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OPINIóN | 24-02-2012 14:07

Relato de terror

Moreno y Toulouse-Lautrec. El funcionario preferido de Cristina aplica su particular arte a los números de la economía.

Puede que el relato de Cristina aún no sea “un cuento narrado por un idiota, lleno de sonido y furia, que nada significa”, como dijo Shakespeare, pero abundan los motivos para prever que los próximos capítulos de la saga de características cada vez más góticas que está escribiendo la Presidenta asusten a todos salvo a sus admiradores los más fieles. Parecería que la “epopeya” oficialista alcanzó su punto culminante en octubre pasado y que, a partir de aquella elección apoteósica, todo comenzó a deshilvanarse. En efecto, pocos días han transcurrido últimamente sin que haya surgido algo imprevisto por la autora de la obra: el asunto del falso positivo, el caso Boudou, la rebelión ambientalista contra la minería a cielo abierto, el espionaje politizado, el malestar creciente ocasionado por el intento de hacer del tema de las Malvinas una causa planetaria, episodios truculentos que llaman la atención a la inseguridad ciudadana, sobre todo en la Capital Federal, y el estado deplorable de los servicios. públicos, la lucha contra la fuga de divisas protagonizada por perros duchos en el arte de detectar dólares ocultos en valijas y, tal vez, escondidos bajo el colchón, la duplicación de los haberes de los legisladores para que no se sientan obligados a robar y, desde luego, los estragos cada vez más penosos que ha estado provocando “el príncipe” Guillermo Moreno en sus esfuerzos denodados por mantener a raya las malditas importaciones.

Tan torpes han sido las medidas tomadas últimamente por el ferretero reciclado en superministro, el CEO todopoderoso de la Argentina SA, con el fin de frenar la sangría de dólares que no sorprendería que dentro de algunas semanas se paralizara buena parte del “aparato productivo” nacional por falta de insumos imprescindibles. Es de suponer que no se le ocurrió a Moreno que en tiempos de globalización separar la economía local del mundial no sería tan fácil como había imaginado. Y lo que podría tener un impacto aún mayor sobre la opinión pública, las trabas a la importación de medicamentos y de sustancias necesarias para elaborarlos entrañan el riesgo de que empiecen a morir personas debido a la escasez, que fue denunciada hace poco por el sindicato de Bioquímicos y Farmacéuticos, de los remedios que necesitan los gravemente enfermos.

¿Cómo reaccionarían Cristina, Moreno y los demás si, de resultas del cierre comercial que han ordenado, se multiplicaran las emergencias médicas y, con ellas, las protestas callejeras y las causas penales?

La reelección triunfal de Cristina puede atribuirse no solo a sus propios encantos sino también al temor generalizado a la “ingobernabilidad”. Sin embargo, todo hace pensar que el Gobierno ya ha perdido la iniciativa, que el país se le va de entre las manos, que sencillamente no está en condiciones de controlar las distintas variables y que sus intentos de hacerlo casi siempre resultan ser contraproducentes.

Que este haya sido el caso pudo preverse. La Presidenta no cuenta con la ayuda de equipos capacitados. No existe en el país nada parecido a un “servicio civil”. El partido, mejor dicho, el movimiento peronista, es fuente de problemas, no de soluciones, mientras que el Frente para la Victoria no es más que un vehículo electoral.

Así, pues, Cristina depende del apoyo, más emotivo que profesional, de los integrantes de un pequeño círculo áulico que está conformado por parientes y amigos que están más preocupados por merecer su aprobación que por ofrecerle consejos desinteresados. Le gustaría poder respaldarse en La Cámpora que ha ensamblado su hijo, pero a esta altura sabrá que se trata de una versión paródica, en clave light, de la secta revolucionaria destinada a erigirse en una nueva clase gobernante de las fantasías estudiantiles de los militantes.

La soledad de la Presidenta recién reelegida es casi absoluta. Está atrapada. A pocas semanas de su consagración, el Gobierno que encabeza muestra síntomas de senilidad. En parte, la condición así supuesta se debe a la personalidad desconfiada de Cristina que se sabe distinta de sus congéneres de la clase política nacional y por lo tanto quiere distanciarse de ellos, pero también es cuestión de un problema estructural. Los factores que le permitieron convertirse en el equivalente latinoamericano de un emir del Golfo Pérsico la privan de los medios que necesitaría para gobernar con un mínimo de eficiencia.

