Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 01-07-2013 14:35

El gran torneo electoral

Massa. La candidatura del ex jefe de Gabinete sacudió al Gobierno.

A casi todo los políticos profesionales les encantan las campañas electorales. Gobernar o, como ellos dicen, intentar solucionar los problemas de la gente, suele ser tan aburrido por tratarse de una actividad que acaso sea apropiada para técnicos y burócratas grises pero que carece de atractivos para quienes fantasean con verse idolatrados, como si fueran deportistas que acaban de ganar un campeonato. Las campañas son mucho más emocionantes.

Aunque los participantes de los rutinarios torneos electorales se sienten constreñidos a dar a entender que, luego de disfrutar del aplauso y los bocinazos de simpatizantes coyunturales, se pondrán enseguida a trabajar como corresponde, la mayoría prefiere concentrarse en construir una buena imagen con la ayuda de especialistas en la materia para entonces dedicarse a venderla, empresa esta que puede ser muy difícil en el sumamente competitivo mercado electoral argentino.

Además de esforzarse los diversos candidatos por convencer a los votantes de que, si bien en el fondo son personas sencillas que nunca soñarían con darse aires, en verdad son más inteligentes, más honestas, más laboriosas, más patrióticas y, cuando no, más “humanas” que sus contrincantes, procurarán hacer tropezar a todos aquellos que podrían ocasionarles dificultades.

Por razones evidentes, el torneo que más atención merecerá en los meses que nos separan del 27 de octubre es el bonaerense. De acuerdo común, el destino del “proyecto” kirchnerista dependerá del resultado, pero sucede que no hay ningún consenso sobre cómo lo afectaría un triunfo rotundo, digamos, del intendente de Tigre, Sergio Massa, que en la fase inicial parece haberse distanciado de sus rivales. Para reducir las posibilidades del intruso, el peronista disidente Francisco de Narváez, el que esperaba reeditar la hazaña de cuatro años antes cuando derrotó a Néstor Kirchner y sus cohortes de testimoniales, lo acusa de ser un “caballo de Troya” de Cristina, un personaje que finge ser un opositor pero que en verdad se ve como el heredero del poder que fue “construido” por la pareja de abogados patagónicos.

En principio, De Narváez está en lo cierto, ya que la presencia de Massa, un hombre que se opone de manera nada estridente a las pretensiones menos aceptables, comenzando con la voluntad de eternizarse en el poder, de Cristina, sirve para dividir, y confundir, a los votantes del distrito más importante del país. Con todo, de confirmarse las previsiones más optimistas de los encuestadores contratados por el tigrense, a los kirchneristas no les sería dado forzarlo a regresar al rebaño oficialista, sobre todo si, por su condición de diputado, no depende de fondos proporcionados por “la Nación” que la Presidenta suele repartir según criterios netamente personales. Aunque últimamente los diputados no han desempeñado un papel muy vistoso en la vida nacional y por lo tanto la estrella de Massa podría opacarse si ocupa el escaño que le espera, en el Congreso sería menos vulnerable a los ataques kirchneristas de lo que sería si permaneciera en Tigre.

Como el político astuto que con toda seguridad es, Massa sabe que es mejor limitarse a vaguedades bien intencionadas, hablando con sinceridad aparente de paz, armonía, diálogo, desarrollo y otras cosas positivas. Sus adversarios quisieran que se expresara con más claridad acerca de lo que tendría en mente, pero se resiste a arriesgarse, aunque se animó a afirmar que sus diferencias con la señora tienen que ver con “Irán, la Corte Suprema de Justicia, las reelecciones indefinidas, la reforma de la Constitución y la Justicia”, lo que fue un buen comienzo pero no nos dice mucho sobre lo que haría para reencauzar la economía. Tampoco se ha referido al desafío mayúsculo que le supondrá al eventual sucesor de Cristina el enriquecimiento por medios no ortodoxos de tantos personajes relacionados con el gobierno actual.

Sea como fuere, la estrategia de Massa, que se las ha arreglado para armar una lista, la del llamado Frente Renovador, bastante sincrético, ya que el rejunte incluye a personajes procedentes del macrismo, la Coalición Cívica, el radicalismo y, por supuesto, diversas facciones peronistas, se asemeja mucho a la del gobernador Daniel Scioli, otro político que ha logrado confeccionarse una imagen buena en base a su negativa a polemizar con sus detractores, sobre todo cuando se trata de la Presidenta y sus partidarios más agresivos.

