Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 29-06-2012 13:01

La bella y la bestia

El camionero que llenó la Plaza de Mayo en desafío al Gobierno es una creación de Cristina y su difunto marido. Se les fue de las manos.

De haber decidido Cristina hacer de Hugo Moyano su enemigo principal en vísperas de las elecciones de octubre pasado, hubiera triunfado por un margen aun más espectacular que el supuesto por aquel antológico 54 por ciento merced al apoyo de sectores muy amplios de la clase media que veían en el camionero lo peor del sindicalismo peronista. Pero desde entonces mucho ha cambiado. Al deslizarse la economía hacia una recesión que podría resultar ser mucho más profunda de lo que vaticinan hasta los gurúes ortodoxos más rencorosos y hacer gala los encargados de manejarla de un grado apenas concebible de torpeza, Cristina está perdiendo popularidad con rapidez alarmante.

Mientras tanto, sin tener que esforzarse demasiado o modificar su estilo retórico tosco, Moyano ha dejado de ser la bestia negra de la imaginería de la gente bien para metamorfosearse en algo parecido a un defensor de instituciones republicanas amenazadas por un gobierno insaciable e inescrupuloso que va por todo. Se trata de una ilusión, claro está, pero, como los kirchneristas saben mejor que nadie, en política las fantasías colectivas suelen importar mucho más que la realidad, de ahí su apego conmovedor a un “relato” que tiene más que ver con el país ficticio registrado por los técnicos imaginativos del Indec de Guillermo Moreno que con el que efectivamente existe.

Por lo demás, el Moyano poselectoral que, a ojos del oficialismo más recalcitrante, se las ha ingeniado para convertirse en un aliado clave de derechistas tan peligrosos como Mauricio Macri y Daniel Scioli, además de un aglomerado confuso de caciques de la izquierda combativa, es en buena medida obra de Cristina. Lo es porque su protagonismo reciente se ha visto facilitado por el nerviosismo y la arbitrariedad de una mandataria que se siente tan insegura que toma cualquier manifestación de disenso, o sea, de pluralismo, por evidencia de que está en marcha una vil conspiración destituyente.

Así, pues, asustada por el eventual impacto de la movilización previsiblemente bulliciosa del miércoles pasado, la que se verá seguida por otras mayores al complicarse más el escenario económico, a Cristina no se le ocurrió nada mejor que culpar indirectamente al sindicalismo por la muerte de gendarmes en un accidente de tránsito en Chubut y ordenar a la policía alejarse del centro de la Capital con la esperanza apenas disimulada de que, luego de tomar nota de su ausencia, los asistentes al acto se entregarían a una orgía de vandalismo en la zona así liberada. Y para competir con el camionero molesto, la Presidenta echó mano por enésima vez a la cadena nacional de radio y televisión para hablar a la ciudadanía sobre lo buena que es la carne porcina (si bien se abstuvo de recordarnos que es un afrodisíaco insólitamente poderoso), ardid que por cierto no dio más brillo a su imagen un tanto deslustrada.

Con astucia, Moyano ha optado por enarbolar la bandera de una causa popular, la del “mínimo no imponible” del impuesto a las Ganancias, además de aprovechar el hastío que tantos sienten por “la soberbia” notoria de una Presidenta que a menudo brinda la impresión de suponerse infalible y por la obsecuencia penosa de “la corte de mitómanos” que la rodean y que, por su ineptitud, están entorpeciendo su gestión.

A causa de la inflación, el piso impositivo ha subido tanto en los años últimos que una proporción creciente de los asalariados se ve obligada a aportar una tajada de lo que ganan al fisco, lo que para muchos, entre ellos Moyano, es una barbaridad. ¿Lo es? Según los valores progresistas que suelen reivindicar casi todos, no lo es en absoluto. Si los sindicalistas y los bien pensantes de la clase media realmente creyeran en lo de “la justicia social” y la necesidad de “redistribuir la riqueza”, coincidirían con Cristina en que a aquellos que ganan más que una miseria les corresponde contribuir abonando impuestos “como en todo el mundo”.

En esta oportunidad, tiene razón la Presidenta, pero sucede que en la Argentina la mayoría siempre se ha creído injustamente rezagada y por lo tanto con derecho a percibir mucho más. Jura estar a favor de “la redistribución”, pero pasa por alto lo que significaría la mayor equidad en un país en que el producto per cápita es apenas la mitad del griego. Puede que sea “escandaloso” que solo el 18 por ciento de los asalariados perciban lo suficiente, más de 5.500 pesos mensuales, como para tener que abonar Ganancias, pero la verdad es que a pesar de años de crecimiento “a tasas chinas” la maltrecha economía nacional no da para mucho más, razón por la que, en este ámbito por lo menos, las protestas gremiales y los sermones de los eclesiásticos no servirán para nada.