El hiperpresidencialismo que es tan característico de la Argentina actual es la consecuencia lógica de la negativa de la mayoría de sus habitantes a asumir responsabilidad alguna por el destino del conjunto, razón por la que tantos insisten en darla a una sola persona –antes la entregaba esporádicamente a las Fuerzas Armadas– con la esperanza inevitablemente vana de que la use para solucionar todos los problemas. Sin instituciones firmes, la persona así homenajeada carece de los instrumentos que le permitiría tratar de hacerlo. Es comprensible, pues, que a menudo Cristina haya brindado la impresión de querer refugiarse en un relato ficticio y rezar para que de un modo u otro se transforme en realidad.

Desgraciadamente para la Presidenta, y para el país, el sistema político rudimentario que se ha construido en torno a su figura, porque de otro modo solo quedaría un pavoroso vacío institucional, está por ser sometido a una serie de pruebas muy pero muy difíciles. Lo mismo que sus homólogos en Europa y los Estados Unidos, tendrá que enfrentar una crisis económica pavorosa, pero a diferencia de ellos no podrá achacarla a la insensatez de sus antecesores en el cargo.

El boom de consumo –modesto, pero para muchos agradable– que contribuyó a la reelección de Cristina terminó no bien se iluminaron los cuartos oscuros. Llegó la hora de la escasez, de la virtual imposibilidad de conseguir productos de cierta calidad que hasta hace poco colmaban los estantes de los comercios, incluso para quienes tienen el dinero suficiente como para permitirse algunos lujos menores luego de pagar más, a veces mucho más, por la luz, gas, nafta o transporte público.

El impacto de la “sintonía fina” del modelo populista apenas ha comenzado a hacerse sentir: son tan grandes los desequilibrios que se han producido desde 2002 que resultarán necesarios retoques decididamente más drásticos que los ya ensayados.

Asimismo, las pérdidas ocasionadas por la sequía que coincidió con vacaciones de enero –se habla de por lo menos cinco mil millones de dólares– forzará al Gobierno a reducir sus gastos todavía más.

Incorporar una crisis económica, una que podría tomar la forma de una recesión profunda y prolongada del tipo que suele seguir al estallido de una burbuja inflada por motivos políticos, a un relato en que se celebra la prosperidad incipiente no será nada sencillo para una mandataria que en diversas ocasiones ha afirmado que nunca jamás soñaría con “ajustar a los argentinos”, como si se tratara de mutilarlos para que encajen en un mundo más chico.

Podrá culpar al resto del planeta por obligarla a perpetrar lo que según parece cree sería un crimen de lesa argentinidad, pero en tal caso tendría que reconocer que la marcha de la economía local depende en buena medida de lo que sucede fronteras afuera, posibilidad que ha negado con su contundencia habitual, pero dadas las circunstancias no le quedan muchas opciones.

¿Logrará Cristina convencer a los sindicalistas de la necesidad de resignarse a aumentos inferiores a la tasa de inflación? La decisión de los legisladores de un Congreso dominado por el oficialismo de otorgarse un aumento del ciento por ciento, el que a juicio de algunos sería del 150 por ciento o más, no la ha ayudado; como no pudo ser de otro modo, los Moyano y otros del ala más combativa de la CGT felicitaron a los “compañeros legisladores” por su conquista para entonces proclamarse deseosos de emulados. No hablaban en serio, pero no cabe duda de que merced a la recuperación inoportuna de las dietas de los parlamentarios el techo que quería fijar Cristina ha subido algunos puntos.

No es ningún secreto que el orden político nacional depende de la popularidad de quien está ubicado en el ápice. La conciencia de que es así brinda a muchos un 'motivo adicional para continuar apoyando anímicamente a Cristina, pero de difundirse la sensación de que su Gobierno, ensimismado y obsesionado con intrigas internas, se ha vuelto inoperante al perder contacto con la realidad del país, franjas significantes de aquel 54 por ciento del electorado que apostó a la continuidad podrían cambiar de actitud en un lapso sumamente breve, sobre todo si se sienten defraudadas. Aunque muchos se resistirán a culpar a Cristina misma por las deficiencias oficiales y por lo tanto las atribuirán a colaboradores desleales, tarde o temprano encontrarán pretextos, en especial los supuestos por la corrupción endémica, para oponérsele, como hicieron muchos en el 2008 al agravarse el conflicto con el campo.

De ser así, las consecuencias serían con toda seguridad traumáticas. El poder al parecer omnímodo de Cristina se debe a la debilidad extrema de las instituciones nacionales, razón por la que es mucho más precario de lo que la mayoría quisiera creer.

Por lo demás, el populismo es intrínsecamente autodestructivo por entender sus practicantes que a menos que sigan alimentando el fervor de la gente perderán el apoyo que necesitan, de ahí su propensión a cometer errores cada vez más gruesos cuando los vientos les soplan en contra.

PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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