Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 27-07-2012 14:35

Cristina, con la economía en contra

La Presidenta castiga a sus funcionarios por no encontrar soluciones a la inflación y la crisis del dólar. Moreno, en capilla.

Durante años, Cristina contó con el apoyo entusiasta de un aliado poderosísimo: la economía nacional. Para euforia de los fanáticos K y consternación de los demás, sus columnas blindadas, aprovisionadas de combustible por el complejo sojero, aplastaban todo cuanto encontraron en el camino, despejándolo para que los comprometidos por “el proyecto” de la señora pudieran ocupar una multitud de espacios bien remunerados o, en el caso de los reacios a perder el tiempo dedicándose a aburridos quehaceres políticos, consiguieran enriquecerse aprovechando sus contactos con funcionarios amigos. Fue gracias a la ayuda que le prestó la economía que Cristina pudo disfrutar de aquel triunfo plebiscitario en las elecciones de octubre pasado.

Puede entenderse, pues, la indignación que siente la presidenta por la conducta reciente de lo que, con cariño maternal, llama su “modelo”. Siente que la economía le ha traicionado, que ha cambiado de bando. En efecto, ya milita, con la misma eficacia brutal que antes, en las filas opositoras. A menos que el gobierno logre reconciliarse con ella, lo que a esta altura no parece posible, sería plenamente capaz de pulverizarlo en un lapso muy breve.

Como tantos otros mandatarios en circunstancias parecidas, Cristina tiene que optar entre modificar radicalmente el rumbo que se ha fijado, lo que a su entender equivaldría a resignarse a una derrota muy humillante, y mantenerse en sus trece con la esperanza poco realista de que el desastre prenunciado no se produzca mientras aún esté en el poder. Puesto que la Presidenta supone que lo que está en juego no es solo su propia popularidad, o sea, su capital político, sino también la causa ideológica, cuando no mitológica, con la que se ha identificado, es evidente que le atrae más la segunda alternativa. Quisiera “profundizar el modelo” aunque solo fuera para castigar a “las corporaciones”, a “la oligarquía”, a los predicadores de la asquerosa secta “neoliberal” y, para rematar, a “los mercados” que, como todos saben, encarnan lo antipopular.

La tentación de seguir adelante pase lo que pasare es grande para Cristina pero, si le resulta irresistible, el movimiento que se ha aglutinado en torno a su figura compartirá el destino nada envidiable de tantos otros basados en el voluntarismo, como los encabezados en su momento por Isabelita Perón, Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Fernando de la Rúa, además de los generales del Proceso militar. Todos cayeron víctimas de su incapacidad para disciplinar la congénitamente díscola economía nacional. Es poco probable que sean los últimos: parecería que dejarse seducir por “modelos” facilistas es inherente al ADN de la clase política.

Algunos gobernantes que un buen día vieron esfumarse sus sueños económicos, en especial los dos radicales, pudieron señalar que les había tocado gobernar en medio de una coyuntura internacional nada favorable a la Argentina. Cristina también dice que el mundo está conspirando contra su “modelo” particular, pero pocos toman en serio sus afirmaciones en tal sentido porque otros países latinoamericanos siguen creciendo.

Si bien en el resto del planeta el panorama luce sombrío, hasta ahora la Argentina apenas se ha visto afectada por el desaguisado que tiene en vilo a la Eurozona, la desaceleración por ahora suave de China, la más abrupta de Brasil, y la demora en recuperarse de los Estados Unidos. Asimismo, semana tras semana, el precio de la soja, equivalente nacional del petróleo, sigue anotándose nuevos récords a causa de la sequía tremenda que está devastando el medio oeste norteamericano. De haber manejado los kirchneristas la economía con un mínimo de sentido común, por ahora cuando menos la Argentina no enfrentaría demasiadas dificultades pero, huelga decirlo, los encargados de dicha tarea han hecho gala de un grado de ineptitud realmente extraordinario.

En todas partes, el desempeño de la economía depende de la confianza, del estado de ánimo de los consumidores y de los inversores. Pues bien: ¿a quién se le ocurriría confiar en la capacidad administrativa del ferretero Guillermo Moreno, un hombre que, como si fuera un agente imperialista resuelto a hundir la Argentina, con saña maníaca se ha puesto a sabotear el “aparato productivo”, privando a los fabricantes nacionales de los insumos que necesitan, de tal modo provocando una recesión y destruyendo vaya a saber cuántos empleos? Dicen que la Presidenta lo ha retado porque su manera sui generis de manejar la economía ha resultado ser contraproducente, pero el que durante tanto tiempo le haya permitido actuar con arbitrariedad llamativa es de por sí alarmante.

