Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 04-06-2012 17:40

La soledad de la reina Cristina

Monarca. La Presidenta concentra el poder mientras el Modelo empieza a dar señales de agotamiento.

Muy poco queda de la euforia triunfalista que sintieron los kirchneristas apenas medio año atrás cuando se creyeron los amos del universo. Casi todo el poder político sigue en manos de Cristina, eso sí, pero la Presidenta ya se sabrá impotente para frenar el avance inexorable de una crisis económica que amenaza con demoler el “modelo” que, según ella, ha transformado la Argentina para siempre, liberándola de un pasado repleto de frustraciones y preparándola para hacer frente a los desafíos planteados por “un mundo que se desmorona”. No ha dejado de reivindicar en tono épico su propia gestión y la de su marido difunto, pero en su fuero interior no puede sino comprender que solo se trata de palabras, de aspiraciones que el tiempo ya ha devorado, de ahí la alusión, para algunos sorprendente, que hizo el 25 de mayo en Bariloche, a lo ineludible que es “transferir la posta” porque en esta vida nada es eterno.

¿Transferir la posta? De insinuarlo otro –Daniel Scioli, digamos–, los escuderos fieles de Cristina estallarían de indignación. Lo tomarían por evidencia contundente de que ya está en marcha una conspiración oligárquica, urdida por una junta maligna de generales mediáticos que fantasean con devolver el país a la oscuridad prekirchnerista. Es que conforme al credo oficial, Cristina no cuenta con sucesores. Tiene que ser eterna. Sin ella, el kirchnerismo se rompería en una multitud de fragmentos. El proyecto se desintegraría. He aquí una razón por la que sus simpatizantes se sienten obligados a colmarla de poderes, homenajeándola en toda oportunidad, actitud que, además de reflejar el grado realmente asombroso de irresponsabilidad de sus partidarios, le impide gobernar con un mínimo de eficacia. Pensándolo bien, la obsecuencia sistemática equivale a traición.

Cristina está sola. No puede confiar en nadie. Aquellos dependientes que estarían dispuestos a sacrificar todo por ella no están en condiciones de darle los consejos que le permitirían superar las pruebas que se avecinan, mientras que quienes en otras circunstancias podrían hacerlo se han visto expulsados del hermético círculo áulico presidencial. La situación en que se encuentra Cristina sería menos precaria si la Argentina poseyera instituciones adecuadas, comenzando con una administración pública profesional, organismos de control respetados y un Poder Judicial indiferente a las presiones del Ejecutivo, además de partidos políticos genuinos, pero los resueltos a inflar el poder presidencial se las han arreglado para socavarlas, privando así a su jefa de una base firme. A su manera, la así premiada –castigada–, lo entiende: “Los que se creen eternos tienen que mirarse al espejo y darse cuenta de lo frágiles que son”. Sí, Cristina parece consciente de que su ciclo está aproximándose inexorablemente a su fin, de que, como lamentó una vez el hipotético ancestro de la revolución bolivariana, está arando en el mar.

Atrapada en el rol de mandataria todopoderosa y omnisciente, la Presidenta se ve constreñida a liderar la lucha contra “el mundo”, es decir, contra todo lo que de acuerdo con su ideología setentista personal está provocando el desmoronamiento del “modelo”. Para ayudarla en esta empresa nada fácil, están el púgil de lenguaje soez Guillermo Moreno y Axel Kicillof, un hombre cuyo aporte principal al “modelo” ha consistido en impulsar la apropiación de las acciones de Repsol en YPF y advertirles a los escasos inversores en potencia que el Gobierno del que forma parte es contrario por principio a la seguridad jurídica, concepto que, según parece, cree grotescamente reaccionario. Así las cosas, no extraña que en las semanas últimas se haya difundido la sensación de que la economía argentina está por hundirse, razón por la que tantas personas quisieran pertrecharse de dólares antes de que les sea demasiado tarde.

Según parece, el operativo YPF no ha resultado ser tan provechoso como habían previsto quienes suponían que, además de permitirle a Cristina recuperar los pedazos de su capital político que había perdido a causa de las andanzas poco edificantes de Amado Boudou y el desastre ferroviario de Once que muchos atribuyeron a la relación presuntamente corrupta de los funcionarios del Gobierno con los concesionarios, la petrolera emblemática tendría escondidos en sus bóvedas miles de millones de dólares frescos. Asimismo, se ha dado cuenta de que, aun cuando Miguel Galuccio resultara ser el profesional cabal que Cristina quería como mandamás de YPF para asegurar que no se viera convertido en un nuevo agujero negro politizado equiparable con Aerolíneas, antes de que la empresa empezara a generar dinero le sería necesario captar inversiones que nadie tiene interés en aportar. Por motivos comprensibles, a cambio de su eventual colaboración, petroleras imperialistas como Exxon requerirían garantías que serían incompatibles con las pretensiones de un movimiento supuestamente nacional y popular que acaba de despojar a los españoles so pretexto de defender la soberanía energética.

