Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 18-05-2012 13:21

La proximidad inquietante de Scioli

James Neilson analiza el impacto que causaron las aspiraciones presidenciales del Gobernador.

Puede que el gobernador bonaerense Daniel Scioli sea tan ambicioso como el que más pero, a diferencia de otros políticos que no procuran ocultar su voluntad de subordinar todo a su proyecto particular, se las ha arreglado para brindar la impresión de ser un hombre tan caballeresco que, si bien en ocasiones da a entender que le gustaría trasladarse a la Casa Rosada, nunca soñaría con oponerse al eventual deseo de la ocupante actual de hacer de la presidencia un cargo vitalicio. Su estrategia consiste en esperar, con paciencia preternatural, a que Cristina se autodestruya, que las contradicciones inherentes a su “modelo” fantasioso, agravadas por su forma caprichosamente personal de gobernar el país, terminen privándola del capital político envidiable que ha sabido acumular.

En tal caso, sería de prever que buena parte de la ciudadanía detectara en Scioli las cualidades necesarias para tomar el relevo. De acuerdo común, el gobernador es un dirigente sensato, moderado, tolerante, casi balsámico, peronista pero no en exceso, que ostenta un perfil que es radicalmente ajeno a aquel de Cristina, para no hablar de los miembros más combativos del entorno presidencial que quieren que la política sea un drama épico en que ellos, militantes de las huestes del bien, luchan encarnizadamente contra una coalición satánica de ideología perversa, sin preocuparse en absoluto por el destino de los demás.

Desde hace varios años, los interesados en las vicisitudes del gran culebrón nacional están preguntándose: ¿Cuándo formalizará Scioli su ruptura con una presidenta que lo desprecia? Su resistencia a rebelarse contra la camarilla que domina el gobierno nacional y que lo cree un topo “derechista” que, con malas artes, logró infiltrarse en un movimiento que se supone progresista, ha enfurecido a muchos que lo han criticado por su presunta pusilanimidad, pero parecería que Scioli, como supuestamente era otro deportista que Carlos Menem convirtió en uno de los líderes políticos más destacados del país, Carlos Reutemann, es un “tiempista” consumado. Pues bien: ya abundan los motivos para sospechar que dentro de poco llegará la hora de la separación definitiva, de ahí la ofensiva contra el intruso que acaban de reanudar los soldados de Cristina. Es que, como intuyen Gabriel Mariotto y compañía, a pesar de todos los problemas que enfrenta Scioli en la provincia de Buenos Aires, el tiempo ha comenzado a correr a favor del gobernador amable cuya pasividad aparente los hace perder los estribos.

El aliado principal de Scioli es, cuá ndo no, la economía. El modelo está resquebrajándose. Aunque hasta los agoreros, aleccionados por años de crecimiento chinesco que los obligaron a modificar sus previsiones lúgubres, nos aseguran que se mantendrá intacto por mucho tiempo más, se da el riesgo de que el país se precipite muy pronto en otra crisis espeluznante a causa de la torpeza realmente extraordinaria del supersecretario Guillermo Moreno, artífice él de una desaceleración industrial alarmante, la inflación que amenaza con desbocarse, la necesidad de gastar más, mucho más, de diez mil millones de dólares por año para comprar energía a precios internacionales, la emisión monetaria descontrolada, la caída de los ingresos proporcionados por el yuyito salvador y, desde luego, la pésima conducta de un mundo que, según Cristina, ha cometido el crimen imperdonable de “derrumbarse”, cayendo sobre nuestras cabezas. Como suele ocurrir cuando, para la sorpresa general, una nueva crisis se hace sentir, el dólar “blue” se ha alejado del “verde” oficial para emprender vuelo hacia las nubes. ¿Hasta dónde llegará? Nadie tiene la menor idea.

Para Cristina y los suyos, lo que está sucediendo es desconcertante. Exitistas a más no poder, están programados para celebrar triunfos, no para enfrentar dificultades, sobre todos si estas son claramente de su propia factura. Al toparse con un obstáculo, confían en lograr superarlo redoblando las apuestas, yendo por todo, apropiándose de algo –una tajada adicional de los ingresos del campo, los fondos previsionales privados, las reservas del Banco Central, una petrolera emblemática– que les permite rellenar nuevamente la caja que usan para disciplinar a los díscolos como Scioli y otros gobernadores e intendentes, pero mal que les pese ya no quedan demasiadas alternativas de este tipo. Son cada vez más los que, conscientes de esta realidad, temen que a quienes van por todo se les ocurriera que, en nombre de la solidaridad inclusiva, les convendría despojarlos de sus ahorros, y que para defenderse de sorpresas desagradables están procurando ponerlos fuera del alcance de un gobierno que, entre otras cosas, cuenta con batallones de perros adiestrados para detectar dólares.

