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TEATRO | 08-06-2012 16:43

El poder de la víctima

“Buena gente”, de David Lindsay-Abaire. Con Mercedes Morán, Gustavo Garzón y elenco. Dirección: Claudio Tolcachir. Teatro Liceo, Rivadavia 1495.

En la primera escena de esta obra, Margarita (Mercedes Morán) llega tarde a su trabajo, una vez más, y su joven jefe se ve en la desgraciada situación de tener que despedirla. Incrédula primero y luego más concentrada, ella despliega todos sus recursos para disuadirlo: encanto personal, anécdotas divertidas, chantaje sentimental, cruda insistencia. Pero nada funciona, Marga se queda sin trabajo.

Es una escena reveladora del registro coloquial que va a tener la pieza, donde las conversaciones se extienden con largueza y se multiplican en ligeras variantes de los mismos temas. Principalmente la situación de Marga, que acaba de perder su trabajo, y pronto va a quedarse también sin techo porque no podrá pagar el alquiler. Sus amigas (Verónica Llinás y Silvina Sabater), insisten en que vaya a ver a Juan (Gustavo Garzón), amigo de la infancia y novio fugaz de la adolescencia, pero sobre todo un hombre que logró salir del barrio humilde de todos ellos, convertirse en un médico exitoso y vivir en un country. Solo él podría estar en condiciones de ayudarla.

La razón de Marga para desatender sus tareas es una hija discapacitada de 30 años. Su encuentro con Juan es otra fiesta de retórica y manipulación. Se muestra encantadora, pero en un punto no le perdona su prosperidad, su esposa joven y rubia, el hecho de haber tenido un padre. Solo cuando está con sus amigas, en la casa o en el bingo, Marga parece descansar.

La escenografía de Alberto Negrín es muy bella pero también algo excesiva, como algunos de los diálogos. Cada escena se presenta con un despliegue de imágenes proyectadas sobre el fondo, una instalación sonora y un efecto general de gran fuerza dramática. Pero además están los muebles propios de cada escena: lockers, biombos, escritorios, escaleras, mesa de cocina y tabla de planchar. Solo la barra del bingo resulta austera y eficaz. Aunque una deuda importante sigue impaga y esconde el verdadero nudo argumental de la historia, el tono general de la pieza parece concentrarse en el plano relativamente más trivial de las diferencias de clase, o mejor dicho, de la movilidad social. Mercedes Morán se mueve con toda comodidad en ese personaje algo filoso que es Margarita, encantadora pero demandante en extremo y en un punto enconada. Todo el elenco se luce, pero en especial las amigas, Susana Sabater y la gran Verónica Llinás. Claudio Tolcachir dirige esta nueva obra del joven dramaturgo estadounidense David Lindsay-Abaire, que tiene, entre otros, un premio Pulitzer por su obra “Rabbit Hole”.

por Cecilia Absatz

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