Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 06-07-2012 12:42

De ranas y alacranes

Scioli. El gobernador hace equilibrio para diferenciarse de la Presidenta sin que le recorten los fondos de la Caja nacional. Una misión imposible.

A ciertos operadores oficialistas les gusta aludir a la fábula archiconocida de la rana y el alacrán: para cruzar un río, el arácnido venenoso aprovecha la ingenuidad de un batracio bonachón que, confiado en que su pasajero no le haría daño porque no sabe nadar, lo lleva hasta que, para su desconcierto, lo ataca de golpe, dejando morir a los dos, “porque es mi naturaleza”.

Lo que tienen en mente estos relatores gubernamentales es advertirnos que los contrarios al proyecto nacional y popular con inclusión social son tan congénitamente malignos que, de tener la oportunidad, no vacilarían en hundir el país con la esperanza de que la reina Cristina se encontrara entre los ahogados. Será por eso que, para incredulidad de los apóstoles de la nueva doctrina nacional, siguen oponiéndosele.

No cabe duda de que los hay que están festejando en privado la avalancha de malas noticias económicas que han llegado últimamente por suponer que contribuirán a hacer estallar la burbuja kirchnerista que, a finales del año pasado, había adquirido dimensiones alarmantes, pero sucede que en la versión argentina de la fábula, son la Presidenta y sus laderos los que se han encargado del papel del alacrán.

Dadas las circunstancias, el que Cristina se haya puesto a envenenar a todos aquellos que le parecen reacios a rendirle pleitesía, creándose así problemas que, entre otras cosas, han hecho caer en pico el índice de aprobación que ostentaba algunos meses atrás, carece de sentido, pero así es la naturaleza del kirchnerismo, un culto político que ha crecido tanto merced en buena medida a la capacidad notable de sus predicadores para convencer a la gente de que está luchando con heroísmo contra la multitud de fuerzas oscuras que, por motivos siniestros, se las habían arreglado para depauperar el país. Bien que mal, Cristina y los suyos no pueden con su genio.

Desgraciadamente para ellos, la estrategia así supuesta ya ha brindado todos sus frutos, razón por la que les convendría cambiarla por otra antes de que sea demasiado tarde. Lo lógico sería que, a fin de ahorrarse un sinnúmero de problemas que podrían calificarse de personales en el futuro no muy lejano, Cristina hiciera lo posible para asegurar que su eventual sucesor fuera alguien dispuesto a defenderla contra los decididos a tratarla tal y como ella quisiera tratar a quienes figuran en su lista cada vez más extensa de enemigos mortales.

En vista de que la re-re soñada parece inalcanzable, lo que necesita es contar con una rana capaz de llevarla a través del río tumultuoso de la transición para depositarla sana y salva en tierra firme. Por ahora cuando menos, el único que está en condiciones de hacerlo es Daniel Scioli. Así las cosas, sería de suponer que la Presidenta pasara por alto los detalles ideológicos que tanto le molestan e intentará ayudar al hombre que jura serle leal a mantener el nivel envidiable de aprobación que ha conseguido porque, desde su punto de vista, de las opciones poskirchneristas disponibles, la representada por el gobernador bonaerense es por mucho la menos riesgosa.

¿Sería del interés de Scioli hacer las paces con la Presidenta? En el corto plazo, por una cuestión de dinero sí lo sería, pero puede que a la larga le perjudicará una relación demasiado amistosa con la jefa de una facción que podría compartir el destino de la que se formó en torno a Carlos Menem. Mientras la economía se comportaba bien, pocos se preocuparon por las transgresiones del caudillo riojano, pero no bien entró el país en una larga fase recesiva, los aplaudidores de aquel entonces se apuraron a hacer gala de su indignación, exculpándose de tal modo por haber aportado a la debacle. No existen motivos para creer que el mecanismo psicológico así supuesto se ha desactivado. No solo en la Argentina sino también en otros países escasean los ex gobernantes que no se ven invitados a servir nuevamente a la patria en el rol ingrato del chivo expiatorio.

¿Lo entiende Cristina? Claro que no. En vez de ver en Scioli un aliado imprescindible, lo toma por un rival peligroso, como si lo creyera un conspirador despiadado resuelto a destituirla cuanto antes. Contesta a sus manifestaciones de lealtad con muecas desdeñosas y críticas furibundas. Presta atención a los integrantes de su círculo áulico minimalista que lo acusan de albergar ideas propias, de comulgar con la derecha satanizada, de tener mucho, demasiado, en común con aquel porteño execrable Mauricio Macri. Así, pues, para castigar a Scioli por el pecado imperdonable de insinuar que, siempre y cuando Cristina no pueda erigirse en presidenta vitalicia, le gustaría trasladarse un día a la Casa Rosada, los kirchneristas han tomado de rehenes a 550.000 empleados públicos bonaerenses.

