★★★ Qué fácil es pegarle a “Los Grimaldi”. Casi tan fácil como elogiar a Julio Chávez en “Farsantes” o aplaudir las locas preguntas de Mirtha Legrand. Hay caminos redondos y seguros por donde deslizarse sin que el corazón o la mente se agiten y, sobre todo, sin riesgo a tropezarse. En esta columna sentimos vergüenza ajena ante la superexitosa “Dulce amor” y sostuvimos con fe la comedia “Sr. y Sra. Camas” –denostada por la mayoría y con muy bajo rating–. Por eso, la vulnerabilidad de “Los Grimaldi” merece ser tomada muy en serio.
A despejar malezas: si fue o no un suceso en temporada teatral es cuestión ajena a esta sección, que no se complementa ni se redime con las verdades del teatro. “Los Grimaldi” es una comedia de domingo al mediodía con una familia de ascendencia italiana y fanática de la pasta como protagonista, pero nada tiene que ver con “Los Benvenuto”, ni mucho menos, para quienes la recuerdan, con “Los Campanelli”. La comparación es obvia porque los gestos se mantienen como los de un lejano pariente, pero el contexto y la propuesta son distintas.
Si los Campanelli representaban con cierta fidelidad las costumbres urbanas argentinas de los primeros 70, ya los Benvenuto, en los 90, chocaban con otro mundo. En aquel momento en la tevé convivían tres familias famosas, paradigmáticas de la clase media: “Son de diez” apuntaba a un modelo aspiracional de mayor nivel económico; “Los Simpson” y su acidez contrastable con los sueños, era la muestra más cercana a la realidad; y “Los Benvenuto” reflejaban aquello que habíamos sido y que quedó enmarcado en el congelado cuadro del costumbrismo.
Pero lo que hizo de “Los Benvenuto” un clásico fue la presencia de un Guillermo Francella canónico. En “Los Grimaldi”, en cambio, no hay ninguna estrella que pivotee en todas las escenas y sostenga cada espacio. El elenco mezcla experimentados (Ranni, Barbarrosa, Gianola), novatos (Barbie Velez), figuras de teatro y del show con poco fogueo en ficciones de tevé (Muscari y Nazarena Velez, el hallazgo de dos carreras distintas insólitamente cruzadas), invitados especiales (Hilda Bernard), rescatados (Ivo Cutzarida) y varios especímenes puestos a remar una historia alejada de cualquier intención realista.
La escenografía de colores chillones, el vestuario de feria vintage, el auto tipo fitito, los falsos exteriores, el mayordomo, el banco de la plaza remiten a una época más o menos cercana aunque no exacta, de no sabemos qué lugar, pero donde la familia es un rejunte de estados alterados, sin patio con macetas ni vieja cocinando ravioles.
En ese delirio, asoma el humor y el guionista Atilio Veronelli lo vislumbra pero no termina de encontrarle la vuelta, quizás porque duda dejando filtrar, por ejemplo, esos ajados chistes de maricones. Y otra vez, “Los Simpson,” arrasadores, que ganan la franja horaria con un secreto a voces, el de saber convertir los defectos en arte de masas.
por Leni González
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