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SOCIEDAD | 07-03-2014 12:37

[UN AÑO DE PAPADO] La metamorfosis de Francisco

¿Chanta, estadista, marketinero, o producto del Espíritu Santo?

Quienes conocemos a Francisco desde hace años, repetimos una y otra vez que en realidad no cambió, que antes nadie le prestaba atención y ahora lo ven. Pero a medida que avanza su reinado es evidente que se trata de una verdad a medias.

El Papa que conmueve a multitudes y alcanzó niveles de popularidad inéditos en tiempo récord, sufrió una metamorfosis innegable que, para más datos, puede leerse desde distintas perspectivas. “Pasó años ensayando un papel que ahora despliega sin pudor”, me comentó un obispo que lo quiere poco.

“Es obra del Espíritu Santo”, aseguran otros religiosos que notan en su cambio la mano de Dios. El arzobispo de Buenos Aires que lo sucedió, Mario Poli, dice que cuando lo cargan diciéndole que acá lo conocían solo con una cara adusta y ahora es pura sonrisa, él responde que “es la alegría del Espíritu”.

Claro que fuera de los claustros también podría incluirse la dimensión psicológica: ¿Puede un ser humano atravesar semejante proceso sin sufrir transformación alguna? Y la filosófica: ¿Qué pasa por la cabeza y el corazón de alguien que es la representación de Dios en la tierra? Y al fin: ¿Cuánto del típico chanta argentino hay en este nuevo posicionamiento?.

Desde acortar su distancia con los periodistas hablándoles en los viajes o dándole una entrevista muy íntima al Corriere della Sera, hasta el hecho de realizar actos que, sabe bien, tendrán repercusión universal como usar un Renault 4, donar una moto Harley a Cáritas o abrir al público la residencia veraniega de Castel Gandolfo señalando que no la usará con el fin de veranear, el Santo Padre está haciendo cosas que difieren de su comportamiento en Argentina.

Claro que hay una en especial que sobresale entre todas: se lo ve muy contento, disfrutando lo que todos pensábamos sería una carga enorme para un hombre de 78 años que, suponíamos, encontraría un ejército de enemigos dispuesto a inmovilizarlo.

Ese disfrute sí estaba ausente en su país, donde vivía atormentado por los corrillos, las zancadillas políticas que le hacían desde el Vaticano y los desprecios que sufría en la Nunciatura, que privilegiaba relaciones con monseñor Héctor Aguer y Oscar Sarlinga, a quienes Francisco, ya coronado, se ocupó de recordarle esos viejos malos tiempos (a Sarlinga ni lo recibió a pesar de su insistencia).

Pasión de multitudes. Sin duda en la vida de Francisco entró un elemento nuevo: el placer del halago popular. Lo que antes encontraba en su universo íntimo hoy tiene ese agregado que solo dan los escenarios, donde todo pasa frente a testigos que aplauden. Con el respeto que merece su investidura, se diría que Jorge Begoglio pasó de “tocar en un subterráneo” a ser la estrella del mejor teatro del planeta, y es evidente que ese cambio acontecido en doce meses le genera efectos placenteros.

“Creo que fue Freud quien dijo que en toda idealización hay una agresión. Pintar al Papa como Superman es ofensivo”, le dijo al periodista Ferrucio de Bortoli, dejando a un costado que, en cierta forma, fue él quien ayudó a dar las primeras pinceladas de ese mural.

Acá buscaba pasar desapercibido aún en las peregrinaciones a Luján, muchos ni siquiera sabían que confesaba horas y horas a los peregrinos. Allá, en especial durante las audiencias de los miércoles, es una máquina de generar empatía con los feligreses, tanto que se están armando “campeonatos” para llamar su atención.

En la Argentina a nadie se le hubiera ocurrido acercarle un niño disfrazado de “mini Papa” y dudo mucho que hubiese aprobado una frivolidad cuyo objetivo es lograr “esa foto” que dé la vuelta al mundo. Sin embargo, en Italia se presta al juego y por lo menos en público jamás despliega esa cara de enojo que justificaba en su rechazo a las injusticias cotidianas.

Los actores dicen que en caso de enfermedad su fiebre baja ni bien se abre el telón. Bueno, Francisco rejuveneció ante esta nueva escenografía por la que circula con el dominio escénico de aquellos que están (o creen estar) donde es su espacio natural.

Sacrificio y abandono.

Es imposible hablar de metamorfosis sin pensar en la obra de Franz Kafka (“La Metamorfosis”, escrita en 1915); obvio que usar ese relato en el que un hombre se convierte en insecto no parece la mejor manera de encarar el análisis de la figura religiosa más querida y popular del momento. Igual el libro es una metáfora de la transformación, y de todas las lecturas que se hicieron existe una que parece armada a la medida de Francisco.

