Thursday 28 de March, 2024

ECONOMíA | 21-06-2012 12:56

"La irresponsabilidad de Estados Unidos"

El ex canciller y el periodista especializado en temas internacionales analizan los cambios de la economía mundial.

Si algún consenso existe acerca de los orígenes de las fallas geológicas que derrumbaron la economía del mundo, es que se sitúan en el sector financiero. Es razonablemente mayoritaria la opinión de que uno de los problemas que existen con los bancos centrales en Europa es que se ven a sí mismos como defensores del sistema bancario. En consecuencia, en momentos en que Barack Obama anunciaba un plan para limitar el tamaño y las actividades especulativas de los bancos y las entidades financieras, adoptar sin más las recetas que provienen de dicho estamento equivaldría a pedir consejos al zorro sobre cómo cuidar a las gallinas.

El Banco Central norteamericano, que completó el proceso de reelección de su autoridad en el 2010 (Ben Bernanke) por otros cuatro años, tiene como mandato “conducir la política monetaria del país, a través de influir las condiciones crediticias y monetarias de la economía, con el objetivo de alcanzar el máximo empleo posible, además de mantener precios estables”. Esto es, las preeminencias son el pleno empleo y la baja inflación. En cambio, las prioridades de los bancos centrales en Europa (incluyendo el Banco Central Europeo, BCE), son inversas; en el caso del BCE, su función principal “consiste en mantener el poder adquisitivo de la moneda única y, de este modo, la estabilidad de precios en la zona del euro”. Aunque los Estados Unidos son percibidos en Europa como liberales, lo cierto es que, siguiendo los preceptos de Maastricht (tratado de la Unión Europea de 1992), no hubiesen podido ser aceptados en la Unión Europea, pues sus quebrantos durante el período 1989-2007 fueron superiores a lo permitido.

Existen estudios econométricos que aseguran que hay una total falta de datos empíricos que avalen la tesis de que a mayor independencia se sigue una mayor credibilidad de los bancos centrales, lo que conduce a mayor crecimiento y desarrollo. El profesor de Economía Aplicada Alberto Montero Soler sostiene que la concesión de un mayor grado de independencia para la banca central constituye un asunto demasiado problemático como para poder ser resuelto con referencias cuestionables acerca de su efecto sobre la credibilidad de la política monetaria.

En consecuencia, y como los resultados de la política económica son soportados por los gobiernos –que tienen responsabilidad electoral–, aparecen propuestas de modificaciones a las cartas orgánicas según las cuales los bancos centrales deberían estar supervisados “por representantes elegidos por la población (es decir, miembros del Congreso), a los cuales tendrían que rendirles cuentas”, y sus directores deberían poder ser destituidos según el deseo popular.

La república tiene un solo poder contra-mayoritario, que es el Judicial. Esto se debe a que, como los jueces son garantes de la Constitución y de las leyes, es preferible que no estén sometidos a elecciones periódicas, razón por la cual disfrutan de inamovilidad primaria. Con uno, es suficiente.

ESTADOS UNIDOS, (I)RESPONSABLE DEL MUNDO. Cuando comenzó la crisis actual (según Christine Lagarde, en el 2008), nadie podía afirmar seriamente cuánto iba a tardar el agujero negro (en el que se habían convertido las finanzas de este mundo) en dejar de absorber billones de dólares provenientes de fondos estatales, ni el aspecto que tendría el sistema luego de las ablaciones de órganos, amputaciones y toilettes quirúrgicas por las que tendría que pasar –aunque algunos no se resistieron a jugar una bola en la ruleta de las premoniciones–, pero era seguro de que luego de la crisis, la dínamo que impulsaría al planeta sería de nueva generación. Finalizando 2011, “luego de la crisis” suena como un piropo.

