Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 06-06-2012 20:39

El poder del relato

El discurso que opone un “nosotros” a un “ellos” es la base de la narración política. Por qué el pueblo solo se une cuando se divide.

Ustedes deben haber oído más de una vez exclamaciones como esta: “¡Basta, terminemos con…!”, completadas, según los casos, con expresiones como la especulación, la explotación, la corrupción, el libertinaje, la violencia o el autoritarismo… Y si las oyeron, habrán reconocido seguramente un fragmento de discurso político. El asunto consiste en comprender por qué. Y la respuesta no es difícil.

Observen un poco la frase. Ahí aparece un orador que se dirige a “nosotros” para proponernos cambiar una situación actual que estaríamos padeciendo. Y aunque nuestro enunciado mínimo no llegue a explicitarlo, ese orador no va a tardar en atribuirles la responsabilidad de esa situación a “ellos” (los especuladores o los explotadores o los corruptos o los libertinos o los violentos o los autoritarios). Todo relato político presenta entonces un antagonismo entre nosotros y ellos, entre el pueblo y sus enemigos, y propone el cambio de una situación: la ruptura, digamos, entre el presente y el futuro. Todo relato político anuncia así el fin de un “statu quo” y el advenimiento del pueblo liberado.

No hay que cargar demasiado las tintas con esta palabra: relato. Si preferí llamarlo así, en mi libro “Rebeldes y confabulados” (Eterna Cadencia), se debe a que en estas narraciones el pueblo aparece luchando contra un adversario para cambiar un orden de cosas, y estos cambios suelen caracterizar, desde tiempos muy remotos, a las peripecias épicas. Así como el héroe de una historia tiene siempre un tenebroso “alter ego”, el pueblo, protagonista de la historia, tiene siempre un “alter nos”. Hablar de “luchadores populares” resulta, en un caso así, un pleonasmo (redundancia) porque no hay pueblo, en semejantes relatos, sin una lucha ontra quienes lo están lesionando. Incluso la unidad popular se constituye en esta lucha. El estribillo “el pueblo unido / jamás será vencido” deja en claro hasta qué punto la unión tiene lugar en un contexto de antagonismo contra un enemigo común a las diversas partes del pueblo.

Mao Tse-tung había señalado ya esta paradoja: el pueblo solo se une a condición de dividirse. Los miembros de un conjunto heterogéneo de grupos sociales, étnicos o sexuales solo llegan a decir “nosotros” a condición de enfrentarse a “ellos”. Y estas uniones no cesan de hacerse y deshacerse a medida que los antagonismos se desplazan, como sucedió en la Argentina cuando, durante algunas semanas, llegaron a aliarse provisoriamente dos grupos sociales habitualmente distanciados: “Piquete y cacerola / la lucha es una sola”. Porque si esta alianza inédita y precaria pudo, lejos de cualquier pronóstico, efectuarse, se debió a que la  propia clase política apareció en aquel relato como el enemigo común a ambos grupos –“Que se vayan todos”–, dando lugar a una búsqueda de experiencias asamblearias separadas de cualquier partido. Cuando se le reprocha, en todo caso, a una organización política, o eventualmente a un gobierno, el hecho de dividir la sociedad, se lo está acusando, sencillamente, de hacer política, algo que también están haciendo, desde luego, los propios acusadores. Se trata incluso de una de las imputaciones más habituales de los políticos fascistas: alentando la lucha de clases, argüían éstos, los comunistas y los anarquistas dividen al pueblo o la nación. Pero con este pretexto, ellos mismos establecían una división en el seno de ese pueblo y llevaban este antagonismo político hasta su continuación por otros medios: la guerra de exterminio contra los subversivos.

Todo relato político, en resumidas cuentas, le propone al pueblo cambiar una situación “injusta” instituida por sus enemigos. Ahí tienen entonces la explicación del título de mi libro: desde el momento en que dice “basta”, el relato político cuenta la rebelión contra un estado de cosas. Y quienes están convencidos de que es preciso terminar con ese “statu quo” –los adictos, por decirlo así, a tal o cual fábula política– son los confabulados.

Alguien podría objetarme que los conservadores no se rebelan. Una buena parte de este libro, no obstante, está consagrada a desmentir esta impresión. Que ellos quieran regresar a una situación más antigua e idealizada, como cuando los conservadores argentinos pretendían restituir el país agro-ganadero anterior a la ley Sáenz Peña, no significa que no vociferasen sus “basta” y no quisieran terminar, como de hecho lo hicieron, con el gobierno de Yrigoyen.

La política es disidencia en dos sentidos: desacuerdo con un orden instituido, pero también, y sobre todo, desacuerdo acerca de cuál es ese orden instituido. Socialistas, anarquistas, nacionalistas y conservadores criticaban, en los años veinte, el gobierno del caudillo radical, pero esto no significa que lo describiesen los cuatro del mismo modo, que denunciaran las mismas “injusticias” ni que propusieran, por ende, los mismos cambios. Pero si estos relatos tienen, a su vez, una dimensión mítica, se debe a que presentan ese enfrentamiento entre el orden establecido y los rebeldes, o entre “ellos” y “nosotros”, como una repetición de una lucha que recorrió la historia nacional. Y cualquiera puede reconocer este gesto en la fórmula “hoy como ayer”. Estos relatos establecen así una identidad popular retrospectiva: un pueblo aparece como si hubiese sido siempre lo que es hoy y como si no hubiese cesado de enfrentarse con un enemigo que, bajo diferentes nombres, sigue siendo siempre el mismo.

Algunos dirán que el pueblo argentino siempre tuvo que enfrentarse al imperialismo y sus agentes locales; otros, a los grupos autoritarios que no cesaron de quebrantar el orden institucional; los terceros, sostendrán que desde los años de la independencia los argentinos luchan contra el proteccionismo estatal. Y cada uno va a escoger un “representante general” de ese pueblo: para los primeros, va a ser el trabajador explotado; para los segundos, el ciudadano privado de sus derechos; para los terceros, el empresario coartado en sus iniciativas. ¿Qué es, en resumidas cuentas, un relato político? Una memoria popular, pero una memoria que no cesa de reinterpretar el pasado del país a partir de los conflictos políticos presentes.

(*) Filósofo. Autor de “Rebeldes y confabulados. Narraciones de la política Argentina”.

por Dardo Scavino (*)

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