Thursday 28 de March, 2024

COSTUMBRES | 20-11-2013 17:59

El increíble señor muerte

Ricardo Péculo es el funebrero más famoso del país. Anécdotas desopilantes del mundo de los muertos.

El primer cadáver que le tocó maquillar le habló.

Ricardo Péculo tenía 18 años y, por entonces, era un novato en el manejo de las leyes físicas de la muerte. Desconocía que al acomodar un cuerpo que había expirado con un suspiro retenido, este podía soltar su última queja –un larguísimo ahhhh– por el destino que le había tocado. Luego de ese bautismo de fuego, ya nada pudo asustarlo.

Desde entonces, la muerte se volvió parte de la familia. Y se instaló definitivamente en el comedor de su casa: las cenizas de sus padres guardadas en una ampulosa urna, tallada en madera, conviven, sin estorbarse, con la carne al horno con papas que su esposa prepara para los días de fiesta. En ese ambiente distendido, él consulta a sus antepasados sobre las decisiones difíciles. Y si bien nunca encontró respuesta, porque dice no creer en los espíritus, ya es rutina que las cuestiones importantes se discutan entre todos.

Péculo es el funebrero más famoso del país. Un experto señor muerte. Aprendió cómo manipularla, embellecerla y volverla decorosa en ese instante en el que nadie quiere mirarla de frente. La llevó en un Kaiser Carabelas negro, le pintó las uñas, la acomodó dentro de un ataúd –“Nunca cajón... ¡ese es el de la mesita de luz!”, protesta– y también se ocupó de cumplir con todos los ritos que exige tan importante paso a la eternidad. Como, por ejemplo, según indica la creencia popular, tapar los espejos en los velatorios que se hacen en casas particulares para que no se reflejen los fantasmas.

Noticias: ¿Alguna vez vio levantarse un muerto de la tumba?

Péculo: No… nunca se me despertó nadie. Y si se levantara habría que ayudarlo a él, porque se va a llevar un susto bárbaro al ver dónde está.

Tiene más títulos que un príncipe europeo: tanatólogo (estudioso de la muerte); especialista en Ritos Funerales, Pompas Fúnebres y Ceremonial; reconocido como idóneo director funeral por la Federación Internacional de Tanatólogos Asociados; fundador del Instituto Argentino de Tanatología Exequial y profesor universitario de Tanatología Exequial, Tanatopraxia y Tanatoestética.

Un autodidacta que empezó en el rubro, de joven, como empleado de su hermano Alfredo, dueño de Cochería Paraná, una de las más grandes del país (vendida a principios de los ’90) y terminó asesorando a otras funerarias y cementerios sobre los caprichos de la parca. “A mí no me pueden venir a contar nada porque yo pasé por todos los trabajos dentro de una cochería”, se jacta. Participó en entierros célebres como el traslado de Juan Domingo Perón a San Vicente.

Hoy, a sus 63 años, con la misma irreverencia con la que un cirujano desliza un bisturí sobre una superficie virgen, él anda por la vida predicando sobre uno de los grandes tabúes de la humanidad. Su propuesta: que potenciales clientes acepten tomarse las medidas para el féretro de sus sueños –por supuesto, mientras puedan decidirlo– y organicen un funeral a plazo fijo.

“Yo digo que hay que planificar el funeral de uno. ¿Qué ocurriría si tu boda la pensás el mismo día del casamiento? Un desastre. Lo mismo pasa con el velorio. Si hay un tipo en terapia y otro dice: ‘Voy a organizar lo de la cochería’. Lo tiran por la ventana. Pero está bien porque si lo usa, lo usa. No se va a morir antes por eso”.

La empleada del cementerio de la Recoleta, donde se realizó la producción de fotos para NOTICIAS, se deshizo en gestos de bienvenida cuando vio llegar al hombre considerado una celebridad en el mundo fúnebre. “Pase señor Péculo... es el señor Péculo, ¿usted lo conoce?”. El encargado de cuidar las bóvedas, destinatario de la pregunta, se apresuró: “Sí, sí… yo lo conozco de la tele. Es un honor”. Y le pidió un autógrafo.

