Thursday 28 de March, 2024

POLíTICA | 18-07-2012 18:30

Cómo se comporta Mariotto en la intimidad de un asado

Un amigo describe, en un texto, los momentos que el vicegobernador atraviesa en una cena con amigos hasta llegar a la borrachera.

“Las fases de Mariotto”. Así se titula la semblanza que Fernando Tranfo, amigo del vicegobernador desde primer grado, escribió en el 2005. El texto, de tono intimista y humorístico, fue enviado por mail a varios amigos de Tranfo y Mariotto y describe los momentos que el vice atraviesa en un asado hasta llegar a la borrachera. Su amigo lo define como un personaje atrevido, mal hablado y pendenciero.

Aquí la transcripción completa del informe:

¿Por qué un informe sobre “Las fases de Mariotto en una reunión”?

Como todos los personajes destinados a marcar rumbos en la memoria popular, Gabriel Mariotto es cosa y símbolo, persona y personaje, individuo y arquetipo. Un examen riguroso y científico de “las fases de Mariotto” es, se me ocurre, una herramienta de vital importancia para entender diversos paradigmas: el hombre, el argentino, el borracho, el tanguero, el amigo, el hincha de Banfield y, fundamentalmente, el peronista.

¿A quiénes está destinado el informe?

Habiendo declarado la estatura simbólica de Gabriel Mariotto, se entiende que este informe debería ser de interés para todos los estudiosos de la naturaleza humana. Por lo demás, este texto tendrá seguramente efectos terapéuticos positivos en aquellos que, por diferentes factores, están expuestos de manera regular a las fases de Mariotto.

¿Qué parámetros se tuvieron en cuenta para el estudio?

Este informe, aunque en apariencia exiguo, es el fruto de treinta y cinco años de investigación. Podemos fijar como principio, un día de marzo de 1971, cuando el primer día de mi primer grado, el azar o el destino me depararon como compañero de asiento a Gabriel Mariotto. El último eslabón de la investigación ha quedado cifrado simbólicamente en un asado de mayo de 2005, cuyo aparente objetivo era festejar el cumpleaños de Santiago Aragón y Santiago Carreras.

En los citados treinta y cinco años, se ha investigado a Mariotto en todo tipo de reuniones: asados, cumpleaños, casamientos, cabarets, tanguerías, mitines políticos. El presente informe toma como caso prototípico, a los efectos de una mejor exposición, el “asado nocturno”.

Las fases de Mariotto

10 PM: Llegada al evento. Mariotto luce traje impecable, corbata ajustada, andar tranquilo pero seguro. El lenguaje es levemente festivo. La mirada atenta, casi de niño, busca y se abandona al sincero abrazo peronista. La Palabra “Banfield” se impone claramente sobre cualquier otra. Los temas se desplazan hacia algunas minucias y las inevitables referencias a cómo va la familia y el trabajo. Cada tanto los ojos se fugan unos metros, como pasando lista de quiénes van llegando y quiénes no están.

11 PM: Primer botón de la camisa desabrochado. Las cejas se empiezan a desvanecer, producto del cansancio ideológico antes que del físico. Los ojos se empiezan a quejar por la ineficiencia de casi todos los que deberían hacer más eficiente la vida de Mariotto. Inexplicablemente, quienes a las 22 horas lo puteaban o le echaban en cara algo, comienzan a trocarse en personas culposas que terminan dándole explicaciones o pidiéndole perdón a Mariotto por cosas que nunca le han hecho. Las frases empiezan a pendular entre la conciliación y el hartazgo. El rostro adquiere un aire de resignación, como de quien ha vivido mucho y ha visto casi todo.

11.40 PM: El saco ya descansa en paz en el respaldo de la silla. El nudo de la corbata forma con la camisa un cuadro de Picasso. Las frases ganan en convicción y volumen lo que pierden en tolerancia. Hay un arqueo de cuello y un levantamiento de hombros que anuncian la queja. Aparece el primer síntoma de cambio de fase: sin una razón que lo justifique claramente, se escucha el primer: “Por qué no me chupás la pija”.

