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POLíTICA | 28-06-2013 11:35

El punto débil de Scioli

En exclusiva, el libro que revela el lado vulnerable y las adicciones de una mujer sometida a una guerra de otros. Por qué Scioli no quiso exponerla en la campaña y él mismo se bajó.

Una Karina Rabolini íntima y desconocida. Eso es lo que se muestra en “Mujeres casi perfectas”, el nuevo libro del periodista Gerardo Young, editado por Planeta. La obra es polémica por varias razones: da detalles, por primera vez, sobre la supuesta adicción a las drogas de la primera dama bonaerense, menciona rehabilitaciones en Italia -al cierre de este número, Scioli y ella estaban por viajar a ese país para entrevistarse con el Papa Francisco- y describe los secretos de una relación por momentos complicada entre el gobernador y su mujer, además de los negocios de Rabolini que terminaron en una deuda millonaria que el Banco Provincia de Buenos Aires le perdonó.

NOTICIAS intentó comunicarse con Rabolini para conocer su versión sobre estos puntos. Llamó repetidas veces a su vocera, al vocero de Scioli -que pidió que se le enviaran preguntas por escrito, como se hizo- y al celular de ella, pero no obtuvo respuesta.

El anticipo que se publica en estas páginas tiene un mérito aparte: describe los secretos y negocios con los que el Gobierno podía lastimarla, y sirve para comprender en todas sus dimensiones por qué Scioli rechazó exponerla en la campaña y él mismo también se bajó.

A continuación, extractos del libro.

El accidente. Ocurrió el 15 de julio de 1987, tras una cena a la que habían invitado a dos amigos de la pareja, los modelos top Claudia Sánchez y Alberto “El Nono” Pugliese.

Nunca quedó claro cómo se inició el fuego, aunque ellos acostumbraron a culpar a un cortocircuito en una heladera tipo minibar del quincho. También se dijo que el responsable había sido Daniel, quien debió haber descuidado algún elemento de combustión, quizá por una garrafa mal cerrada o el carbón prendido cerca de combustibles. Quién sabe. Los invitados ya se habían ido y ellos dormían en el piso de arriba, el piso 11, cuando los interrumpió el olor intenso del plástico al quemarse y los ruidos de los platos que se rompían por el derrumbe de las alacenas. Saltaron de la cama. Eran cerca de las 4 de la madrugada.

Entonces él descubrió una salida, la única posible. Se asomó a un costado del balcón y calculó que si trepaban la baranda y saltaban hacia el edificio lindero, podrían llegar a salvarse.

No era sencillo. La terraza vecina estaba más abajo, a unos cinco o seis metros, no menos. Pero no había otra posibilidad. Era dar ese salto o morir asfixiados o calcinados. Daniel se lo comentó a Karina. Y le pidió que ella saltara primero. Tenía miedo de que ella no se animara, de que a último momento se quedara paralizada en el balcón. Era ella quien debía dar el primer paso. Era ella quien debía probar la vía de escape.

Así que Daniel la ayudó a subirse hasta la baranda, le indicó el lugar aproximado al que debía saltar, y la vio zambullirse en la oscuridad. Nunca jamás olvidaría el alarido que escuchó después.

Para Karina, fueron los peores meses de su vida. Dolor, somnolencia, aturdimiento, olor a químicos, a sangre, a pastillas. Con el tiempo, recordaría el momento del salto desde una extraordinaria distancia, como si fuera otra y no ella la protagonista. Recordaría, por ejemplo, la brisa de la noche en contraste con el calor del fuego, recordaría la sensación de caída (una caída eterna) y el vacío en el estómago que esa caída le producía. Pero sobre todo, y con una frialdad aterradora, recordaría para siempre el crujir de los huesos de sus talones, que se desintegraron en cuanto todo su peso cayó sobre el techo de la terraza vecina.

Para leer la nota completa, adquiera online la edición 1905 de la revista NOTICIAS.

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