Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 03-01-2014 11:00

La muerte del modelo

La “inclusión social” de CFK sirvió para mantener llena la caja gubernamental hasta agotarse los recursos.

La depauperación de la Argentina se ha debido en buena medida a la costumbre de sus dirigentes políticos de aferrarse a “modelos” que ya están moribundos, cuando no clínicamente muertos. Suponen que terquedad es firmeza y que pragmatismo es sinónimo de inmoralidad. Comprometidos como están con la noción de que la Argentina es un país rico “condenado al éxito”, no les gustaría para nada intentar adaptarse a la realidad que siempre les parece antipática. Prefieren reivindicar esquemas abstractos que, a su entender, sirven para brindar una impresión de coherencia.

A través de los años, quienes piensan así nos han deparado una sucesión de “modelos” distintos: el mussoliniano del primer Perón, el desarrollista de Frondizi, el supuestamente liberal de los militares, el alocadamente populista de Isabelita y López Rega, el basado en la convertibilidad de Cavallo y Menem y, desde luego, el de “inclusión social” de Cristina que, el fracking político mediante, sirvió para mantener llena la caja gubernamental hasta agotarse los recursos.

Todos estos “modelos” fracasaron, algunos de manera catastrófica, porque eran meramente voluntaristas o porque no brindaron enseguida los resultados exigidos por los impacientes. Puede que a esta altura no sea concebible que un gobierno futuro logre instalar uno que sea lo bastante realista, tanto en términos políticos como económicos, para que el país comience a recuperar el muchísimo terreno que ha perdido desde mediados del siglo pasado, cuando aún era más rico que Italia, España, Japón y Corea del Sur, para no hablar del resto de América latina.

Si bien la Argentina cuenta con recursos materiales envidiables y, en la década por venir, Vaca Muerta podría reemplazar el complejo sojero como el gran generador de ingresos salvadores, le faltan los recursos políticos, institucionales y culturales, en el sentido antropológico de la palabra, que son necesarios para que una sociedad prospere en la época de “la economía del conocimiento” que se nos viene encima. Todo hace prever que la Argentina de mañana será un país en que una minoría cada vez más reducida viva en una sucursal del Primer Mundo mientras que decenas de millones de personas queden atrapadas en la miseria y la violencia propias del Tercero.

El “modelo” de Cristina no sirvió para frenar la caída. Antes bien la aceleró. Como acaba de recordarnos un grupo de investigadores católicos, la cuarta parte de la población está por debajo de la línea de pobreza local; de aplicarse las mismas pautas que en Estados Unidos o Europa occidental, sería cuestión de por lo menos tres cuartas partes. No hay motivo alguno para suponer que la situación de los así marginados esté por mejorar; al contrario, podría empeorar drásticamente muy pronto al aumentar, con rapidez sádica, el costo de alimentarse.

Desgraciadamente para quienes ya están al borde de la indigencia, la trituradora inflacionaria, que se hace más destructiva por momentos, continuará pulverizando sus magros ingresos. El Gobierno no hará nada para impedirlo salvo hablar de acuerdos y precios congelados; entiende que, en el corto plazo y tal vez en el mediano, los costos políticos y sociales de cualquier programa antiinflacionario le serían insoportables. Jorge Capitanich, Axel Kicillof y los demás se limitarán a buscar eufemismos para el mal innombrable que está causando estragos en el país y a ensañarse con los chivos expiatorios disponibles: comerciantes, especuladores, corporaciones, los medios, gente de mentalidad neoliberal, el mundo. Mientras tanto, el Gobierno continuará engordando al monstruo con más gasto público y más emisión monetaria.

El “modelo” kirchnerista murió hace tiempo, pero aún no se ha podido celebrar las exequias formales porque la mamá adoptiva de la criatura, Cristina, insiste en que sigue dando señales de vida, en que solo se trata de un coma pasajero del cual pronto se despertará. Los amigos de la señora juran que ellos también creen que las dolencias que sufrió el modelo no fueron mortales, pero hablan así porque no se animan a contradecirla, no porque estén convencidos de que sería posible mantenerlo en un estado vegetativo hasta marzo cuando, esperan, les sea dado inyectarle una nueva dosis de plata fresca procedente de la venta de soja.

