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COSTUMBRES | 10-05-2013 14:26

La edad de los felices

Los avances científicos auguran una vejez larga y plena pero plantean el desafío de diseñar un mundo con más adultos mayores.

La felicidad parece alcanzar su punto máximo a los 74 años. Esa es la conclusión a la que arribó una investigación realizada por científicos austríacos y alemanes entre 21.000 personas. A cada una de ellas se les pidió que evaluaran, en una escala del 1 al 7, su grado de conformidad con la vida y los septuagenarios superaron a los adolescentes y a la gente de mediana edad en varios puntos. El estudio es citado por Lewis Wolpert, un biólogo inglés de 80 años, autor del libro “Por ti no pasan los años” (Tusquets) publicado hace muy poco en español. A partir de estas conclusiones, el investigador se permite declarar que hay una vida plena después de los 60 años, a pesar de los problemas de salud, la estrechez de la jubilación y los prejuicios sociales que estigmatizan la vejez.

La tercera edad ya no es lo que era. Si los “50” son los nuevos “40” (como les gusta definir a los norteamericanos) los “70” son nuevos “60”. Una caracterización que retrasa, de manera intuitiva, en 10 años, el inicio de la vejez. La expectativa de vida en los países del Primer Mundo ronda los 80. En la Argentina es de 75,7 años y creció casi tres décadas desde principios de siglo.

Los avances de la ciencia, la creación de nuevos medicamentos, el tratamientos de enfermedades que eran incurables hasta el siglo pasado y la concientización acerca de la importancia de sostener un estilo de vida saludable, obraron la transformación. Y no solo aumentaron las décadas que podemos llegar a vivir, también mejoró el modo en que las vivimos.

¿Cómo se prepara la sociedad y cada uno de nosotros para afrontar estos cambios inadvertidos pero contundentes? En esta nota intentamos acercanos a la respuesta.

Tensiones. Aunque las condiciones para vivir cada vez mejor y por más tiempo crecen día a día, esta etapa de la existencia está atravesada por las contradicciones.

“Viejismo” es el nombre que suele darse al prejuicio contra los mayores (también “edaísmo” que proviene de “ageism” del inglés). Son innumerables los ejemplos de estereotipos negativos contra las personas de la tercera edad en la televisión, el cine y los medios. La sociedad está enfocada en la juventud. Las campañas de marketing, los productos culturales y el deporte tienen a los jóvenes como “target”. Los adultos se desesperan por no parecer viejos. Cosmética, cirugías y gimnasios son una industria destinada casi exclusivamente a disimular el paso del tiempo.

Paradójicamente, la población del mundo envejece. La cantidad de jubilados es cada vez más grande y, en las sociedades con mayor bienestar, superan el número de nacimientos. Argentina es un ejemplo de ello. De acuerdo con el censo realizado en 2010, la población que supera los 65 años alcanza al 10 % y se espera que esa cifra se multiplique (1 de cada 5 personas en 2050 tendrá más de 65). En la Capital Federal, el envejecimiento demográfico es más marcado, el 22% de la población tiene más de 60 años y supera en cantidad a los menores de 15.

Otro motivo de tensión alrededor de la vejez es de carácter social y representa uno de los grandes desafíos futuros para los gobiernos de todo el mundo. Las personas, hoy, se jubilan a una edad en la que todavía son jóvenes (teniendo en cuenta el aumento de la expectativa de vida). Eso supone supone para los Estados un incremento en las cargas por jubilaciones y en los gastos del sistema de salud que requieren los mayores. La gran pregunta, en la actualidad, es qué hacer con estos adultos: ¿expulsarlos del sistema de trabajo para dar oportunidad a los jóvenes (y cargar por más tiempo al Estado con esa jubilación) o dejar a los mayores en el sistema, precarizando el trabajo de las personas en edad productiva (en la actualidad, más precarizado que nunca por la gran crisis de desempleo mundial)?.

Para leer la nota completa, adquiera online la edición 1898 de la revista NOTICIAS.

por Adriana Lorusso

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