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MUNDO | 25-01-2013 12:03

El guerrero sorpresa

El conflicto que arrastró a François Hollande y que muestra al norte de África como un polvorín a punto de estallar. La alarma mundial.

Detesta la violencia, pero sabe que, como sentenció Eurípides, “el dios de la guerra detesta a los que vacilan”. Se sentía más cómodo criticando desde las tribunas socialistas a Nicolás Sarkozy, por haber involucrado a Francia en la guerra civil de Libia. Pero ahora es él quien ha metido a Francia en una guerra. Todavía resonaba el eco de sus cuestionamientos a la alianza militar con los británicos que, desde el aire, bombardeó al régimen de Muammar Jadafy para colaborar con la rebelión iniciada en Cirenaica, cuando François Hollande, un hombre pacífico y pacifista, tuvo que firmar la orden de intervención en Mali.

No había tiempo para vacilaciones. Los ultraislamistas no solo dominaron en tiempo récord el norte de Mali; además conquistaron las ciudades sureñas de Konna y Diabali, quedando a solo cuatrocientos kilómetros de Bamako, la capital del país. El presidente francés supo que los jihadistas van por todo y que el ejército local no tiene ninguna posibilidad de contener la ofensiva. Es un ejército pobre, con generales mal pagados y soldados que no tienen sueldo ni buen adiestramiento militar.

Francia entró al conflicto con comandos de elite que reconquistaron Konna y Diabali, conjurando el riesgo de una inminente caída de Bamako. Pero Hollande sabe que ahí no termina su guerra. Puso la diplomacia a trabajar para la conformación de una alianza militar africana que se haga cargo del asunto, pero sin soñar que una fuerza conjunta eficaz pueda entrar rápidamente en acción. Y la cuestión en Mali no es solo mantener a salvo la capital y las demás ciudades del Sur. Resulta indispensable recuperar el control del Norte. Allí hay pocas ciudades, pero se trata de una extensión territorial con el tamaño de la mismísima Francia; una vasta porción del desierto del Sahara desde donde los ejércitos fundamentalistas pueden realizar incursiones militares a Mauritania, Argelia y Níger.

En todos estos países hay fanáticos religiosos dispuestos a convertirse en jihadistas que luchan por imponer la sharía (ley coránica). En Argelia no tienen que convertirse en eso: ya lo son. Lo demostró el copamiento de una planta gasífera que terminó en una masacre, por una mal planeada y peor ejecutada operación del ejército.

Fue en Argelia donde estalló el crecimiento del ultraislamismo. Sobre finales de los ochenta, cuando se aceleró la descomposición del régimen de partido único que desde la independencia había encabezado en ELN, se formó el Frente Islámico de Salvación (FIS), en el marco de las protestas estudiantiles que reclamaban la islamización de la sociedad. En 1992, esa organización fundamentalista ganó la primera elección libre y plural, pero los comicios fueron invalidados y el FIS pasó a la clandestinidad, con lo cual surgieron los llamados Grupos Islámicos Armados (GIA). En esa larga y bestial guerra civil, se hizo fuerte el salafismo militante que pronto hizo metástasis en otros países del Magreb.

Así surgieron los Grupos Salafistas de Combate y Prédica, que promediando la década pasada se transformaron en Al Qaeda Magreb Islámico (AQMI). Esa organización es parte de la guerra que se libra en Mali. Hace tiempo que los tuareg sueñan con crear el Azawad, un país independiente y gobernado por esa etnia que desciende de los antiguos garamantes y tiene su propia escritura: el tifinagh.

La capital del Azawad sería Gao, pero la ciudad en la que late la historia de los tuareg es Tombuctú. Esa puerta del Sahara, que las tribus de las túnicas azules fundaron en el siglo 12; la casa de la antiquísima Universidad de Sankoré, la “ciudad de los 333 santos”, fue donde se urdieron las primeras rebeliones independentistas. En Tombuctú se hizo fuerte el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) y estallaron los levantamientos que el gobierno reprimió con éxito en décadas pasadas.

Profesor y mentor de Ciencia Política, Universidad Empresarial Siglo 21.

Más información en la edición impresa de la revista.

por Claudio Fantini

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