Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 24-05-2012 17:16

El blues del dólar blue

CRISTINA VERDE. La Presidenta retratada con la cara de Washington, el prócer norteamericano de los billetes que ya no se consiguen en el mercado oficial.

Los norteamericanos confían en Dios; los argentinos en el dólar. Toda vez que el “modelo” económico de turno empieza a emitir sonidos preocupantes, políticos de raza, caciques sindicales, financistas, empresarios, profesionales progresistas, empleados públicos, mozos y cartoneros procuran defenderse contra los disgustos que ven acercándose comprando aquellos billetes verdes que, además del retrato de ciertos próceres yanquis, llevan la consigna piadosa “confiamos en Dios”. Indiferentes a las advertencias de gurúes de mentalidad apocalíptica que les informan que el dólar, amenazado como está por una deuda pública norteamericana que ha adquirido dimensiones fabulosas, tiene los días contados y que por lo tanto el futuro pertenecerá al yuan chino, otra moneda aún exótica o algo más tangible como el oro, se esfuerzan por aferrarse a la economía de la superpotencia imperial con la esperanza de que los ayude a mantenerse a flote en un mundo agitado por tormentas.

La manía dolarizadora que se ha apoderado nuevamente de una proporción nada desdeñable de los argentinos y argentinas y que, tal y como están las cosas, parece destinada a perpetuarse, plantea al gobierno de Cristina un desafío que es muy pero muy ingrato. Está tratando de superarlo con una mezcla a su entender juiciosa de medidas policiales, persiguiendo con saña a los arbolitos que han brotado por doquier y obligando a los clientes de las casas de cambio a probar suerte en una espesa jungla burocrática de la que pocos salen ilesos, y declaraciones reconfortantes que supuestamente convencerán a los asustados de que, para citar a Cristina, “no va a haber nada raro, no va a haber ningún shock”. Al fin y al cabo, dice, “esta Argentina es absolutamente responsable y previsible”.

Pero ya es tarde. El que el dólar “blue” se haya alejado del “verde” oficial y que no parezca tener la más mínima intención de regresar adonde estuvo algunas semanas atrás es de por sí alarmante.  Entre otras cosas, significa que el despliegue policial y canino portentoso que fue ordenado por el Gobierno solo ha servido para consolidar el “desdoblamiento” del mercado cambiario.

Desgraciadamente para Cristina, cuando de la economía se trata, sus palabras valen muy poco. No es cuestión de las rarezas de su ideología particular que, según nos ha asegurado, comparte con José Eduardo Dos Santos, el dictador vitalicio de Angola que, desde luego, es uno de los países más corruptos de la Tierra, sino del daño irremediable que ha sufrido el INDEC luego de verse convertido en una usina propagandística. Merced al difunto marido de Cristina, el Nestornauta, y a su rarísimo factotum económico Guillermo Moreno, nadie en sus cabales soñaría con tomar en serio las estadísticas oficiales que, de acuerdo común, tienen más que ver con el extravagante relato gubernamental que con lo que, en opinión de gente menos imaginativa, constituye la realidad. Puede que el país no esté por precipitarse en otra crisis “terminal”, pero son cada vez más los que, por las dudas, están apostando al dólar. Así las cosas, los intentos oficiales por poner el dólar fuera del alcance de los deseosos de comprarlo no pueden sino resultar contraproducentes.

Sea como fuere, es dolorosamente evidente que el panorama dista de ser tan promisorio como parecía ser en octubre pasado cuando más de la mitad del electorado manifestó su confianza en las dotes administrativas de Cristina y sus acompañantes, premiando a la Presidenta con un triunfo plebiscitario por su manejo supuestamente responsable y previsible de la economía nacional. La desaceleración que afecta a casi todos los sectores salvo el supuesto por el nicho ocupado por los arbolitos ya es innegable; puede que, bajo el signo ominoso de la estanflación, ya se haya iniciado una recesión prolongada. Por cierto, al privar a miles de empresas productivas de los insumos que necesitan, Moreno se las ha arreglado para agravar una situación ya difícil. Asimismo, a causa del desprecio patente del gobierno por cosas horribles como la seguridad jurídica, con pocas excepciones los empresarios han dejado de pensar en invertir: antes de arriesgarse, quieren tener una idea más clara de lo que el futuro les tiene reservado.

