es por eso que, más que un hombre de izquierda, sus biógrafos prefieren poner el acento en su humanismo.

Su honestidad intelectual fue sometida a un prueba de fuego durante la guerra de Argelia, en la que criticó las prácticas de ambos beligerantes y los excesos de los civiles, sobre todo de los colonos franceses. En la época en que las bombas del FLN explotaban en Argel y los paracaidistas franceses torturaban sin piedad, Camus fue estigmatizado por ambos bandos cuando escribió: “Cualquiera sea la causa que uno defiende, siempre puede deshonrarla con la matanza ciega de una multitud inocente”.

Filósofo

“Camus, el hombre que siempre tenía razón”, sentenció al escritor Franz-Olivier Gisbert  —director del semanario Le Point—  al comentar el libro de Onfray. Ese estudio de la vida filosófica de Camus, argumenta, “reubica al profeta anti-totalitario, al hedonista libertario y anarquizante, en su justo lugar: en lo más alto de la escala de los grandes personajes del siglo XX”. Onfray en un momento lo define como “el filósofo indispensable”. A través del libro resulta evidente que el autor no solo busca comprender, sino que se identifica con el personaje. Es verdad que existen razones que justifican esa empatía. Ambos son hijos de un obrero agrícola y de una empleada doméstica y los dos se sintieron siempre ajenos al sistema intelectual de París. Ambos descubrieron la filosofía gracias al destello nietzscheano y combatieron el orden establecido. Los dos, por último, coinciden en la misma práctica filosófica.

El aporte más original de Onfray consiste en reconocer a Camus en la categoría de filósofos. Sartre y sus esbirros siempre se esforzaron en ridiculizar su pensamiento, argumentando que se nutría de “lecturas de segunda mano”. Pero Onfray, considerado como uno de los mejores conocedores de la filosofía alemana, le reconoce una formación clásica y un profundo manejo de Hegel y Nietzsche. Lo ubica en el mismo nivel que Leon Chestov, Nikolai Berdiayev, Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset. Se trata de autores que “piensan el mundo en la perspectiva de producir efectos filosóficos en la existencia”.

El homenaje más importante provino  —inesperadamente—  de un hombre que había escrito 500 páginas para justificar todos los excesos intelectuales de Sartre: “Para un sartreano como yo, es difícil admitir que Camus tuvo siempre razón”, reconoció Bernard-Henri Levy al comentar el libro.

Ese reconocimiento equivale a abrirle las puertas del panteón de los justos.

por Christian Riavale

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