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MUNDO | 20-05-2014 19:02

Elecciones y lecciones en Costa Rica y Panamá

De centroizquierda a centroderecha, qué puede aprender Argentina de cómo vota la región.

No es el candidato de la sonrisa perfecta y la esposa espléndida en la postal familiar de campaña electoral. Tampoco el que estira las manos para tocar gente y besa niños ante las cámaras, a las que siempre habla con frases calculadas por estrategas de marketing. Es un profesor con aspecto de profesor, que habla como profesor y viste los pocos trajes que permite un sueldo de profesor.

Con un partido pequeño y una campaña franciscanamente austera, enfrentó al establishment del poder político. Los candidatos del bipartidismo colmaban de propaganda la televisión y la radio, mientras él tocaba timbres y se presentaba ante atónitos vecinos que lo escuchaban decir: “Soy Luís Guillermo Solís, candidato por el Partido Acción Ciudadana, y esta es muy propuesta gubernamental…”

Así venció al partido del poder costarricense, en el que había militado hasta que la decadencia y la corrupción infectaron su estructura, casi entrelazada con la administración pública por su longevidad en el gobierno.

Igual que Menem en la elección del 2001, el candidato de la vieja política costarricense, Johnny Araya, desertó del ballottage a pesar de haber ganado en la primera vuelta, cuando las encuestas vaticinaron al unísono que quien había salido segundo finalmente lo arrollaría.

La diferencia con Argentina, donde siempre se votó a los mismos partidos y, a treinta años de recuperar la democracia, campea la convicción de que solo el peronismo puede gobernar, es que el país centroamericano dejó de lado el bipartidismo para elegir un académico socialdemócrata sin carisma que propuso recuperar la ética pública extraviada en los últimos gobiernos del PLN.

No es la primera vez que Costa Rica da una lección de calidad democrática, particularmente útil para la Argentina. Dos ex presidentes, Calderón Fournier y Rodríguez Echeverría (el primero, hijo de otro ex presidente), fueron procesados y encarcelados por corrupción.

Por la misma razón fue expulsado de su partido y anduvo recorriendo tribunales el ex presidente José Figueres Olsen, hijo nada menos que de Figueres Ferrer, el fundador de la II República en 1948.

Durante las décadas de Guerra Fría, Costa Rica se convirtió en el único país sin Fuerzas Armadas de toda América, el de mayor calidad institucional de Latinoamérica y el mediador y pacificador de las guerras centroamericanas. Ese país pequeño pero con gran conciencia cívica y ecológica, ahora dejó como lección en las urnas que a los partidos corrompidos por la longevidad en el poder se los puede y debe sacar del gobierno, para adecentarlos en el llano.

También enseñó que, si promete y prueba tener decencia, se puede elegir al candidato desangelado de un partido diminuto, aunque no vista trajes caros ni tenga dentadura de publicitar dentífricos.

La otra lección interesante para Argentina también vino de un país pequeño de América Central: Panamá. Allí se vivió un curioso reflejo tardío de una situación política que se había vivido aquí, pero con un desenlace diametralmente opuesto.

Para llegar a la presidencia, el millonario Ricardo Martinelli había sumado un extra-partidario como candidato a vice. Pero como había ocurrido con Cristina Kirchner y Julio Cobos, la fórmula transversal se hizo añicos rápidamente.

Igual que la gobernante argentina cuando Cobos le tumbó la Resolución 125 con el “voto no positivo”, Martinellí estalló en ira flamígera contra su vice cuando este denunció maniobras del Poder Ejecutivo para controlar al Poder Judicial.

Juan Carlos Varela también fue sometido al aislamiento político, lo estigmatizaron como “traidor” y padeció todo tipo de humillaciones. Igual que Cobos, resistió a las presiones para que renuncie. Pero a diferencia del radical mendocino, el vicepresidente panameño no se quedó callado ante los embates del oficialismo. Por el contrario, denunció todos los actos de corrupción que pudo detectar y gritó a los cuatro vientos que el linchamiento de imagen pública que estaba padeciendo ponía en evidencia la calaña autoritaria de sus linchadores.

En síntesis, Varela asumió públicamente el rol de opositor al gobierno del que era vicepresidente. Desde esa posición, bloqueó los intentos reeleccionistas de Martinelli y denunció el plan matrimonial para eternizarse en el poder colocando a la primera dama como compañera de fórmula de José Arias, el candidato oficialista en la siguiente elección presidencial.

Varela también se diferenció del argentino que vegetó calladito en la vicepresidencia, postulándose para la presidencia y realizando la campaña electoral que más claramente denunció que el discurso oficialista apuntaba a dividir la sociedad, inoculando odio político y acusando a críticos y opositores de ser “el enemigo”.

Martinelli hizo desde una trinchera neoliberal lo que el kirchnerismo hace desde una trinchera de izquierda. Pero su vicepresidente lo denunció, lo enfrentó y lo derrotó en las urnas.

El voto de los panameños dejó otra enseñanza interesante de leer en los países que, como Argentina, jamás votan contra un gobierno cuando hay expansión económica y apoteosis del consumo. Martinelli generó un crecimiento económico extraordinario (el más alto de toda América) marcando un récord histórico de consumo, impulsando una faraónica obra pública que plagó Panamá de modernas autopistas, construyó el primer subte centroamericano y comenzó la ampliación del Canal Interoceánico.

Mientras los argentinos no tienen en cuenta la corrupción ni el autoritarismo si hay éxito económico, los panameños votaron contra un gobierno económicamente exitoso. Y el receptor de ese voto castigo fue Juan Carlos Varela, un conservador apoyado por sectores reaccionarios de la iglesia y por el empresariado que se quedó afuera de la fiesta de los sobreprecios en la obra pública.

Su gestión dirá si cumple o no con sus promesas de campaña. Pero a la lección la dio la mayoría que, a pesar del crecimiento económico y la euforia consumista, votó contra la corrupción, la concentración de riqueza en el empresariado amigo y la agresividad gubernamental para descalificar a opositores y a todo el que denuncie o cuestione.

Los nuevos presidentes de Panamá y Costa Rica tienen ahora la oportunidad de superar, desde la centro-derecha y la centro-izquierda respectivamente, las fallas congénitas que presentan el neoliberalismo y el populismo de izquierda.

Como explica el lúcido ex guerrillero salvadoreño y actual consultor internacional Joaquín Villalobos, las derechas neoliberal y conservadora tienen política económica pero no tienen políticas sociales; mientras que las izquierdas y centro-izquierdas populistas tienen políticas sociales pero no tienen políticas económicas.

Por eso las derechas producen lo que no quieren repartir y las izquierdas populistas reparten lo que no saben producir.

El autor es PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universidad Empresaria Siglo 21.

por Claudio Fantini

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