"No veo la hora de encontrar la felicidad” brama, apenas con un hilo de voz, perceptible bajo la absoluta monstruosidad física, el protagonista de este espectáculo dedicado a recrear la vida real de Joseph Merrick.
Nacido en la lúgubre Inglaterra de 1862, se hizo tristemente célebre por padecer una espantosa e inclasificable enfermedad incurable que le produjo deformaciones en todo el cuerpo y le valió el mote de “El hombre elefante”.
Huérfano de madre desde los diez años, Merrick trató de ganarse la vida en una tabacalera y como vendedor ambulante, mientras el proceso degenerativo avanzaba. Pero la exposición de su desgracia fue la única opción y lo condenó a trabajar en circos.
Tan solo hacia el final de su vida encontró algo de paz y esperanza al conocer al cirujano Frederick Treves, quien le posibilitó ser alojado en un hospital londinense, dentro de una habitación para enfermos infecciosos, donde recibió cuidados médicos y atenciones que le permitieron disfrutar de cierta, efímera, comodidad.
Semejante historia no podía ser ajena al cine y al teatro. En 1980, el jovencísimo cineasta David Lynch dirigió un film tan memorable como exitoso (el cual se aleja bastante de la pieza escénica) con un elenco encabezado, admirablemente, por John Hurt (Merrick) y Anthony Hopkins (el abnegado Dr. Treves), respectivamente.
La actuación de Alejandro Paker (Merrick) es sorprendente y altamente meritoria. Apartado de las imágenes que pueden hallarse en internet, su cabeza rasurada, a cara lavada, solo emplea una prótesis bucal que le modifica el habla, pero con un gran uso expresivo de la voz y el cuerpo, logra transmutarse en una criatura que inspira profunda piedad.
A su lado, Gustavo Garzón cumple con sobrado oficio el papel del doctor Treves y Raúl Rizzo saca de su proverbial galera de personajes, la oscuridad de seres como el detestable explotador de feria de fenómenos o el cínico prelado. La dirección parece más orientada a sostener un bello marco visual que al desempeño de todo el elenco.
por Jorge Luis Montiel
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