Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 26-07-2013 14:25

Chevron, Chevron, qué grande sos

Empetrolados. Los kirchneristas no pueden explicar la contradicción de haber expropiado YPF para terminar beneficiando a una compañía estadounidense.

Dijo una vez el norteamericano Irving Kristol que un neoconservador es un progre que ha sido asaltado por la realidad; como el ex trotskista sabía muy bien, los miembros más destacados de la cofradía en que militaba habían iniciado su periplo ideológico como revolucionarios marxistas. Lo mismo podría decirse de aquellos kirchneristas que, en palabras de Axel Kicillof, pasaron “de chavistas a vendepatrias en un día” al colmar de privilegios a la petrolera yanqui Chevron para que celebrara un matrimonio de conveniencia con YPF. Por mucho que les cueste entenderlo, para que “el modelo” se mantenga a flote, la tripulación tendrá que echar por la borda los anticuados motores populistas que han dejado de funcionar y remplazarlos por otros más modernos, o sea, más “neoliberales”. Es lo que hicieron hace mucho los socialdemócratas en Europa y los comunistas en China; para indignación de los ingenuos, cuando el voluntarismo se estrella contra los hechos, estos suelen imponerse.

Como no pudo ser de otra manera, opositores de todos los pelajes, izquierdistas y derechistas, fanáticos del estatismo y defensores, por lo común vergonzantes, de la libre empresa, aprovecharon la oportunidad brindada por el convenio con Chevron para ensañarse con los kirchneristas. Mientras que algunos los acusaron de entregar la sacrosanta soberanía hidrocarburífera a una corporación imperialista para que se pusiera a destruir el medio ambiente patagónico, llenándolo de agujeros y contaminando el agua, otros se burlaron de la hipocresía de quienes habían tomado la expulsión de los españoles de Repsol por una gesta libertadora, además de quejarse por la falta de transparencia del acuerdo, ya que al gobierno de Cristina no se le ocurrió convocar a una licitación internacional, como corresponde en casos como este.

El pacto con Chevron que, según parece, contiene cláusulas que el Gobierno no quiere revelar y estará bajo jurisdicción francesa, se asemeja mucho a las privatizaciones de la década que fue ganada por el menemismo; es desprolijo, poco equitativo, puesto que para el socio extranjero es una ganga, y con toda seguridad motivará su cuota de escándalos en los años venideros. Con todo, tanto en los años noventa del siglo pasado como en la actualidad, un gobierno argentino deseoso de acceder a capitales y, si tiene suerte, a know-how extranjero, no tenía más alternativa que la de firmar acuerdos que en otras latitudes serían apenas concebibles.

Tan mala es la reputación del país, y tan ajena le es la noción de la seguridad jurídica –un concepto horrible, a juicio de Kicillof–, que para seducir a inversores foráneos que están en condiciones de hacer un aporte significante a la economía, el Gobierno tiene forzosamente que ofrecerles beneficios extraordinarios. De lo contrario, hasta los empresarios petroleros, personas que no temen operar en países como Afganistán que están convulsionados por guerras perpetuas, irán con sus dólares a lugares que les parecen más hospitalarios. En los Estados Unidos, algunos escépticos ya sospechan que Chevron ha sido víctima de una estafa pero, puesto que hasta ahora solo ha prometido invertir monedas, aun cuando terminara mal, la aventura no le costaría mucho.

Cristina y su gente optaron por cambiar de rumbo por una razón muy sencilla; merced en buena medida a la disparatada política energética que fue ideada por su marido, la economía se acerca a un abismo que acaso no sea tan profundo como aquel en que cayó a comienzos de 2002 pero que lo sería lo suficiente como para depauperar a muchísimas personas. Los costos de importar combustible son tan onerosos que pronto harán trizas del superávit comercial y amenazan lo que todavía queda de las reservas del Banco Central. Es por lo tanto comprensible que el pánico se haya apoderado de quienes están a cargo del país. Ven en Vaca Muerta un tesoro que, bien explotado, les daría aun más dinero que la soja, el yuyo que hizo posible la expansión fuerte de los primeros años K, pero desgraciadamente para Cristina y compañía, aun cuando Chevron lograra sacar, el fracking mediante, grandes cantidades de gas del yacimiento neuquino, el torrente de dólares resultante no llegaría a tiempo para salvar al gobierno kirchnerista de las consecuencias de su propia insensatez.