Entre tumbas y vestido de negro, su figura longilínea se asimila todavía más al estereotipo de la profesión. Con los años los rasgos se le fueron amoldando a las necesidades del oficio. Pómulos hundidos, quijada aguda. Y una expresión de pícara complicidad con aquello a lo que los simples mortales le huyen y él persigue como un negocio.

Péculo: Yo en las empresas triplico la facturación porque es mentira que la gente no gasta en la muerte. El consumidor ahora es más exigente. Por eso, hay que ser más creativos, permitir el pago en cuotas y sumar tecnología. Algunas empresas transmiten velorios por internet. Yo, por ejemplo, incorporé el código QR de la AFIP a las bóvedas. Al leerlo con un teléfono celular se accede a una página web donde aparecen fotos del muerto, su historia, se pueden mandar condolencias y flores virtuales. De todas formas, es una fantasía que este es un gran negocio: mi cliente, por mejor que lo atienda, viene una sola vez.

Se ríe. Al largar la carcajada se le escapa una tos áspera. Es la secuela del paquete de Gold Leaf que fuma por día. El cigarrillo empasta su voz grave que, con el vicio, se vuelve más honda y encajonada. Como salida del más allá. Ese tono de ultratumba le suma misterio a su personalidad, de por sí carismática. Quizás por el interés que despierta en la gente esa mezcla de morbo y audacia que se intuye detrás de la tarea de tocar muertos.

Noticias: ¿Ahora se apuesta más al velorio exprés?

Péculo: El problema es que no se le explica a la gente para qué sirve el velatorio, que no es un acto social sino que ayuda a elaborar el duelo.

Noticias: Usted ya funciona como un psicólogo...

Péculo: Así como los pilotos suman horas de vuelo, yo sumé horas de velorio. Ahí aprendí que el duelo hay que cerrarlo y eso se empieza a hacer frente al ataúd. Es un instante único en el que se dice: mi papá murió, pero lo tengo acá. Ahí la cabeza hace un clic, así como cuando cerrás la tapa del ataúd y cuando lo inhumás.

Noticias: Hay gente que no quiere ver a su familiar muerto.

Péculo: Pero es bueno que lo vean. Para eso, el cuerpo tiene que estar presentable: sin olores ni derrames de líquidos. Se le inyectan conservantes y colorantes para que no queden pálidos; y químicos desinfectantes por si murió de alguna enfermedad contagiosa. La tanatoestética te tiene que dejar como si estuvieras durmiendo.

Péculo atesora un orgullo inexplicable para los que recelamos de esta tarea ingrata pero útil: haber participado en el maquillaje del cadáver de su madre. “Para mí fue un honor haberla preparado –recuerda–. Sin los aros y sin los labios pintados no era mi mamá. Yo lloraba al lado del ataúd y la gente me decía: ¡Ay Ricardo, tu mamá siempre coqueta! Pero ella murió a los 91 años. Si no la maquillábamos, la gente me iba a decir: ¡Ay Ricardo qué demacrada que quedó! Y eso para mí hubiera sido un puñal. Que la gente haya podido reconocer a mi mamá como era, fue una satisfacción”.

Raíces crecidas, uñas sin limar o barba desprolija. Todo se arregla en el último instante. “Siempre cuento que una mujer quería que la velaran con su traje de novia pero ya no le entraba…tuvimos que cortarlo y ponerlo por arriba –recuerda–. A los familiares les preguntamos sobre las costumbres del muerto para no hacer algo ajeno a él".

Para su propia muerte, Péculo ya tiene planes. Lo enterrarán con facón, bombacha de paisano y sombrero, según marca el estilo tradicionalista que profesa desde hace años y con el que también despidió a su hermano. En la tapa de su futuro féretro mandó a plotear una imagen suya vestido de gaucho. Es surrealista verlo posar a su lado. Con los brazos cruzados y las piernas separadas, como afirmándose más a este mundo, mira a cámara y pregunta: “¿Te parece así?”.