12.40 AM: El cuello de la camisa se abre como las piernas de una puta. Tirado hacia atrás en la silla, Mariotto empieza a remontar las décadas con su mirada. Los párpados ya están decididamente sublevados. Con el índice semierecto, Mariotto nos anuncia el inequívoco ingreso a la segunda fase con una profecía retardada: “Vos, hijo de puta, votaste por Alfonsín”.

1.10 AM: El cuerpo se vuelca hacia adelante, como buscando confidencia y complicidad. Aparecen las risotadas extemporáneas y enfáticas. Con ellas, los fuegos de artificio verbales: “Pero decime una cosa, pedazo de pelotudo...” “No, no podés ser tan boludo...”. La carcajada al viento es la única forma que tiene Mariotto de demostrar que algo que dijo otro está bien. Mariotto ya no cree en nada que no le cause gracia. Mariotto cree que la verdad y la alegría son lo mismo. La silla, como en una mala película de terror, parece moverse sola. De pronto, luego de algunos espasmos, queda en posición de alfil con respecto a toda la mesa. Cada tanto les recuerda a todos que él es peronista, como dando a entender que los otros no.

2 AM: Fase tres. El rostro de Mariotto ya se adueñó de esa tonalidad que sólo ostentan los tíos de la chica que cumple quince, a las cinco de la mañana. Los movimientos toscos, casi mecánicos, como de muñeco que señala los estacionamientos, parecen refutar la cantidad de articulaciones que, según algunos libros de anatomía, tiene el cuerpo humano. Diga lo que diga, Mariotto lo dice a los gritos, con la postura de quien está puteando a un juez de línea o a la policía. Aparece, con la fuerza de una tormenta, “La concha de tu madre”.

3 AM: Fase cuatro. Mariotto yace derrumbado en una silla, como partido por una hemiplejia, mirando a todos con mirada de Nerón tocando la lira. Su dedo índice es la única parte de su cuerpo que mantiene la dignidad. Pero la dignidad es tanta que, con ese sólo dedo, sigue reinando. Mariotto ya no sabe ni entiende nada pero su índice sabe y entiende todo. Su rostro es un desfile de caras: de a ratos, mormón dormido; a veces, Juan Pablo II dos días antes de morir; de repente, abuelo italiano ejerciendo el mando.

4 AM: Fase final. Mariotto, ya chirolita sin Chasman, parece haber perdido todos los rasgos que definen a un ser vivo. Pero de pronto un signo vital anuncia el último espectáculo: Mariotto se va a mear. Si alguien tiene la mala fortuna de ir a mear con él, tendrá como compensación el privilegio de ver antes que todos lo que se viene. Ya en el mingitorio aquel hombre casi vegetal recobra todos los sentidos, y comienza a balbucear arengas como para ir entrando en calor. Entonces va por la última batalla. Lo que sigue es, creo, lo que los médicos llaman “lucidez premortem”, esa última ráfaga de energía psicofísica que precede a la definitiva extinción. Quienes suponían a Mariotto ya abolido por la noche, se asoman absortos al último, al mejor, al más Mariotto. Como esos fuegos artificiales de navidad, que giran mientras disparan chispas y luces, como esos gangsters que disparan a cualquier lado, Mariotto grita un monólogo final en el que nadie queda absuelto. Allí se escuchan, desde su inconciente roto como un dique, los adjetivos más duros: “Fracasado”, “Traidor”, “Mediocre”, “Viejo de mierda”, “Puto”, “Gorila”. El héroe se desploma y lo llevan como al cristo derrotado a un auto. Allí, cuidado por el incondicional amor de sus pretorianos Santiagos, queda la última mueca: un rostro en coma cuatro, al que sólo cuesta distinguirlo del de un difunto porque a veces, los difuntos, tiene una expresión más viva.

por Diego Leuco

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