Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 17-02-2012 12:17

El vice y sus negocios

A Boudou lo compromete el escándalo de la ex Ciccone, en manos de un supuesto testaferro suyo. El “modelo” premia a los amigos.

El “modelo” socioeconómico vigente, el del “capitalismo en serio” o, en opinión de sus detractores,   del “capitalismo de los amigos”, que según la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sus seguidores más entusiastas y los intelectuales orgánicos del movimiento que se ha improvisado en torno a su figura, nos protege contra los horrores del neoliberalismo que tantos estragos está provocando en otras latitudes, se basa en el reparto de favores –y de castigos–por los dueños del poder político, es decir, por Cristina y sus cortesanos. A la Presidenta y quienes la rodean les es dado enriquecer a algunos suplicantes y arruinar a otros sin tener que ofrecerles explicaciones. Tampoco suelen tomar en cuenta la eventual viabilidad de los proyectos de quienes les piden una colaboración.  Son arbitrarios por principio, ya que entienden muy bien que es mejor mantener en ascuas a los empresarios de lo que sería permitirles sentir demasiada confianza.

En el sistema así supuesto, contar con el apoyo del Gobierno es una garantía de negocios espléndidos, como dicen que dijo a sus empleados en diversas ocasiones el titular de la empresa hasta hace poco llamada Ciccione Calcográfica, Alejandro Vandenbroele, un abogado de origen belga. En efecto, desde hace aproximadamente medio año atrás la ex Ciccione, una empresa privada que es capaz de confeccionar una gama impresionante de documentos oficiales como pasaportes, está trabajando a full imprimiendo cosas como boletas electorales para el Frente para la Victoria y está por inundarnos de billetes de cien pesos que, merced a la inflación, tendrán que fabricarse en cantidades cada vez mayores. Según se informa, el contrato en tal sentido que ha firmado con la Casa de la Moneda le reportará 50 millones de dólares.

El éxito fulminante de Vandenbroele no llamaría la atención si no fuera por el hecho de que todos coincidan en que se debe menos a sus dotes para los negocios que a su amistad con Amado Boudou. En vista de las características del “modelo”, es lógico que sea así, ya que se trata de subordinar lo económico a lo político, mejor dicho, a ciertos políticos determinados; los empresarios que no cuentan con aliados bien ubicados están en vías de extinción.

El que Boudou haya dado una mano a su amigo no necesariamente quiere decir que éste sea su testaferro, como afirma la esposa de Vandenbroele que acusa a los dos de hacer “cosas fraudulentas… coimas” y así por el estilo, dando a entender de tal modo que su marido es el encargado de manejar, a cambio de una comisión es de suponer jugosa, dinero que, de un modo u otro, servirá para agrandar el patrimonio del vicepresidente.  De ser así, estaríamos frente a un caso de corrupción de connotaciones institucionales sumamente graves, uno que, tarde o temprano, podría poner fin a la carrera del hombre que, sin esforzarse mucho, se las ha ingeniado para colocarse a un latido de la Presidencia de la República.

Otra posibilidad es que el empresario sólo se haya visto beneficiado por su proximidad a un personaje poderoso, algo que, en la Argentina actual, puede considerarse perfectamente normal. Aquí abundan los individuos, entre ellos ex sirvientes de la primera familia que, en un lapso asombrosamente breve, han conseguido transformarse en magnates multimillonarios, erigiéndose en miembros fundadores de la nueva “burguesía nacional” que, nos aseguran los kirchneristas, ama al país y que, con la aquiescencia del 54 por ciento o más de la población, seguirá dominándolo, desplazando es de esperar para siempre a los oligarcas extranjerizantes de épocas menos ilustradas. ¿Son todos corruptos?  Muchos lo creerán, pero hasta ahora han fracasado los intentos de convencer a los magistrados de investigar con más ahínco los negocios florecientes en que están involucrados los amigos del poder.

Acaso lo único que sea seguro es que el futuro de los sucesores de las estrellas empresariales de la etapa menemista dependerá de quienes los apadrinan. Si Cristina logra eternizarse en el poder, los vinculados con ella y, a través de La Cámpora, con su hijo Máximo, no tendrán por qué preocuparse, ya que permanecerán blindados contra los contratiempos que han de enfrentar quienes luchan por sobrevivir en la despiadada jungla neoliberal. Con todo, el panorama podría cambiar radicalmente si una proporción importante de la ciudadanía llega a la conclusión de que el ajuste fino significa la cancelación del pacto tácito entre gobernantes y gobernados según el cual éstos pasarán por alto los pecadillos de aquellos con tal que a su juicio la economía funcione de manera satisfactoria.

