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POLíTICA | 14-08-2012 16:55

Cómo es el fenómeno del ladriprogresismo

Un fenómeno de apropiación intelectual que caracteriza a la era kirchnerista. Épica setentista para una supuesta historia heroica.

Hay distintos tipos de latrocinio. Uno que no está castigado por el Código Penal es de índole político-relatoril, esa suerte de fraude intelectual de aquellos que roban historias y épicas ajenas para parecer lo que no son, o trafican discursos políticamente correctos para disimular lo que no entienden. Es decir: venden cosas que no les pertenecen.

Como en todos los delitos, en este también existe una elite de guante blanco, que se mueve con pretendido estilo y refinamiento. Representan el ladri-progresismo, fase superior del vacío ideológico, parafraseando a Lenin.

Si tienen más de 50 años, juran haber combatido a la dictadura con fiereza, aunque nadie cree recordarlos en otra actitud que no fuera la de acumular dinero y propiedades con sus dignas profesiones. Si son más jóvenes, suelen reivindicar la épica setentista de sus mayores, sin recordar (por desidia o desconocimiento) que esa épica pequeño-burguesa fue responsable de crímenes y tragedias que se tragaron la vida de personas que no eran ni pequeñas ni burguesas.

Los ladri-progresistas son capaces de defender a funcionarios indefendibles en pos de “un modelo económico revolucionario”, sin aclarar que son esos funcionarios indefendibles los que también revolucionaron las economías personales de los ladri-progresistas.

Desde los medios afines, dan la vida por la ética y la transparencia de un gobierno que usa las cajas negras para mantener a los dueños de esos medios, a quienes se podría acusar de ladris, pero jamás de progresistas.

Reivindican “el rol indeclinable del Estado”, mientras que controlan uno que está ausente de cuestiones básicas como la educación, la seguridad y la salud. Son funcionarios de un Estado incapaz de garantizar el funcionamiento de un servicio público como el transporte (hay una diferencia importante entre la incapacidad de gestión del kirchnerismo y el macrismo: el macrismo no intenta parecer progre).

Son devotos de un Estado que no media en el choque de intereses que tiene lugar en las calles: transeúntes vs. manifestantes, estudiantes vs. autoridades escolares o sindicalistas vs. usuarios. Una suerte de privatización del espacio público, que deja librada a las fuerzas privadas de las personas la resolución de hurtos, violaciones o asesinatos, con víctimas invisibles de un problema que no existe en los discursos oficiales, el de la inseguridad.

Roban con el “para todos” agregado a rubros tan variados como el fútbol, los televisores LCD o el asado. Y promocionan la gratuidad de tantos servicios con los que se hace feliz a un pueblo que no paga ni para ver los partidos ni para estudiar en las universidades públicas. (Una digresión: si no lo paga el pueblo, quién lo paga, ¿los gobernantes? Además: ¿qué tan justa es una universidad que es mantenida por todos, incluidos los que menos tienen, pero que no da las condiciones necesarias para que esos que menos tienen puedan concurrir a ella?).

Uno de los primeros en hablar de ladri-progresismo fue el encuestador oficialista Artemio López, de quien se pueden decir muchas cosas, pero nunca que intenta parecer lo que no es. Lo definía así: “Llamamos ladri-progresismo al choreo vil, anclado en el bochorno festivo, edulcorado con recitales de León Gieco, marchas por la defensa de las ballenas azules en Groenlandia y entregas periódicas de subsidios al colectivo defensor de los derechos humanos”.

El gobierno de los Kirchner tuvo y tiene muchos aciertos, pero la seguridad en sí mismos nunca fue uno de ellos.

Desde ese sentimiento de inferioridad inventaron una historia que no les pertenece, creyendo que la propia era impresentable, y pusieron en marcha la maquinaria de un relato que desde el origen resultó falso. Ni ellos ni sus mejores seguidores habían hecho nada demasiado grave de lo cual arrepentirse, pero a partir de allí cada nueva intervención en el relato debió mantener el tono épico acorde con la supuesta historia heroica.

El problema es que cada vez se les hace más difícil encontrar una coherencia progresista que en un solo discurso logre unir a los setenta, la juventud maravillosa, la nueva política, YPF, la igualdad de género, la independencia judicial y los derechos humanos; con Boudou, Oyarbide, Menem, Ciccone, Cristóbal López, Schoklender, sus crecimientos patrimoniales y los gordos de la CGT.

Una gesta imposible que, repetida durante diez años, vuelve caricaturescos aún los logros de este Gobierno.

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