Gregor Samsa, el protagonista del libro es un hombre que vive sacrificándose por su familia. Cuando la conversión acontece y ya no puede cumplir ese rol exigente de “dador”, quienes aseguraban amarlo lo abandonan; es decir, queda expuesto el egoísmo del ser humano. Al Santo Padre le ocurrió lo contrario.

Apenas se transformó en rey de la Iglesia Católica selló con su rebaño un amor que no para de crecer. Ahora bien, ¿cuál es el precio de tanta dulzura? Samsa era amado mientras vivía una vida oscura, en cuanto salió a la luz y expuso sus necesidades fue rechazado.

El golpe con la realidad resultó tremendo pero al menos lo dejó en un territorio de certezas (nadie me quiere). Francisco, quien dedicó su existencia a ayudar en las sombras, transcurre ahora una carrera luminosa y pública. Si el disfrute es visible las tensiones que surgen no tanto.

“Francisco está generando demasiadas expectativas y eso le traerá problemas”, repiten cerca de él aunque no se animan a decírselo. Según su círculo íntimo, el Papa entró en ese temible circuito donde el resto sabe (y le dice) lo que quiere escuchar. Lo vemos suelto, rodeado de fieles, pero los operativos de seguridad a su alrededor son exhaustivos. El piso que ocupa en Santa Marta está bloqueado solo para él y antes de verlo hay que atravesar la sigilosa vigilancia de cinco guardias suizos que chequean varias veces la identidad del visitante.

¿Cuál es la música que endulza sus oídos? La iglesia está cambiando en las bases. O sea, poco le importa ser la tapa de Time o Rolling Stones, él quiere saber si se aprecian cambios en los pobres que van a las iglesias humildes. Por supuesto, todos le dicen que sí y en muchísimos casos es cierto, en otros lo que existe es una acumulación de esperanzas.

¿Cuáles son las expectativas que según sus íntimos está acumulando? La técnica que utilizó hasta ahora para mantener “enamorada” a su audiencia consiste en mostrarse flexible frente a todos los temas y ponerlos en debate. “¿Quién soy yo para juzgar?”, afirmó con relación a los homosexuales. Claro que en algún momento deberá tomar posición y es ahí donde esos amores colectivos comenzarán a chocar con la dura realidad.

Con lo ocurrido en Venezuela estuvo cerca de colisionar mal. Por un lado, buena parte de Latinoamérica quería que tomara posición en relación con Nicolás Maduro; por otro es un jefe de Estado y no puede involucrarse en los asuntos internos de otro país, en especial porque hay un gobierno elegido de manera democrática. Salió intacto esperando unos días y pidiendo por la no violencia.

Algo similar ocurrió con aquella fallida mesa de diálogo que integrarían diversas personalidades argentas. Ahí la cosa amenazó con estallar y debió ensayar una negativa bastante desprolija sobre la marcha y a los ponchazos.

A pesar de todo, la prueba de fuego vendrá en cuanto se pongan en juego cuestiones que hacen a la religiosidad más profunda: divorcio, homosexualidad, celibato, temas ligados a la economía, pedofilia, capitalismo (dejamos fuera el aborto porque su postura es clara). ¿Realmente avanzará hacia una revolución?

Porque una cosa es abrir a discusión todos los temas, y otra muy distinta conformar a un conglomerado de creyentes que lo aman aunque ya le demostraron que si insulta demasiado al capitalismo podría perder buena parte de sus benefactores y, a partir de ahí, generar una crisis económica de esos señores a los que no les importa que les digan que son malos y terminarán en el infierno (el cristianismo acostumbra al castigo), pero de ninguna manera aceptan que ni siquiera el Papa cuestione el sistema económico que les permitió convertirse en lo que son. Los yanquis ya deslizaron que, quizás, Francisco tenga una mala experiencia con los capitalistas por venir de un país donde hay corrupción y no tener experiencia en las maravillas del Primer Mundo…

Enemigo en su momento de los K pero con la suficiente inteligencia como para reciclar sus aciertos, Francisco encontró un atajo que, en las últimas semanas, comenzó a transitar con timidez: analizar el rol de la iglesia durante la dictadura. Aseguran que incluso estaría dispuesto a avanzar en cuestiones relacionadas a la actuación del Vaticano en la Segunda Guerra Mundial, uno de los paréntesis históricos más negados y escondidos que podría revertir muchas de las concepciones que tenemos sobre el siglo XX.

De ser así, sería el primer Papa en construir un relato que le permita asegurarse su lugar en la historia y minimizar las demandas de actualización dogmática que, en términos reales, no lo convencen demasiado ya que es de naturaleza conservadora. “Si da algo más que la comunión a los divorciados dejo el hábito”, dijo riéndose un ex amigo que por esas cosas de Bergoglio cayó en desgracia.