Peor aún: muchas provincias, además de la Capital Federal, están deslizándose hacia la bancarrota; no sorprendería del todo que algunos gobiernos del interior pronto comenzaran a pagar a sus empleados con patacones y otras cuasimonedas. En cuanto a los proveedores y contratistas, tendrán que esperar su turno. En esta ocasión, no se trata de una decisión presidencial de hambrear a los gobernadores, comenzando con el bonaerense Daniel Scioli, y a ciertos intendentes a fin de enseñarles lo que es la lealtad, sino de la falta de plata: las arcas de Cristina están vaciándose con rapidez.

Una forma de resolver el problema mayúsculo que ha provocado una tasa de inflación anual de cerca del 25 por ciento y la resistencia del Gobierno a darse por enterado modificando el tipo de cambio, consistiría en una devaluación seguida por la eliminación de controles, de tal modo oficializando el dólar blue, pero Cristina es reacia a hacerlo por temor a que, en tal caso, la inflación cobrara tantos bríos que haría trizas de su “modelo”. Por lo demás, entiende que está en juego su propia autoridad –las mandatarias no son inmunes al machismo monetario–, y de todos modos, como peronista se sentirá comprometida con la idea de que lo económico tenga forzosamente que ser subordinado a lo político. Para Cristina y sus simpatizantes, sería intolerable verse constreñidos a batirse en retirada frente al “mercado”, este enemigo execrable de todo cuando es nacional y popular. Así, pues, las plazas financieras del país se han transformado en campos de batalla en que las huestes gubernamentales están librando una guerra sin cuartel contra fuerzas oscuras que, sospechan, han sido movilizadas por “neoliberales” que, es innecesario decirlo, están resueltos a depauperar al pueblo.

En todas partes, la salud económica depende de la confianza. Por este motivo, en enero del 2007, al entonces presidente Néstor Kirchner se le ocurrió que sería genial manipular las expectativas de la gente mejorando el índice de precios al consumidor. Por desgracia, al actuar así armó una bomba de tiempo que de estallar tendría consecuencias nada felices. Aunque para sorpresa de los escépticos el desdoblamiento estadístico ya ha durado cinco años, es poco probable que se mantenga por tres más para que Cristina pueda concluir su mandato sin tener que emprender el ajuste brutal que sería necesario para que el país ficticio del INDEC se reconciliara con aquel en que vive el grueso de la población. No es del todo imposible, pues, que, por primera vez en más de medio siglo, un gobierno peronista más interesado en repartir recursos que en crearlos se vea obligado a enfrentar los problemas causados por su propia miopía principista. Parecería que lo único que aprendieron los kirchneristas del canonizado Lord Keynes es que “a largo plazo todos estamos muertos”, pero desafortunadamente para ellos hay motivos para creer que en su caso el largo plazo llegará mucho antes.

El renovado protagonismo del dólar es síntoma de la pérdida de confianza en el futuro inmediato de la economía nacional. Personas que nunca han prestado atención a los detalles fiscales, a la evolución del precio internacional de la soja o al drama europeo, saben que el panorama se ha oscurecido en los meses últimos. El clima de optimismo que hizo posible la victoria arrolladora de Cristina en las elecciones del año pasado se ha visto reemplazado por uno de incertidumbre, cuando no de resignación fatalista. Día tras día, la inflación carcome los ingresos de millones de familias que viven cerca de la línea de pobreza tercermundista trazada por el gobierno; según la Encuesta de la Deuda social, más de ocho millones no perciben bastante para una canasta básica alimenticia y de otros bienes imprescindibles que costaría 24 pesos por día, o sea, el precio de una sola taza (de plástico) de café tibio y leche en un bar de Aeroparque. Tanto en la Capital Federal como en distintos lugares del interior están proliferando las manifestaciones callejeras.

La “desaceleración” de la economía, combinada con la necesidad del Gobierno de frenar la expansión desbocada del gasto público porque se le va agotando el dinero, pues, es un asunto muy grave. Para amortiguar el impacto político de lo que está sucediendo, lo atribuirá a los malos de siempre: oligarcas, bancos, agricultores, empresarios tanto extranjeros como nacionales y, por supuesto “el mundo” que, por negarse a sumarse al proyecto de Cristina, está desmoronándose. En mayo del 2003 funcionó muy bien la estrategia maniquea así supuesta que se puso a aplicar en seguida el flamante presidente Néstor Kirchner: la recuperación ya estaba en marcha y cobraría fuerza en los años siguientes. ¿Resultaría ser igualmente exitosa si la economía entrara en una fase recesiva sin salida a la vista? La verdad es que no se dan demasiados motivos para creerlo, pero así y todo los entusiasmados por el proyecto de Cristina harán un gran esfuerzo por probar lo contrario; dadas las circunstancias, no les queda otra alternativa.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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