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SOCIEDAD | 13-03-2014 11:24

El misterio de un Papa peronista

Porteño y político, Francisco sorprende al mundo con su relato y simbología. Liderazgo con impronta K.

¿Quién puede negarle a Francisco el título de personaje del año? De hecho los medios tenemos el problema de la repetición. ¿No será reiterativo? Sin embargo, aunque las fotos se superpongan y los títulos peguen en el poste, las razones de la elección pueden esconder diferencias abismales.

Por ejemplo, Estados Unidos es una sociedad sistémica donde todo se ajusta a un mecanismo predeterminado. Claro que, de vez en cuando, necesitan algo de levadura fresca que infle esa masa con el fin de que no se seque y convierta en galleta.

Muy lejos de Latinoamérica y dado el respeto que tienen por las corporaciones (creen que el marketing nació con la Iglesia Católica), los americanos jamás pensarían que semejante “empresa” puede ser “víctima” de un líder populista, y consideran que todos los pasos están fríamente calculados; es decir, el pueblo puede equivocarse en Venezuela o en Argentina, los cardenales nunca en Roma.

Más que resaltar los valores religiosos, la revista Time, quien lo eligió personaje del año, y The New Yorker, que le dedicó su última edición, parecen hablar de las carencias de un imperio aburguesado que demanda líderes capaces de pensar más allá de su propia jubilación, no del Santo Padre y sus glorias.

Con todo el poder del planeta ellos son incapaces de cambiar su imagen de “malos universales” y este sudaca sin ejército y un territorio del tamaño de una plaza pública, en pocos meses sacó del pozo a una institución agonizante y envejecida. ¿El dato? Si se tratara de un político, los periodistas yanquis filtrarían todo a través de un microscopio electrónico antes de emitir juicio.

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Entienden que a nosotros nos pasa lo contrario: sobra levadura y falta masa. Los bollos así cocidos son incomibles y suelen terminar en una torta deforme. Europa, algo tan serio para ellos como la religión y su creencia de que están ante la cuna de los marketineros, les impide hacerse la siguiente pregunta: ¿Y si estamos ante el primer caso de peronismo celestial?

El enojo de los jesuitas criollos. Ninguna compañía americana permitiría un liderazgo a lo Francisco. Si fuera CEO de cualquier multinacional no llega al año. Personalismo, exhibicionismo extremo, actos que podrían considerarse demagógicos (las fotos con los enfermos). El Santo Padre critica la teoría del derrame capitalista a partir de la cual si los ricos tienen plata todos seremos felices.

Al mismo tiempo la utiliza en su Iglesia. De hecho, hasta el momento, su estrategia parece funcionar a medias. Según los primeros resultados de una investigación que está haciendo la propia Iglesia sobre la imagen del Papa (que probablemente jamás se dará a conocer o será negada), se está dando un fenómeno extraño: junto a la valoración de Francisco subió la “cotización” del católico persona.

Pero no hay cambios en la institución Iglesia Católica. Al contrario, parecería que la gente establece un vínculo directo con el Papa, y esto podría afectar a la corporación ya que la Iglesia está como desplazada de ese vínculo. Algo así como: “Nosotros nos entendemos”. Y nosotros, es Francisco y sus fieles.

Se los resumo de una manera sencilla: cuando Jorge Bergoglio era cardenal, conseguir una entrevista con él era tocar el cielo con las manos. Hoy, todos pisan la Curia para pedir un encuentro personal con Su Santidad. Se supone que la transformación en superestrella universal debería “derramar” sobre esa marca llamada “Iglesia Católica”. En la práctica no está sucediendo y lo que todos quieren es verlo a él. Podría ser cuestión de paciencia, pero el fanatismo es muy difícil de frenar ya desatado, en especial, cuando hablamos de cuestiones religiosas.

Ni bien comenzó el reinado hicimos una lectura cómoda de su realidad: los conservadores malos –acaban de tildarlo de “marxista”– le pondrían palos en la rueda, incluso querrían matarlo. Ya con varias leguas caminadas se nota que la cosa no era tan fácil. Algunos de su enemigos más fuertes están dentro de su propia orden y es imposible considerarlos “perversos”.

Los jesuitas son tan sistémicos como los yanquis, para ellos la organización va primero, y su enojo actual con el individualismo de Francisco resulta feroz. Por supuesto todo transcurre tras bambalinas. Se burlan de los comités que arma (justo lo que valora Time), y lo comparan con Perón y su costumbre de diluir todo en un grupo de gente que al fin del día hacía lo que el General quería.