Si bien las acciones de Scioli bajaron mucho cuando, después de pesar, con lentitud exasperante, el pro y el contra de las diversas opciones, finalmente decidió que le convendría solidarizarse a su modo particular con el Frente para la Victoria oficialista, podrán recuperarse si el gobernador consigue convencer a los demás de que está demasiado ocupado administrando una provincia plagada de dificultades como para darse el lujo de perder el tiempo entregándose al juego electoralista. De cualquier modo, nadie ignora que, de haber decidido Scioli pactar con Massa o, peor aún, con De Narváez, Cristina le hubiera cortado de golpe los víveres, castigando con furia a los bonaerenses por “la traición” de su mandatario; lo dijo el propio Scioli al señalar: “Lo que me importa es que la gente no pague las consecuencias de las decisiones que yo tomo”.

Para encabezar la lista oficialista, Cristina eligió al intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, ya que parecería que su cuñada Alicia Kirchner resultaría ser un piantavotos y entendía que el ministro del Interior y, por desgracia, Transporte, Florencio Randazzo, tendría que intentar contestar demasiadas preguntas acerca del estado calamitoso de los trenes nacionales. El que la lista de Cristina sea tan poco impresionante no constituye una sorpresa. Antes bien, refleja la soledad de una Presidenta a primera vista todopoderosa, dueña absoluta de vaya a saber cuántos millones de votos suministrados por una clientela leal, que por sus propios motivos ha preferido rodearse de mediocridades obsecuentes y jóvenes ilusionados, alejando a cualquiera que podría hacerle sombra. Puede que a su juicio la falta de colaboradores prestigiosos signifique que la re-re es la única alternativa sensata, pero para todos salvo sus incondicionales un “proyecto” cuyo futuro depende de la presencia en la Casa Rosada de una sola persona determinada no merece ser tomado en serio.

Fuera de Lomas de Zamora, los únicos que conocen a Insaurralde son aquellos memoriosos que recuerdan que en 2008 fue blanco de una denuncia por pedir coimas. Si bien, como es habitual, la causa penal que lo afectaba fue debidamente cajoneada, las sospechas así planteadas no lo ayudarán a congraciarse con los votantes independientes aunque, felizmente para él, para la Presidenta y para muchos otros integrantes del elenco gubernamental, cuando de la corrupción se trata el electorado kirchnerista se destaca por su amplitud de miras. Lejos de escandalizarlo la presunta existencia de bóvedas repletas de botín, atribuye las denuncias en tal sentido a la malignidad opositora.

Además de la flexibilidad ética de quienes suponen que todos los políticos son chorros y que por lo tanto sería muy injusto ensañarse con un funcionario que tuvo la mala suerte de verse perjudicado hace varios años por una investigación periodística, Insaurralde contará con el respaldo de Cristina y su tropa de militantes. Lo necesitará. A menos que, para asombro de todos, el lomense resulte ser un líder carismático capaz de entusiasmar a multitudes, rentadas o no, la lista que encabeza podría terminar cuarta, detrás de las de Massa, De Narváez y Margarita Stolbizer, no necesariamente en dicho orden. En tal caso, se intensificaría aún más la sensación ya difundida de que el kirchnerismo pertenece al pasado, que el país está experimentando otra de sus mutaciones periódicas y que, en sus entrañas, está gestándose un “proyecto” que tendría forzosamente que ser muy distinto del protagonizado por Cristina y su marido difunto.

¿El “proyecto” que nos aguarda será peronista o, por decirlo de algún modo, laico? Los radicales o ex radicales y afines, como Stolbizer, Ricardo Alfonsín y el socialista santafecino Hermes Binner, apuestan a que la ciudadanía, harta de verse siempre obligada a elegir entre variantes del peronismo, reaccione ante los desastres provocados por la más reciente optando por probar suerte con una mezcla supuestamente progresista distinta. Aunque las encuestas no los favorecen, dicen confiar en que una proporción sustancial del electorado bonaerense decida oponerse al peronismo que, al fin y al cabo, ha aportado más que cualquier otro movimiento a la decadencia de un país que, de no haberse visto contagiado a mediados del siglo pasado por el virus populista, en opinión de muchos estaría entre los más prósperos y más equitativos del planeta. Si Stolbizer y compañía consiguen hacer de la elección bonaerense un enfrentamiento entre la hidra peronista y los demás, podrían sorprendernos, pero sería un error subestimar la capacidad de los compañeros para reinventarse, adaptándose a nuevas circunstancias con una facilidad que Darwin hubiera apreciado. Es que, para frustración de sus muchos adversarios, a través de las décadas el peronismo ha sabido aprovechar sus propios fracasos presentándose como el único antídoto realista.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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