Friday 29 de March, 2024

OPINIóN | 10-08-2014 12:28

A la deriva en el limbo del default

El Gobierno constreñido a elegir entre la demagogia combativa y la necesidad de congraciarse con los enemigos.

El Gobierno –es decir, Cristina– se ve frente a un dilema muy desagradable. Por un lado se siente constreñido a elegir entre la demagogia combativa que, además de servir para enardecer a los militantes, en el corto plazo por lo menos podría depararle algunos réditos político. Por el otro, le convendría intentar congraciarse con enemigos que, por razones comprensibles, no quieren que las vicisitudes de la Argentina provoquen más destrozos en el crónicamente frágil orden financiero mundial.

Para sacar el máximo provecho político del default, o lo que sea, ya que los kirchneristas aún no han encontrado la palabra justa para calificarlo, el Gobierno cree que debería tratarlo como el resultado de una vil maniobra imperialista. Por eso cubre de insultos no sólo a los "buitres" satánicos sino también al juez Thomas Griesa, su operador Daniel Pollack, la Corte Suprema de Estados Unidos y, para rematar, Barack Obama. Pero alzarse en rebelión contra el statu quo internacional, como quisieran los más pendencieros, provoca estragos económicos. Aun cuando Cristina lograra llevar el asunto a la Corte Internacional de La Haya, la Asamblea General de la ONU y otros foros, no la ayudaría demasiado que el país figurara nuevamente como un deudor dispuesto a ir a cualquier extremo para no tener que pactar con sus acreedores, por antipáticos que estos fueran.

La alternativa es privilegiar la economía nacional y tomar el asunto con calma, recordándoles a los mercados todopoderosos que Obama, Catherine Lagarde y una pléyade de economistas estrella de ortodoxia incuestionable coinciden en que el fallo de Griesa fue una barbaridad, pero dejaría descolocados a los muchos, entre ellos Axel Kicillof y Jorge Capitanich, que, con fervor estudiantil, ya se han puesto a librar una guerra santa, por fortuna sólo verbal, contra los malditos yanquis. En el exterior, la "normalidad" cae bien; fronteras adentro, suele motivar más críticas que aplausos.

Por ser la persona que es, Cristina preferiría la alternativa más belicosa, de ahí su reacción ofuscada al enterarse del fracaso del intento de hacer retroceder a Griesa. Sin embargo, en los días siguientes, pareció entender que los eventuales beneficios políticos de tal postura serán leves y, de irse a pique el sacrosanto modelo económico al difundirse la impresión de que está en manos de una banda de militantes anticapitalistas, muy breves. Como es natural, el Gobierno no vacilará en atribuir los disgustos por venir a la rapacidad de los "buitres", pero la mayoría sabe muy bien que el modelo se hundía bien antes de la reaparición repentina de deudas que el Indec había borrado de las cuentas nacionales. Es lo que ya había hecho con la inflación rampante, la pobreza extrema de la tercera parte de la población, el salvajismo delictivo, la invasión narco y el desastre educativo pero, lo mismo que los "buitres", los así ninguneados no se dieron por enterados.

Aunque no cabe duda de que muchos que se sienten indignados por las pretensiones desmedidas de los fondos especulativos, y por lo tanto aprueban la actitud desafiante asumida por el Gobierno, no pensarán igual cuando se den cuenta de que ellos mismos estarán entre las víctimas predilectas de sus picotazos. Por su parte, los mercados, este aglomerado difuso que incluye a todos los agentes económicos del planeta, están mirando con cautela el drama en que Cristina, Kicillof y, mal que le pese, Griesa, desempeñan los papeles más vistosos.

Para alivio del Gobierno, que insiste en que la pelea con los fondos carroñeros apenas tendrá repercusiones concretas en la economía real, no se han entregado al pánico, como hicieron en diciembre de 2001. Esperan que pronto surja un arreglo al intervenir cuatro grandes bancos extranjeros, tres anglosajones y uno teutón, o que a comienzos del año próximo el gobierno de Cristina se sienta libre para reanudar las negociaciones sin tener que preocuparse por la peligrosa "cláusula RUFO" que, según el hombre de la pavada atómica, podría inflar la deuda externa para que adquiriera dimensiones monstruosas: 500.000 millones de dólares.