Sea como fuere que los Estados Unidos es el actor internacional de mayor peso (con un PBI que representa alrededor del 23% del mundial según cómo se lo mida, algo más del 30% del consumo, gastos en investigación y desarrollo que alcanzan el 40%, un aumento de la productividad que en el primer semestre del 2008 llegó al 3,3% anual, y un promedio de edad hacia el 2050 que rondará los 36 años, en tanto que el de Europa habrá subido de 38 a 56 años), “cualquier problema global seguirá siendo un problema estadounidense”, tal como lo han escrito los periodistas de The Economist John Micklethwait y Adrian Wooldridge. Al menos, hasta ahora es así.

Por lo mismo, en el problema global hubo y hay una responsabilidad estadounidense. Ideas, personas e instituciones circulan en este mismo momento por los corredores de la muerte (civil), diseñados para que deambulen los culpables mientras esperan la condena humana. Esperan el turno del condenado ideas tales como redefinir la seguridad social rumbo a la privatización; consolidar los recortes de impuestos para los más ricos; asignar dinero al poderío militar estadounidense privatizando las guerras; agregar centenares de páginas al libro de salmos del libre mercado; estimular la hostilidad respecto del Estado; reducir el gobierno todo lo posible como para que se ahogue en una bañera; multiplicar los “millonarios. com”; erigir “McMansions”, pretenciosas por fuera y desabridas por dentro; y perpetuar el derecho de pernada al que se creen acreedores los norteamericanos de disfrutar de combustible barato. Aunque no van a aceptar mansamente su condena.

De acuerdo con la opinión del profesor Jeffrey Rosen, el período de la Suprema Corte que terminó en junio del 2008 fue “excepcionalmente bueno para los negocios norteamericanos”. Todavía, había espacio para el optimismo. A pesar de que la Corte disfrutaba de una bien ganada fama de emitir fallos divididos, se mostró inesperadamente unida en lo concerniente a los intereses vinculados con los negocios. De los 30 casos de negocios resueltos en el último turno del 2008, 22 fueron decididos por unanimidad o con alguna disidencia. Incluso el “ala liberal” del Tribunal (en el sentido estadounidense de progresista liberal) se ha pronunciado de modo impensado. Ruth Ginsburg, por ejemplo, ha dicho que si no son adecuadamente acotadas, las garantías privadas en acciones por fraude pueden ser usadas abusivamente. Stephen Breyer elogió que el Congreso hubiera tratado de podar injustificadas garantías en juicio. David Souter se alegró de que los riesgos de litigar inclinaran a los demandantes a conciliar en lugar de pleitear, debido a los altos costos. Esos actos de contrición de los jueces autodenominados “liberales” de la Corte deben de haber regocijado a los inquilinos de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, una organización para la promoción y la defensa de los negocios pródigamente financiada, que se ubica en un edificio tan majestuosamente parecido al de la Corte Suprema como que los construyó el mismo arquitecto, Cass Gilbert.

Estos pronunciamientos –según Rosen– señalaron un cambio oceánico al interior del Alto Tribunal. Una generación atrás, hubo jueces que miraban a los negocios bien con escepticismo, bien con prejuicio y eran hospitalarios con los grupos de consumidores o con los activistas ambientales. Un economista popular como William Douglas, que sirvió en la Corte desde 1939 a 1975, alguna vez supo decir que estaba preparado para inclinar la ley a favor del medio ambiente y en contra de las corporaciones. Hoy, un perfil semejante es inhallable, aunque conforme están marchando las cosas es posible que la especie vuelva a florecer.

El 40% de los casos que oyó la Corte en el aludido último término involucraron intereses de negocios, más arriba del 30% de promedio en los años anteriores.