Los economistas “ortodoxos” propenden a ser cautos; no quieren ser acusados de sembrar rumores desestabilizadores. Dicen que a su juicio la tasa de inflación se mantendrá en torno al treinta por ciento anual, que no habrá ninguna crisis tremenda como las desatadas por la muerte de “modelos” anteriores. Incluso el virtual colapso del sistema eléctrico en los centros urbanos principales del país no les pareció suficiente como para obligar a la mayoría a asumir una postura más pesimista. Aunque es factible, pero no muy probable, que en esta ocasión hayan acertado, se ha difundido por el país un clima muy parecido a aquel que imperó en vísperas de los estallidos inflacionarios. Aquí, lo normal es que las grandes tormentas socioeconómicas se vean precedidas por un período de calma tensa, similar al que siguió a los motines policiales y los saqueos prenavideños, en que los presuntos expertos tratan de persuadirse de que lo peor ya ha pasado.

Los cortes de luz –y de agua– no programados que han forzado a centenares de miles de familias a vivir días, en algunos casos semanas, como cavernícolas, son una consecuencia previsible, y prevista, de la insensata política energética del kirchnerismo. Aunque buena parte del país se ha visto asolada por una ola de calor prolongada con escasos precedentes en los anales meteorológicos, el impacto fue tan brutal debido a las deficiencias del sistema. Al iniciarse la década ganada por quienes irían por todo, Néstor Kirchner decidió que sería una idea genial maltratar a los empresarios del sector por haber lucrado en los años noventa cuando Carlos Menem, que ya había dejado de ser “el mejor presidente de la historia” nacional, estaba en la Casa Rosada.

Huelga decir que los así castigados reaccionaron reduciendo al mínimo las inversiones; la Argentina se transformó de un país exportador de energía en uno que la importaría, a precios internacionales, en cantidades que crecerían exponencialmente. Si no fuera por el costo enorme de comprar energía, no habría cepo cambiario ni reservas que caen a una velocidad que da miedo.

El ministro de Planificación, Julio De Vido, y otros funcionarios kirchneristas quieren que las empresas responsables de distribuir electricidad, como Edenor y Edesur, figuren como las únicas culpables de lo que está sucediendo. Les piden “poner la cara” ante los usuarios, para que voceros del Gobierno, como él, no tengan que hacerlo. Pero ni siquiera los críticos más virulentos del sector privado toman tal pretensión en serio.

Al igual que las empresas ferroviarias, las energéticas son controladas por el Estado. Asimismo, por depender más de los subsidios que el Gobierno les entrega que de lo que cobran por sus servicios, no es demasiado sorprendente que estos sean tan malos. Para más señas, como el Estado mismo, Edenor y Edesur están quebrados, de suerte que estatizarlos para que los manejen los muchachos de La Cámpora, no cambiaría nada, aunque sí serviría para que no hubiera dudas acerca de los auténticos responsables de un desastre que podría repetirse una y otra vez en los meses y años venideros.

De todas maneras, lo que ha ocurrido con la energía dista de limitarse a un solo sector. La economía en su conjunto ha sido víctima del cortoplacismo de los kirchneristas y de su voluntad de insertarla en un “modelo” improvisado por lectores de las obras de Arturo Jauretche y otros sabios contestatarios y artículos periodísticos sobre los consejos de John Maynard Keynes. El Gobierno se ha concentrado en repartir recursos según criterios políticos y personales sin preocuparse en absoluto por detalles como la productividad. El resultado de tanta miopía ha sido que, a casi dos años del día fijado para que Cristina se despida de la presidencia, “el modelo” se encuentra sin fondos. La caja que es la fuente de su poder político está casi vacía, de ahí la búsqueda frenética de dólares sueltos.

Las opciones que enfrentan Kicillof y compañía son dos. Una, la que elegiría un gobierno “normal”, consistiría en aplicar un ajuste más o menos equitativo. Otra, la que claramente tienta a Cristina, sería cerrar los ojos y huir hacia delante, echando más nafta sobre la conflagración inflacionaria, con la esperanza de que no suceda nada terrible antes de que otro gobierno esté en el poder, para entonces acusarlo de haber arruinado al país ajustándolo.

Los aspirantes a suceder a los kirchneristas se ven, pues, frente a un dilema muy desagradable. Si dejan que Cristina haga lo que se le antoje, asegurarían que la crisis que eventualmente herede el ganador adquiriera dimensiones gigantescas, pero si procuran forzarla a actuar con racionalidad, correrían el riesgo de desatar una crisis institucional de desenlace incierto. Desde su punto de vista, ambas alternativas son peligrosas. Los presidenciables no pueden sino saber que al próximo gobierno le tocará aplicar un ajuste fenomenal, pero también sabrán que es fundamental que la ciudadanía entienda que las penurias que le esperan son obra de los kirchneristas, no de los convocados para reparar los daños que Cristina y sus amigos supieron provocar.

por usuario

Galería de imágenes

Comentarios