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OPINIóN | 20-12-2012 19:14

Los caudillos no tienen herederos

Solo. A pesar de que ganó las elecciones, Chávez nunca logró preparar a un sucesor.

Habrá estado en lo cierto Jorge Rodríguez, el jefe de la campaña electoral chavista más reciente que culminó el domingo pasado con el triunfo del oficialismo en 20 de las 23 jurisdicciones, cuando calificaba el resultado de “una ofrenda al comandante y una muestra del amor de su pueblo”. En América Latina, donde el populismo sirve de anestesia para hacer más soportables las penurias de los millones condenados a vivir en sociedades disfuncionales, suelen ser muy fuertes los lazos emotivos con el líder máximo de turno de los pobres y de quienes temen compartir su destino, además, claro está, de muchos otros que se han acostumbrado a plegarse al consenso presuntamente en boga. Dijo una vez el saboyano reaccionario Joseph de Maistre, “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”; se trata de un juicio que suena un tanto cruel en países que, en teoría, deberían de ser muy ricos pero en que el grueso de la población se ha habituado a adular a gobernantes que solo logran administrar la miseria, amenizándola con relatos conmovedores y con Fútbol (tal vez béisbol en el caso de Venezuela) Para Todos, pero refleja la realidad de la crónicamente atribulada América Latina.

Como sucedió aquí en los días que siguieron a la muerte prematura de Néstor Kirchner cuando el “efecto luto” benefició políticamente a su viuda, la enfermedad grave que padece el caudillo Hugo Chávez no ha debilitado el movimiento que se ha aglutinado en torno a su “carisma” sino que, por el contrario, lo ha fortalecido, aunque solo fuera pasajeramente. Antes de trasladarse Chávez a Cuba para una intervención quirúrgica, pareció que los venezolanos se cansaban del caos bolivariano, de la feroz violencia callejera que ha hecho de Caracas una de las ciudades más peligrosas del planeta, de las “duchas socialistas” brevísimas a causa de la escasez de agua limpia, las arengas televisivas interminables de “Aló presidente” y de la corrupción barroca que florecía en los reductos de la “boliburguesía”, pero el drama de su enfermedad hizo cambiar el clima político. Hubiera sido más lógico que los venezolanos reaccionaran frente a las malas noticias médicas preparándose para enfrentar un futuro, acaso próximo, sin la presencia del hombre que durante tanto tiempo ha dominado de manera excluyente y prepotente la política local, pero cuando de experiencias populistas se trata la lógica es lo de menos.

Así, pues, como Rodríguez subrayó, una parte sustancial del electorado de su país habrá querido manifestar a través de sus votos la simpatía que siente por el caudillo enfermo al que, según sus partidarios más pesimistas, no le será dado iniciar su nuevo mandato el 10 de enero. Fue una forma de despedirse de él. Sin embargo, el que la mayoría del menos de 54 por ciento del electorado que se dio el trabajo de votar el domingo pasado haya querido homenajear a Chávez no quiere decir que una proporción similar respaldará a su sucesor designado, el actual vicepresidente Nicolás Maduro que, por cierto, tiene muchos motivos para preocuparse. Desde el punto de vista de Maduro, un hombre poco carismático, hubiera sido mejor un resultado menos contundente que sirviera para advertir a sus rivales internos que no sería de su interés ocasionarle demasiados problemas.

En cambio, el líder opositor, Henrique Capriles, que logró imponerse en el estado de Miranda, no lamentará el desempeño decepcionante de presuntos aliados que podrían disputarle el liderazgo de una eventual alternativa al chavismo; felizmente para él, casi todos fueron arrollados por la imponente maquinaria estatal del gobierno. Según las encuestas que se realizaron antes de las elecciones presidenciales de octubre pasado, Capriles aventajaba a todos los chavistas con la única excepción de Chávez mismo, a pesar de que, a diferencia de los oficialistas, no haya contado con los inmensos recursos económicos del gobierno que, en Venezuela, ha alcanzado un grado de hegemonía no solo clientelista sino también informativa que los kirchneristas no pueden sino envidiar. En lo que concierne a la democracia comunicacional, los chavistas han avanzado mucho más que sus compañeros de ruta sureños, pero los kirchneristas parecen decididos a alcanzarlos para entonces dejarlos atrás.