De más está decir que la falta de realismo así supuesto está plenamente compartido por los kirchneristas. El aumento explosivo del gasto público, que en términos de porcentaje ya ha alcanzado un nivel equiparable al habitual en países europeos que se han dotado de sistemas benefactores sumamente generosos, no se debe a su eventual deseo de ayudar a los pobres o de mejorar los servicios públicos sino a su voluntad de mantener llena una gigantesca caja política que usan para continuar acumulando cada vez más poder.

Como ya es tradicional entre los integrantes de la clase política nacional, los kirchneristas o, si se prefiere, cristinistas, están más interesados en sacar provecho de las penurias ajenas que en intentar remediarlas o, cuando menos, atenuarlas. Comprometidos como están con un orden sociopolítico clientelar que los beneficia, se oponen sistemáticamente a cambios que servirían para eliminar las trabas de todo tipo que mantienen sojuzgados a casi veinte millones de “humildes”. Se entiende: a los populistas les conviene que haya muchos pobres dispuestos a apoyarlos a cambio de subsidios minúsculos.

De todos modos, exageran los que dicen que Moyano es un invento de Néstor Kirchner. El patagónico pactó con el camionero porque sabía muy bien que, de quererlo, podría paralizar el país de un día para otro como hacían con cierta regularidad sus homólogos en otras partes del mundo, como Francia. Si bien Néstor lo ayudó mucho a expandir su imponente imperio personal, bien antes de trasladarse los Kirchner desde su feudo santacruceño a la Capital Federal Moyano era el sindicalista más poderoso del país. Seguiría siéndolo aun cuando se viera eyectado el mes próximo de la jefatura de la CGT. Como nos recuerdan con cierta frecuencia sus “soldados”, de proponérselo, los camioneros estarían en condiciones de armar un quilombo inolvidable.

Asimismo, si se reactivaran las causas judiciales en su contra, la mayoría daría por descontado que se trataba de una represalia política, lo que no podría sino perjudicar a una mandataria que a juicio de muchos es una autoritaria nata que utiliza la Justicia para castigar a sus adversarios. En ocasiones, Moyano ha dejado saber que le encantaría emular al sindicalista brasileño Luiz Inácio “Lula” da Silva que se las ingenió para transformarse de una especie de cuco peligrosísimo en presidente de su país y, luego de un par de años de gestión, en un estadista internacional prestigioso. Aunque es factible que un día la Argentina cuente con un presidente de origen similar, sería realmente asombroso que el así elegido resultara ser Moyano.

Bien que mal, sus aspiraciones actuales han de ser más modestas: parecería que se conformaría con disfrutar tranquilamente con lo mucho que ya ha conseguido, lo que a su entender no podría hacer a menos que se pusiera fin al ciclo kirchnerista. Cree que, al ubicarse a la cabeza de una rebelión impositiva justo cuando los oficialistas están procurando impulsar una reforma constitucional para que Cristina se quedara por algunos años más, ayudará a que ello ocurriera antes de las elecciones programadas para el 2015.

El tiempo corre a favor del camionero. El “modelo” que fue ensamblado en medio de una crisis fenomenal por Eduardo Duhalde y que, debidamente modificado, es el reivindicado por Cristina, ya ha entrado en una etapa turbulenta. Todo hace prever que naufrague en los meses próximos, lo que obligaría a la Presidenta a optar entre cambiar bruscamente de rumbo, reemplazando el cuarteto o quinteto de improvisados que la acompañan por un ministro de Economía de verdad, o apostar, como sería apropiado para la heroína de una epopeya política, a que a pesar de las crecientes dificultades económicas la mayoría privilegie las bondades de su “relato” particular por encima de las desgracias cotidianas.

Así las cosas, es lógico que no solo Moyano sino también otros miembros del establishment peronista, comenzando con el increíblemente paciente gobernador bonaerense Scioli, estén posicionándose para tomar el relevo. Como ya es tradicional toda vez que un gobierno peronista se acerca a las rocas, está surgiendo en el seno del movimiento una alternativa cuyos impulsores se afirman más peronistas que los que están en el poder. No es cuestión de una conspiración de traidores sino de la reacción instintiva de quienes se saben miembros de una asociación de ayuda mutua que, a través de los años, han aprendido a adaptarse a una gran variedad de circunstancias distintas, anteponiendo los intereses del conjunto a los del jefe, o la jefa, coyuntural.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

por usuario

Galería de imágenes

En esta Nota

Comentarios