Friday 29 de March, 2024

MUNDO | 09-11-2012 13:32

El presidente del ocaso

Si Obama no logra sacar a Estados Unidos de la crisis, podría marcar el comienzo del adiós a la hegemonía planetaria.

El 11 de septiembre del 2011, el futuro de los Estados Unidos parecía brillante. El barril de Brent costaba 28 dólares, el presidente Bush administraba el presupuesto excedentario que le había dejado Clinton y la economía se recuperaba del estallido de la burbuja de las puntocom. Esas certezas comenzaron a derrumbarse cuando un Boeing 767 se incrustó en el World  Trade Center.

Once años después, el petróleo oscila en 105 dólares por barril, el déficit federal llegará a 1.100 millones de dólares a fin de año, la deuda pública totaliza 16.700 millones (105% del PBI), un tercio de los cuales son Bonos del Tesoro en poder de inversores extranjeros. Sumando las deudas de los estados, las municipalidades y los organismos públicos la deuda total de los Estados Unidos asciende a 58.700 millones. Una suma imposible de pagar con un crecimiento que este año estará limitado a 2% del PBI y un déficit comercial de 776.900 millones.

Las promesas de campaña no alcanzaron a disimular la evidencia: Estados Unidos se encuentra en una encrucijada que lo obliga a revisar sus contradicciones. “Ya no tiene los medios ni la potencia para asumir una política hegemónica”, asegura el historiador Justin Vaisse, director de investigaciones en el Center on the United States and Europe y autor del ensayo “La política exterior de Obama”. Modificar esa realidad será el principal desafío que enfrentará Barack Obama durante su segundo mandato.

Enemigos. Estados Unidos posee un poder exterior que nadie se atrevería a desafiar. Al mismo tiempo, las columnas de su templo amenazan con derrumbarse roídas por las debilidades de sus prácticas políticas domésticas y por las aberraciones de su economía.

Las dos principales armas con las que conquistó el mundo están casi intactas: la fuerza bélica y la economía. Incluso si perdió fuerza en los últimos años. El país aún produce un cuarto de la riqueza mundial, lidera el ranking en cantidad de premios Nobel, en la clasificación de las mejores universidades, en presupuesto de investigación y los índices de creatividad empresaria. A pesar de la crisis y de la desindustrialización, ocupa el quinto puesto entre las economías más competitivas del mundo, según el Foro Económico Mundial, detrás de pequeños países como Suiza, Suecia, Finlandia y Singapur. El instrumento más eficaz de esa economía –el dólar–, sigue siendo la divisa dominante de la economía mundial y la principal moneda de reserva.

Desde el punto de vista estratégico, ningún país en la historia concentró tanto poder militar como Estados Unidos. Los gastos de defensa ascienden a 737.500 millones de dólares, cifra equivalente a los presupuestos militares sumados de los 26 países que le siguen en orden de importancia, incluyendo China y Rusia. Medido en esos términos, el enorme desequilibrio de la balanza estratégica sugiere que Estados Unidos no puede perder ninguna guerra. El problema reside en que tampoco sabe ganarlas.

Pero los principales enemigos de los Estados Unidos no están en los círculos de poder de Pekín, en el Kremlin, en las montañas de Afganistán ni en las escuelas coránicas de Pakistán. El adversario más temible de la supremacía está en el Congreso y en los números rojos que arrojan las hojas contables del Departamento del Tesoro.

Para Obama, como ocurrió antes con Bill Clinton y Jimmy Carter, el Capitolio es más peligroso que los desfiladeros de las montañas afganas. La polarización de la vida política, nutrida por un fundamentalismo ideológico, mantiene prácticamente paralizada las instituciones desde el 2008. La composición del nuevo Congreso –con un Senado controlado por los demócratas y una Cámara de Representantes dominada por los republicanos– amenaza con prolongar esa situación por lo menos hasta las elecciones legislativas del 2014. “La creciente crispación de la vida política es cada vez más preocupante porque paraliza la totalidad del sistema y debilita la imagen exterior”, advierte Morris Fiorina, profesor de ciencias políticas en la Universidad Stanford.

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por Christian Riavale

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