Micklethwait y Wooldridge escribieron que gane quien ganare en la elección del primer martes de noviembre de 2008 (lo hizo Barack Obama), la agenda iba a estar fijada por la derecha. La “excepcionalidad de los Estados Unidos”, sostuvieron, consiste en ser una nación conservadora: entre “Pelosiville” (San Francisco, por Nancy Pelosi, líder por entonces de la minoría demócrata) y “Hastertlandia” (Illinois suburbano, por Dennis Hastert, en el 2008 presidente republicano de la Cámara de Representantes), prevalecía “Hastertlandia”. San Francisco forma parte de los Estados Unidos “vertical”, el que visitan y del que hablan los turistas. Illinois, del de los campos de maíz “horizontales”. En Illinois, un buen “salvavidas” a la altura del abdomen es señal de prosperidad; en “Frisco” –San Francisco-, hasta los obesos son como un junco. Los habitantes del distrito de Hastert se consideran norteamericanos “típicos”, y al parecer son muchos. Más del doble de los estadounidenses se definen antes como conservadores (41%) que como “liberales” (19%).

Pero todo aquello fue escrito unos años atrás y hoy no son muchos los que quieren jugar una bola en la ruleta de la premonición, sobre todo cuando se trata de hacer hipótesis sobre el día siguiente, el que no estaba en los libros, salvo en los de comercio. Ese día que ha llegado jamás estuvo en los libros que publicaban los institutos Cato y el Americano de la Empresa para la Investigación de Políticas Públicas (AEI), y la Fundación Heritage. Con toda seguridad. A pesar de que la mayoría de los norteamericanos sean conservadores.

DISTINTOS TONOS DE ROJO. A mediados del 2010, Andrew Burns, director de Tendencias Macroeconómicas del Banco Mundial, sentenció –durante una ronda de prensa convocada para presentar el informe “Perspectivas económicas globales correspondientes al verano de 2010”– que el rojo de las cuentas de España volvía su situación muy grave y que el desempleo era extremadamente alto. En dicho documento, el Banco Mundial –cuyo propósito fundacional es erradicar la pobreza en el mundo– ensalzaba los paquetes de medidas de ajuste del gasto público, reclamadas por los mercados y descerrajadas por los políticos europeos sobre sus conciudadanos y también sobre sus propios pies.

El 5 de mayo de ese año, en el Parlamento Europeo, Daniel Cohn-Bendit (el legendario anarquista del Mayo Francés de 1968, cuando se lo conoció con el apodo de “Dani el Rojo”, desde 1994 eurodiputado ecologista) iniciaba una intervención que perdurará en la memoria. “Lo que le estamos pidiendo al gobierno (griego) de Papandreu es algo casi imposible de lograr. ¿Cuánto tiempo necesitaría Alemania para arreglar sus pensiones? ¡Y le estamos pidiendo a Papandreu que lo cambie todo en tres meses! Ya verán ustedes lo que va a pasar en España cuando empiecen los problemas. Quiero decir con esto que debemos inspirar una actitud de responsabilidad y no pedir lo imposible”.

En España, los problemas empezaron y, entre otras cosas, ello pudo observase con la emergencia de los “indignados” manifestándose a favor de una regeneración democrática, en contra del sistema económico (en particular del sistema bancario). Al comienzo fueron tolerados mediante el expediente de ignorarlos, luego fueron reprimidos y más tarde los propios “indignados” amenazaron con crear capítulos locales en otros países. A medida que dure la crisis los oiremos seguido; en la medida que se agrave, más se indignarán mucho más de los que se indignaron al principio.