De no haber sido por la decisión de Néstor Kirchner y su esposa de encabezar su lista negra de enemigos mortales de la Patria con el Fondo Monetario Internacional, el organismo encargado de mantener cierto orden en las finanzas mundiales ayudaría al Gobierno a encontrar una solución relativamente indolora para el embrollo tremendo que se ha producido. Ya en 2001 Anne Krueger, en aquel entonces subdirectora gerente del FMI, sugirió que las bancarrotas soberanas deberían ser tratadas como las empresariales, de tal modo limitando las consecuencias económicas y sociales negativas para países enteros. Bien que mal, la propuesta no prosperó. Puede que la alarma ocasionada por el episodio más reciente del largo conflicto entre la Argentina y los acreedores sirva para resucitarla.

Así y todo, transcurriría bastante tiempo antes de consolidarse instituciones internacionales destinadas a poner fin a las andanzas de especialistas en sacar plata de países exánimes que hasta los "neoliberales" más feroces consideran necesarias. Mientras tanto, los kirchneristas tendrán que tratar de impedir que el golpe que acaban de asestarles los holdouts acelere el deterioro de una economía que, merced a su voluntad de subordinar absolutamente todo, sin excluir la realidad, al relato oficial, ya enfrentaba un futuro muy sombrío.

Para una minoría reducida, la militancia política, aun cuando solo consista en participar de manifestaciones callejeras ruidosas y gritar consignas contundentes contra el ocupante de turno de la Casa Blanca en Washington, haría de una nueva crisis socioeconómica terminal una experiencia gratificante, pero no ofrecería una vía de escape aceptable a quienes ya ven achicarse mes tras mes su ya magro poder adquisitivo y cuentan con motivos de sobra para temer perder el empleo, si todavía tienen uno. La mayoría sabe o intuye que la agitación política es contraproducente: asusta a los inversores en potencia que son los únicos que están en condiciones de aportar algo más que una dosis de buena voluntad.

Los cuadros kirchneristas, como Kicillof y sus soldados que están ocupados colonizando las zonas más atractivas de la administración pública, suelen prestar más atención a las opiniones de los suyos que a aquellas de los demás. Sin embargo, a menos que se hayan resignado a ser mártires de una causa ya perdida, les convendría procurar hacer pensar que el ministro a cargo de la economía nacional y sus colaboradores son personas responsables y sobrias que están más interesadas en el bienestar común que en las teorías estrafalarias que tanto han contribuido a depauperar una parte sustancial de la población del país y que, a menos que tengamos mucha suerte, podrían ocasionar calamidades aún mayores en los meses próximos.

El panorama está oscureciéndose con rapidez. Todos los días se difunden estadísticas ominosas. En los supermercados y comercios menores caen las ventas de alimentos y otros bienes difícilmente prescindibles, se multiplican los despidos y suspensiones al cerrar fábricas, frigoríficos y otros negocios, las consultoras se han acostumbrado a corregir hacia abajo las previsiones de crecimiento y suben los costos de importar energía que, tal y como están las cosas, podría llegar a 15.000 millones de dólares anuales. También propende a bajar el precio de la soja, el producto que hizo posible la "década ganada" por los K; en un mes, el valor de una buena cosecha de 55 millones de toneladas del yuyo se ha reducido en mil millones de dólares. Una vez más, la culpa es de los norteamericanos: con la ayuda de condiciones climáticas favorables, han aumentado su propia producción. Y como si todo esto no fuera más que suficiente, hay señales de que la locomotora china esté por frenarse.

Para amortiguar el impacto tanto de la caída precipitada del consumo como del default que, según los kirchneristas, no lo es sino, como dirían los Monty Python, algo completamente diferente, el Gobierno ha elegido agregar 200.000 millones de pesos al gasto público que este año superará el billón. Parecería que Kicillof no cree en el monetarismo; antes bien, confía en que poner a trabajar a la maquinita no dará un nuevo impulso a la inflación.

Es de esperar que en esta ocasión "el genio" elogiado por Cristina resulte estar en lo cierto; caso contrario, la tasa anual de inflación no tardará en saltar por "la barrera" del 50 por ciento. Con todo, hay que reconocer que el héroe de la batalla contra los buitres –y, según algunos, el probable candidato oficialista para las elecciones presidenciales del año que viene– se encuentra en una situación nada fácil. De aplicarse los remedios antiinflacionarios tradicionales, desaparecerían muchísimos empleos en el sector público, lo que agravaría todavía más las tensiones sociales. Entre otras cosas, tales desgracias suministrarían a aquellos piqueteros que no comulgan con el kirchnerismo y a sus aliados de la izquierda dura pretextos para emprender una ofensiva furibunda contra un gobierno al que, desde hace más de un año, acusan de cometer lo que para ellos es el crimen imperdonable de ensayar un ajuste "neoliberal".

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