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SOCIEDAD | 18-12-2013 17:23

La locura del clan Tinelli por los tattoo

Las razones por las que el conductor y su familia son adictos a los tatuajes. ¿Autoflagelación adolescente, misticismo o exhibición?

"Impactante”, “polémico”, “sorprendente” y “jugadísimo” fueron los adjetivos elegidos por los titulares que el lunes 9 reprodujeron la foto del inmenso tatuaje que Marcelo Tinelli decidió hacerse en la espalda, y que él mismo compartió con su más de millón y medio de seguidores en Twitter. “Pendeviejo”, “grandecito" y “mamarracho”, fueron algunos adjetivos elegidos por los comentaristas de la noticia, cuya impunidad solo se iguala a su creatividad léxica a la hora de despotricar contra cualquier cosa que los indigne.

Como sea, los tatuajes en el conductor más célebre de la Argentina no son novedad. Todo comenzó a principios del 2009, cuando se dejó fotografiar en su canchita de fútbol de Punta del Este rapado al ras y con el brazo derecho ilustrado por completo, trabajo del famoso tatuador de celebrities, Mariano Antonio.

Resultó extraño ver entonces a un señor de casi 50 años curtiendo un look que parecía extraído de una banda de música industrial o de un personaje de la serie Prision Break (él mismo aventuró esta comparación). De todo cabía en la viña de ese brazo: la virgen María, rosas, una corona de espinas, su año de nacimiento (1960), las inscripciones “Faith is life” (la fe es la vida), “Believe” (cree), y la bíblica frase “El amor es el vínculo de la perfección”.

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En el 2011, Tinelli avanzó sobre su brazo izquierdo, eligiendo esta vez al tatuador de grandes superficies, Hernán Coretta. El diseño consistió en dos peces koi (los que se reproducen en el porteño Jardín Japonés, muy demandados por las pieles del mundo y que a grandes rasgos simbolizan el esfuerzo remunerado), una geisha y flores de loto. Ya entonces surgió la idea de “hacerse algo en la espalda”, un asunto complejo que requería darle continuidad estética al conjunto, por lo que Coretta debía hacer un fuerte retoque en el antojadizo brazo derecho. Dos años después, Tinelli decidió por fin entregarse a sesiones de cinco horas seguidas durante siete días para concretar el sueño de cubrirse las espaldas.

Símbolos. El poder místico y protector otorgado a los tatuajes había acompañado a la humanidad durante milenios cuando, cerca del siglo XX, pasaron a ser patrimonio de marinos y convictos, y bordeando los 60, sellaron la pertenencia a determinadas tribus urbanas y estilos de vida en presumible rebelión contra los cánones del mundo capitalista. En nuestros días, sin embargo, pintarse el cuerpo dejó de ser una insignia del under para convertirse en una afición masiva que seduce con especial tesón a la farándula.

Y en el caso de Marcelo Tinelli, a su familia completa. Candelaria, la artista del clan, tiene a sus 22 años 17 tatuajes, entre ellos una enredadera, el símbolo de la paz, el ojo de la deidad egipcia Horus, una cruz, una ristra de corazones, el nombre de su hermano Francisco, y el más reciente: una gran manga de mandalas en el brazo izquierdo, autoría de Nazareno Tubaro, experto en tatuajes tribales.

A pesar de haberse pasado unas cuantas horas bajo la aguja, la joven Tinelli no tiene grandes ideas respecto del porqué de su afición. “Soy muy impulsiva. Quiero y voy, no lo pienso demasiado”, dijo a Fashion Way Mag. Y en esa declaración deslizó lo que para su padre es ya una obviedad acerca de sí mismo: en diálogo con el programa “De una” emitido por C5N, dijo que los tatuajes le encantan y que “son como una adicción”, antes de agregar que quizás en dos años se decida por uno más.

Para Hilda Catz, psicoanalista didacta de APA, en las personas que se tatúan ad infinitum predomina una compulsión que, como tal, no puede ser explicada del todo y tampoco puede detenerse. “Y aquí juegan distintas variables: tatuajes como pieles protectoras, como talismanes, como forma de sentirse fuerte al soportar un dolor que hace que los otros dolores padecidos se minimicen, como una historia grabada en el cuerpo para no tener que recordarla, como forma de sentirse amparado o como estética de la época. Y todos estos factores tienen que ver más con las necesidades adolescentes de afirmar la identidad, que con la vida adulta.”

¿El caso de Tinelli? Hernán Coretta, que tatuó veintinueve espaldas completas antes de hacer la del conductor, afirma que su clientela es mayor a 30 años, pues solo a partir de esa franja se animan a los tatuajes de gran tamaño: “Los pendejos van por la cosa más chiquita; el de 20 recién cumplidos te pide simbolitos”, dice.

“En el caso de los adultos que se adhieren a este tipo de lenguaje de manera compulsiva –continúa Catz– podría considerarse la idealización de la adolescencia como única forma de vida viable, erróneamente considerada como un estado de felicidad ilimitada”.

Memoria. En el film “Memento” de Cristopher Nolan, el protagonista es víctima de una amnesia recurrente y debe tatuarse nombres e inscripciones para sobrevivir, pues su cuerpo es el único soporte que no dejará olvidado por ahí. El clan Tinelli tiene también cierta inclinación hacia las anotaciones, pero lejos de apostarles la vida, parecerían tener la función de manual de instrucciones o recordatorio. Candelaria luce un “Dream big” (sueña a lo grande) en el muslo, y un “Soy amor” en un brazo, además de un “You and I” (vos y yo), que comparte con su hermana Micaela.

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Guillermina Valdés, reciente incorporación a la familia, lleva el nombre de los tres hijos que tuvo con (el también muy tatuado) Sebastián Ortega escritos en la panza, y hace menos de un mes se hizo imprimir el verbo “Soltar” en el brazo. Para saber qué quiso decir con eso basta leer su biografía en Twitter: “SOLTAR, en nuestro interior, lo que nos hace daño/lo que nos frena/lo que no nos enseña/lo que no comparte/lo que no nos permite SER” (sic).

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Más figurativo es Francisco Tinelli, que en abril pasado y con 15 años estrenó su primer tattoo: un ancla en el brazo derecho que subió –también– a Twitter. El titular preferido para la ocasión fue “Francisco sigue los pasos de papá”. Y el papá es el más místico de todos y cualquier credo lo deja bien. Cinco años después de su primera y católica manga, dejó en el talentoso Coretta la sugerencia del diseño de su espalda, que terminó siendo la diosa hindú del saber y de la música, Saraswati. Pero salvo el “estoy muy feliz”, y al igual que su hija Candelaria, parecería costarle elaborar siquiera una idea simple respecto de su nueva adquisición.

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Y en verdad es esperable que no diga mucho. Como afirma Hilda Catz, “el tatuaje es una forma de lenguaje en el que la palabra cede el lugar a la imagen, que no siempre vale más que mil palabras”.

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