Andrew Burns, a pesar de haber usado el aséptico acrónimo EU-5 (Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y España) para identificar a los réprobos en materia fiscal con los números en rojo, en lugar de los lacerantes PIGS (“cerdos” en inglés, Portugal, Irlanda, Grecia y España), o GIPSY (“gitano” en inglés, en referencia a Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia), o STUPID (“estúpido”, por España, Turquía, Reino Unido, Portugal, Italia y Dubai), en la primera versión liberada de su “Perspectivas económicas globales” incluyó a España entre los cinco países más endeudados de Europa. El diario español El País advirtió al Banco Mundial que se trataba de un error: los cinco países con mayor deuda pública de la Unión Europea son Italia, Grecia, Bélgica, Hungría y Francia; España ocupa el lugar decimocuarto. Burns había asociado la categoría EU-5 a un eventual default o reestructuración de sus deudas soberanas, lo que ocasionaría una severa pérdida en la confianza de los inversores, todo lo que desembocaría en un congelamiento del crédito y una consiguiente recesión. Por esos días, el Banco Mundial elevó su previsión de crecimiento de la economía mundial para 2010 al 2,9%, frente al 2,7% adelantado seis meses antes, y al 3,3% en 2011, una décima más, aunque alertó acerca del peligro que encierra la crisis en Europa. “La recuperación económica mundial continúa pero la crisis de la deuda de Europa ha puesto nuevos obstáculos en el camino hacia un crecimiento sostenible a medio plazo”, agregó entonces el Banco Mundial.

“Es evidente que durante cuatro meses hemos estado mareando a la perdiz. Es evidente que nos hemos equivocado”, arengó Cohn-Bendit en la Eurocámara en aquel discurso de mediados de 2010. “Creo recordar que alguien dijo hace tiempo: ‘¡Quiero que me devuelvan mi dinero!’ (M. Thatcher). Y ahora queremos ganar dinero a costa de los griegos. ¡Porque de eso se trata! A nosotros nos prestan al 1,5% o al 3%, y nosotros le prestamos a Grecia al 3%, al 5% o al 6%. ¡Estamos haciendo negocio a costa de los griegos y eso es inadmisible! Por otro lado, Europa también puede tomar iniciativas. Guy Verhofstadt (ex primer ministro belga) tiene razón cuando habla de un Fondo Monetario Europeo, de un fondo de inversión y solidaridad. Para llevar a cabo un fondo europeo habría que modificar los tratados. ¡Pues adelante, camaradas, a modificar los tratados! ¡En nuestra mano está tomar iniciativas!”.

Luego de la advertencia de El País, Burns rectificó su definición, aunque –según el periódico– la nueva versión seguía sin ser consistente con la situación de los países estigmatizados. A continuación, y a través de un sucinto correo electrónico remitido a los medios desde su delegación europea en París, el Banco Mundial modificó sustancialmente el diagnóstico sobre la economía española: “Aunque España se describe en el informe sobre perspectivas globales como uno de los cinco países de la Unión Europea con altos niveles de déficit fiscal y deuda pública”, pudo leerse, “la deuda española es menor que la de los otros cuatro países. De hecho, España está capeando la crisis con bastante habilidad”. O sea que el pesimismo al que el rojo de las cuentas indujo a Burns es un escenario “poco probable”.

Cohn-Bendit, siempre en el Parlamento Europeo: “Si el Consejo (la otra Cámara legislativa de las instituciones de la Unión) es incapaz de hacerlo, hagámoslo nosotros desde este Parlamento, creemos de una vez un Fondo Monetario Europeo que pueda poner freno a la especulación. Podemos hacerlo. ‘Yes, we can’. Hagámoslo, pues. Son las instituciones europeas e internacionales del empleo las que deben poner freno al delirio de los financieros. Y finalmente, existe también otra manera de prestar ayuda a los presupuestos de Grecia: tomar de una vez la iniciativa, como Unión Europea que somos, de fomentar el desarme en la región. Una iniciativa política para el desarme entre Grecia y Turquía. Una iniciativa política para que las fuerzas armadas turcas se retiren del norte de Chipre. ¡Si en el fondo somos unos hipócritas! En los últimos meses, Francia le ha vendido seis fragatas a Grecia por 2.500 millones de euros. Helicópteros por 400 millones. Rafale (avión) de combate por 100 millones cada uno. Y Alemania le ha vendido a Grecia otros seis submarinos por otros 1.000 millones. ¡Si somos unos absolutos hipócritas! ¡Les prestamos dinero para que nos compren armas! Si somos de verdad responsables, garanticemos entre todos la integridad territorial de Grecia. Creo que aplicar estos recortes es más eficaz que recortar sueldos de menos de 1.000 euros. Yo le pido a la Comisión (defiende los intereses de la Unión Europea en su conjunto y es su brazo ejecutivo) un poco de justicia”.