En cambio, en el caso de los empresarios relacionados con Boudou, comenzando con Vandenbroule, las perspectivas inmediatas no son tan buenas. Desgraciadamente para sus socios, el vicepresidente no carece de enemigos en la corte de Cristina.  Fue nominado a dedo, sin consultar a nadie con la eventual excepción de su hijo, como corresponde en una monarquía, lo que levantó algunas ampollas. Peor aún, parecería que la reina misma ya teme que el neoliberal marplatense reciclado en populista vehemente caiga en la tentación de traicionarla.

Puede que las sospechas en tal sentido no se justifiquen, que Boudou entienda muy bien que no le convendría en absoluto darse ínfulas, pero parecería que su desparpajo habitual molesta mucho a los militantes insaciables de La Cámpora y a personas como el ministro del Interior, Florencio Randazzo, el jefe de Gabinete Juan Manuel Abal Medina y, desde luego, la mandamás del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont. Así y todo,  se informa que en este asunto turbio por lo menos Boudou fue ayudado por un peso pesado del Gobierno, el ministro de Economía de facto Guillermo Moreno.

Por ser tan hermético el entorno de Cristina, mantenerse al tanto de las vicisitudes de la interna no es exactamente fácil. Cristina misma no está en condiciones de saber en que andan todos los integrantes del conjunto abigarrado conformado por quienes le juran lealtad pero que no estarán dispuestos a sacrificar todos sus intereses personales en aras de la gloria de la jefa infalible. Por lo demás, como descubrieron hace poco ciertos empresarios petroleros, en ocasiones las exigencias de la política pueden obligarla a echar a algunos amigos coyunturales a los lobos.  De hacerse aún más comprometedor de lo que ya es el escándalo protagonizado por Boudou, la Presidenta podría decidir que no vale la pena tener a su lado a un exhibicionista que es tan proclive a cometer errores.

Pues bien: una razón por la que en las semanas finales de 2001 el grueso de la clase dirigente nacional abandonó a su suerte al entonces presidente Fernando de la Rúa era su voluntad declarada de reducir el costo astronómico de la política. Para indignación de sus congéneres, De la Rúa se propuso obligarlos a conformarse con ingresos tan magros como los habituales en el Primer Mundo. Algunos meses antes de su caída, el Gobierno de la Alianza impulsó la difusión de un informe según el que, por ejemplo, “En Formosa se gasta por cada legislador siete veces lo que cuesta un legislador en la Baviera, Alemania (que tiene 24 veces más de población y produce riqueza 176 veces superior a la de Formosa)”.

Poco ha cambiado desde aquellos días. El gran negocio político sigue moviendo una cantidad enorme de dinero, tanto el procedente de fuentes legales, que es muchísimo, como los montos necesarios para alimentar las estructuras clientelistas y, claro está, los millones de dólares generados por arreglos personales con empresarios que incluso los moralistas menos severos no vacilarían en calificar de corruptos. Lo ayudó mucho a prosperar el protagonismo de los Kirchner. Antes de recibir la bendición de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner lo había criticado por actuar como el salvador de la clase política nacional, pero él mismo hizo mucho más que su padrino para permitirle reconciliarse con la gente luego del mal momento en que turbas enfurecidas andaban por las calles gritando “que se vayan todos”.

Entre otras cosas, el prócer patagónico logró instalar la idea de que, siempre y cuando la economía disfrute de buena salud, los políticos tengan derecho a aprovechar su poder para enriquecerse un poquito más. No extraña, pues, que conforme a Transparencia Internacional y otras entidades que se interesan por el tema, la Argentina se encuentre entre los países más corruptos del planeta. Asimismo, el “modelo” kirchnerista es intrínsecamente corrupto porque, so pretexto de la supuesta necesidad de que el Estado –institución cuya versión argentina tiene muy poco en común con las del mismo nombre existentes en Europa, América del Norte y el Japón– , desempeñe un papel más activo en la economía, brinde un sinfín de oportunidades para enriquecerse tanto a políticos, funcionarios, e influyentes auténticos o falsos, como a empresarios conscientes de que es mucho más agradable, y mucho más realista, limitarse a cultivar la amistad de los poderosos de lo que sería esforzarse por producir y comercializar bienes o servicios que sean superiores a los ya disponibles.

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