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MúSICA | 10-02-2012 12:55

Plegaria para un genio dormido

Pionero del rock en castellano, defendió sus ideas, concepción estética y criterio de la vida a través de sus canciones. El Spinetta doméstico que muy pocos conocieron.

Columnas de opinión de Emilio del Guercio, Roberto Pettinato, Federico Andahazi, Santiago Kovadloff, Norberto "Beto" Alonso y Alejandro Pont Lezica.

Que un creador distinto con una vida de hombre común. Paralizó al país comunicacional pese a que vivió lejos de las reglas mediáticas. Dejó una obra que terminará de mensurarse en su real magnitud a medida que pase el tiempo. Falleció con 62 recién cumplidos. Una ausencia prematura y absurda, como cada vez que muere una persona de las imprescindibles.

Luis Alberto Spinetta era todavía un adolescente cuando tuvo que decidir junto a sus compañeros Edelmiro Molinari, Emilio Del Guercio y Rodolfo García –con quienes se había relacionado en el colegio San Román y en el barrio- la que sería una de las tapas de discos más emblemáticas de la música argentina. Eran tiempos de vinilos, cuando “el arte” de esas portadas eran, por su tamaño y su presencia iconográfica, como pósters que a la vez que servían de estuche de contención para los LP’s, podían adornar cuartos juveniles o funcionar como afiches en las disquerías. Era el año 1969 cuando la compañía disquera –por entonces, la RCA Victor, una firma que dejó de existir hace años- propuso, como era de rigor, ilustrar el álbum debut de Almendra con la foto de los cuatro muchachitos pelilargos. La costumbre indicaba que si el público femenino se entusiasmaba con la cara y la presencia física de los músicos habría una venta que se agregaría a la que podría devenir de la “pura música”. Aquellos muchachitos rebeldes, con “el Flaco” a la cabeza –pese a ser el más pequeño del cuarteto- se pusieron firmes y propusieron una tapa diferente, dibujada por el mismo Luis Alberto –la tan conocida del payasito con la sopapa en la cabeza- y sólo aceptaron su propia foto en la contratapa, aunque tocando y puestos de espalda. Un directivo de la compañía que insistía con su concepción de marketing (una disciplina todavía incipiente en el negocio de la música de entonces), “extravió” el original de aquel dibujo suponiendo que así derrotaría el empecinamiento de esos cuatro jóvenes que de cualquier modo querrían tener su primer disco de la larga duración publicado. Lejos de amilanarse, una vez que aquel ejecutivo reconoció que el dibujo no se había extraviado sino que él mismo lo había arrojado a la basura, el Flaco fue por su segunda versión, que es la que terminó siendo la conocida por todos. Por aquella época no existía la fotocopia en color y ni siquiera se había hecho una en blanco y negro como reaseguro; pero cuentan algunos que fueron co-protagonistas de todo este proceso que ambos dibujos eran idénticos.

La anécdota –que ya fue publicada alguna vez aunque no es tan conocida por el gran público- es una de las tantas que adornan a la industria cultural y que dan cuenta de una tensión siempre latente entre creadores y productores. Pero también sirve para comprender la personalidad de estos pioneros del rock en castellano y la persistencia de un Spinetta que, todavía lejos de cumplir sus 20 años (había nacido el 23 de enero de 1950), se plantaba en defensa de sus ideas, de sus canciones, de su concepción estética, de su criterio sobre la vida.

Y así fue, efectivamente, la vida del Flaco al que un cáncer se lo comió en muy poco tiempo y que comenzó con un dolor en el hombro que sus amigos y algunos médicos suponían un problema traumatológico –si hasta llegó a ser operado dos veces siguiendo ese razonamiento, en lo que parece haber sido, cuando menos, un error de diagnóstico muy grave-. Sencillo, familiero, divertido en su espacio íntimo, excelente cocinero –eran famosas sus pizzas y, últimamente, el sushi-, llevó una existencia muy alejada de la de la estrella del rock que efectivamente era. Los vecinos de su Bajo Belgrano de toda la vida, relataban con cariño y dolor en estos días sus caminatas por el barrio, sus compras en el almacén o la panadería, su relación cercana con la gente, su lenguaje y su humor muy porteños que hasta puede suponerlo alejado del más poético y a veces críptico de sus canciones.

Varias mujeres atravesaron su historia amorosa. La Cristina de la adolescencia, la “Muchacha ojos de papel”, la del “Blues de Cris” en la despedida. Luego llegó Patricia, con la que convivió durante 20 años, la madre de sus hijos Dante, Catarina, Valentino y Vera. Mediático por primera vez, fue tapa de una revista semanal por su muy sonado romance con Carolina Peleritti. Y ahora, hacía ya unos años que estaba relacionado con una veinteañera de nombre María que, como tantas veces y con tantas cosas, supo mantener alejada de revistas y programas de televisión. Pero como en toda familia “tana” de pura cepa, el círculo se abre hacia sus padres –que cobijaron a Almendra en un cuarto de su casa-, hacia su hermano el baterista Gustavo, hacia sus hijos –todos relacionados con alguna rama del arte o del entretenimiento-, hacia sus cinco nietos –dos hijos de Dante y tres de Catarina-, hacia sus nueras y yernos –que observó con ojos celosos y atentos y que adoptó como nuevos hijos cuando sintió que eran buenas personas-.