Con algo de paciencia sueltan la lengua y cuentan anécdotas que por años mantuvieron guardadas bajo siete llaves: “Cuando empezó en nuestra congregación se levantaba temprano para lavarnos la ropa a todos. En pocas semanas lo consideramos un santo. Eso hasta que el más viejo y sabio de la comunidad nos alertó ´El problema con Jorge no es que lava nuestra ropa, es que hace que todos nos enteremos de que la lava…´.

Con el tiempo entendimos qué quería decir”. ¿Otra? “Ya en su rol de Principal era capaz de venir y decir que no le habláramos a alguien por cinco días. El pobre hermano quedaba hecho un trapo. Entonces aparecía él y nos daba una lección de cómo debíamos comportarnos con el otro y perdonarlo, cuando en realidad había dado esas órdenes de manera directa”.

Y lo que les estoy contando me ocurrió hace quince días, sin que yo preguntara ni me interesara por esos chismes de convento. Peor aún, trabajo y tengo comunicación con Francisco; es decir, quien me lo decía sabía muy bien que estaba hablando con alguien que podía salir corriendo y contarle al Papa. No le importaba. Hay fuertes rumores que, por mi condición de “amigo papal” no los pude corroborar, de que varios escritores recibieron documentos por parte de los jesuitas, y que si no se animan a publicarlos es debido a la onda positiva que invade todo lo relativo a Su Santidad: nadie se anima a remar contra la corriente, por ahora.

En mi rol de publicitario conversé varias veces con Francisco acerca de lo mal que comunicaba la Iglesia. No solo estuvo de acuerdo sino que parecía valorar el marketing. Su posición actual puede sintetizarse así: Francisco cree que la Iglesia está deteriorada hasta un punto que sus propios colegas no parecen entender y que los lleva a insistir con viejas estrategias cuyo eje consiste en esperar que los fieles vuelvan cuando se sientan decepcionados del mundo o las nuevas religiones electrónicas.

Él sabe que eso está lejos de ocurrir. No solo se cometieron errores imperdonables (pedofilia, por ejemplo), también se despreció la comunicación masiva como herramienta para acercarse a las personas, justo en una era donde todo pasa por ahí. Reconoce que besar a un enfermo puede resultar demagógico, un regreso a costumbres del siglo XIX.

Pero entiende que el enorme impacto producido por esos actos que todos los religiosos hacen o deberían hacer, habla de lo pésimo que comunicaron los católicos, no de lo bien que él está manejando el marketing. Coincidencias: el relato K se sustenta en una serie de actos simbólicos que pegaron fuerte en el pensamiento colectivo.

Sin duda hay una conexión vinculada con la mística entre gestos como bajar el cuadro de Jorge Rafael Videla y los publicitados movimientos de Francisco que rechazan el oro vaticano y lo llevan a vivir en Santa Marta. Algo parecido ocurre con el relato sobre los pobres y sobre la relación con las masas.

Francisco está convencido de que el pueblo necesita sentirse amado a través de comportamientos sencillos, y que los vidrios blindados implican mucho más que una protección para el Papa, representan paredes que alejan a los seguidores. Del otro lado de la tribuna entienden su pensamiento aunque desconfían, temen que el primer jesuita en llegar al papado reduzca siglos de servicio real a una cáscara que se limita al famoso juego de gatopardo (cambiar para que nada cambie).

Como Perón en España. Como Juan Pablo II en su momento (contribuyó a la caída de los regímenes de Europa del Este), Francisco quiere influir sobre la política criolla. Su mayor temor, según cuentan quienes lo frecuentaron en estos meses, no pasa por el Vaticano y sus miserias, sino por la situación política argentina.

Obvio que mientras el primero tenía un viento universal a favor, a Bergoglio no le queda otra que meter sus manos en el pantano argentino y tratar de que su país de origen no se inunde. Semejante objetivo lo lleva a manejar un equilibrio delicado y peligroso. Hoy bendice al jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, al mismo tiempo que camina sobre una cornisa viendo cómo y hacia dónde puede evolucionar el ánimo social.

Una cosa es cierta: por primera vez tiene una excelente relación con el Gobierno. A diferencia de lo que ocurría mientras estaba en Buenos Aires, y ya en su rol de jefe de Estado, se diría que reina sobre uno de los pocos países que tiene buenos vínculos con el nuestro. Contactos fluidos, acercamientos y una obsesión compulsiva por evitar roces de cualquier grupo y factor. Su único límite es el narcotráfico. El oficialismo le devuelve favores retrasando leyes que, como la del aborto, resultarían “incómodas” en la tierra del Papa.