“Yo me organicé un funeral sencillo, como es mi vida –dice–. Aunque el destino final, tierra o nicho, lo decide mi mujer; ella es la que me va a ir a visitar. Cuando no vaya más, me crema y me lleva a casa. No quiero quedar abandonado”.

Noticias: ¿Hay gente que se anima a encargar su ataúd?

Péculo: Sí, el artista Martiniano Arce fileteó el suyo. Otro artesano me encargó uno para tallarlo. Y hay una mujer que compró un ataúd ecológico desplegable que guarda bajo la cama.

Gabriela, su tercera esposa, 42 años, está blindada a prueba de sustos. Como un raro privilegio, tuvo la oportunidad de ir ensayando su escena final. Hizo de muerta en algunas demostraciones prácticas de Péculo. El marido le reconoce una gran virtud: no pestañear mientras la maquillan, aptitud imprescindible para este tipo de caracterizaciones. “¡Es mi muertita oficial! –asegura él–. Y no es fácil porque hay que estar inmóvil”.

Como cadáver de reparto apareció durante una temporada en el canal Utilísima Satelital. Fue en un programa en el que, entre bricolaje y recetas para un bizcochuelo esponjoso, Péculo daba consejos a las amas de casa sobre si era mejor nicho o cremación. Ahora actuó en una película que acaba de estrenarse –“El problema con los muertos es que son impuntuales” – en la que su esposo revela los secretos de la profesión. “Nadie se da cuenta de que es ella –cuenta Péculo–. Mirá que le avisamos a mi hermana y ella insistía en que la muerta estaba más hinchada... '¡Es que yo estaba más gorda!, le respondió mi mujer'”.

En el siglo XIX, para comprobar que una persona había fallecido, era parte del protocolo llamarlo tres veces por su nombre. Si no respondía se le daba cristiana sepultura. La poca fiabilidad de la técnica, hoy superada por el avance de la medicina, alimentó el terror popular de ser enterrado vivo. “Mucha gente pide que la entierren con el celular. Hasta ahora no llamó nadie de la tumba. Tampoco sabemos si allá hay señal. Ahora voy a patentar un ataúd con enchufe ¡para cargar el teléfono!”, bromea el funeral planner.

En Mendoza, inventaron una tapa de nicho con alarma que va conectada al féretro. Si detecta movimiento en su interior, esta empieza a sonar, un tubo manda oxígeno y una grabación trata de calmar a la infortunada víctima. Péculo no cree en milagros. “Igual, si suena la alarma a las tres de la mañana en el cementerio, ¡morite tranquilo que no te escucha nadie!”, dice.

Noticias: ¿Alguna vez le tuvo miedo a la muerte?

Péculo: No. Y a los muertos tampoco. Yo no creo en los fantasmas.

Noticias: ¿Qué fue lo más terrible que le tocó vivir?

Péculo: En el funeral de un delincuente, se lo despedía a los tiros. El chofer de la carroza fúnebre se asustó, arrancó el auto y el féretro se cayó al piso. ¡No me mataron porque me puse a putear al chofer!

Noticias: ¿Cómo imagina su muerte?

Péculo: Sin dolor. Yo tengo un dicho: estoy en la fila pero no empujen… y si alguien quiere pasar antes, lo dejo.

Su antídoto contra el próximo turno es no creerse inmortal. “El que acepta la muerte, vive mejor”, dice. Y lo puso en práctica: tuvo romances con viudas, fue al autocine con el coche fúnebre, practicó paracaidismo, buceo y piloteó aviones. Es curioso. Péculo habla sobre la muerte. Aunque, en definitiva, su especialidad también es hablar sobre la vida.

*La autora es Editora de Información General de Revista NOTICIAS.

Agradecemos a: Escuela de Bautismo Aéreo,  Parrilla El Lazo, Agrupación Tradicional Argentina El Lazo, Director General de Cementerios Dr. Néstor Pan. Gerencia operativa cementerio de la Recoleta: Susana Gesualdi.

por María Fernanda Villosio*

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