Thursday 28 de March, 2024

BLOGS | 12-12-2013 04:02

Otra vez el Mundial del 78

En una caricatura cruel de su propio relato Cristina terminó homenajeando a la dictadura.

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Nada más alarmante que una metáfora hecha realidad en quince días. Cuando murió Ricardo Fort dije que Argentina se parecía a él, alguien que de tanto transformarse todo el tiempo había adquirido una imagen monstruosa. El panorama se completaba con Marta Fort, la mamá, repartiendo su CD en pleno entierro del hijo.

Nuestro país no recurre a las cirugías pero se refunda cada diez años, generando un pastiche incomprensible de leer. Y la simbiosis se completó con Cristina Kirchner bailando sobre un escenario con Moria Casán y Sofía Gala mientras en el país había muertos producto de un conflicto social que armado o no (esa es otra discusión), debe ser resuelto desde la política.

Al final, lo que debió ser un homenaje a tres décadas democráticas, fue en la práctica un remedo de las peores dictaduras: Gente festejando sobre los cadáveres de otros. Parece que desde el mundial del 78 hasta hoy aprendimos muy poco. ¿Pablo Echarri? ¿Mercedes Morán? Uno hace publicidad de anti caspa y la otra nos invita a tomar yogur para tener huesos fuertes, ¿cuál es su estatura moral para ocupar ese espacio de privilegio junto a la primera mandataria? Lo de Sofía Gala ni discusión merece.

Las sociedades están atadas por hilos muy sutiles. Creemos ser civilizados pero un pequeño temblor nos devuelve a la era de las cavernas. Por ejemplo, esos arcos de detección electrónica que ponen en los sectores de perfumería de los supermercados disminuyen la entrada de gente en un 40%. Valen porque evitan robos, al mismo tiempo limitan la circulación. ¿Por qué? Porque la mayoría de las barreras que nos distinguen de los animales salvajes son simbólicas, no reales y objetivas. En términos concretos los presidentes no son más que seres humanos comunes y corrientes a los que “revestimos” de un aura especial y llenamos de objetos simbólicos: bastón de mando, sillón, casa donde vivir, guardia de honor, oficina lujosa; todos sabemos que le ponemos el pie y tropiezan igual que cualquier mortal, pero en esos pequeños símbolos que parecen banales vive la civilización. Desaparecen y todo lo construido se viene abajo.

La presidencia de un país es algo serio. Esa señora que se divertía con las cacerolas puede mandar nuestros hijos a morir en una guerra, y la verdad preferiría que tuviera el coraje de decir “Se para esto” en lugar de insistir con una alegría impostada que gran parte de la nación no sentía. Además, todos los conflictos tienen una conspiración original. Hasta el famoso 17 de octubre fue instigado y eso no le quita validez histórica. Puede ser que los medios hayan inflado un poco el desastre. Sin embargo, al ya lógico desconcierto de ver un primer mandatario bailando en un país en crisis, hay que sumarle un punto nada despreciable: Se supone que estuvo muy enferma, tanto como para dejar el poder largo tiempo y comenzar a recuperarlo de a poco (ayer volvió a hacerse chequeos). ¿Qué fue el festejo? ¿Un permiso personal? Porque si es así que se lo de dentro de su casa, no delante de los muertos. ¡Muertos! ¿Se entiende? Gente que no va a volver, familias llorando, y la presidenta a plena batucada con una vedette setentona y su hija amante de la marihuana.

Hoy que todos la castigan suelo cuidarme debido a que no me gusta pegar cuando todos pegan ni aprovecharme del caído. Pero lo que hizo en el festejo de la democracia fue, a todas luces, una burla con vicios de dictadura. A menos que busque irse y su plan sea irritar al máximo, no se entiende quién la asesora, ni siquiera podemos deducir si está bien.

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