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BLOGS | 19-06-2013 16:50

Asesinos puertas adentro

Esconder la prueba del delito puede ser todo un desafío para quienes cometieron un crimen en la intimidad infranqueable de su domicilio. Historias de homicidas que convivieron con el cadáver de sus víctimas en sus propias casas.

Por Magdalena Villemur

El homicidio a un familiar es de los crímenes más antinaturales que pueden existir. Suelen ser, en muchos casos, premeditados: surgen como fin de una discusión acalorada, como venganza pasional e incluso, a veces, son parte de un plan perfectamente calculado. Quienes se convierten en homicidas entre cuatro paredes no se enfrentan ni al arrepentimiento, ni a la culpa ni mucho menos al espanto: la desesperación de ocultar el cadáver es el primer sentimiento que los invade.

Los asesinatos perpetrados hacia otro integrante de la familia son cometidos con elementos que se convierten en armas en pocos segundos: cuchillos de cocina, tijeras, objetos pesados con los que se golpean. Incluso, las propias manos. En menor medida, los muertos a balazos también forman parte del ranking de asesinatos intrafamiliares. Mujeres como Nora Dalmasso o María Marta García Belsunce son algunos de estos últimos ejemplos, también puertas adentro. Los lugares aptos para esconder la prueba del delito pueden ser cualquiera que asegure que solo quien lo haya hecho lo sepa: común u obvio, improbable o ridículo.

Tal es el caso Ricardo Barrios, un mecánico de 41 años que reveló haber asesinado a su mujer a cuchilladas y luego esconder el cadáver dentro de un tambor de chapa soldado y lleno con 200 litros de aceite quemado que tenía en su patio. Sucedió en Santiago del Estero en 2007: Barrios asesinó a su concubina de 4 puñaladas porque sospechaba que lo engañaba. A sus hijos, les había dicho que ella los había abandonado.

En julio de 2011 un hombre mató a cuchilladas a su ex pareja y escondió el cadáver debajo de la cama, en una casa en Ingeniero Budge. Días después del asesinato, y luego de que vecinos denunciaran que durante el fin de semana habían oído gritos, la policía descubrió el cuerpo de la mujer debajo de la cama, envuelto en una sábana y con la cabeza cubierta con una bolsa de nylon.

Mella Cruzado Aguilar trabajaba como empleada doméstica en una casa de un country de la ciudad de Córdoba. Le ocultó a sus empleadores el embarazo… hasta que descubrieron el cuerpo sin vida de la bebé en un placard. Luego de asistir a una guardia tras fuertes dolores, los médicos detectaron que la mujer había dado a luz. Preocupados por la criatura, la clínica alertó a la Policía quien allanó la casa donde trabajaba y vivía Aguilar. Allí hallaron, envuelto en una frazada, el cuerpo de la recién nacida. La joven de 21 la había asfixiado con una media. Casi idéntico es el caso de otra empleada doméstica santafesina que dio a luz, asesinó a su bebe y escondió el cuerpo en una mochila que ocultaba en el cuarto que ocupaba. En menor medida, algunos asesinos utilizan su propia casa como escena del crimen y sus víctimas, algunas, están fuera de su núcleo familiar: amigas, compañeras de trabajo, vecinas. Ese es el caso de Javier Horacio Otero quien durmió con el cadáver de María Soledad Carlino durante varios días, en febrero de 2011. Se habían conocido en un shopping donde ambos trabajaban. Luego de ofrecer prepararla para una falsa entrevista de trabajo, la llevó a su departamento donde la violó, estranguló y envolvió el cuerpo en una frazada que ocultó debajo de su propia cama. Otero se suicidó en una dependencia del Servicio Penitenciario mientras aguardaba su sentencia.

En 1998, Mario Frieiro asesinó a su esposa y enterró el cadáver en un agujero que hizo en el piso de su dormitorio y que luego cubrió con su sommier. El crimen se descubrió recién siete años después, en 2005, cuando Pablo (el hijo de la pareja), se quebró y contó que había presenciado el crimen de su madre. Durante esos años, Frieiro había conocido a María Campos, con quien estaba conviviendo. Sin saberlo, Campos había estado durmiendo durante 7 años sobre el cadáver de la ex mujer de su marido.

¿Qué permite que algunas personalidades no se alteren en lo más mínimo ante la aberración de dormir junto a sus propios muertos?  ¿Cómo pueden transcurrir sus vidas de la misma forma sin advertir conscientemente que comparten sus noches con una persona que supo estar viva?.

Para algunos, quizás, la muerte no sea nada más que una pequeña parte de sus propias vidas.

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