Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 09-03-2012 12:01

Combatiendo a la Capital

Rebote. La avanzada kirchnerista para limar a Macri con la crisis del subte podría tener el paradójico efecto de fortalecer al alcalde porteño.

A los kirchneristas les sobran motivos para no querer a los porteños, estos personajes malhumorados, acomplejados y, para colmo, presuntuosos que, para su indignación, el año pasado fueron al extremo de permitir que un sujeto que a juicio de Cristina es tan poco serio, caprichoso y adolescente como Mauricio Macri siguiera siendo su “jefe de Gobierno”, o sea, alcalde. No fue la primera vez que los habitantes de la ciudad capitalina se las arreglaron para desairar a los comprometidos con un “modelo” populista y con toda seguridad no habrá sido la última. Sucede que si bien los porteños, lo mismo que los habitantes de otras grandes urbes, entre ellas Nueva York, suelen creerse mucho más progresistas y más sofisticados que el grueso de sus compatriotas, tienen la costumbre desconcertante de votar con cierta frecuencia a favor de “derechistas” y en contra del representante de turno del populismo de retórica izquierdista. Estadistas de la talla de Néstor Kirchner y pensadores tan influyentes como Fito Páez han procurado convencerlos de la conveniencia de reintegrarse al resto del país, apoyando en el cuarto oscuro a quienes encarnan el bien, pero todos sus esfuerzos en tal sentido han sido vanos.

¿Tendrá más éxito la campaña de hostigamiento sistemático que ha emprendido Cristina con el propósito altruista de enseñarles a los porteños a comportarse como es debido? Es poco probable. Puede que los militantes que rodean a la Presidenta ganen algunas escaramuzas, pero aun cuando finalmente logren obligar a Macri a hacerse cargo de los subtes, tema este que los obsesiona últimamente, ya que les ha brindado una oportunidad para incomodarlo y que, esperan, terminará ocasionándole un sinfín de dolores de cabeza, sorprendería que los perjudicados por la batalla política sin cuartel que está librando el Poder Ejecutivo nacional contra el Gobierno de la Ciudad supuestamente autónoma aprendieran a amar a quienes apenas disimulan su voluntad de castigarlos por su conducta perversa. Por el contrario, lo mismo que tantos otros blancos de la creciente beligerancia kirchnerista, estarán aún menos dispuestos que antes a dejarse conmover por el melodramático, y cada vez menos convincente, relato oficial.

Puesto que la clase política nacional se caracteriza por un superávit de abogados –y por un déficit igualmente notable de respeto por la ley–, fue de prever que la disputa en torno a los subtes no tardaría en judicializarse al probar suerte los juristas de ambos bandos confeccionando demandas, amparos y otras medidas destinadas a justificar su propia postura y descalificar la del contrincante. Parecería que el destino del intríngulis tribunalicio que se ha iniciado dependerá de si, como jura la gente de Macri, hubo solo un preacuerdo entre el Gobierno nacional y el porteño que este podría pasarse por alto sin transgredir ninguna norma o si están en lo cierto los oficialistas que dicen que fue un acuerdo firme que, mal que le pese al intendente porteño, le será forzoso respetar, resignándose a manejar los subtes, con la presencia o sin ella de la Policía Federal en las estaciones infestadas de ladrones y de las inversiones, obras y así por el estilo que, se supone, le corresponde a la Nación suministrar pero que, por tratarse de un distrito desleal, ha escatimado.

En este ámbito por lo menos, el gobierno de Cristina sí se ha acostumbrado a tratar a la Ciudad de Buenos Aires como si fuera una provincia genuina. Como es notorio, se reparte el contenido de la gran caja nacional según pautas que están basadas en el interés político de la dueña exclusiva de las llaves. Los porteños, conscientes de esta realidad, no pueden sino sentirse víctimas de una estrategia discriminatoria, lo que beneficiará a Macri porque muchos achacarán a la hostilidad de los kirchneristas problemas que de otro modo imputarían a las deficiencias de su gestión. La situación en que se encuentra se asemeja a aquella del gobernador de la vecina provincia homónima, Daniel Scioli, otro mandatario acusado de derechismo que a diario tiene que esquivar las trampas que le tienden los partidarios de la verdadera fe nacional y popular aunque, a diferencia del porteño, insiste en afirmarse un creyente fervoroso que nunca soñaría con oponérsele.