Parafraseando la zamba de Polo Giménez: paisaje de la eurozona / con mil distintos tonos de rojo...

GOLDMAN SACHS: “EL MISMO LOCO AFÁN…” James Galbraith, economista de la Universidad de Texas en Austin, descubre que el fraude ha sido causa principal de la crisis financiera y que, para enfrentarla, los economistas deberían actuar en la retaguardia, dejando el frente para los criminólogos. Bertolt Brecht sentenciaba años atrás: “Si quieres robar, funda un banco”. Paul Krugman relata que a un escolar se le dijo que escribiera una frase empleando el verbo “to sack” (“saquear” en inglés), y anotó: “Goldman Sachs”.

Krugman –según refiere en su blog– a principios del 2009 era escéptico sobre la capacidad de los grandes bancos para recapitalizarse con sus propias ganancias, pero –dice– estaba equivocado. Porque estos bancos pueden obtener dinero barato –por el respaldo estatal implícito–, de modo que son algo así como máquinas de hacer dinero garantizado, salvo que hagan alguna tontería. Sin embargo, las grandes tonterías están momentáneamente interrumpidas lo cual resulta bueno para el TARP (Troubled Asset Relief Program, programa para el alivio de activos en problemas), que no perderá mucho dinero (se refiere al recupero en el sistema de rescate con fondos públicos). Pero por lo demás, agrega, “lo encuentro ominoso”. Hemos llegado hasta este desorden porque teníamos una economía “superfinanciera”, donde la participación de las finanzas en los beneficios estaba fuera de toda proporción con su contribución real a la economía. ¡Y ahora vuelve a estarlo!

En abril del 2010, Obama declaró en Wall Street que los únicos que debían temer a la propuesta de reforma financiera eran aquellos cuyo modelo de negocios se basa en timar a la gente. Pocos días después, miles de trabajadores sindicalizados y activistas comunitarios protestaron en una “marcha contra Wall Street”. Mientras tanto, el estado actual del trámite de la reforma se corresponde con aquella definición de la política como el arte de lo posible. Los bancos “demasiado grandes para caer” también podrían resultar demasiado grandes para ser limitados por apenas un presidente de la Unión.

No era la opinión del presidente Andrew Jackson, cuando alrededor de 1830 desafió al poderoso Second Bank, que contraatacó con intentos de contraer el crédito y de expandir los sobornos a legisladores. Uno de los secretarios de Jackson declaró que independientemente de las fechorías del Second Bank, “la mera existencia de semejante poder es inconciliable con la naturaleza y el espíritu de nuestras instituciones”.

En su libro “13 banqueros”, Simon Johnson contrasta esta saga con lo que vemos hoy. En marzo del 2009, Obama se reunió en la Casa Blanca con los representantes de los 13 mayores bancos del país. El mensaje de uno y otros a la salida fue que debían ayudarse mutuamente: “Estamos en esto juntos”. En rigor, quienes necesitaban desesperadamente la ayuda del gobierno eran los grandes bancos. Eminentes economistas y aun órganos de opinión como el autorizado Financial Times proponían que el Estado tomase el control de tales bancos, reajustase sus dimensiones, y los vendiera ordenadamente. El salvataje con fondos públicos llegó a tiempo, aunque sin la contrapartida para el gobierno de asegurarse un cambio adecuado en el sistema regulatorio y de control, destinado a impedir la repetición de los vicios que llevaron a la crisis. Seis meses después, cuando Obama en el Federal Hall de Nueva York pidió a Wall Street apoyo para la moderada –para algunos, anodina– reforma que auspiciaba, no estuvo presente ni un solo CEO de aquellos grandes bancos.