Pocos movimientos tan personalistas como el bolivariano que, con la modestia que lo caracteriza, Chávez bautizó “el socialismo del siglo XXI”, logran sobrevivir a su creador que, como siempre nos aseguran sus seguidores, es por definición irreemplazable. El peronismo resultó ser una excepción a esta regla deprimente, pero lo hizo transformándose en una especie de asociación de ayuda mutua envuelta en una nube ideológica tan vaporosa que, andando el tiempo, cubriría buena parte del territorio político nacional, incidiendo en la conducta y las actitudes de hasta sus críticos más vehementes.

De evolucionar del mismo modo el chavismo, pronto habrá chavistas neoliberales, chavistas maoístas o islamistas y chavistas agradablemente moderados que en otras latitudes podrían insertarse sin dificultades en el conservadurismo o la democracia social, pero lo más probable es que el aglomerado se desintegre por completo. Al fin y al cabo, Chávez, la televisión mediante, se las arregló para apropiarse de un lugar todavía mayor que el conseguido por Juan Domingo Perón y Evita en la imaginación de sus compatriotas, de suerte que su ausencia, cuando se haga irremediable, resultará ser aun más traumática. Y, a diferencia de los peronistas después de los golpes militares que en dos ocasiones truncaron su gestión, los chavistas no podrán culpar a sus enemigos por las calamidades descomunales que han sabido provocar a pesar del torrente de petrodólares que llenaron sus arcas.

A menos que Chávez sorprenda a todos recuperándose del cáncer que lo ha puesto al borde de la muerte, Cristina y sus acompañantes compartirán, por sus propios motivos, los sentimientos de los bolivarianos venezolanos. En un mundo que les está resultando cada vez más inhóspito, ven en Chávez un amigo y, hasta cierto punto, un referente intelectual, además de un prestamista de última instancia cuya “generosidad”, como la del compañero Evo Morales, nunca ha sido óbice para que se aferrara a las severas pautas neoliberales cuando de vender combustible se trata. Tan dispuestos han estado los kirchneristas a complacer al comandante que no han vacilado en procurar acercarse a los sanguinarios teócratas iraníes, minimizando la importancia del atentado contra la AMIA –como diría otro bolivariano, el mandamás ecuatoriano Rafael Correa, el asesinato de un centenar de argentinos fue poca cosa si se lo compara con el bombardeo por la OTAN de las huestes del amigo Muammar Gaddafi–, oponiéndose así a las sanciones económicas que han impuesto los Estados Unidos y la Unión Europea con el propósito de frenar el programa nuclear de gente que no disimula su voluntad de aniquilar de una vez “el ente sionista”, Israel.

De todas formas, para aquellos kirchneristas pensantes que se las han ingeniado para convencerse de que el populismo visceralmente antiyanqui es la ola del futuro, el destino del chavismo sin Chávez será de interés no meramente académico. Mientras que para ellos la figura del líder providencial, del hombre o mujer que de alguno que otro modo se transforma en el eje de un sistema político, marginando a la vetusta partidocracia burguesa, es tremendamente atractiva, como lo era en su momento para los fascistas europeos y comunistas soviéticos, no han conseguido solucionar el problema engorroso planteado por la sucesión, en parte porque no les gusta para nada reconocer que el líder sea un mortal común, en parte porque es, por su naturaleza, imprescindible. En muchos países de tendencias autoritarias –Cuba, Corea del Norte, Siria y, por desgracia, la Argentina–, echan mano al nepotismo tradicional, para que el sucesor sea un hermano, hijo o, para variar, un cónyuge, pero parecería que Chávez no ha considerado dicha alternativa, de ahí la nominación de Maduro.

Al depender el populismo unipersonal de la glorificación del jefe supremo, supone la subordinación de todos los demás. El líder no es primus inter pares como suele ser el caso en sociedades democráticas, es un ser intrínsecamente superior, de cualidades acaso misteriosas pero, insisten sus partidarios, inigualables, que encarna la voluntad popular. Por supuesto que en tales sistemas no hay lugar para personajes que podrían sentirse tentados a privilegiar sus propios intereses. He aquí una razón por la que gobiernos personalistas casi siempre se llenan de mediocridades obsecuentes que deben sus cargos a su “lealtad” hacia el mandatario y que por lo tanto se dedican a frustrar las aspiraciones, reales o meramente hipotéticas, de otros miembros del mismo equipo. Eliminada la posibilidad de entregar el poder a un familiar –por un rato, algunos fantaseaban con dicha variante–, Cristina no cuenta con un sucesor. ¿Y Chávez? Según los enterados de las vicisitudes de quienes frecuentan el círculo áulico del líder absoluto, Maduro ya se siente constreñido a procurar defender el lugar precario que el comandante le ha confiado contra rivales que lo creen vulnerable. Mientras tanto, Capriles se mantendrá al acecho.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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