Contradicción. La paradoja más crítica que debe atravesar Francisco está en el eje mismo de la religión sobre la que reina. El evidente placer que siente por el cariño recibido, su papel de hombre amado por las masas, capaces de esperar horas con el único fin de tocarlo, encierra una contradicción: el mundo está sumido en una relajación moral como pocas veces se vio, si en realidad viene a cambiarlo la lógica es que termine crucificado igual que Cristo, nunca convertido en una “estrella de rock” que vende posters y se transforma en ídolo de multitudes o lo nominen al Premio Nobel de la Paz sin ningún logró palpable al mejor estilo Barack Obama.

Por eso su oído está tan sensible a la opinión de los pobres. Aunque viva en Santa Marta y siga ejerciendo la frugalidad de siempre, transita rodeado de opulencia y el mayor porcentaje de sus contactos pasa por personas importantes, reuniones de Estado y cruces con reyes y reinas. Dentro de tamaño tupper incluso el más santo de los seres puede perder perspectiva y dudar. ¿Estoy cambiando al planeta o soy funcional a que todo siga igual? Porque su figura impregna la iglesia pero todavía no está demasiado claro si la ecuación funciona al revés.

Cualquier religioso cerrado solucionaría el tema apelando al Espíritu Santo (en definitiva quien lo “designó Papa” y guía sus pasos), el punto es que la mente y el corazón de Bergoglio miran más allá. De hecho, siendo Cardenal en la Argentina logró posicionarse en un espacio transgresor haciendo exactamente lo opuesto.

Ya de entrada colisionó con el poder político y religioso, y en términos de popularidad no ocupaba el top ten de las figuras más queridas por los argentinos que a duras penas conocían su cara. De gesto adusto y discursos que se convertían en verdaderos dardos contra los poderosos, encontrar fotos de él donde destile alegría, abrace niños disfrazados o reciba un CD de la Mona Giménez se hace cuesta arriba.

Cuando lo entrevisté, a fines del año 2012 (meses antes de que fuera elegido Santo Padre), era lo más parecido a un hombre crucificado por una sociedad que prefería el refinamiento de Aguer y no quería ver las cosas que él se empeñaba en poner delante de nuestras narices, ni hablar de difundir y hacer públicas acciones que en manos de un cardenal podían considerarse marketing.

Jorge Bergoglio era un hombre que sufría su cruz aunque la aceptaba en cuerpo y alma. A todas luces Francisco disfruta. Si es cierto eso de que “todo lo que ilumina quema”, sin duda durante su gestión al frente de la Curia porteña iluminó y quemó hasta cansarse; chamuscó personas con poder, enojó instituciones, eludió todo tipo de gloria y soportó que le dieran la espalda privilegiando a otros sacerdotes más maleables. Como Santo Padre deslumbra, concepto cercano pero, desde el punto de vista filosófico, portador de menor consistencia y carnadura.

Resalta de él su brutal carisma, el hecho de mantenerse frugal en un contexto de opulencia y la alegría como base de la religión (en oposición al reproche constante), falta ese perfil incisivo y agudo que supere el mito del jesuita bueno que llega a Santo Padre casi de milagro y rescate la vocación “revolucionaria” (en el contexto de la iglesia católica) que lo hizo un rara avis capaz de generar cambios molestando, no siendo la “estrella” más famosa de un sistema que hace agua por todos lados.

En un año de gestión, al menos puertas hacia afuera, todavía no salió ese Francisco “difícil de querer” que, justamente por eso, logró cambios que modificaron estructuras imposibles de mover con sonrisas. ¿Saldrá?

Son amores. A diferencia del personaje de Kafka, Francisco no se convirtió en un insecto molesto que se fue quedando sin amores (en cierta forma el lugar que tenía en Buenos Aires) sino que desplegó plumas de pavo real y logró que el mundo quedara a sus pies. Que esa metamorfosis lo convirtió en un hombre rejuvenecido y feliz, abierto a manifestaciones que meses atrás hubiera considerado frívolas o de mínima innecesarias, parece no estar en discusión.

Él se transformó en lo que cree la iglesia debe ser: una organización cercana al pueblo que transmita valores simples y en la medida de lo posible sencillos, redujo sus complejidades hasta darles una forma digerible que transmita desde unos zapatos gastados. El resultado es impresionante aunque no está exento de desafíos. A la cabeza están los cambios concretos que buena parte de ese público nuevo que sumó comenzará a pedirle, y dado que le será imposible cumplir con todos, las decepciones comenzarán a aparecer pronto.

Un poco más atrás está la iglesia misma que, a pesar de los esfuerzos, aún no logra transmitir su mensaje a nivel estructural y se convirtió en Francisco/dependiente, repitiendo el ciclo de Juan Pablo II. Para el final dejo la encrucijada de este hombre que, a diferencia de Gregor Samsa, por primera vez en su vida experimenta el placer de una metamorfosis que lo aleja del personaje incómodo que le tocó interpretar durante casi ocho décadas, y se permite jugar a sonreír y ejercer el papel de curita bueno. Creo que esta última lucha consigo mismo será su desafió más duro en los tiempos que se vienen.

[FOTOGALERIA] Cómo recibía el Vaticano al argentino Francisco un año atrás.

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