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OPINIóN | 17-05-2013 13:49

Cuentos de la cripta

Maquinaria. Las denuncias sobre bóvedas, bolsos y supuesta plata negra amasada por su esposo impacta en la imagen de la Presidenta.

Chris Huhne, ex ministro de Energía del gobierno de David Cameron y ex líder en potencia del Partido Liberal Demócrata, está entre rejas por “obstrucción de Justicia”: hace diez años, al tipo se le ocurrió mentir a la policía porque no quería perder el carné de conducir luego de manejar su coche a una velocidad excesiva. Por fortuna, la Justicia argentina es menos severa que la británica; caso contrario, sería necesario invertir miles de millones de dólares blue en cárceles VIP para albergar a aquellos miembros de la nutrida clase política que, en el transcurso de su vida, han violado alguna que otra ley.

Felizmente para ellos, aquí las normas son muy distintas de las imperantes en los países puritanos del norte de Europa. A diferencia de sus humildes homólogos británicos, alemanes, holandeses y escandinavos, los políticos locales no tienen por qué preocuparse por reglas que acaso sean apropiadas para la gente común pero que no lo son para quienes están cambiando la historia, luchando heroicamente contra corporaciones malignas con ramificaciones en el exterior y creando un “modelo” socioeconómico virtuoso que ya motiva la envidia del mundo entero.

En países de tradiciones populistas y caudillistas como la Argentina, la relación de los poderosos de turno con una parte sustancial de la población se basa en el respeto mutuo por el principio resumido por la alegre consigna: “Roban pero hacen”. Por razones comprensibles, lo que quiere el pueblo verdadero son resultados, es decir, dinero; lo demás es solo verso. Si un gobierno populista logra convencer a la gente de que, gracias a la generosidad de su jefe, la economía anda viento en popa y siempre habrá plata suficiente como para mantener funcionando como es debido las redes clientelares, solo los integrantes de una minoría reaccionaria de ideas anticuadas tomará en serio las denuncias acerca del enriquecimiento de los salvadores de la Patria. A la mayoría –el 54%, digamos– le parece justo que los responsables de llevar a cabo una obra tan monumental se vean premiados así por su contribución al bienestar del pueblo.

Aunque en su programa televisivo dominical Jorge Lanata está aportando muchos datos interesantes y difundiendo testimonios valiosos que sirven para confirmar las sospechas más rocambolescas planteadas por la evolución vertiginosa del patrimonio de los Kirchner y sus allegados, ha sido cuestión de temas que ya fueron aireados docenas de veces por esta misma revista, Noticias, por Perfil y por periodistas como el propio Lanata y Luis Majul. Sin embargo, mientras que en la Argentina de ayer pocos se dejaban influir por tales “anécdotas”, en la de hoy están teniendo un impacto muy fuerte.

Es lógico; se ha difundido la impresión de que el gobierno de Cristina ha traicionado el pacto tácito, que roba, eso sí, pero ya no hace nada a cambio de la impunidad con la que la sociedad estaba dispuesta a retribuir los servicios prestados. A menos que la economía se recupere muy pronto, pues, los kirchneristas compartirán el destino triste de otros salvadores fracasados, los “amigos del proceso” y los menemistas.

Desgraciadamente para los emotivamente comprometidos con el “proyecto” que está por cumplir diez años, las denuncias han dejado de ser meramente genéricas. Es una cosa hablar del crecimiento exponencial del patrimonio K y especular acerca del destino de “los fondos de Santa Cruz”, y otra muy distinta aludir a “bolsos de dinero” y “bóvedas” especialmente construidas en la casa patagónica de Cristina. Aun cuando los ya célebres “bolsos” solo hayan contenido monedas y “la bóveda” más famosa de América del Sur haya permanecido vacía, tales pormenores concretos, como entenderá todo narrador de relatos, parecerán mucho más significantes que las acusaciones de quienes han atribuido al Gobierno y sus cómplices el robo, para la corona o, por si acaso, de vaya a saber cuántos miles de millones de dólares públicos. Así las cosas, el mausoleo de Néstor, el que según la leyenda urbana está lleno de bóvedas, podría ser la tumba del movimiento que se aglutinó alrededor de la imagen que el patagónico supo darse.