El fallido encuentro con Sergio Massa muestra que un Papa capaz de recibir a Marcelo Tinelli o a Valeria Mazza, debió hacer malabares para esquivar al principal opositor de Cristina Fernández. ¿Por qué? Recibirlo era tirar leña al fuego.

Después de días de negociaciones que, de tanto enturbiarse, llegaron a incluir al intendente de Junín Mario Meoni, político cercano a Massa y quien por lo menos consiguió un apretón de manos en audiencia pública, don Sergio volvió furioso de Europa.

¿Es tan importante para un candidato reunirse con Francisco? Casi todos los partidos grandes investigaron hasta qué punto es significativo el apoyo papal en campaña. La respuesta resulta interesante. El Papa es un modelo a seguir, pero no una figura a la cual pegarse; la gente cree que marca un camino discursivo pero no quiere a sus políticos mezclados con él. Eso sí, está muy pendiente de lo que los investigadores llaman “El bautismo”. O sea, que el Santo Padre te reciba una vez y te “habilite”.

Igual que el general Perón, Francisco suele tener relaciones duraderas con los sindicalistas, de hecho les cree más que a los políticos con quienes tiene vínculos “oportunistas”. Entiende que están atravesados por burguesías y corrupciones varias, al mismo tiempo rescata su contacto directo con las bases, nexo que los convierte en interlocutores válidos a la hora de atajar problemas graves y transmitir mensajes.

Como no podría ser de otra forma y siguiendo con las coincidencias K, también Su Santidad tiene conflictos con la prensa. Francisco está en guerra con el Grupo Clarín (y viceversa), algo que no es cómodo para nadie, en especial para Clarín que está en el ring frente al hombre más amado del planeta.

La guerra es vieja. Empezó ni bien Cablevisión ninguneó al Canal 21, llegando a incumplir las normas que obligaban, previo a la aprobación de la Ley de Medios, a poner en sus grillas al último canal de aire cedido a la Iglesia por Carlos Menem. Hubo peleas, amenazas de juicios y promesas de Clarín que jamás se cumplieron. Por tal motivo el entonces cardenal Bergoglio apoyó sin reparos la Ley de Medios y a través de Julio Rimoldi, director del canal religioso en cuestión, se convirtió en uno de sus impulsores más entusiastas.

Mi comunicación con él. Además de formar parte del Consejo consultivo del Canal 21 (hoy llamado canal del Papa), desde el 2008 dirijo La Verdad de Junín, el único diario católico no confesional que existe en el mundo, una rareza que el actual Papa me mandó a salvar ya que estaba decadente y sumido en deudas. Su preocupación por lo mediático siempre fue importante y sigue siéndolo ahora.

Ni bien pisé Junín entendí algo: Argentina seguía la ruta mexicana. Trabajo mucho con México (como publicitario), y mientras los programas de televisión argentinos mostraban el drama del paco en el conurbano, los narcotraficantes comenzaban a instalarse en el noroeste de la provincia: zonas ricas con ciudades cercanas a las rutas y gobiernos dispuestos, en el mejor de los casos, a mirar para el costado.

La Verdad se convirtió en uno de los primeros medios criollos en decir: “Vamos hacia México”, denuncia que hicimos en soledad. De hecho, nos quemaron la planta impresora después de que un narcotraficante cayera preso por una denuncia nuestra. Las amenazas al diario, mi persona e incluso mi familia se hicieron regulares y constantes.

Con el fin de obtener apoyo eclesiástico en mi “lucha antinarco” me reuní con un importante obispo y contactamos al Papa. ¿Resultado? Nada demasiado estimulante. Nos recomendó un libro donde hablaba del tema. Enojado, le mandé una carta personal.Tampoco obtuve respuesta.

Claro que Francisco maneja sus tiempos. Un día me levanto y veo que los obispos de la Conferencia Episcopal habían sacado un comunicado brutal, en términos diplomáticos, hablando directamente de narcotráfico. Yo sabía que esa no era la línea original, que en las discusiones previas se pensaba ir por el lado del daño que causa la droga en los consumidores.

Poco después, mientras estaba de viaje, recibo un llamado de mi mujer: “Te llegó una carta del Papa”. Aunque sea el argentino más popular del planeta, haya parado la guerra en Siria y se esté convirtiendo en una figura mítica para millones de almas, tampoco me sentí en una nube celestial.