Así las cosas, no tardaremos mucho en saber la respuesta a un interrogante que se planteó en el 2009 cuando parecía que el kirchnerismo se batía en retirada: ¿Depende más la popularidad de Cristina de sus propios encantos, reforzados a ojos de muchos por la viudez, y de los de su relato melodramático, o de la sensación que aún persiste en algunos sectores de que la economía está avanzando de manera tan satisfactoria que sería estúpido arriesgar todo respaldando a una de las facciones opositoras? Aunque los cristinistas atribuyen aquel 54 por ciento de los votos que consiguieron en las elecciones de octubre del año pasado al carisma mágico de su jefa, parecería que Cristina misma no comparte su punto de vista, razón por la que optó por frenar la marcha de la “sintonía fina” al enterarse de que los cortes iniciales motivaban la indignación de los perjudicados. A juzgar por ciertas declaraciones recientes de la Presidenta en que aludía a “la rabia” que le provocaba la postura a su juicio locamente codiciosa de los sindicalistas y su viva desaprobación del curso emprendido por “el mundo”, en la Casa Rosada saben que los buenos tiempos se aproximan a su fin y que les aguarda un período erizado de dificultades de todo tipo. Para los convencidos de que gobernar equivale a repartir recursos entre los leales y hambrear a quienes no lo son, se trata de un desafío sumamente ingrato.

Mientras tanto, para furia de los cristinistas, Scioli espera su oportunidad con la tranquilidad socarrona de un yudoca que se propone aprovechar en beneficio propio la fortaleza de su adversario. No puede sino entender que está bien ubicado no solo para heredar el kirchnerismo, ya que sin Cristina reelegida, el movimiento que se ha aglutinado en torno de su figura se dispersaría de la noche a la mañana por falta de un líder, sino también para conseguir la adhesión de una parte sustancial de la oposición. Conforme a algunas encuestas, Scioli ya aventaja a Cristina por varios puntos en lo de “imagen positiva”. Así, pues, ya es anacrónica la idea empalagosa de Mariotto de que, por ser Cristina “la poseedora de todo el amor del pueblo y de los votos”, al gobernador le corresponda obedecerle sin chistar. Sucede que el comisario político que fue nombrado por la Presidenta para vigilar a Scioli es, como otros militantes de La Cámpora, partidario de lo que en tiempos por fortuna idos los alemanes llamaban el “Führerprinzip” según el cual discrepar con el “líder máximo” era un crimen capital, pero, lo entienda o no, en la Argentina actual la obsecuencia extrema que reivindica es un gusto minoritario.

Para Scioli, los intentos incesantes de Mariotto y sus secuaces de serrucharle el piso son con toda seguridad molestos, como lo es la negativa de Cristina de facilitarle los recursos que precisa para seguir pagando a tiempo al casi medio millón de empleados públicos de la provincia, pero en términos políticos pueden ayudarlo, ya que, a través de sus allegados, le es dado atribuir todas las deficiencias de su gestión como gobernador a la hostilidad manifiesta del gobierno nacional. La situación en que se encuentra se asemeja tanto a la de Mauricio Macri que toda vez que el mandatario porteño acusa a Cristina de librar una guerra de desgaste contra la Ciudad de Buenos Aires con el propósito de destruirlo, los habitantes de la provincia homónima pueden sentir que está hablando acerca de lo que está ocurriendo en su propio distrito.

Por supuesto, es insólito que un gobierno nacional se ensañe tanto con los encargados de administrar la Capital Federal y las provincias más pobladas que no vacila en sembrarlas de problemas con la esperanza de que sus enemigos tengan que pagar los costos políticos, pero se trata de una consecuencia acaso inevitable de un orden político tan absurdamente centralizado que la jefa de Estado se cree amenazada por cualquier síntoma de independencia. Es que el “estilo K” siempre ha sido paranoico: los Kirchner, Néstor y Cristina, eliminaron de sus propios entornos a quienes a su entender podrían hacerles sombra, rodeándose de mediocridades camaleónicas, además de jóvenes serviciales dispuestos a someterse a su tutela. Por motivos idénticos, la Presidenta quiere depurar de rivales en potencia a la clase política nacional, pero andando el tiempo los esfuerzos en tal sentido serán contraproducentes puesto que, lejos de resultar perjudicados por los ataques de los ultras, adversarios como Macri y, huelga decirlo, Scioli, se han visto beneficiados.

PERIODISTA y analista político, ex director de  “The Buenos Aires Herald”.

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