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MUNDO | 18-10-2014 10:30

Luces y sombras de Evo

Los pro y los contra del Gobierno populista más sólido de la región, reelecto por amplio margen. Un ministro clave y su pragmatismo absoluto.

Lo habían subestimado. Para esa clase dirigente que siempre había gobernado Bolivia, no podía conducir los destinos del país un indígena aimara que creció pastoreando llamas. Según los empresarios y los catedráticos de la casta dueña del poder, un presidente sin formación académica ni más experiencia que lucha sindical no podría conducir el gobierno.

La minoría blanca de buena cuna no podía concebir que un líder cocalero, de rudimentaria formación socialista y moldeado en el activismo más radical pudiera gobernar un país sin estrellarlo contra el caos económico y social. Menos aún si su vicepresidente y principal ideólogo, Álvaro García Linera, era un marxista con pasado guerrillero.

La realidad demostró lo contrario. En ese país dividido hasta el infinito en etnias, lenguas e intereses regionales, Juan Evo Morales Ayma se convirtió en presidente con mayoría absoluta de votos, algo que solo habían logrado Hernán Siles Suazo y Víctor Paz Estenssoro. Y si después batió récords de permanencia en el Palacio del Quemado es porque supo manejar el área en la que le vaticinaban el peor de los fracasos: la economía.

En el comienzo, las formas restaron credibilidad al fondo. La aparatosidad ideológica que implicó la ocupación militar de un yacimiento de Petrobras, para anunciar la nacionalización y estatización de la producción de hidrocarburos, hizo pensar en una adolescencia izquierdista. Para colmo, el escenario elegido para el show, la empresa brasileña, implicó un duro golpe contra Lula, a quien convirtió en blanco de presiones y críticas del empresariado del Brasil.

Ese izquierdismo inconducente que lo hizo chocar torpemente contra un aliado, parecía confirmar su incapacidad para gobernar. Pero el acierto era más importante que el error. A partir de la nacionalización, el Estado contó con una renta oceánica que antes se llevaban las multinacionales dejando escuálidas regalías.

Seguramente, decían sus detractores, la consecuencia sería la desinversión total en el área, la fuga masiva de capitales y la ausencia de futuras inversiones. También se equivocaron. Evo es izquierdista, pero no come vidrio. La mejor arma de su gobierno: el ministro de Economía.

En los ochenta y noventa, ser “pragmático” era ser “neoliberal”, promover privatizaciones a mansalva y convertir al Estado en una ausencia absoluta, un agujero negro. En la ola populista, ser “heterodoxo” es ser hiperestatista y practicar la regulación in extremis, concibiendo a la heterodoxia como una nueva ortodoxia.

Luis Arce no es un ortodoxo de la heterodoxia y su pragmatismo es verdaderamente pragmático, en lugar del ideologismo camuflado de los neoliberales. El gran acierto de Evo Morales fue nombrarlo ministro de Economía y mantenerlo en el cargo, permitiéndole ser un riguroso articulador entre los objetivos de un gobierno de izquierda y las realidades económicas que no se guían por la ideología.

Por eso, a diferencia de Hugo Chávez, que confundió a PDVSA con una caja infinita y la usó para construir liderazgo a nivel regional, el gobierno de Evo Morales no se puso a regalar gas para hacer política fronteras para afuera. También se diferencia del kirchnerismo, que enamorado del slogan “profundizar el modelo” terminó perforándole el piso y precipitando la economía al vacío.

La deriva argentina comenzó cuando el gobierno dejó de cuidar los superávit gemelos. Ni Evo Morales ni el ecuatoriano Rafael Correa cometieron ese error. Por eso sus políticas sociales no desembocaron en el callejón sin salida de las cajas agotadas. No impulsaron un keynesianismo tan radical como ajeno al propio Keynes.

El resultado está a la vista en Bolivia y Ecuador, donde el crecimiento económico impulsado por los precios internacionales de los hidrocarburos ha permitido vigorosas políticas sociales y una mejora del poder adquisitivo de las clases bajas, que no está siendo devorado por la inflación. Que en Jujuy y Salta haya argentinos que ahorran en moneda boliviana prueba también que el socialismo de Evo no desalentó las inversiones. Al contrario, la incentivó. Por eso hasta la empresarial y liberal Santa Cruz de la Sierra terminó enamorándose del presidente aimara que supo escuchar y apoyar a Luis Arce, el economista de la carrera impresionante que, entre sus títulos, tiene un master en la universidad inglesa de Warwick y una inteligencia en la que el pragmatismo y la heterodoxia son reales, no conceptos distorsionados por fiebres ideológicas.

Por cierto, el gobierno de Evo tiene un lado oscuro. Además de llevar el indigenismo hasta el umbral de la utopía regresiva y poner en marcha instituciones ancestrales que hoy pueden resultar retardatarias, como la “justicia comunitaria”, Evo Morales ha construido poder hegemónico en base a arbitrariedades.

Un ejemplo claro es el de la interpretación ad-hoc de la Constitución que le permitió presentarse para un tercer mandato, por considerar que el primero no cuenta por ser anterior a la promulgación de la nueva carta magna. Un argumento similar al que esgrimía Menem cuando buscaba la re-reelección.

Al fenómeno Evo lo explica principalmente la decadencia de una clase dirigente surgida de la casta dominante. Su liderazgo comenzó a nacionalizarse en la “guerra del agua”, producida en el 2000 por la privatización del servicio público de agua potable que el Banco Mundial le había impuesto al gobierno de Hugo Bánzer. Cochabamba estalló cuando la tarifa pegó un salto a las nubes para beneficiar a las multinacionales y a las empresas bolivianas que habían conformado el consorcio Aguas del Tunari.

El otro conflicto en el que se destacó el liderazgo de Morales fue la “guerra del gas”, que estalló cuando el presidente Sánchez de Lozada quiso exportar el gas de Tarija a México y Estados Unidos por menos de un dólar el millar de BTU. En la antesala, Evo y el dirigente campesino Felipe Quispe habían enfrentado la decisión de Jorge Quiroga, el vice de Hugo Banzer que lo sucedió en la presidencia, de exportar gas desde el puerto chileno de Mejillones. Una decisión discutible, aunque no decididamente errónea, perjudicial para Bolivia y para el grueso de su población.

El hecho de que por la presidencia hayan pasado un golpista y ex dictador como el general Banzer, un narco-tirano negligente como García Mesa y un empresario que, por haber crecido en los Estados Unidos, hablaba el español con fuertísimo acento norteamericano, explica las derivas y naufragios que atravesaron las instituciones, la economía y la sociedad de Bolivia.

Prueba de la mediocridad de la dirigencia tradicional es que el principal candidato opositor fue Samuel Doria Medina, el multimillonario que formó parte del consorcio privado que provocó en Cochabamba la “guerra del agua”.

* Profesor y mentor de Ciencia Política,

Universidad Empresarial Siglo 21.

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por Claudio Fantini

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