Después de todo, estaba el tema de los narcos en el medio y, de ser por la carta, Mirtha Legrand también había recibido una… La mirada cambió cuando le conté ciertas características de la misiva a un importante obispo que lo conoce y mucho. “¿Tenés caja fuerte? Lo que está en tus manos es material histórico”, me dijo. Además de escribirla a mano (la mayoría va vía su secretario), habló de algo tan terrenal como el narcotráfico y se puso a mi disposición.

Personaje. Cualquier católico bautizado puede ser Papa. Ni siquiera hace falta recibirse de cura. De la misma forma todos los argentinos somos peronistas, hasta los gorilas contreras están afectados por ese “mal” (nadie con aspiraciones políticas va por fuera del justicialismo).

A partir de ahí y más allá de las pruebas concretas que señalan a Francisco como hijo de Perón, lo cierto es que buena parte del mundo puede estar ignorando este pequeño detalle: hay un peronismo celestial conmoviendo al planeta, y si de por sí se trata de un fenómeno complejo de entender, le agregamos el factor religioso y el misterio alcanza picos inimaginables. Time y The New Yorker podrían estar pasando por alto ese pequeño gran detalle quizás por su falta de training en interpretar al peronismo, algo en que los argentinos somos expertos.

Francisco se diferencia de los líderes populistas en que está dispuesto a dialogar. Al mismo tiempo son tantos los temas que abre a discusión que uno se pregunta cuál de ellos cambiará en serio. Porque el Perón del exilio también era dialoguista. A simple vista resulta insólito que, de oponerse al matrimonio igualitario pase a ser nombrado figura del año por The Advocate, una de las revistas gays más influyentes del planeta. ¿La razón? Su apertura al decir: “¿Quién soy yo para juzgar?”.

Lo primero que podemos decir es: si alguien merece la fama obtenida es él. De no existir, la Iglesia debió haberlo inventado. ¿Por qué? Porque es justo lo que necesita. Lo segundo, que un latinoamericano alcance el poder podría significar también la instalación del populismo en un territorio que se mantuvo estable por miles de años; es decir, acosada por el desprestigio, la Iglesia se rinde y recurre a la demagogia. De ser ese el caso, solo los argentinos, con experiencia en ser “manipulados” (piensen en la Fundación Evita que aún carece de balance), podríamos advertir la jugada.

Claro que política y religión no pueden asociarse con tanta liviandad. Y el Papa que juega con la camiseta de San Lorenzo es el mismo que arriesga su vida al contactarse con la gente en las calles, manda una carta para salvarle el pellejo a un publicitario perdido en Junín, y a los 77 años se carga al hombro la reorganización de una institución carcomida por los corruptos. O Time y The New Yorker se quedan cortos, o nosotros ya no podemos ver un santo cuyo apellido no sea Perón. De todas maneras la duda es saludable. La decepción de un presidente se banca, la de un Santo Padre…

Mientras resolvemos la ecuación y a pesar del exceso de personalismo, ser católico está de moda y miles de personas volvieron a tener fe, lo que no es poco ni debe desmerecerse.

En el camino no todo fue santidad. Mientras enamoraba al planeta a una velocidad que los creyentes supondrán celestial, se dio el gusto de confrontar a viejos enemigos.

¿El principal? Héctor Rubén Aguer, arzobispo metropolitano de la Arquidiócesis de La Plata, y hombre que no solo combatió a Bergoglio durante su reinado en Argentina enfrentándolo al Vaticano, sino que lo despreció convirtiéndose en referente de las clases altas.

Cuando se vieron, pocos días después de la asunción de Francisco, la Iglesia daba por sentado que Aguer desaparecía del mapa. Error. El Papa lo recibió con una montaña de carpetas, todos informes negativos que el arzobispo venía enviando desde hacía años con el fin de desestabilizarlo. No hubo demasiadas palabras, solo un gesto de rendición por parte del sofisticado religioso platense. Una forma muy criolla de mostrar poder. ¿Cómo sabremos entonces si Francisco es un verdadero Santo u otro argento criado en la Argentina peronista?

De puño y letra papal

El filósofo Omar Bello es filosofo y publicista, director del diario La Verdad de Junín, autor del libro "El verdadero Francisco" y de esta nota.  Recibió una carta de Francisco en la que el Papa se solidariza con él por las amenazas recibidas tras publicar denuncias contra el narcotráfico. Una verdadera reliquia:

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