Pero lo de YPF ya fue. Sus peripecias internas no son noticia y, desafortunadamente para Cristina, el impacto político de la expropiación ha sido apenas perceptible. Desde hace varias semanas, lo que más preocupa a la ciudadanía es la ruta errática que ha tomado el dólar blue luego de separarse definitivamente del verde. Para los kirchneristas, comprometidos como están con la noción de que lo económico siempre tiene que subordinarse a lo político, lo que está en juego es su propia autoridad, motivo por el que el Gobierno está esforzándose por reafirmarla poniendo fin a la huida del dólar con los consabidos métodos policiales que, desde luego, no sirven para restaurar la confianza. Por el contrario, sería difícil imaginar una forma mejor de sembrar el pánico que exhortar a los argentinos a aprender a pensar en pesos.

En opinión de algunos, la lucha contra la dolarización mental, la toma de YPF y los intentos oficiales de manejar una proporción creciente de las variables económicas, significan que lo que tiene en mente el Gobierno es probar suerte instalando una versión local del “modelo” venezolano, pero es por lo menos posible que a Cristina le parezca más apropiado el angoleño. Para distraer por algunos días la atención de lo que está ocurriendo fronteras adentro, la Presidenta, impulsada por Moreno, optó por hacer de Angola un aliado estratégico y, de regreso a la patria luego de una visita breve pero así y todo antológica al país del dictador vitalicio José Eduardo Dos Santos, reivindicar el aporte, a su juicio fundamental, de “esos negros” angoleños a la independencia de lo que andando el tiempo sería la Argentina.

No cabe duda de que Cristina se sintió a sus anchas entre “las mujeres revolucionarias” con las que bailó alegremente en Luanda. También le encantaron las perspectivas comerciales que vio abrirse ante sus ojos: la entusiasmaron tanto que obsequió a sus anfitriones, y a los empresarios que la acompañaban, una imitación convincente de la actriz Fátima Florez en la que, entre grititos –“¡Es insoportable, es insoportable!”– prometió venderles a los angoleños cantidades ingentes de chicles, batidoras, licuadoras, trajes de la Sastrería González, limones tucumanos, sillones de cuero y otros productos de los sectores más competitivos de la pujante economía nacional.

Gracias a Cristina y a Moreno, el país ha logrado acercarse a Angola, pero se ha alejado  virtualmente de todos los demás integrantes de la comunidad internacional. Mientras los kirchneristas celebraban el éxito de su safari africano, los miembros de la Unión Europea ponían los toques finales a una denuncia furibunda, redactada en un estilo que podría calificarse de kirchnerista, ante la Organización Mundial de Comercio por vaya a saber cuántas violaciones de las normas. También se sienten molestos por las trabas imaginativas inventadas por Moreno en Suiza, Japón, los Estados Unidos, Australia, Corea del Sur, México y, claro está, Brasil, además de muchos otros países. No es que los norteamericanos, europeos y nipones sean reacios ellos mismos a aplicar medidas proteccionistas, sino que están acostumbrados a hacerlo de forma menos caprichosa y más previsible que la habitual aquí, donde todo parece depender del estado de ánimo de una sola persona, una que, para más señas, se ha hecho mundialmente famosa por su prepotencia.

Así, pues, lo mismo que el dólar, la imagen de Cristina y de su gobierno se ha desdoblado. En el exterior, (salvo, hasta cierto punto, en Bolivia, Venezuela y, es de suponer, Angola), es francamente mala: el senador republicano norteamericano Dick Lugar dista de ser el único político extranjero persuadido de que la Argentina merece ser “suspendida” del G-20 por el “comportamiento de bandido” de sus gobernantes. Dentro del país, en cambio, el kirchnerismo sigue contando con el apoyo de una proporción sustancial de la ciudadanía que, por supuesto, no se sentirá intimidada por la hostilidad foránea aunque, de ensombrecerse mucho más el panorama económico y de propagarse la impresión de que la llegada de los años flacos se ha visto apurada por la ineptitud de quienes rodean a Cristina, la situación política interna podría modificarse con rapidez fulminante.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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