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MUNDO | 01-07-2014 19:24

Irán y Estados Unidos, unidos por el espanto

El arrollador avance de un desprendimiento de Al Qaeda en Irak los puso del mismo lado.

Irak sigue siendo el laberinto indescifrable donde se extravían los planes norteamericanos. La encrucijada en la que Washington acaba aliándose con el menos pensado. En rigor, una suerte de esquina de la historia donde muchos aliados se vuelven enemigos y muchos enemigos terminan siendo aliados.

Es lo que está ocurriendo ahora: los “saddamistas” se enrolan en la milicia de sus eternos enemigos ultraislamistas, mientras Estados Unidos y la República Islámica de Irán se unen en el apoyo al gobierno de Irak. Una vez más, viejos enemigos terminan situados en la misma trinchera.

En la guerra que estalló en 1979, ni bien el ayatola Jomeini comenzó a construir la teocracia chiíta en Irán, Washington apostó a Saddam Hussein y su dictadura sunita. Era tan crucial que cayeran los fundamentalistas persas, que para la Casa Blanca se justificaba quedar en la misma vereda de los soviéticos. Moscú armaba al “carnicero de Bagdad”, mientras Europa y Estados Unidos lo financiaban y ayudaban, incluso, en la acumulación de armas químicas.

Poco después hubo que sacarlo a sangre y fuego de Kuwait, el emirato que invadió con el poderío bélico que le había dejado la guerra contra Irán, empujado por el quebranto económico que le había causado ese conflicto.

Si el general Norman Schwarzkopf recibió la orden de detener su “tormenta del desierto” cuando tenía Bagdad al alcance de sus tanques, fue porque George Herbert Walker Bush entendió lo que advertía su consejero de Seguridad, Brent Scowcroft: sin una dictadura sunita, Irak se parte en tres porque la mayoría chiíta del sur y la mayoría kurda del norte querrán independizarse de la franja central, donde no hay petróleo y la mayoría es suní.

Fue Bush hijo el que abrió la caja de Pandora tumbando a Saddam, con la excusa de los arsenales químicos. Sin saberlo, le estaba haciendo un favor a Osama Bin Laden, sunita como el dictador iraquí, pero de la vertiente wahabita; y por lo tanto archienemigo del Estado secular promovido por la doctrina baasista en Irak y Siria.

Para que el favor fuera completo, el enviado de la Casa Blanca, Paul Bremer, disolvió el ejército iraquí generando el agujero negro que permitió a Al Qaeda ingresar en el país que había nacido laico tras la caída del Imperio Otomano.

Abú Musab al Zarqaui fue el discípulo de Bin Laden que inició la “guerra santa” en Irak, peleando contra norteamericanos, chiítas y kurdos. “Al Qaeda Mesopotamia” se llamó la milicia organizada por aquel jihadista jordano. El mismo grupo que después se denominó Estado Islámico de Irak y, posteriormente, Estado Islámico Irak-Levante (EIIL), la fuerza que acaba de poner al ejército iraquí en desbanda, avanzando a paso redoblado hasta las puertas de Bagdad.

Al Zarqaui había peleado en Afganistán y había creado el grupo Jund al-Sham, para derribar la monarquía hachemita en Jordania. Pero a su fama internacional la conquistó en Irak, decapitando norteamericanos y participando de la feroz resistencia que encontraron los marines en Faluya.

La primera cabeza que rodó en cámara fue la del contratista civil estadounidense Nick Berg. Después vinieron muchas más y algunas, como la del rehén Eugene Armstrong, la cortó con sus propias manos el mismísimo Al Zarqaui.

Un misil aire-tierra lo despanzurró en Baquba, dejando el mando en otro jihadista sanguinario: Abu Ayyub al-Masri. También fueron sanguinarios los jefes que vinieron después de AL-Masri, acribillado en combate en el 2010.

“Al Qaeda Mesopotamia” se había rebautizado “Estado Islámico de Irak”, cuando quedó el frente Abú Bakr al-Bagdadí. El rompimiento con la red terrorista creada por Bin Laden se produjo como consecuencia de la guerra civil en Siria. La orden del sucesor de Bin Laden, el egipcio Aymán al-Zawahiri, fue que solo el Frente Nusra representara a Al Qaeda en el conflicto sirio. Pero Al-Bagdadí desobedeció y se zambulló en la guerra contra el régimen de Bashar al Asad, agregando al nombre de su milicia la palabra Levante, por la región que se extiende entre los Montes Tauro y el Sinaí.

Mientras el Estado Islámico Irak-Levante (EIIL) horrorizaba al mundo mostrando videos con crucifixiones y con jihadistas comiendo las vísceras de soldados sirios abatidos en combate, Al Zawahiri le ordenó regresar a Irak. El EIIL desobedeció y entonces se produjo, el año pasado, su rompimiento con Al Qaeda.

La vuelta a Irak finalmente se produjo porque el Frente Nusra y el rebelde Ejército Libre de Siria (ELS) unieron fuerzas para expulsar a EIIL del conflicto sirio. Pero esa retirada no fue su final, sino el comienzo de una ofensiva arrolladora dentro de Irak, que comenzó con la ocupación de Mosul, capital de la provincia de Nínive, y llegó hasta las cercanías de Bagdad tras controlar Tikrit, uno de los vértices del “triángulo sunita” y capital de la provincia de Salahadín.

¿Cómo pudo adquirir tanto poder el ex brazo iraquí de Al Qaeda? Porque en Siria recibió armamentos y financiación de Arabia Saudita.

Mientras sus jihadistas se fogueaban combatiendo contra el ejército de al Asad, su jefe acumulaba dinero y arsenales para contratar y armar mercenarios. El objetivo es conquistar el centro de Irak y unirlo a la franja fronteriza que retuvo en territorio sirio, donde hay yacimientos de petróleo.

Algunos sunitas laicos se sumaron al EIIL por dinero, pero muchos otros que habían integrado el régimen secular de Saddam Hussein se enrolaron por ver en el EIIL una posibilidad de expulsar de sus tierras al ejército nacional, del gobierno de mayoría chiíta.

El peor de los fanatismos acrecentó su poder económico con los yacimientos que controla del lado sirio de la frontera y con el dinero que sacó de las bóvedas de los bancos de Mosul y Tikrit, las dos grandes ciudades que ocupó con su “guerra relámpago”. Pero a ese poder económico había empezado a construirlo en Siria, donde obtuvo el millonario financiamiento saudita.

Europa y Estados Unidos ayudaron exclusivamente al Ejército Libre de Siria, la milicia de los sunitas moderados que creó el general Salim Idris. Turquía y Qatar ayudan también a la Hermandad Musulmana. Pero el reino saudita repite el error de financiar a los ultraislamistas.

En Afganistán, el príncipe Bandar Bin Sultán se había encargado de financiar la resistencia contra los soviéticos y fue él quien designó a Bin Laden como tesorero de los mujaidines.

En el conflicto sirio, los sauditas pusieron al mismo príncipe a organizar la financiación, volviendo a fortalecer a las organizaciones más extremistas.

La consecuencia se está viendo en Irak, donde ese desprendimiento de Al Qaeda llamado EIIL intenta crear un califato sunita que abarque parte de Siria y se parezca al Afganistán de los talibanes.

Para evitarlo, dos viejos enemigos se encontraron en la misma trinchera: Estados Unidos y la República Islámica de Irán. Que, como diría Borges, no los une el amor, sino el espanto.

por Claudio Fantini

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