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BLOGS | 07-11-2013 20:23

Infancia asesina

Un crimen conmocionó a Uruguay por su extrema crueldad. Dos chicos, de 11 y 14 años, mataron a otro de 11 con un ensañamiento pocas veces visto. ¿La violencia se hereda o se aprende?

Por estos días nuestros vecinos de la República Oriental del Uruguay se vieron conmocionados por el crimen de un chico de 11 años cometido por otros dos, uno de 11 y el otro de 14, con una crueldad inusitada.

Según consta en la causa judicial, a las 11 menos 10 de la noche se presentó en la Comisaría de Maldonado la madre de Jonathan Estela para denunciar la desaparición de su hijo de 11 años, desde las primeras horas de la tarde de ese mismo día. El niño había salido de su casa en compañía de amigos de su misma edad, con una gomera y unos perros galgos, y aún no había regresado.

Una hora más tarde, la Policía informó a la juez interviniente, la Dra. Patricia Borges Marini “que el niño fue encontrado sin vida, en un aljibe junto a una tapera, cuando diversas personas, lo buscaban por las inmediaciones del asentamiento “Mario Benedetti”, donde vivía, y particularmente, en la zona, adonde se habría dirigido, junto a los amigos en horas de la tarde.”

En el lugar del hallazgo se constató que el cuerpo del chico presentaba graves lesiones provocadas con un objeto contundente en el rostro y en el cráneo. El médico forense afirmó que la muerte dataría por lo menos, de seis horas atrás.

En una pared hecha de roca que hay en ese lugar podían verse grandes manchas, presumiblemente de sangre. No había armas en la escena del crimen aunque el aljibe contenía gran cantidad de piedras.

El comisario Mazzul, a cargo del operativo, dijo que los compañeros que salieron durante la tarde con la víctima confesaron haber cometido el crimen. El de 14 años admitió que desde tiempo atrás, estaba ofuscado con Jonathan y que resolvió invitarlo al campo a cazar pajaritos. Además, para que no sospechara de alguna segunda intención, invitó a otro “amiguito” de ambos, y llevó a su hermanita de 5 años hasta un lugar descampado en las cercanías del asentamiento donde vivían.

En determinado momento, mientras Jonathan estaba de espaldas, uno de sus “amigos” tomó una piedra, le pegó en la cabeza y lo siguió golpeando cuando estaba en el piso.

Luego lo apuñaló varias veces con un machete que había llevado escondido en la manga. No conformes con esto, ayudaron a Jonathan a levantarse y lo arrojaron varias veces contra la pared de roca. Entonces, uno de ellos buscó el machete, que había escondido entre los arbustos, y lo golpeó en la cabeza. Una vez hecho esto, se limpiaron las manos con la remera de la víctima, se la volvieron a colocar, lo arrojaron al aljibe, le tiraron piedras y lo dejaron abandonado allí.

Volvieron a sus casas, uno de ellos se cambió la remera que llevaba puesta que estaba manchada con sangre, y se fueron a jugar al fútbol como si nada hubiera ocurrido.

Cómo es el asentamiento donde vivían los asesinos y la víctima

El asentamiento “Mario Benedetti” está ubicado en las afueras de la ciudad de Maldonado. Viven allí unas 500 personas, la mayoría de ellas llegadas de otros sitios del Uruguay en busca de trabajo.

Las casas son de madera, cartón y chapas con piso de tierra. Los hombres trabajan como albañiles o haciendo changas; y las mujeres crían cerdos que alimentan con sobras de comida que recogen en la ciudad.

No hay energía eléctrica ni agua potable. Para beber, sacan agua -que está racionada- de unos tanques ubicados en el centro del asentamiento.

La muerte de Jonathan indignó tanto a los vecinos que le prendieron fuego a la casa de uno de los asesinos y saquearon la vivienda del otro.

¿La violencia se hereda o se aprende?

Según el Proyecto de Investigación de la Personalidad Criminal llevado adelante por el FBI, “nadie se convierte en asesino y destructor de pronto, nadie pasa de la normalidad perfecta al crimen.”

En los casos estudiados durante el desarrollo de este proyecto se pudo comprobar que siempre existió una conducta precursora del delito que venía incubándose desde la más temprana edad. El estudio reveló que un asesino no procede necesariamente de un hogar roto o de un ámbito de extrema pobreza aunque sí los casos estudiados provenían de hogares disfuncionales. Entre las conclusiones, el trabajo señala que las impresiones recibidas por un niño hasta los 7 años dejan una huella indeleble que moldea su personalidad en desarrollo.

En estos hogares disfuncionales, en un 50% existían antecedentes de enfermedades mentales en la familia, más de un 40% tenían padres involucrados en actividades criminales. En el 70% había una historia familiar de abuso de alcohol o consumo de drogas ilegales. Todos los asesinos estudiados habían sufrido con mayor o menor intensidad maltratos -ya sea físicos, verbales o emocionales- en su infancia y falta de atención, especialmente por parte de la madre.

Según Juan Carlos Navarro, profesor de Psicología de la Violencia y la Delincuencia de la Universidad de Barcelona “hay una parte biológica sobre la cual inciden los condicionantes ambientales, y si durante la infancia el niño está sobreexpuesto a situaciones de violencia, puede incorporar estos mecanismos de respuesta como una conducta normal. Pero, “en las personalidades antisociales, para que eso ocurra tiene que haber una potencialidad, una predisposición previa.”

En el caso del chico que planificó y cometió, junto con su vecino, el crimen de Jonathan hay un antecedente macabro: en 1988 el tío del niño (que en ese momento también tenía 14 años) invitó a pescar a un amigo y lo mató porque le había robado la novia. Luego le cortó una oreja al muerto y se la envió a la chica. En la actualidad sigue preso porque volvió a cometer un crimen en la cárcel.

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