De tener éxito la dupla YPF-Chevron, la apertura que acaba de anunciarse ayudaría al sucesor de Cristina a reparar los daños que ha provocado un gobierno que a menudo ha brindado la impresión de estar más interesado en su propio “relato” que en el bienestar del país. Se entiende: desde el punto de vista de la Presidenta, es mucho más fácil, y más emocionante, arengar a la gente a través de la cadena nacional de radio y televisión, organizar espectáculos propagandísticos, rodearse de adulones, repartir plata entre quienes se comprometen a difundir la única verdad verdadera, premiar a políticos obedientes y castigar a los díscolos, de lo que es gobernar, sobre todo si parece que el grueso de la ciudadanía está más que dispuesto a pasar por alto las deficiencias administrativas. ¿Estará igualmente dispuesto el electorado a tolerar que los próximos capítulos del relato K no guarden relación alguna con los anteriores?

Los hay que suponen que lo único que realmente importa es la economía, que si se da la sensación de que todo marcha bien y no flaquea el consumo los partidarios del Gobierno arrasarán en las elecciones, pero si el país cae en recesión, suben demasiado los precios y aumenta el desempleo, perderán, como sucedió en las legislativas de 2009. También los hay que parecen creer más en el poder proselitista del relato; confían en que políticos astutos resultarán capaces de minimizar el impacto de un mal momento económico manipulando los índices y atribuyendo los reveses materiales a conspiraciones siniestras urdidas por oligarcas desalmados. En base a esta teoría, los kirchneristas han invertido, directa o indirectamente, muchísimo dinero en la creación de un imperio mediático propio y en congraciarse con “artistas” que se desempeñan como auxiliares en la batalla cultural que están librando contra los reacios a plegarse al “proyecto” nac&pop.

De tener razón los convencidos de que en última instancia todo depende de la evolución –auténtica o meramente presunta– de la economía, el gran esfuerzo así supuesto solo ha servido para enriquecer a algunos personajes mediáticos y gratificar la vanidad de Cristina, tratándola como la protagonista de una epopeya extravagante, sin incidir en la actitud de los votantes. En tal caso, los muchos millones de dólares que se han despilfarrado en actividades calificadas de culturales, en el sentido antropológico de la palabra, apenas habrán contribuido a la “construcción de poder”. Así y todo, sería de suponer que por lo menos los jóvenes de La Cámpora y los intelectuales orgánicos de Carta Abierta, sí han tomado el relato en serio. Para ellos, los cambios introducidos por Cristina en la obra maestra que está escribiendo no serán un asunto menor.

Además de transformar una petrolera imperialista mal vista por los revolucionarios de América latina en aliado clave en la lucha contra la dependencia, Cristina les ha pedido aceptar que algunos militares sindicados como represores genocidas despreciables son en verdad buenas personas. El que casi simultáneamente con la decisión de abrazar a los ejecutivos de Chevron, Cristina haya designado al general César Milani para encabezar el Ejército a pesar de las acusaciones en su contra y las dudas ocasionadas por su actividad como especialista en inteligencia militar (para algunos, se trata de un oxímoron) y por el patrimonio envidiable que ha conseguido acumular, ha desconcertado a muchos fieles. Si bien, como generaciones de intelectuales comunistas que se acostumbraron a modificar drásticamente sus opiniones toda vez que el mandamás moscovita de turno les ordenó hacerlo, los kirchneristas más fervorosos antepondrán la disciplina partidaria a cualquier otra cosa, algunos se resistirán a seguir acompañando a la jefa en su viaje zigzagueante que ya le ha llevado a territorio supuestamente enemigo.

¿Adónde se ha propuesto ir Cristina? ¿Nos tiene reservadas más sorpresas? Puede que sí, que, asustada por los nubarrones que ve en el horizonte, siente que ha llegado la hora de regresar a los orígenes. Antes de encargarse el matrimonio Kirchner de los destinos de la República, ni ella ni su marido se habían preocupado en absoluto por el tema de los derechos humanos y no les resultaba repugnante codearse con militares que, era de suponer, habían participado como tantos otros en la guerra sucia. Asimismo, en lo concerniente al petróleo, eran tan privatistas como el compañero Carlos Menem, de modo que les hubiera parecido perfectamente normal asociarse con empresas como Chevron. Por motivos pragmáticos, los dos se metamorfosearon en paladines de los derechos humanos, flagelos de los militares y, en el caso de Cristina, en una nacionalista hidrocarburífera, pero solo era cuestión de adaptarse a las circunstancias. Puesto que estas han cambiado tanto, sería hasta cierto punto lógico que Cristina, en busca de un lugar firme en el mundo, tratara de volver donde había estado apenas diez años antes.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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