Por otra parte, los antecedentes del secretario del Tesoro, Timothy Geithner, y del ex jefe de Asesores Económicos, Lawrence Summers, sus vínculos notorios con Wall Street y aun el apoyo, en épocas de Bill Clinton, a la desregulación de los peligrosos “productos derivados”, no auguraban una postura endurecida para esta batalla. Hubo de ser el legendario Paul Volcker, que dirige el Consejo Asesor para la Reconstrucción Económica, quien enarbolase las banderas de restricciones en serio a los grandes bancos. Con sus 82 años a cuestas, Volcker promueve su caso con discusiones en foros, presentaciones y discursos en numerosas ciudades del mundo: es intolerable, sostiene, que los bancos, objeto de la protección oficial como distribuidores del crédito, reincidan en la actividad especulativa que los llevó a ellos y al mundo a la mayor crisis financiera desde los años 30. “El mismo, el mismo loco afán”.

Volcker convence a Obama y la nueva convicción pasa a discutirse en las Comisiones del Congreso. Y el proyecto de reforma financiera obtuvo el apoyo del Congreso.

Debido al disimulo con que prolijamente Goldman Sachs ensambló negocios financieros contrarios al interés de sus clientes, propio del modo con que la envenenadora de Montserrat inyectaba su fluido letal en masitas y bombones, fue duramente tratado por Gordon Brown y Angela Merkel. El capítulo norteamericano, coprotagonizado por el financista John Paulson y su escudero Paolo Pellegrini, originó una demanda por fraude iniciada por la SEC (Security and Exchange Comission, equivalente a nuestra Comisión Nacional de Valores) y audiencias en un Comité del Senado presidido por Carl Levin. John McCain dijo que no le quedaban dudas de que el comportamiento no fue ético. “No solo los tribunales emitirán su veredicto, sino también el pueblo norteamericano”. La firma gastó una fortuna para mejorar su imagen.

Goldman conoció días de gloria. Eran los más despiertos de Wall Street. Tenían los mejores contactos con los gobiernos de turno y varios de sus ejecutivos terminaron en puestos clave. Incluido otro Paulson, Henry, el recordado secretario del Tesoro de Bush. La gloria, según Borges, es estrépito y ceniza. En uno de sus mails Lloyd Blankfein (empinado CEO de Goldman) decía sobre el desplome de las hipotecas sub prime: “Hemos perdido dinero, pero ganamos más apostando a la baja”. Y Fabrice Tourre, el muchacho francés también demandado por la SEC, escribía a su novia sobre el producto que ayudó a idear: “Lo veo derribarse a mitad del vuelo”. Sic transit infamia mundi, según Edgardo Cozarinsky.

DANZA CON LOBOS. El 17 de junio del 2010, en su blog, Paul Krugman imagina un diálogo entre dos personajes, Halcón Germano y Americano Feo. Halcón dice: “Debemos cortar los déficits inmediatamente, porque nos toca lidiar con la carga fiscal de una población que envejece”. Americano contesta que no tiene sentido. “Aun si logras ahorrar 80.000 millones de euros (lo que no harás, porque los recortes en el presupuesto dañarán tu economía y reducirán ingresos), el servicio de la deuda suprimida sería menor a un décimo de un punto porcentual de tu PBI. De modo que la ‘austeridad’ que persigues amenazará la recuperación y no servirá para mejorar la posición de tu presupuesto a largo plazo.” Halcón responde que no quiere discutir los números, lo que importa es la reacción del mercado. Su interlocutor pregunta: “¿Cómo sabes cómo reaccionará el mercado?” Halcón contesta: “Simplemente, no entiendes la situación”. (Fin del diálogo).

