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POLíTICA | 17-08-2012 19:25

Todosh Nervioshosh

La cuenta regresiva para el 7D poné en estado de alerta al Grupo Clarín, pero también a los medios oficialistas. Cristina se pone el relato al hombro.

Clarín no duerme. Esta semana, en los cuarteles generales de Cablevisión, los mandos medios (acompañando la toma de 48 horas del personal técnico) hicieron guardia nocturna a la espera de una intervención de la Gendarmería que no llegó, frenada por gestos de la Justicia porteña a favor del Grupo Clarín. Tienen pánico de que se repita el allanamiento del año pasado, ordenado por el mismo juez mendocino, pedido por el Grupo Vila-Manzano, y festejado por la Casa Rosada.

En aquella ocasión, la poderosa operadora de cable logró repeler la filtración de un espía que pretendía acceder al búnker informático que atesora el ADN del multimedios. Y la gerencia sabe que el éxito judicial de estas horas no anuncia una tregua; más bien, todo lo contrario. Temen que ahora sus enemigos apunten obsesivamente a la caja millonaria que representa la facturación por los servicios de TV por cable e internet.

Los directivos tratan de calmar los ánimos alterados en todo el Grupo. El jueves pasado reunieron en privado a técnicos, productores y estrellas de la tele en instalaciones de El Trece. Juraron que tienen planes de contingencia ante un desembarco brutal del Gobierno: “tenemos plan B, C, D... tantos que no alcanza el abecedario”. Pero garantizaron –intentando calmar a alguno de sus periodistas apocalípticos–, que ningún escenario contempla entregarle parte de sus activos al kirchnerismo. Se defenderá al Grupo completo contra la desinversión planteada en la Ley de Medios, prometen. La tarea de contención corporativa –que incluye el reparto de un dossier que disecciona la embestida oficial contra los medios– apunta a desinstalar la versión K de que el 7D (7 de diciembre) se desmembrará Clarín.

El Grupo contrató un estudio independiente de abogados para chequear internamente el dictamen favorable de sus propios apoderados: ambos equipos coinciden en que, judicialmente, es insostenible la postura kirchnerista de que, cuando el 7D se cumpla el período de amparo que consiguió el multimedios en Tribunales, deberá efectivizarse de inmediato la desinversión. Clarín asegura que, como mínimo, tiene un año más de gracia. Pero el nuevo manotazo contra Cablevisión los hace temer que, mientras pelean los jueces, el Gobierno prepare un desembarco más físico y expeditivo. Un terrible hecho consumado.

TRINCHERAS. Paradójicamente, el mal momento de Clarín (que también mira con alarma la caída de rating de El Trece, en ficción, noticias y hasta Tinelli) no alcanza para llevar alegría al eje de medios filo K. En el Grupo Szpolski-Garfunkel & Co., se habla de ajuste, retiros voluntarios y atrasos en el cobro de la pauta oficial. Radio 10 es una soga tironeada entre Hadad y Cristóbal López. Y en proyectos como el canal 360, ideado por Claudio Villarruel y financiado por Electroingeniería, padecen la incertidumbre de haberse quedado sin el marco del concurso para otorgar licencias de la Televisión Digital Abierta, que el Gobierno acaba de suspender sin demasiadas explicaciones.

Tanto nervio a uno y otro lado de las trincheras de la guerra por la información pública pone en evidencia un dato fuerte: hasta ahora, la Ley de Medios es un fracaso, al menos si se aceptan ingenuamente las intenciones democratizadoras proclamadas por sus impulsores. Los wichis y los tobas siguen sin tener su multimedios. Basta con mirar el desastroso ejemplo español que, en medio de su hecatombe económica, no sabe cómo financiar la explosión de canales públicos y comunitarios generada por la era de la TV digital, que prometía un festival de programación y, bajo la mesa, una fiesta de subsidios millonarios otorgados sin mucho control por el Estado. Los medios cuestan caro, y mantenerlos con dinero público en un país que sufre un ajuste es un escándalo.

La puesta en duda del éxito de la Ley de Medios K podría sonar como una buena noticia para Clarín, pero quizá sea todo lo contrario. Desde una mirada cínica, podría decirse que la nueva legislación comunicacional sí ha resultado efectiva como arma para dañar al Grupo, limar el ánimo de sus tropas y crear un clima de cuenta regresiva para el supuesto desguace del multimedios. Por eso la Presidenta se divierte tanto agitando en sus cadenas nacionales el fantasma del 7D, deadline que parece menos un ultimatum a Clarín que a los jueces intervinientes y a los operadores oficialistas encargados de hundir a Magnetto.

Traduzcamos su oratoria a código maquiavélico: el esfuerzo kirchnerista para instalar la Ley de Medios solo se justifica si, de cara al año electoral 2013, Clarín queda de rodillas o al menos maniatado. Es ahora o nunca. El 7D no empieza la embestida, sino que debería estar culminando. Y hay otro mensaje subliminal de Cristina para decodificar: si tanto dinero invertido en prensa amiga no alcanza a armar un relato oficial persuasivo para ganar elecciones en medio de una crisis económica, entonces la Presidenta se pondrá al hombro la tarea de juntar rating para ganar las legislativas del 2013. Ya lo está haciendo, de hecho: no otra cosa es su espectacular show televisivo, que casi cada tarde intenta empujar el ánimo de los argentinos pesificados. ¡Pum para arriba!

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