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DANZA | 04-05-2012 13:51

Retorno de las sombras

Buen montaje de “La Bayadera” en La Plata, obra de la era Petipa en Rusia: uno de los ballets de su primera etapa creativa. Luis Ortigoza –su repositor e innovador– ha puesto su experiencia como bailarín y conocimiento, para llevar renovación a este ballet. No obstante sus esfuerzos, todavía subsisten episodios que son consecuencia de cierta pesada antigüedad, sobre todo en la primera parte, que resiente su prolijo trabajo en dos partes. La segunda parte se integra con el  desarrollo de “la noche de las sombras”, donde veintiséis bailarinas superaron las dificultades de los arabesques, los equilibrios y la homogeneidad, para acentuar el brillo general.

Pero llamó la atención la falta de un diseño sugerente en la iluminación para algunas escenas significativas. “La Bayadera” es uno de los extensos ballets de Marius Petipa (estrenado en 1872) denominados “Full Length”, cuando el maestro francés aún estaba fuertemente influido por el romanticismo. "La noche de las sombras” se desarrolla con ambientación romántica, en un bosque sombrío donde penetra la luz de la luna llena. Además, está presente la muerte por amor, y las sombras-un espectro de aparición vaga y fantástica: la imagen de una persona ausente o muerta-. Si ya conocemos a las sylphides (“La Sylphide”) y a las willi (“Giselle”), las vindicantes de “La Bayadera” son las propias sombras descriptas. Las solistas cumplieron dignamente con la labor encomendada, que tiene pasos de difícil realización.

Para este ciclo se decidió invitar para encarnar a Nikya –verdadera heroína– a Eleonora Cassano, figura que viene efectuando su última gira artística. Y para asumir el protagónico masculino a Thiago Soares, un brasileño que revista en el Royal Ballet del Reino Unido. No es la primera vez que vemos al artista del vecino país en el Teatro Argentino. No es la gran figura, pero cuenta con una técnica segura y es un hábil partenaire. En la función a la que asistimos, la del viernes 18, Julieta Paul fue Nikya y cumplió una actuación escénica relevante, aunque sin matices expresivos, y Solor –encarnado por Soares– supo demostrar garbo, en tanto Genoveva Surur retomó el papel de la malévola Gamzatti, que se presenta solemne y majestuosa. Esta destacada bailarina del Teatro Argentino tuvo un lamentable accidente cuando bailaba con Soares, al caer pesadamente. Aun así, siguió bailando y recibió del público una auténtica manifestación de reconocimiento artístico.

Como ejemplo de academicismo propio de Marius Petipa, esta “Bayadera” tiene escenas donde que intervienen personajes de peculiar exotismo: faquires, sacerdotes, el rajá, sobresaliendo entre los primeros José Manuel Ortiz con una expresiva actuación. Y hay que agregar las danzas del “divertissement”, plenas de virtuosismos, que afrontan mayormente las bailarinas destacadas de la Compañía.

La danza del ídolo de oro se encomendó a uno de los bailarines más jóvenes, pintado con áurea cobertura. Retornando a Ortigoza, destacamos su investigación, que incorpora parte del desaparecido cuarto acto de Petipa: la destrucción por un terremoto del templo donde se casan Gamzatti con Solor, lo cual adiciona espectacularidad. La visualización de dorados escenarios, con reminiscencias de la cultura de la India, colaboran con el éxito de esta puesta, al igual que el inspirado diseño del vestuario. La música de Minkus acompaña eficazmente el movimiento escénico. No es –claro– música de concierto, y estuvo a cargo de la Orquesta Estable, con la falencia de algunos instrumentos de viento. El director Rodríguez Xodo se esforzó en obtener un buen nivel y logró acertados fragmentos que se integraron con la danza y fueron bien recibidos por el público.

por Enrique Honorio Destaville

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