Thursday 28 de March, 2024

OPINIóN | 21-03-2013 16:34

El papa y la presidenta

Paz y guerra. Para muchos, Francisco trae reconciliación al país. pero el espacio K explota.

Desde aquel momento en que el cardenal francés, Jean-Louis Touran, dejó boquiabierta  a la muchedumbre expectante que se había congregado en la Plaza San Pedro al informarle que un arzobispo latinoamericano llamado Jorge Mario Bergoglio sería el próximo papa, buena parte de la Argentina está celebrando la noticia por motivos que tienen más que ver con el orgullo nacional que con un muy poco probable renacer religioso. De repente, el país se llenó de papistas no sólo católicos sino también protestantes, musulmanes, judíos, umbandistas, agnósticos y ateos. En los diarios más importantes, todos opositores, aparecieron de golpe centenares de artículos acerca de las cualidades excelsas de Bergoglio que, por razones misteriosas, no habían llamado la atención antes de su elevación al pontificado. Casi todos coincidieron en que el hombre es un santo, que en adelante nada sería igual.

Demás está decir que los más contentos por lo que acaba de suceder han sido los hartos de la prepotencia kirchnerista. A su entender, el relato cada vez más extravagante de Cristina se ha visto desplazado por otro, de connotaciones universales, que es infinitamente más emocionante. En seguida, los neopapistas se pusieron a comparar “la sencillez” y “humildad” de Bergoglio con el amor por los accesorios costosos que se atribuye a Cristina y su honestidad personal con la corrupción festiva que ven en el entorno presidencial, a subrayar su voluntad nada kirchnerista de charlar amablemente con todos (y todas), sin excluir a los periodistas, y a acordarse de sus roces frecuentes con los Kirchner, además del desprecio evidente que sentía por el truculento estilo K.

También motivaron regocijo las divisiones que provocó en el oficialismo la transformación en sumo pontífice del hombre que según Néstor Kirchner actuaba como el “líder de la oposición”. Algunos que juran estar comprometidos con el proyecto de Cristina festejaron el triunfo de un compatriota. Otros se concentraron en denigrarlo, acusándolo de complicidad con el régimen militar y, lo que en opinión de ciertos incondicionales de la presidenta sería peor aún, de llevarse bien con personajes tan siniestros como Daniel Scioli y Mauricio Macri. Por un par de horas, pareció que los contrarios al nuevo papa impondrían su punto de vista en la Casa Rosada, pero, luego de pensarlo, la presidenta decidió que sería mejor resignarse a convivir con la realidad antipática.  No le será fácil. Mal que le pese a Cristina, ya es tarde para que simpatizantes a su parecer tan valiosos como Horacio Verbitsky y Horacio González modifiquen su postura hostil hacia el clérigo que, para su indignación, se ha erigido inesperadamente en el nuevo ídolo popular y, diría Borges si estuviera entre nosotros, en un pretexto irresistible para brindis patrióticos.

Con astucia, Cristina aprovechó la oportunidad que le proporcionó su primera audiencia con quien, por ahora, es el único argentino que está en condiciones de hacerle sombra, para invitarlo, con el propósito de sembrar cizaña, a encabezar una cruzada antibritánica, “intercediendo” en la disputa en torno a las islas Malvinas. Puede que Bergoglio se haya sentido tentado a complacerle, pero sería de suponer que Francisco entenderá que le aguardan problemas un tanto más urgentes que el planteado por una causa irredentista que se remonta a la primera mitad del siglo XIX cuyo significado es más simbólico que territorial. Además de combatir la pedofilia clerical que en Europa y Estados Unidos ha privado a la Iglesia Católica de su autoridad moral, Francisco tendrá que hacer algo a fin de ayudar a millones de cristianos que en el Oriente Medio, Pakistán y África del Norte, son víctimas de una feroz, y a menudo letal, ofensiva islamista, procurar proteger a sus correligionarios en China, y tratar de frenar a las llamadas “sectas” protestantes en América latina donde ya han puesto fin al monopolio católico tradicional.

