Cuando en 1973 Luis Alberto Spinetta se desprendió de “Pescado Rabioso” y grabó “Artaud”, dejó claro que lo suyo era la vanguardia. Dedicado a un oscuro poeta y dramaturgo francés (suficientemente ignorado en estas tierras hasta la aparición de su homónimo), “Artaud” presentaba un cóctel de surrealismo, erudición, hipismo depresivo y genialidad que terminó convirtiéndolo en una de las obras centrales del rock nacional. El disco buscaba sobresalir y Spinetta no tuvo mejor idea que ensobrarlo en una portada octogonal e irregular, verde y amarilla, que luego sería eternamente citada como un “dolor de cabeza” para hacerla encajar en las bateas.
“Artaud” derrochaba singularidad y distinción, cosa que es difícil de hallar en el mar de descargas diarias en la computadora, el streaming compulsivo y la reproducción “random” de todos los tracks que entren en 16 GigaBytes. La música ha entrado en una suerte de “comoditización” en la era digital, sobre todo por sobreoferta, pero también por la inmaterialidad del soporte. Y es quizás por ello que la última novedad de la industria discográfica sean los vinilos. Sí, aunque suene paradójico, cada vez más artistas sacan sus “longplays” y quienes compran vinilos ya no son solo los melómanos nostálgicos. El mercado de vinilos ha ido creciendo año a año y sostenidamente desde comienzos de esta década, apoyándose y abonando al consenso tácito que dice que para vender discos en los tiempos que corren no alcanza con música.
Lado A. En junio de este año, el ex “The White Stripes” y reconocido guitarrista Jack White lanzó su último álbum, “Lazaretto”, que en su primera semana vendió 40.000 LP’s (sí, de vinilo), récord absoluto desde que el CD comenzó a hegemonizar el mercado. Unos meses antes, el músico había marcado otro récord editando el “vinyl record” más rápido de la historia. Desde que grabó una versión en vivo de la canción que le dio título al álbum hasta que los fans pudieron comprar su disco, pasaron 3 horas, 55 minutos y 21 segundos. Como lo describe la revista especializada “Pitchfork”, White es un “evangelista” del formato analógico, que ha sabido capitalizar este fervor vintage –que aunque nada tiene de nuevo lejos está de mitigarse–, combinándolo con una exacerbada fetichización del disco.
“Lazaretto”, presentado como “Ultra LP” por la discográfica “Third Man Records”, resume bastante bien la idea de fetiche: el lado A se reproduce desde adentro hacia afuera (al revés de la forma convencional); debajo de la etiqueta de papel se esconden dos bonus tracks, uno a 78 RPM y el otro a 45 RPM; el lado B tiene una terminación en mate, sin brillo, y el lado A, en movimiento, proyecta un holograma de dos angelitos. Nada que agregar, “Lazaretto” –otra que “Artaud”– es toda una rareza. La “customización” de los vinilos, que vienen transparentes, en colores, con brillantina y formas extrañas, es la última novedad de la novedad, lo que no hace más que refrendar la idea de que el disco es un objeto que excede lo estrictamente musical.
Y ahora sí, la pregunta crucial: ¿se escucha mejor un vinilo? ¿cuánto hay de obsesión por la máxima calidad y cuánto de snobismo ilustrado? Digamos por ahora que escuchar un LP en una bandeja es diferente de cualquier otra reproducción. Eduardo Rocca, director de la productora “Crack”, y que estuvo en la cocina de los LPs de Babasónicos y de Carca, sostiene que el vinilo “implica una relación especial con la obra del artista. Necesariamente respetás el orden de las canciones, en general no lo ponés de fondo, te sentás a escucharlo y hasta te tenés que parar para cambiarlo de lado. Más allá del sonido, es otra relación con el disco”. Es que un vinilo es un objeto para mirar, tocar, oler, leer, coleccionar y por supuesto, escuchar de otro modo: la púa, la espesura del sonido y el fuzz que todo lo envuelve son condimentos que no se encuentran en otro lado.
Lado B. Ahora bien, nadie puede creerse seriamente que los vinilos vayan a reemplazar al formato digital, en cualquiera de sus variantes (CD, DVD, Wav, Mp3, FLAC y los que vendrán). Si bien el crecimiento en ventas es notable, a nivel mundial el vinilo, en formato LP o EP (“Extended Play”), no supera el 1% del mercado. Según datos de la Asociación de la Industria Discográfica de los Estados Unidos (RIAA, por sus siglas en inglés), las ventas de vinilos en 2013 significaron el 3% del mercado norteamericano, muy por detrás del CD, que retiene un 30%, y lejos también de las descargas por internet, que entre singles y álbumes, llegan al 40%.
