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MUNDO | 22-02-2013 14:07

Irán, el amigo de un amigo

Las sombras del régimen que cosecha cada vez más socios en el continente americano.

Sakineh Ashtianí recibió 99 latigazos delante de sus hijos. Los sollozos de los niños se mezclaban con los alaridos de la mujer azotada en un juzgado de la ciudad de Tabriz. La culparon de adulterio y de complicidad con el asesino de su esposo. Y la pena no se agotaba en los latigazos que despellejaron su espalda. También fue condenada a muerte. Más precisamente, a morir en la más cruel y brutal de las ejecuciones: la lapidación.

Los hijos de Sakiné Ashtiani, además de ver como laceraban a su madre, también tuvieron que escuchar al juez cuando la sentenciaba a morir apedreada, como en los tiempos relatados por La Biblia.

Si el mundo se enteró del padecimiento de Sakineh y sus dos hijos, no fue a través de una prensa iraní independiente, sino porque el primogénito de la mujer condenada, siendo apenas un adolescente, se consagró a la tarea de salvar a la madre, encontrando la solidaridad de ONGs occidentales. La presión internacional terminó salvando a la mujer, que había afrontado un juicio con muy pocos derechos y garantías.

Lo mismo le pasó a Nemat Safavi, un joven que fue condenado a muerte en un tribunal de la ciudad de Ardabil, en el 2009, por una relación sexual con otro hombre cuando tenía 16 años. En Irán, a la homosexualidad se la condena con la horca. Así murieron en el 2005 Mahmoud Ashgari y Ayaz Marhoni. Otros dos muchachos, Hamzé Chavi y Loghman Hamzehpour, recibieron la condena de morir ahorcados luego de haber confesado su relación homosexual bajo tortura, en un juzgado de Sardasht, ciudad del Azerbaiján iraní.

La lista de homosexuales que sufrieron castigos físicos o fueron ahorcados es más larga. Pero la interpretación iraní de la sharía (ley coránica) lleva gente al patíbulo también por otras razones desopilantes en estos tiempos.

Apóstatas. A Youcef Nadarkhani lo condenaron a muerte por apostasía, o sea por haber abandonado la “fe verdadera” por abrazar una creencia falsa. Siendo joven se había hecho cristiano, aduciendo que jamás había profesado la religión islámica de su familia. El cambio había pasado desapercibido, en parte porque la Constitución iraní permite la libre profesión de “las religiones del Libro”, o sea que legaliza al judaísmo y al cristianismo (en Irán hay ínfimas minorías judía y cristianos armenios y asirios), a pesar de consagrar al Estado como una teocracia islámica. Pero cuando, ya convertido en pastor evangelista, Nadarkhani intentó cambiar a sus hijos de colegio para que estudiaran cristianismo y no el Corán, fue apresado y sometido a un largo proceso judicial, acusado de ser un apóstata.

El Código Penal iraní no condena a la pena capital por abjurar del islamismo, pero permite que los jueces se inspiren en la sharía o en fatuas (edictos religiosos emitidos por teólogos y ayatolas), para aplicar sentencia por fuera de la ley civil. Esa legislación le da tres oportunidades de arrepentirse de su pecado-delito, pero en las tres ocasiones Nadarkhani se mantuvo cristiano. Y si hasta ahora no ha sido ejecutado, es por la presión internacional. Pero solo algunos se salvan. Muchos otros son religiosamente conducidos al patíbulo.

Es una trágica curiosidad que, en este tiempo, en un país de cultura milenaria existan los latigazos y la lapidación para mujeres adúlteras; la horca para los homosexuales y que el cambio de fe también reciba sentencia de muerte. Pero más extraño es que en Latinoamérica haya gobiernos y dirigencias que apoyen y reivindiquen una teocracia oscurantista, al mismo tiempo que se autoconsideran progresistas. Por cierto, Irán no es el único régimen con tendencias medievales de la región. Arabia Saudita y otras monarquías absolutistas árabes, aliadas a potencias de Occidente, están aún más sumergidas en las tinieblas de la religión. Incluso, Irán tiene un sistema más abierto, aunque se trata de una democracia limitada por el poder del clero chiíta. Tiene, además, una historia de grandeza, una cultura riquísima y una sociedad que valora la libertad. Por eso eligió a Mohamed Jatami como presidente en 1997 y lo reeligió en el 2001.