A juzgar por la forma en que ha iniciado su gestión como papa, para Francisco será prioritaria la lucha, por fortuna pacífica, por las almas latinoamericanas que los católicos están librando contra una multitud de comunidades heréticas. A diferencia de su antecesor alemán, un intelectual admirado por el director de la Biblioteca Nacional, González, porque “tenía una idea spinozista del mundo”, Francisco quiere dar a su pontificado un perfil popular, cuando no populista, similar a aquel de las iglesias evangélicas. ¿Un papa protestante? Puede que Bergoglio no se haya propuesto ir tan lejos, pero sus ataques verbales contra el lujo y su deseo reiterado de liderar “una iglesia pobre y para los pobres” hacen recordar la prédica de los muchos reverendos luteranos, calvinistas y otros que, a través de los siglos, han denunciado al catolicismo por la afición notable de sus “príncipes” a las riquezas terrenales.  De todos modos, las afirmaciones de Francisco en tal sentido le han granjeado el aplauso de quienes, según las pautas imperantes, son ricos o, cuando menos, relativamente prósperos, y que no tienen ninguna intención de dejar de serlo.

Los peronistas ven en Bergoglio a un compañero, uno que, para más señas, en los años setenta militó en la Guardia de Hierro, una facción conformada por individuos tan insensibles que les pareció apropiado adoptar el nombre de una agrupación fascista rumana cuya crueldad sádica asqueó incluso a los integrantes brutales de las SS hitlerianas. Aunque los entusiasmados por la entronización de un papa argentino prefieren minimizar la importancia de tales detalles biográficos, tratándolos como si fueran mentiras viles, no los olvidarán los que temen verse perjudicados por las reformas drásticas que según parece tiene en mente.  Como Joseph Ratzinger tuvo la ocasión de aprender, la curia vaticana siempre ha sido un “nido de víboras” – así lo calificó un amigo del papa emérito -, en que todo vale en las luchas internas.

Sea como fuere, no cabe duda de que cuando es cuestión de relaciones públicas Francisco es muy superior al retraído pensador teutón cuya gestión se basó en la convicción de que, para poner fin al repliegue del cristianismo en Europa, sería necesario que el credo se fortificara doctrinariamente. En menos de dos semanas, Francisco se ha forjado la imagen de ser un papa bondadoso, rebosante de calor humano, al que le angustia el destino de los pobres y que está plenamente dispuesto a compartir sus penurias, viajando como ellos en el atestado transporte público porteño y viviendo en un departamento modesto cuando podía haber disfrutado de una limosina y las comodidades de un palacio episcopal.

Tanta austeridad personal impresiona, claro está, pero sucede que sería desastroso para los pobres que el ejemplo brindado por Bergoglio hiciera escuela; las economías modernas dependen del consumo de bienes y servicios que a juicio de un asceta son superfluos y por lo tanto repudiables. El lujo será un pecado, pero si demasiados prestaran atención a las exhortaciones del papa Francisco, optando por anteponer a todo lo demás el futuro hipotético de su alma inmortal, el resultado inevitable sería una gran depresión mundial.

Bergoglio combina el conservadurismo cultural, ya que se opone tenazmente al matrimonio “igualitario” y, desde luego, al aborto, con la variante del progresismo socioeconómico favorecido por muchos peronistas que sostiene que la inequidad es en el fondo un problema ético, de suerte que si los ricos, trátese de países o personas, fueran más generosos, no habría pobres. O sea, que hay que privilegiar el reparto por encima de la producción. Por desgracia, el asunto no es tan sencillo. Aunque los esfuerzos de los estrategas católicos por aprovechar el hundimiento del comunismo y las dificultades del socialismo democrático erigiéndose en defensores de los pobres, tratándolos paternalmente como víctimas del “capitalismo salvaje”, le ha reportado ciertos beneficios políticos, en ninguna parte han contribuido a mejorar decisivamente el estándar de vida material de los rezagados o “excluidos”.  En cambio, sí lo han hecho los gobernantes poco solidarios de sociedades de cultura política y social que los bienpensantes consideran reaccionaria, como las de Suiza y las ciudades de Singapur y Hong Kong.

Además de procurar hablar en nombre de quienes supuestamente no tienen voz propia, Francisco, como todos los papas anteriores recientes, aspirará a incidir en la conducta sexual de los fieles. En teoría, será el dictador espiritual de los aproximadamente 1.200 millones de católicos que hay en el mundo, el encargado de decirles lo que nunca deberían hacer; en realidad, su influencia será tan escasa como la de sus antecesores. He aquí una razón por la que la Iglesia Católica corre peligro de degenerar en lo que el nuevo papa llamó una “ONG piadosa”, una eventualidad que se ha comprometido a ahorrarle, pero que, en Europa al menos, a esta altura parece virtualmente inevitable. Será por este motivo que los cardenales decidieron que sería una buena idea abandonar el viejo continente, que desde su punto de vista ha recaído, acaso irremediablemente, en el paganismo hedonista precristiano, para buscar un pontífice, si bien uno de raíces italianas, en un lugar “del fin del mundo” en que las perspectivas lucen un tanto mejores..

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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