Una obra monumental

Llegados a este doloroso punto de inflexión que marca la muerte –sin dudas, muy prematura, en la plenitud de sus capacidades creativas y seguramente con mucho más por decir y hacer-, vale la pena repasar lo realizado por este señor que fue pionero y que contribuyó junto a un puñado de colegas a cambiar el rumbo de la música popular de la Argentina. Su historia dice que arrancó con Almendra, que se separó de sus compañeros para emprender la experiencia de Pescado Rabioso –en un proceso que lo transportó de un pop más “beatle” a un rock más crudo del “power trío”-, que dejó a todos desorientados y obnubilados con su álbum “Artaud” –que hasta tuvo un formato raro en su tapa y que algunos consideran el mejor del rock argentino-, que inventó luego Invisible –una suerte de síntesis de sus dos grupos anteriores-. A medida que pasó el tiempo, sus proyectos se fueron haciendo menos grupales y más personales, aunque en verdad siempre fue el compositor excluyente de cada una de las bandas en las que participó. Se sucedieron la Banda Spinetta, un retorno de Almendra con estadio Obras y nuevos discos, Spinetta Jade, sus brillantes discos solistas de los ’80 y ‘90 –“Privé”, “Téster de violencia”, “Don Lucero”, “Exactas”, “Pelusón of milk”-, sus asociaciones con Charly García, León Gieco y Fito Páez –con quien compartió el excelente “La la la” en 1986. Bautizó “Los socios del desierto” a su siguiente grupo –con Daniel Wirtz en batería y Marcelo Torres en bajo-. Siguió haciendo discos y estrenando canciones, con esa formación y con otras que vinieron después. Osciló siempre entre el rock and roll y la balada pop, entre la electrónica y el sonido acústico, entre la canción descarnada y simple y la suciedad de la guitarra rockera, entre la melodía con acompañamiento y la fuerza de la batería y el bajo tocados sin piedad. Y desde hacía un tiempo –hasta que la enfermedad lo permitió-, ensayaba semanalmente con García y Del Guercio sin proyecto fijo en un estilo Almendra ya sin Edelmiro.

Se rodeó de muchos de los mejores músicos que ha dado este país. De muchos fue amigo y siguió teniendo relación con ellos aún cuando dejaran de pertenecer a sus proyectos. Apuntó siempre a renovar su lenguaje convocando a instrumentistas jóvenes, de edades similares a las de sus hijos, y a todos –desde el lejano comienzo y hasta sus últimos días- los condujo con solvencia de líder. El amor, el respeto y la admiración de sus colegas –ilustres o no, conocidos o no tanto- tuvieron su correlato en el placer que todos manifestaron, cada vez que pudieron, de tocar con él. De Mercedes Sosa –que grabó su canción “Barro tal vez” y lo convocó a compartirla para su disco póstumo- a Charly, de Gustavo Cerati a Fito, de Litto Nebbia a Pappo, de Juanse a David Lebón, fueron muchísimos los que compartieron escenarios y grabaciones y los que ayudaron a ponerlo en su merecido pedestal. Y en este sentido, quizá sea el concierto de 2009 en la cancha de Vélez –su mayor convocatoria con entradas pagas- un punto muy especial en su historia. Aquella noche del 4 de diciembre, Spinetta reunió a una larguísima fila de artistas, compañeros y excompañeros de experiencias musicales, figurones e instrumentistas menos reconocidos, y entregó un show de más de cuatro horas que arrancó en su presente y terminó con Almendra en pleno haciendo algunas de sus canciones más importantes. Y en todo caso, porque sólo fueron 37.000 los que estuvieron ese día en el estadio de Liniers, quedó un extenso álbum para el goce de spinetteanos fanáticos –todos muy fieles y por eso seguramente ya poseedores de la caja- y de quienes, con esta triste noticia, quieran entender por qué este señor está tanto en la consideración pública.

Un defensor de la vida privada

Todo lo que construyó Spinetta tuvo que ver exclusivamente con su talento. Evitó todo lo que pudo la presencia de los medios en su vida y hasta asumió el costo de dejar de lado a diarios de gran tirada porque se sintió traicionado por algún periodista o por alguna nota. Como decíamos, sólo tuvo su momento farandulero –obviamente, a su pesar- cuando compartió la vida con la Peleritti; pero inclusive allí se tomó con personalidad y humor el asunto y apareció en público junto a su novia con un cartel en el pecho que decía “Leer basura daña la salud; lea libros”. Por lo demás, cada vez que ocupó tapas o espacios por otros asuntos –enfermedad incluida- fue absolutamente en contra de su deseo.