¿Y qué decir del viceministro de Economía, el académico Axel Kiciloff, presunto discípulo de los londinenses John Maynard Keynes y Karl Marx, que, como buen contestatario, se divierte hablando pestes de “cosas horribles” como la seguridad jurídica, o sea, el imperio de la ley, y proclamando “reaccionaria” la idea de que fuera bueno manejar el dinero que en teoría es de los jubilados con cierta responsabilidad? Tampoco motiva mucha confianza la voluntad de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, de poner las reservas a disposición del Gobierno para gastar como se lo antoje, mientras que las intervenciones esporádicas de Cristina en el debate económico solo sirven para brindar a sus adversarios pretextos para llamar la atención a sus errores en la materia.

Así las cosas, es con toda seguridad lógica que los pasajeros y pasajeras del gran avión argentino, conscientes de que acaba de entrar en una zona de gran turbulencia, estén preguntándose: ¿dónde diablos está el piloto? Aunque se supone que el favorito de turno estará sentado en la cabina de mando haciendo las veces de un superministro, la verdad es que nadie sabe muy bien. Es que, por motivos atribuibles a un exceso de confianza en sus propias dotes, al desprecio que siente por todo cuanto sabe a ortodoxia y, sobre todo, el temor a que, si estuviera a su lado alguien como aquel “pelado” Domingo Cavallo, le haría sombra, Cristina decidió que, como su marido, le convendría prescindir de un ministro de Economía de verdad.

Néstor pudo hacerlo porque, cuando estuvo en la Casa Rosada el país, más ligero que antes luego de sufrir una megadevalución y un ajuste salvaje que depauperó a millones de familias, algunas para siempre, se veía beneficiado por un viento de cola huracanado procedente de China, pero la situación en que se encuentra su viuda es muy distinta. El viento sigue soplando, eso sí, pero el país se ha hecho mucho más pesado al alcanzar dimensiones enormes el gasto público, resultar insostenible un sistema de subsidios parecido a los que tantos estragos provocaban en las economías del bloque soviético, y, lo que es peor aún, el dirigismo clientelista, a un tiempo corrupto y torpe, que es propio del “capitalismo de los amigos” de matriz caudillesca que los Kirchner habían perfeccionado en Santa Cruz, ha desmoralizado al empresariado hasta tal punto que, por razones comprensibles, no tiene ningún interés en invertir.

Todos los días llegan boletines alarmantes desde el frente económico; sube el costo de vida, se derrumban las exportaciones, caen las importaciones de bienes de capital, crece el déficit, la construcción amenaza con paralizarse, con un impacto muy fuerte en el empleo que ya se siente, se frena la producción, el dólar blue, impulsado por la sensación ya generalizada de que la inflación está por pegar un salto, sigue su viaje hacia la estratósfera, el índice riesgo país duplica el de España.

Si solo fuera cuestión de los inventos de sujetos maliciosos que trabajan para “la cadena nacional del miedo y del desánimo”, no habría motivos para preocuparse pero, por desgracia, se trata de realidades innegables. Por mucho que los economistas independientes se esfuercen por no ser alarmistas –algunos juran creer que a pesar de lo que está sucediendo la recesión no se prolongará por mucho tiempo–, pocos se sentirían sorprendidos si el país se precipitara pronto en otra de sus extravagantes crisis cíclicas, en esta oportunidad por culpa no de circunstancias ajenas adversas sino de la mala praxis de un gobierno que, al privilegiar “la lealtad” para con Cristina por encima de todo lo demás, se ha acostumbrado a tolerar la inoperancia patológica de funcionarios clave.

El artífice del “milagro” económico chino, Deng Xiaoping, dijo una vez que “da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cae ratones”. Fue su forma de descalificar a quienes anteponían el compromiso con los principios maoístas a la eficiencia técnica, de modo tal que impedían que los habitantes de China continental emularan a sus compatriotas de Taiwán, Hong Kong y Singapur. Aunque la Argentina dista de ser una dictadura comparable con China y el “relato” kirchnerista no puede considerarse una ideología coherente, es evidente que a Cristina y sus laderos les importe mucho más el color de los gatos que cualquier otra característica. Es más: parecería que Cristina prefiere rodearse de mediocridades dispuestas a obedecerla sin chistar a tener que soportar la proximidad de personas que estarían en condiciones de ayudarla criticando sus planteos, propensión que, combinada con la terquedad, está en la raíz de la crisis económica que, de agravarse mucho más, terminará dinamitando su gestión.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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