La principal restricción para el crecimiento del vinilo es su capacidad industrial instalada. Son muy pocos los países que los producen. Estados Unidos lidera el mercado junto con Alemania. Luego Holanda pisa fuerte con la potente “Record Industry”. En República Checa, la localidad de Lodenice alberga a “GZ Records”, que produce 10 millones de discos por año. En Brasil, la fábrica de Polysom es la mayor productora de Sudamérica, y luego en México subsiste una fábrica más bien artesanal. En Chile, donde el negocio de los vinilos el año pasado significó 1 millón de dólares en importaciones, hace tiempo se anuncia la instalación de una prensa. Pero todas estas compañías han sobrevivido a la muerte del vinilo a finales de los ’80, y la posibilidad de ampliar la infraestructura de prensas para vinilos es improbable. No hay, al menos por ahora, mercado que aguante semejante inversión.
En Argentina son varios los artistas y bandas que han incursionado en el formato: Babasónicos, Los Cafres, Andrés Calamaro, Catupecu Machu, Miranda!, Los Auténticos Decadentes y últimamente, El Mató a un Policía Motorizado, la banda ícono del indie platense, que reeditó en vinilo su primer álbum e incluso sacó un casette para su última placa. El último disco de Divididos, “Amapola del ‘66”, tuvo su edición limitada de mil LPs, que se agotó pocas semanas. Pero comparado con los 45.000 que ya se vendieron de su edición de CD/DVD, la incidencia en las ventas es menor. Según datos aportados por Distribuidora Belgrano (DBN), la venta de vinilos en la Argentina apenas llega al 0,2% del mercado. Sucede que como todos los vinilos son importados, sean de artistas extranjeros o locales, los costos en dólares son altísimos y los precios de venta al público, para pocos.
“Todo lo que importamos viene de Alemania”, afirma Juan Cibeira, de Warner Music, “Por eso es más cara la producción de artistas como Calamaro, porque fuera de España y nuestro país no se exporta a ningún otro lugar. En cambio, un vinilo de Iron Maiden, Pink Floyd o Led Zeppelin, que se lanzan en todo el mundo, amortizan los costos de producción”. Warner vendió en lo que va del año alrededor de 6.000 vinilos, de más de 200 títulos diferentes y, como es previsible, los que más se venden son los clásicos.
Una rápida recorrida por disquerías especializadas y sitios de internet confirma que en Argentina los vinilos nuevos oscilan, en general, entre los 300 y los 500 pesos. Como además las ediciones son pequeñas, en internet los precios llegan a cifras exorbitantes (el agotado “Amapola” de Divididos se consigue a casi 3.000 pesos en MercadoLibre). Como el resto de los productos importados, y marcando una analogía curiosa con los años dorados del vinilo, los LPs son más caros en Argentina que afuera. Incluso que en Chile o Uruguay. Algunos problemas con los DJAI (derechos de importación que entrega la AFIP) han dificultado también el ingreso de LPs.
Hi-Fi. Gran parte del movimiento de vinilos está potenciado por la venta de usados, que ha sostenido el mercado en las décadas pasadas. Pero el furor que despiertan los vinilos impide que cualquier banda de rock-pop importante no edite su LP. E incluso grandes marcas de audio han comenzado a producir bandejas nuevas, actualizadas con puerto USB y preparadas para la más alta fidelidad.
El vinilo es un objeto de culto, al que no le falta esnobismo, pero que también es el soporte de música que más duró en el tiempo y que conservó para toda la historia y la humanidad las grandes obras de la música del siglo XX. Perdérselo sería una picardía. Cortázar escribió alguna vez que a Gardel había que escucharlo en la vitrola, “con toda la distorsión, y la pérdida imaginable”, tal como lo escuchó el pueblo que lo convirtió en mito popular. En el mismo sentido, Cibeira de Warner, opina que “esta revalorización del sonido tiene que ver con el fenómeno de ‘retromanía’ que invade la música actual. Si son tan valorizados artistas de los ’70, por ejemplo, ¿por qué no escucharlos tal como fue concebida su obra?”.
Tomás Rodríguez Ansorena
por Tomás Rodríguez Ansorena
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