Los reportajes que dio, muy pocos en relación a su significación estética, fueron realizados en su gran mayoría por periodistas “confiables” –algunos, también amigos de los primeros tiempos del rock argentino- y sólo para hablar de música. Fue amante del jazz –algunas veces, su música tuvo cierta presencia del género afronorteamericano- y hasta fue parte del festival de jazz de la ciudad cuando lo programaba su amigo/hermano y exbaterista de Almendra y Aquelarre Rodolfo García. Tocó frente a multitudes en la 9 de Julio y en el teatro Colón. Actuó, aunque selectivamente, en festivales. No se prestó a “juntadas” ni a proyectos que no lo convencían del todo simplemente porque se lo sugiriera un productor aún con buenas intenciones. Ganó varios premios Konex y algunos Gardel, inclusive uno de oro en 2009 por su álbum “La mañana”, aunque jamás participó activamente de las ceremonias de entrega. Y eso lo llevó a terminar rechazando en 2005 otro premio Gardel, “a la personalidad del año”, porque entre las condiciones para recibirlo estaba la de su presencia en la fiesta –finalmente, esa vez el galardón terminó siendo para Diego Torres-, en una decisión que no lograron torcer ninguno de sus amigos más cercanos.

Le gustaba comer con los amigos y para ellos cocinaba; dicen que con talento de buen chef. Era hincha de River aunque sin fanatismos que lo llevaran a la cancha; y veía y sufría a su club por televisión. En este sentido, quizá le debamos la más bella canción que se ha hecho sobre un futbolista y su magia con el texto de muy alto vuelo y sin referencia explícita con “El anillo de Capitán Beto”, aunque el mismo Spinetta le asegurara a Norberto Alonso que no la había hecho dedicada a él. Siempre con su guitarra al hombro –lo que confundió a sus íntimos haciendo suponer que aquel primer dolor era causado por ese “berretín” de no soltar jamás “los palos”- fue un gran conversador y un anfitrión excelente. Se divirtió con la humorada de Diego Capusotto y su personaje de Luis Almirante Brown, el de las poesías incomprensibles que pasaba a los textos procaces

para hacerse popular. Se hizo muy cercano del nonagenario Dr. Tangalanga en una relación que comenzó con una burla que le hizo el famoso puteador telefónico y terminó con Spinetta prologando el libro del anciano. Fue un lector de filosofía desde su juventud y no resulta casual entonces que buena parte de su obra haya mostrado una poética para “iniciados” o que dedicara un trabajo completo a Artaud. Escribió un libro de poesías, “Guitarra negra”, que forma parte de la colección de sus fans, que también atesoran infinidad de discos piratas tomados de otra infinidad de actuaciones de todas partes. Y no fue jamás un líder de ventas, aunque siempre tuvo compañía disquera a su disposición –con las que también siempre mantuvo una relación tirante- porque tener al Flaco en una compañía prestigia cualquier catálogo.

Un personaje que deja huella

Como él mismo se empeñó firmemente en sostener, lo más conocido en su vida fue su obra. Fuera de eso, asomó muy pocas veces, como cuando se sumó a la campaña de concientización después de la tragedia del colegio Ecos. Y en la misma línea, su familia

y sus vecinos respetaron el dolor y el recogimiento con un velatorio y un sepelio de muy bajo perfil.

Los funcionarios de cultura de la nación y de la ciudad, y hasta el presidente de River no pudieron evitar, sin embargo, el lugar algo común del comunicado de ocasión, para un artista que no estaba en sus consideraciones cotidianas; pero eso sería materia de otro texto.

Finalmente, repetimos, y como debería ocurrir más a menudo, lo más público de Spinetta fue su arte: difícil y hasta incomprensible para muchos; inigualablemente supremo para quienes lo transformaron casi en un dios. Lo que nadie podría discutir es su enorme capacidad para tocar la guitarra y su atrevimiento para usar acordes que no están en el primer catálogo de un maestro de escuela de música; o su voz inconfundible que lo convirtió en uno de los cantantes más personales de nuestro país.

Pero aún a quienes a lo largo de su vida jamás asistieron a uno de sus conciertos o compraron algunos de sus discos, les resultaría imposible soslayar canciones como “Muchacha (ojos de papel)”, “Fermín”, “Todas las hojas son del viento”, “Durazno sangrando”, “Laura va”, “A Starosta, el idiota”, “Al ver verás”, “Credulidad”, “Alma de diamante”, “La bengala perdida”, “La luz te fue”, “Plegaria para un niño dormido”, “Me gusta ese tajo”, “Todos estos años de gente”, “Seguir viviendo sin tu amor” y tantas otras. Allí están entonces. Para seguir escuchándolas en su voz y en sus discos. Para volver a encontrarse con ellas en recreaciones de otros colegas. Para conectarse con un legado que se irá haciendo más grande a medida que pase el tiempo.

* CRÍTICO de Música de NOTICIAS

por Ricardo Salton

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