El viejo relato K, el en que revolucionarios patrióticos están rescatando al país de las garras de los neoliberales, oligarcas y milicos desalmados que lo habían secuestrado, ya solo convence a los irremediablemente jugados. Lo está reemplazando otro, uno en que los presuntos salvadores son ladrones a un tiempo insaciables y cómicamente ineptos, que ya han adquirido riquezas fabulosas y que no vacilan en proclamarse resueltos a conseguir mucho más, yendo por todo. Por mucho que los voceros gubernamentales procuren amortiguar el impacto de las denuncias con ataques ad hóminen a quienes las formulan, comenzando con Lanata, sus esfuerzos en tal sentido parecen destinados a resultar contraproducentes. Mal que les pese a los abnegados, pero cada vez más histéricos, comunicadores K, veteranos incombustibles ellos de un sinnúmero de lides políticas como Aníbal Fernández y Oscar Parrilli, a esta altura la mayoría prefiere los canales opositores a los apadrinados por el oficialismo.

Combinado con una economía que está atrapada en el pantano de la estanflación del que le costará muchísimo salir sin sufrir una convulsión empobrecedora, el que en la mente colectiva esté consolidándose con rapidez un nuevo relato que, como el anterior, brinda una explicación sencilla del desastre nacional más reciente, hace pensar que el país está experimentando otro de sus periódicos cambios de clima. Para complicar todavía más la situación en que se encuentran Cristina y su tropa, las medidas desesperadas que están tomando a fin de corregir las distorsiones que se las han arreglado para provocar en la economía encajan decididamente mejor en el relato anti-K que en el confeccionado por los narradores gubernamentales.

De acuerdo común, la ofensiva furibunda contra del Grupo Clarín, con su CEO Héctor Magnetto en el papel de la encarnación del mal, una versión criolla de Goebbels o, quizás, del Guasón de las películas de Batman, se debe a la voluntad de Cristina de defender sus negocios amordazando a sus críticos. El Gobierno ha tratado de comprarlos, subsidiando a los medios que lo apoyan con dinero suministrado por los contribuyentes y privando de publicidad a los considerados enemigos. También ha intentado intimidar a los periodistas irrespetuosos. Si bien ha logrado mucho, todavía existen algunos focos de rebelión. ¿Está preparándose para asestarles el golpe final? Los hay que, como el jefe del gobierno porteño Mauricio Macri, creen que la facción más totalitaria del kirchnerismo se ha propuesto apoderarse de Clarín, lo que supondría despedirse definitivamente de la democracia para ingresar en el territorio peligroso de la arbitrariedad bolivariana, alternativa esta que desde el punto de vista de Cristina y ciertos funcionarios podría parecer más atractiva que la de dejar su destino personal en manos de un electorado veleidoso.

Asimismo, el blanqueo se ha visto condenado con vehemencia por los convencidos de que, además de servir para lavar los bienes mal habidos de los amigos del poder y de los evasores de siempre, abrirá las puertas del país para que entren hordas de narcotraficantes y otros delincuentes, transformando de este modo a la Argentina en un paraíso fiscal capaz de competir con las islas Caimán, lo que traería beneficios para los acostumbrados a operar en el submundo del crimen organizado pero que, desde luego, le ocasionaría algunas dificultades diplomáticas, ya que en el resto del planeta está cobrando fuerza una campaña encaminada a eliminar tales reductos. Últimamente, se han multiplicado las advertencias procedentes de entidades como la Organización de Estados Americanos que miran con preocupación indisimulada la aparente voluntad oficial de convivir con la corrupción no solo autóctona sino también internacional.

El intento de la Presidenta de avasallar la Justicia, en buena medida porque no la ha acompañado con el entusiasmo indicado en la guerra santa que está librando contra los medios que se resisten a rendirle pleitesía, también cabe cómodamente en el relato que están escribiendo los persuadidos de que estamos asistiendo a la agonía, con toda seguridad convulsiva, del kirchnerismo.

Para impedir que la realidad se imponga, el Gobierno se siente constreñido a controlar zonas cada vez más extensas de la vida nacional. No le resultó difícil dominar el mundillo político, ya que en él abundan los que entienden que en última instancia dependen de la caja. El mediático resultó ser menos dócil, aunque se las ingenió para rodearse de intelectuales progres dispuestos a apoyarlo con tal que siguiera golpeando a los militares, los burgueses, los neoliberales, los chacareros terratenientes y otros símbolos del mal. Pues bien, ha llegado el turno de la Justicia que, como todos saben, es reaccionaria, cuando no liberal y, para colmo, suele seguir los pasos de los juristas del imperio norteamericano. Una vez desmanteladas aquellas reliquias de un pasado capitalista y extranjerizante, los kirchneristas buscarán otras ya que la extraña “revolución” que creen estar protagonizando no culminará hasta que el país se haya convertido en una bóveda blindada colosal.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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