Thursday 18 de April, 2024

OPINIóN | 02-08-2014 19:49

Los buitres al rescate

Desde su llegada al poder, los Kirchner, sabían muy bien que, un buen enemigo les valdría mucho más que cualquier cantidad de amigos.

Cristina se sintió remozada por la llegada, maravillosamente oportuna, de bandadas de buitres, estos zopilotes asquerosos, con rostros casi humanos, que desde hace meses revolotean sobre su cabeza a la espera del momento indicado para empezar a sacar tajadas del modelo con el presunto respaldo de Barack Obama y otros imperialistas norteamericanos. Luego de superar el susto inicial, la Presidenta se dio cuenta de que, para ella, los buitres distaban de ser aves de mal agüero. Por el contrario, si obraba con astucia, podrían ayudarla a reconciliarse con la gente, de ahí su voluntad de hacer del embrollo de la deuda impaga una larga novela de suspenso: por una cuestión de minutos, el país estuvo por caer o no en default.

Antes de mudarse Néstor Kirchner y su esposa a la Casa Rosada, ya sabían muy bien que, en un país que por razones comprensibles estaba enfermo de rencor, un buen enemigo les valdría mucho más que cualquier cantidad de amigos. En base a esta verdad, revelada más por su propia experiencia en Santa Cruz que por los hipotéticos aportes de Maquiavelo y el jurista nazi Carl Schmitt, para "construir poder" la pareja de abogados exitosos se puso enseguida a denostar a una serie impresionante de malos malísimos: neoliberales, economistas ortodoxos, técnicos gélidos del FMI obsesionados por los números, empresarios extranjeros, menemistas, radicales, militares y, andando el tiempo, chacareros transformados en oligarcas insaciables y otras alimañas, de las que la más infame resultaría ser el contador Héctor Magnetto del Grupo Clarín.

La maniobra, fruto de un análisis acaso cínico pero así y todo bastante realista de la mente colectiva, fue exitosa. Como Néstor había previsto, a la mayoría le encantaría ser informada de que el país había sido víctima de la hostilidad ajena, no de deficiencias culturales y estructurales que le sería muy difícil remediar. Pero, andando el tiempo, el stock de enemigos convincentes que tanto habían ayudado a los kirchneristas comenzaba a agotarse. Ya no espantaba a nadie el cuco Magnetto, hablar de lo terribles que habían sido los años noventa del siglo pasado sólo entusiasmaba a los militantes más jóvenes, y al amagar el Gobierno mismo con ensayar algo muy parecido a un ajuste clásico, no les servía para mucho ensañarse con los "neoliberales".

El mundo de Cristina es binario, maniqueo, blanco y negro, sin lugar para matices. Felizmente para ella, también lo es aquel de buena parte de sus compatriotas que, según las encuestas, aprueba su voluntad de luchar por los medios que fueran contra los viles pajarracos carroñeros que anidan, como murciélagos, en las cuevas tenebrosas de Wall Street, desde las cuales salen esporádicamente para alimentarse de los restos de economías quebradas. Algunos, tal vez muchos, cambiarán de opinión en cuanto sientan en carne propia el dolor provocado por sus picotazos. Aun así, una franja continuará atribuyendo sus penurias a la malignidad de los buitres y de aquel juez yanqui Thomas Griesa.

Para Cristina, los muchachos ya no tan jóvenes de La Cámpora y otros que siguen siéndole leales, el ataque de los buitres se produjo justo a tiempo. Merced no a lo que sucedía en el despacho de Griesa sino a la impericia que ha sido una de las características más notables de un gobierno nacional más interesado en la propaganda que en los aburridos pormenores administrativos, el célebre "modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social" se desmoronaba con rapidez alucinante sin que los kirchneristas supieran cómo postergar el colapso final para que se produjera después de la fecha fijada por el calendario electoral para su propia salida, lo que, preveían los más osados, despejaría el camino para un regreso triunfal. En otros tiempos, hubieran acusado al FMI de ser el artífice del desastre, pero, con miopía un tanto sorprendente, el bueno de Néstor se las había arreglado para privarlos del chivo expiatorio tradicional.

Los intentos de los fieles kirchneristas de explicar las razones de la debacle se hacían cada vez más penosos hasta que, para su alivio, la resurrección imprevista de holdouts supuestamente bien muertos les ahorró la necesidad de seguir insistiendo en que no sucedía nada grave. En adelante, podrían imputar todos los problemas del país a la rapacidad de pandillas de especuladores foráneos desalmados, mercenarios al servicio del imperio norteamericano resueltos a privar al mundo de la única alternativa viable a un futuro signado por la injusticia universal. Al fin y al cabo, sería un buen relato.

Además de suministrarles a los kirchneristas un pretexto inmejorable para atribuir la crisis económica brutal provocada por el voluntarismo insensato a la malignidad ajena, el drama del default les ha servido para amortiguar el impacto de un conjunto inverosímil de escándalos que, en otro país, hubieran sido más que suficientes como torpedear cualquier gestión "normal". Por un rato, la situación esperpéntica en la que se encuentra el vicepresidente Amado Boudou se vio desplazada de los titulares de los diarios y las pantallas televisivas. También pasó a segundo plano la interna feroz que está agitando el kirchnerismo al tratar de aferrarse Daniel Scioli a su condición de heredero nada querido pero, mal que le pese a Cristina, natural del oficialismo.

Sea como fuere, semanas antes de amanecer el día D, los acreedores insatisfechos empezaron a asestar golpes demoledores al gran edificio kirchnerista. Al provocar la reacción de políticos, economistas y comentaristas de distintas partes del mundo frente a la eventual expulsión de la Argentina de lo que llaman la comunidad financiera internacional, la mera proximidad de los buitres resultaba ser más que suficiente como para ensuciar la imagen nacional y de tal modo frustrar los esfuerzos del Gobierno por congraciarse con los mercados asombrando a los miembros del Club de París, los españoles de Repsol y otros con su voluntad de darles todo cuando pedían sin perder el tiempo negociando. Al resucitar recuerdos de defaults anteriores, los holdouts les recordaban a los plutócratas que la Argentina de Cristina, como la de una larga lista de presidentes anteriores jaqueados por deudas monstruosas, es un país que a menudo se niega a honrar sus obligaciones financieras y que por lo tanto convendría pasarlo por alto a la hora de planear inversiones.

Es imposible prever con precisión cuánto nos costará la fase más reciente de la ofensiva de los acreedores más tercos, pero se tratará de mucho dinero. Pase lo que pase en los meses próximos, la reanudación inesperada del drama de la deuda ha sido un revés muy doloroso que afectará negativamente a millones de personas. Sin embargo, algunos kirchneristas dieron la bienvenida a los buitres; suponían que, por haber actuado en esta ocasión de forma a su juicio repugnante los malos, todos sabrán a quiénes culpar por el naufragio de una economía que hacía agua bien antes de que Griesa los dejara boquiabiertos fallando, con el aval de la Justicia norteamericana, en su contra, y que, tal y como estaban las cosas, demoraría años en recuperarse.

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