Reformistas. Jatami es un ulema duodecimano con sólida formación filosófica y una vigorosa vida intelectual, que escribió sobre Montesquieu y trató, sin éxito, de introducir reformas modernizantes y apertura liberal, tanto cuando fue ministro de Cultura como desde la presidencia del país. Si la misma sociedad, que además de a Mohamed Jatami siempre votó mayoritariamente a reformistas para el Majlis (parlamento), luego votó a Mahmud Ahmadinejad, fue porque las brutales represiones a los estudiantes que protestaban contra el clero por bloquear las reformas de Jatami, dejaban en claro que los reformistas jamás podrían gobernar Irán. Aún así, la reelección de Ahmadinejad se habría logrado mediante el fraude que impidió el triunfo al reformista Mir Husein Musaví. Y lo que vino a renglón seguido fue una brutal represión contra las masivas protestas que denunciaban la trampa electoral. A esos represores les abrió Chávez las puertas de Latinoamérica, imponiéndolo como amigo de sus amigos.

Si Hizbolá es el autor de atentados contra blancos judíos en Bulgaria o Argentina, es lógico deducir que detrás de las masacres está la Brigada Al Quds, el brazo de la Guardia Revolucionaria que tiene a cargo las acciones y operaciones en el exterior, además de las relaciones con grupos como el partidomilicia de los chiítas libaneses. Las fisuras que han tensado la relación entre Ahmadinejad y el ayatola Alí Jamenei, máximo líder persa, no tendrían que ver con estos temas, sino con la crisis económica que debilita a Irán, a pesar de sus avances en tecnología nuclear y aeroespacial. Los dos están de acuerdo en convertir a Irán en potencia regional, proyecto que se remonta al comienzo de la revolución en 1979, con la diferencia de que el ayatola Jomeini lo intentaba a través de una cadena de rebeliones chiítas contra los regímenes laicos y las monarquías sunitas del mundo árabe.

Intentando dar lógica a su acercamiento mediante el acuerdo sobre el caso AMIA, el gobierno argentino ha recurrido al ejemplo norteamericano. En los últimos años, y con mayor intensidad ahora, Washington propone negociaciones a Teherán y, si Estados Unidos busca negociar, ¿por qué no puede hacerlo la Argentina? Una posible respuesta es: porque son casos totalmente diferentes. Lo que quiere negociar Obama es el desmantelamiento del proyecto nuclear para, entre otras cosas, evitar una guerra irano-israelí. También busca el apoyo iraní para completar su retirada de Afganistán, logrando que Teherán impida que por su frontera en Baluchistán pase el tráfico de opio con el que se financian los talibanes. Y estas cuestiones no tienen nada que ver con haber sido blanco de un atentado criminal, como es el caso argentino. Está a la vista que, cuando de atentados se trata, la reacción de Washington no es precisamente negociadora. A las bombas contra sus embajadas en Nairobi y Dar el-Salam, las respondió bombardeando bases terroristas en Sudán y Afganistán. Antes que eso, había respondido al derribo del avión de Pan Am bombardeando las ciudades libias de Trípoli y Bengasi, y luego respondió al ataque genocida del 11-S invadiendo a los afganos y acribillando a Bin Laden en Pakistán. Hay más ejemplos de que, cuando son atacados, los norteamericanos no responden con negociaciones sino con feroz belicismo. Lo que quiere negociar Obama es muy distinto. Y no incluye silencio cómplice ante atrocidades, como la pena de muerte por apostasía, la ejecución de homosexuales en la horca y los latigazos y lapidaciones contra mujeres condenadas.

por Claudio Fantini

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