Detrás del conflicto acerca del manejo de los subtes de la Capital está la voluntad de Macri de conseguir para la ciudad de la que es jefe facultades parecidas a las que ya tienen todas las provincias, dotándole, entre otras cosas, de una fuerza policial propia, la “Metropolitana” que poco a poco está consolidándose pero que todavía dista de estar en condiciones de reemplazar a la Policía Federal, detalle este que la ministra de Seguridad Nilda Garré está resuelta a subrayar liberando esporádicamente a distintas zonas urbanas. También quiere una proporción mayor del dinero aportado por los contribuyentes en el marco de la coparticipación. Demás está decir que el Gobierno es reacio a colaborar con el proyecto de Macri. Antes bien, está decidido a defender lo que aún queda de las limitaciones fijadas por la llamada Ley Cafiero a fin de mantener sometida a lo que es, a fin de cuentas, la Capital Federal.

Ahora bien: nadie ignora que si Macri fuera un kirchnerista tan abnegado como Rafael Bielsa y Daniel Filmus, la Capital contaría con una multitud de obras públicas, la Policía Federal custodiaría todos los edificios, incluyendo a los hospitales, y la responsabilidad por el manejo de los subtes no constituiría un problema. Pero, desgraciadamente para los porteños que están atrapados en el teatro de operaciones disputado por el kirchnerismo y Pro, Macri ocupa un lugar destacado en la lista de enemigos de Cristina, razón por la cual Garré y otros funcionarios militantes del gobierno nacional están resueltos a hacerlo tropezar, aunque a esta altura algunos kirchneristas se habrán dado cuenta de que atacarlo podría resultarles contraproducente, sobre todo si siguen brindando una impresión de mezquindad.

Por lo demás, hasta las deficiencias que a menudo se atribuyen a Macri –un perfil cultural que según sus críticos es un tanto rudimentario, su pragmatismo, su origen empresarial, su presunta mediocridad–, se parecerán más a virtudes a ojos de una ciudadanía que está comenzando a sentirse harta de las lucubraciones vehementes de los teóricos de lo nacional y popular; cuando de la política se trata, la soberbia intelectual es un vicio terriblemente peligroso. De quedarse sin combustible el “modelo” antes de octubre del 2015, Macri estaría bien posicionado para ofrecerse como una alternativa al eventual sucesor oficialista de Cristina, siempre y cuando no se tratara de Scioli que, no obstante sus manifestaciones de fe kirchnerista, por una cuestión de imagen encajaría con facilidad en el mismo escaque del tablero político.

Desde que Macri hizo su entrada al escenario nacional, los kirchneristas lo han tomado por un adversario (mejor dicho, un enemigo, ya que no les gustan los matices) a su medida. Es, creen, un “derechista”, lo que a su entender lo hace culpable del crimen de lesa argentinidad, ya que con escasas excepciones los profesionales de la política nos aseguran que son progresistas de inclinaciones izquierdistas, pero también les parece un peso liviano que sería intrínsecamente incapaz de causarles demasiados problemas. Asimismo, suponen que, por ser un porteño, a Macri le sería difícil vincularse con quienes viven más allá de la avenida General Paz.

¿Están en lo cierto? Es posible, pero corren el riesgo de que, merced a su ayuda, Macri se erija en jefe de la oposición justo cuando los vientos estén soplando con fuerza creciente en contra del gobierno de Cristina. En tal caso, estaría en condiciones de sacar provecho de los muchos errores de una Presidenta que no se ha preparado para afrontar el período de vacas esqueléticas que ya ha empezado y que, en los meses próximos, le deparará un disgusto tras otro.

Para abrirse camino en el interior, Macri tendría que superar los prejuicios contra la Ciudad de Buenos Aires que desde hace mucho más de un siglo forman parte de la cultura política nacional. En opinión de los moralistas más severos, la Capital Federal es un antro cosmopolita, extranjerizante, importador, que no posee los encantos telúricos del país profundo. Asimismo, es muy fuerte la tendencia, compartida por Cristina, a ver en la “cabeza de Goliat” un monstruo parasitario que chupa riquezas del resto del país sin devolverle nada salvo desprecio.

Tal actitud puede entenderse: al fin y al cabo, la Capital no tiene kilómetros cuadrados sembrados de soja, minas, grandes complejos industriales. Muchos la ven como un reducto de oficinistas y burócratas, comerciantes, banqueros, financistas y hoteleros, y por lo tanto les parece inexplicable que disfrute de un ingreso per cápita que es más elevado que el de lugares que a primera vista les parecen mucho más productivos. Sin embargo, ocurre que en el mundo actual las grandes metrópolis son, en términos económicos y, desde luego, culturales, los auténticos motores del desarrollo; de independizarse, la Reina del Plata, a pesar de sus muchas lacras, tomaría su lugar al lado de las capitales de países que son llamativamente más prósperos y avanzados que la Argentina en su conjunto.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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