Como habrán previsto Cristina y sus colaboradores, los sindicatos reaccionaron ante la decisión de pagarles a los estatales provinciales el medio aguinaldo en cuotas con la puesta en marcha inmediata de una serie de protestas. Si tienen suerte los kirchneristas que están aprovechando la crisis económica para disciplinar a los sospechosos de pensamientos traicioneros, la provincia más poblada del país no tardará en incendiarse.

Desde luego, es bastante insólito que los estrategas de un gobierno nacional hayan llegado a la conclusión de que les será ventajoso provocar problemas tremendos en distintas zonas del país, pero se trata de una consecuencia acaso inevitable de su compromiso con una teoría política que privilegia el conflicto. Para ellos, gobernar mal es mejor que hacerlo bien porque se suponen en condiciones de aprovechar las dificultades ajenas.

Lo que tienen en mente los incondicionales de la Presidenta es recordarles a los bonaerenses, y a muchos otros, que su propio bienestar depende de la “lealtad” del mandatario local: si se arrodilla ante Cristina, los estatales cobrarán a tiempo tanto sus sueldos como el medio aguinaldo; caso contrario, tendrán que jorobarse hasta que reemplacen al malhechor por un oficialista cabal. En el caso de Buenos Aires, se trataría de alguien como el vicegobernador Gabriel Mariotto, de La Cámpora; la alternativa sería una provincia en llamas.

Así, pues, Scioli, un político de ánimo conciliador que se ha acostumbrado a tolerar los agravios procedentes del oficialismo nacional por suponer que le convendría más aguardar a que se destruya a sí mismo a correr el riesgo de oponérsele abiertamente, se halla en una situación nada agradable. No quiere renunciar por temor a que se derrumben sus propias acciones políticas que, según las encuestas de opinión, cotizan mucho mejor en el mercado preelectoral que las de la mismísima Presidenta, pero tampoco quiere quedar como el responsable formal del hundimiento socioeconómico de una jurisdicción que equivale a casi medio país.

Aunque a veces Scioli se sentirá tentado a escapar del manicomio político en el que lo han encerrado Cristina, Mariotto y compañía, tiene que pensar tanto en los intereses de sus propios colaboradores como en los de los muchos que temen por el futuro del país si se viera desprovisto de una alternativa no traumática al kirchnerismo.

Cristina apuesta a que los bonaerenses atribuyan las penurias fiscales de su distrito a las deficiencias administrativas del gobierno de Scioli: dice que “hay que gestionar y administrar como lo hago yo todos los días y como lo hizo Néstor todos los días de su vida”. Parece creerse una versión criolla de la canciller alemana Angela Merkel, la que con cierta frecuencia se manifiesta debidamente horrorizada por la irresponsabilidad despilfarradora de los mandatarios atribulados de Grecia, España e Italia.

Es verdad que Néstor Kirchner, que tuvo la buena suerte de empezar su gestión luego de sufrir el país el ajuste más brutal de su historia, adquirió la reputación de ser un mandatario ahorrativo, siempre preocupado por el estado de las cuentas nacionales, pero no puede decirse lo mismo de su viuda. Aunque solo fuera porque le tocó a Cristina gobernar en una coyuntura muy distinta de la enfrentada por su marido que, entre otras cosas, le legó no solo una tasa de crecimiento macroeconómico vigorosa sino también una de inflación incompatible con un mínimo de estabilidad, cuando de manejar la economía se trata, el gobierno actual ha resultado ser extraordinariamente inepto, una auténtica “máquina de hacer macanas”, en palabras del gurú liberal Miguel Ángel Broda.

Por lo demás, Scioli dista de ser el único gobernador en apuros: todos se ven frente a problemas financieros parecidos. Así las cosas, sorprendería que muchos tomaran en serio el planteo de Cristina, según el que su propio gobierno ha manejado la economía nacional con frugalidad ejemplar, mientras que los gobernadores provinciales e intendentes municipales se han combinado para desbaratar sus esfuerzos justo cuando “el mundo” se nos está viniendo encima.

Puede que por un rato produzca los resultados deseados la táctica elegida para incomodar a Scioli, al cordobés José Manuel de la Sota y a otros sospechosos de deslealtad hacia la Presidenta, puesto que en buena parte del interior los sindicalistas propenden a culpar al mandatario local por las consecuencias iniciales de la desaceleración abrupta de la economía, pero de multiplicarse las dificultades, muchos entenderán que la crisis no se debe a errores cometidos por personas como Scioli sino al agotamiento evidente del “modelo” kirchnerista.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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