La conversación resultó un anticipo parcial de las declaraciones de Angela Merkel al Wall Street Journal, en una entrevista que tuvo lugar en Berlín. Después de rechazar el consejo de Barack Obama para que Alemania contribuyera a la recuperación de la economía global estimulando la demanda interna y dependiendo menos de sus exportaciones, Angela Merkel deslizó que “la teoría económica imperante sobre el estímulo, según la cual el gasto fiscal deficitario promueve el crecimiento, no es aplicable a Alemania”. Recalcó que la acumulación de déficits fiscales será contraproducente, debido a la inquietud de sus nacionales por el envejecimiento de la población. El temor a que el Estado de bienestar se quede sin fondos más adelante lleva a la gente a ahorrar como precaución –agregó–, pero si se reduce el déficit, entonces el ciudadano está dispuesto a gastar más.

Sea como fuere, Halcón Germano y su contendor podrían zanjar el debate trunco remitiéndose a los hechos, aun corriendo el riesgo de que después Germano haga suyo un principio de su connacional Hegel: “Si los hechos están en contra de mis ideas, allá ellos”. Cuando en mayo del 2010 empezó a hablarse del rescate a la atribulada Grecia, la renuencia alemana provocó una considerable caída en los mercados de valores. Finalmente, se acordó el auxilio y el monto que estaría disponible multiplica unas diez veces la cifra barajada inicialmente: fueron 750.000 millones de euros.

Los días que siguieron ratificaron que el diablo está en los detalles. Faltan reglas, instrumentos y modos concretos para que el fondo esté a la mano si se lo necesita. Funciona sí, hasta ahora, el blindaje a Grecia –con una pequeña parte de la gran suma– por vía de compras de los bonos griegos por el Banco Central Europeo. A veces, basta el anuncio del compromiso para que el objetivo se cumpla. La tasa española en el mercado, por momentos en rangos superiores a la griega, indica que el mercado no da por sentado que a una escala bastante mayor se cumpla el mismo protocolo. Thomas Mayer, economista jefe del Deutsche Bank en Londres, opinó que la reducción del déficit por sí sola no resuelve el problema de la deuda griega, que resultará insostenible a la larga. El Deutsche debió desmentir una versión del Daily Telegraph sobre apuestas a la baja del banco en bonos de España y Portugal. David Cameron felicitó a Rodríguez Zapatero por el plan de ajuste; de sobrepique, este le recomendó hacer lo propio en casa “cuanto antes”.

En ese contexto, los mercados revirtieron rápidamente el ímpetu inicial y predominaron los días de saldo negativo. Vía cables de Frankfurt, trascendió un borrador del documento que firmarían los presidentes y jefes de gobierno del G20, en su reunión de Toronto que empezó el 20 de junio del 2010. Se decía allí que las dificultades fiscales de muchos países “podrían amenazar seriamente la recuperación”. Jean Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, declaró que “la idea de que las medidas de austeridad pueden generar estancamiento es incorrecta”. El ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, escribió en el Financial Times que “los gobiernos no deberían caer en la adicción del endeudamiento como solución fácil para estimular la demanda”. El mismo día, el Ibex (índice de la bolsa española) sufrió una baja superior al 3%.

La concesión del premio Nobel a Krugman no ha impresionado en los mercados, donde sus opiniones se oyen sin mayor atención. Lo contrario pasa con las de su colega Nouriel Roubini, admirado por sus acertadas predicciones sobre la crisis. Es probable que el legendario George Soros sea más popular aún. Sin embargo, Roubini coincide en buena medida con Krugman sobre el peligro de deflación y el riesgo por el retiro temprano de los estímulos.

Parecería ser muy difícil evitar que sufran muchas personas en muchos lugares del mundo. En último análisis, los mercados más que ideológicos son pragmáticos y miran sobre todo la sustentabilidad de las economías. Los halcones, si retrocedieron un paso, fue para tomar impulso y saltar. Gobiernos de distinto signo político, sea por convicción, intereses que prevalecen o errores de cálculo, se disponen a tomar el camino equivocado. Para terminar, digamos que desafortunadamente, de un modo u otro, sufrimiento habrá, pero debería ser el menor posible y recaer sobre los mejor preparados para soportarlo.

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